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Por si acaso
Por
Energía, aranceles y política
Energía y política se entrelazan hasta extremos insospechados. Producir más petróleo puede no ser una decisión económica, sino política. Poner fin a una guerra puede ser una decisión política que cambie el suministro de energía de toda Europa
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A lo largo de los últimos años, Arabia Saudita, pese a que la demanda de petróleo crecía por debajo de la oferta, ha procurado restringir la producción para mantener los precios por encima de los 80 dólares por barril. Consideraba que la combinación resultante de cantidad y precio maximizaba sus ingresos. Desde su victoria electoral, Trump ha manifestado su deseo de que la OPEP y sus socios ampliaran producción. La consiguiente bajada de precios debía reducir la inflación, caballo de batalla ampliamente usado en su pugna electoral con los demócratas.
El príncipe heredero saudí no ha movido ficha hasta que Estados Unidos ha puesto dos argumentos de peso encima de la mesa. El primero, atacar a las milicias hutíes que controlan parte de Yemen. Ya se habla de milicias terrestres que desalojen a los aliados de Irán, firmemente asentados al sur de Arabia Saudita desde hace años. El segundo argumento ha sido forzar a Irán, mediante amenaza de sanciones, a sentarse a la mesa de negociaciones sobre su programa nuclear. El incremento de producción saudita ha coincidido con el anuncio de la subida de aranceles de Trump. Si las restricciones unilaterales al comercio mundial se han traducido en unas perspectivas de menor crecimiento económico y más inflación, los impactos de una bajada de los precios del crudo son exactamente los contrarios. Las casualidades existen, pero en estos temas de la energía y la geopolítica es mejor no creer en ellas.
La Administración norteamericana publica cada mes sus previsiones a dos años de las principales variables energéticas. La comparación entre las de marzo y abril es llamativa. Frente a un precio en 2024 de 81 dólares por barril, el precio previsto en marzo del barril de crudo Brent para 2025 y 2026 era, respectivamente, de 74 y 68 dólares. En abril, de 68 y 61 dólares.
La incertidumbre provocada por los aranceles retrae la demanda. Menos demanda y más oferta procedente de la OPEP provocarán la citada reducción de precios. Cierto es que el próximo mes o el siguiente los expertos norteamericanos pueden verse obligados a corregir sus previsiones. Si las negociaciones con Irán van mal, más sanciones pueden reducir aún más su producción de petróleo. Si Maduro acepta ciudadanos venezolanos deportados desde Estados Unidos, pueden reducirse las sanciones a su gobierno y, en paralelo, aumentar su oferta de crudo en el mercado. En la América de Trump casi todo puede suceder.
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Un efecto colateral de la reducción de los precios del petróleo es su impacto en el presupuesto ruso, ya mermado por la reducción de los ingresos derivados de la exportación de gas a Europa. Las exportaciones rusas de crudo y productos petrolíferos ascienden a unos 6,5 millones de barriles diarios. Si el precio medio desciende entre este año y el que viene en unos 20 dólares por barril, la merma de ingresos que experimentará la economía rusa será notable. Un tercio de los ingresos presupuestarios del Gobierno de Putin proceden del petróleo. No será una coyuntura fácil si los gastos bélicos en Ucrania continúan como hasta ahora. Pese a las prisas iniciales de Trump, no es fácil saber cuán cerca o lejos estamos de un acuerdo de paz. La gran cuestión será, si se alcanza la paz -en condiciones como parece precarias para Ucrania-, si Europa va a restablecer, y de qué manera, las compras de gas y petróleo rusos. Hay que recordar que el corte de suministros de gas se produjo por voluntad rusa, sin que la Unión Europea hubiera establecido prohibición alguna, más allá de anunciar su deseo de poner fin a cualquier compra de gas ruso en 2027. Las compras de crudo y productos petrolíferos rusos por barco sí fueron prohibidas por Bruselas.
La situación de 2021 es irrecuperable, entre otras cosas por la voladura de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 que unían directamente Rusia y Alemania. Al margen de los problemas físicos, resolubles en mayor o menor plazo, el problema es que el gas ruso competiría directamente con el gas licuado procedente de Estados Unidos, que supone hoy el 47% de las importaciones europeas de gas. En menor medida, otro tanto puede decirse del petróleo: Estados Unidos fue en 2024 el principal vendedor de petróleo a Europa. Sus ventas supusieron el 17% de las importaciones europeas.
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Es de suponer que el levantamiento de las sanciones a Rusia estará encima de la mesa de cualquier negociación de paz. Rusia prefiere vender su gas a Europa antes que dejarlo bajo tierra y prefiere vender su petróleo a Europa a precios de mercado antes que exportarlo con descuentos notables a India y China. Sin sanciones, es posible que el crudo y el gas ruso sustituyan parcialmente los suministros estadounidenses. Sin conocer el resultado de las negociaciones sobre aranceles entre la Unión Europea y Estados Unidos, una reducción de las exportaciones de energía de Estados Unidos supondría un mayor superávit comercial europeo. Ya hemos visto que el cálculo de los aranceles recíprocos de Trump tiene como única variable el déficit bilateral. Conclusión posible: paz en Ucrania, Estados Unidos se garantiza el suministro de los minerales ucranianos, Rusia recupera Crimea y consigue el aislamiento político de Ucrania, y la Unión Europea podrá elegir si prefiere que su suministro de energía dependa del autócrata del que dependía antes, del autócrata imprevisible del que depende ahora, o de los dos. El autócrata de ahora nos amenazará con subidas de aranceles si nos buscamos la vida por fuera. El autócrata de antes ya nos demostró cómo era capaz de utilizar el suministro de gas como arma militar: meses antes de invadir Ucrania había vaciado a conciencia el almacenamiento de gas en Alemania.
La única ventaja es que parece que el petróleo será más barato y, probablemente, el gas también, aunque el suministrador siga siendo Estados Unidos. Con aranceles recíprocos superiores al 100%, las exportaciones norteamericanas de gas natural a China deberán desviarse a otros mercados, lo que debería traducirse, a corto plazo, en rebajas de precios.
A lo largo de los últimos años, Arabia Saudita, pese a que la demanda de petróleo crecía por debajo de la oferta, ha procurado restringir la producción para mantener los precios por encima de los 80 dólares por barril. Consideraba que la combinación resultante de cantidad y precio maximizaba sus ingresos. Desde su victoria electoral, Trump ha manifestado su deseo de que la OPEP y sus socios ampliaran producción. La consiguiente bajada de precios debía reducir la inflación, caballo de batalla ampliamente usado en su pugna electoral con los demócratas.