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Sé por qué perdió Madina y por qué Arriola está tan contento
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Esteban Hernández

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Sé por qué perdió Madina y por qué Arriola está tan contento

Las causas que llevaron a a Madina a la derrota en las primarias son las que pueden conseguir que la formación asesorada por Arriola conserve el poder

Foto: Eduardo Madina y Pedro Arriola (Reuters/Efe)
Eduardo Madina y Pedro Arriola (Reuters/Efe)

Fui uno de los que, cuando se inició el proceso, pensaba que Madina tenía posibilidades de ganar las primarias del partido socialista. Confiaba en que, a pesar de tener en contra a buena parte de los dirigentes del PSOE (y de ir perdiendo aliados sorprendentes por el camino) haría valer su carácter, menos artificial e impostado que el de Pedro Sánchez. Supe que no iba a ganar, entre otras cosas, porque días antes de las elecciones, entrevistando a Antoni Gutiérrez-Rubí, me recordó que, si bien Madina generaba simpatías, las primarias las ganaban los obedientes. Tenía razón Antoni: si alguien te parece agradable, llega el domingo y lo mismo te apetece más irte a la piscina que votar; si eres de los que obedecen, allí estás como un clavo.

Ese fue uno de los principales problemas al que hubo de enfrentarse Madina. Inma Aguilar, su jefa de campaña, me confiesa que llevaban tiempo preparando primarias abiertas, “que era lo esperado”, y les cambiaron el paso. Su estrategia estaba organizada paraconvencer al votante genéricamente considerado y hubo que resituarla en clave interna. Algunos de los ejes que tenían en mente perdieron valor, y quizá el principal fue el que enfrentaba lo viejo y lo nuevo, muy útil en otros contextos, pero no en unas primarias como estas. La campaña de Madina pretendía mostrarle como un joven con trayectoria y experiencia que quería traer aires nuevos, pero ese es un mensaje que funciona en entornos favorables al cambio, y no era el caso del PSOE, un partido que quiere recuperar el terreno electoral perdido sin moverse de las posiciones que le han llevado a perder su suelo. El partido quería un cambio de cara que dejase estructura y discurso intactos, y para eso estaba ya Pedro Sánchez.

El obstáculo que no pudo saltar Madina fue el del miedo. Visto desde fuera, resultaba muy evidente que Madina no era un radical que pretendiera desplazar al PSOE hacia lugares muy distintos de los que estaba. Desde dentro, las cosas se percibían de otra manera: lo que dirimían estas primarias, antes que nada, era la reordenación de las relaciones de poder dentro del partido, y en ese sentido, Madina sí era diferente.

Hay que entender que la mayoría de los afiliados a los partidos mayoritarios son, en este aspecto, conservadores. Inma Aguilar explica, refiriéndose a su campaña, que“cuando las estructuras son monolíticas, se necesita mucho tiempo para que los cambios se asienten. Hay muchas resistencias, y cuando algo nuevo llega, la gente se asusta porque cree los cambios van a ser radicales”. El diagnóstico de Aguilar suena plausible, máxime cuando hablamos de una formación que, justo cuando ha caído a sus mínimos históricos, se encuentra con Podemos. El PSOEestá asustado porque viene del fracaso y porque la posibilidad de convertirse en irrelevante ha asomado por el horizonte. En ese contexto, los cambios se miran con mucha suspicacia, y más aún si lo promueven personas jóvenes que no están respaldadas por una cuota suficiente de poder. Aguilar me dice, con razón, que la lucha de Madina con Sánchez no fue la de lo nuevo contra lo viejo, como suele interpretarse ahora, ni la del outsider contra el aparato, sino la de “lo nuevo contra el poder”.

Es difícil encontrar una explicación mejor, porque da cuenta de gran parte de los elementos que rodearon las primarias socialistas. Esa tendencia a aferrarse a lo conocido, a refugiarse en los dirigentes y a mirar con resquemor a quienes intentan cosas diferentes describe muy bien los sentimientos de inseguridad, temor y rechazo que operan en esos contextos. Su primer efecto podría definirse así: cuando las cosas van mal, la gente, en lugar de cambiar y buscar nuevas fórmulas, se aferra con más insistencia a lo que le da seguridad, aunque sea lo que le está llevando a la ruina. Y este efecto es relevante no sólo porque haya hecho ganar las primarias a Pedro Sánchez, sino porque es un elemento esencial de las posiciones electorales de nuestro época; si la estrategia del PP se apoya en algo es precisamente en esto.

La confusión que recorre Europa

Nuestra sociedad está viviendo tiempos confusos. El deterioro está generando cambios cuyas consecuencias aún no se han manifestado del todo. La mayoría de los españoles no sabría explicar muy bien qué está ocurriendo, por qué las cosas van mal o cuáles son las soluciones. Son muy conscientes de que ha descendido su nivel de vida, de que cuentan con menos opciones de un buen futuro y que sus descendientes tendrán todavía menos, pero más allá de manifestar su malestar, tampoco tienen muy claro qué hacer. Esa confusión está recorriendo Europa, en especial en los países del sur y del este, y cada uno ha dado una respuesta distinta. Lo único que comparten es que ninguna de ellas ha beneficiado a los actores políticos tradicionales.

Dos buenos ejemplos de este nuevo entorno aparecen en el Reino Unido y España, porque son casos complementarios. En Gran Bretaña la población empobrecida suele ser de clase trabajadora, residente en los suburbios y de mediana y tercera edad.Cuando les hablan de que la recuperación económica está teniendo lugar y que el futuro será mejor piensan, con toda lógica, que eso es algo que está ocurriendo en otra parte. Son gente que se siente traicionada culturalmente y abandonada económicamente, y eso les lleva a votar al UKIP, un partido no tradicional cuya promesa es la de salvaguardar esa esencia que alguna vez definió su bienestar.

En España, esos sectores (los de mayor edad, la clase trabajadora y las viejas clases medias) son, según la última encuesta del CIS, los más favorables al partido del gobierno. Las fuerzas del cambio se manifiestan mucho más en los jóvenes y las nuevas clases medias, que son las que mayor apoyo están prestando a formaciones emergentes como Podemos. Arriola lo sabe, y el PP está intentando canalizar el miedo de esas fuerzas que ven el presente con desconfianza y que perciben el cambio como algo que siempre les hará ir a peor.

El poder y el miedo

En ese contexto, las formaciones políticas que se vean obligadas a jugar la baza de la novedad, y todas las que no son el PP tendrán que hacerlo (el PSOE ha de presentar un candidato diferente, IU sabe que con las mismas caras no llegará lejos, Podemos es la novedad en sí misma), tendrán que lidiar con esa desconfianza respecto del cambio que está instalada en la sociedad española.

Eso tiene consecuencias en muchos ámbitos, pero apuntemos dos que son especialmente relevantes y que quedaron demostradas en la campaña de Madina. Como me dice Aguilar, “por más que la gente te cuente otra cosa, no quieren líderes cercanos, sino personas especiales. No quieren alguien que se les parezca, sino que sea mejor que ellos”. La fuerza del liderazgo es más importante todavía cuando el entorno es inseguro, de modo que las personalidades cuya mayor oferta sea el diálogo y la horizontalidad van a tener escasa posibilidades de vencer. Rajoy no es una personalidad fuerte, pero tiene el poder y eso ofrece seguridad. Pablo Iglesias es un líder, pero no tiene poder. Los socialistas no tienen todavía ni una cosa ni otra.

En segundo lugar, todas las fuerzas nuevas han de luchar contra el miedo social al cambio. Ese sentimiento fue muy evidente en Grecia, donde Syriza no llegó al gobierno por la gran campaña en contra que sufrió en toda Europa, y en Francia, donde Marine Le Pen tendrá difícil llegar al poder porque las presidenciales tienen segunda vuelta, como yale ocurrió a su padre.Ese miedo al cambio es muy similar al activado por Madina en el partido socialista: la gente que está pasando por situaciones difíciles no confía mucho en las nuevas apuestas, ha visto cómo todos los cambios han sido para mal, y teme que lo que llegue les lleve a la ruina. Ese es el miedo que está activando el PP, que no se mueve en terrenos propositivos, sino en los del puro temor.

Sin embargo, hablamos de un proceso en marcha, y si las cosas en lo económico siguen por este camino, ofreciendo buenas cifras a nivel macro pero sin traducción a la vida cotidiana, la llegada de fuerzas del cambio será inevitable. Es cuestión de tiempo que partidos a lo Frente Nacional o Syriza o gobiernen, y lo es que una fuerza de componente populista se instaure en España. El miedo funciona, pero sólo es un dique de contención temporal.

Fui uno de los que, cuando se inició el proceso, pensaba que Madina tenía posibilidades de ganar las primarias del partido socialista. Confiaba en que, a pesar de tener en contra a buena parte de los dirigentes del PSOE (y de ir perdiendo aliados sorprendentes por el camino) haría valer su carácter, menos artificial e impostado que el de Pedro Sánchez. Supe que no iba a ganar, entre otras cosas, porque días antes de las elecciones, entrevistando a Antoni Gutiérrez-Rubí, me recordó que, si bien Madina generaba simpatías, las primarias las ganaban los obedientes. Tenía razón Antoni: si alguien te parece agradable, llega el domingo y lo mismo te apetece más irte a la piscina que votar; si eres de los que obedecen, allí estás como un clavo.

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