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El plan perfecto del PP para volver a ganar (y sus dos errores)
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Esteban Hernández

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El plan perfecto del PP para volver a ganar (y sus dos errores)

El verano está siendo fantástico para el PP y más aún si nos situamos antes de las elecciones europeas, cuando los problemas de la formación no parecían pequeños

Foto: El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez saluda a Mariano Rajoy. (Reuters/Andrea Comas)
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez saluda a Mariano Rajoy. (Reuters/Andrea Comas)

El verano está siendo fantástico para el PP y más aún si echamos la vista atrás y nos situamos meses antes de las elecciones europeas, cuando los problemas que debía afrontar la formación de Génova no parecían pequeños. Sus opciones electorales se habían visto reducidas a causa de la crisis, el descontento ciudadano con las medidas dictadas había aumentado, el PSOE parecía vivir un momento de recuperación, estaba formándose un nuevo partido a su derecha que podía robarle votos y existía el riesgo de que Ciudadanos y UPyD también le pegasen un tajo a su porción del pastel. No se estaban encendiendo las luces rojas,pero si comenzábamos a sumar, los riesgos no parecían menores.

Poco antes de la celebración de las elecciones, había algo más de tranquilidad en Génova, porque tenían claro que Vox no les iba a hacer daño y que probablemente UPyD tampoco.La noche electoral fue peculiar porque todo el mundo salvo un partido, recién creado, tenía la sensación de haber fracasado. Todos ellos tenían razón, excepto Ciudadanos, cuya campaña había sido brillante y sus resultados buenos, pero a los que les dolía el hecho de que una alianza con UPyD les habría disparado de verdad. A los demás les quedaba la derrota: IU y el partido de Rosa Díez perdieron la oportunidad de crecer de verdad, el PSOE se había hundido, Vox ni siquiera logró representación, CiU y PNV estuvieron por debajo de lo esperado, y el PP perdió mucho voto.

Desde entonces hasta ahora han pasado muchas cosas (dimisiones, primarias, cambios de liderazgo, una abdicación), que pueden resumirse en dos: el ciclón Podemos se está llevando por delante a la izquierda, y el PP está cada vez más asentado electoralmente. Vox ya casi no está, UPyD está seriamente dañado por los problemas internos y por la falta de visión política y, sobre todo, porque les han comido el espacio que una vez pudieron ocupar, y el PSOE se mueve en una línea precaria en busca de su supervivencia. Todo parece, pues, despejado para el PP.

El escenario, pues, parece perfecto para su estrategia. La historia electoral del siglo XXI español ha consistido en la repetición de una idea central por parte de los populares, la de que eran el único partido sensato frente a unos oponentes expertos en mostrarse demasiado permisivos con quienes nos podían poner en riesgo y demasiado blandos para afrontar los problemas. El PP, ya estuviera en el poder o en la oposición, ha señalado insistentemente cómo el PSOE (y por añadidura el resto de la izquierda) nos ponía permanentemente en riesgo, ya fuera por su concepción territorial del Estado, porque era demasiado débil con los nacionalismos, por su concepción de la lucha antiterrorista o porque no tenía el carácter necesario para tomar las medidas económicas que eran precisas para atajar la crisis. No pueden entenderse los discursos electorales sin situarlos en esa posición en que los populares detentaban la racionalidad del sistema y los socialistas una suerte de sentimentalismo blandengue y contraproducente a medio plazo.

Ahora, por suerte para Génova, están confluyendo los dos escenarios que mejor han permitido visualizar ese discurso, el que alude al riesgo territorial y el que alude al riesgo económico. En este sentido, la pugna soberanista está siendo un elemento positivo para los populares, ya que no los mina en Cataluña y contribuye a que sus fieles los perciban como un partido con principios que no se pliega a las amenazas soberanistas. En segundo lugar, la aparición de Podemos viene bien al PP para activar miedos respecto de qué pasaría en una España que se gestionara económicamente por gente declaradamente de izquierda. Sin embargo, la alarma social que tratan de encender advirtiendo que, con una retórica que recuerda a los años 70 y 80, personas ideológicamente desatadas (“chavistas”, “castristas”, y “kirchneristas”) podrían hacerse con el poder, es útil para que los populares ganen votos, porque activa a sus fieles, pero también para que los gane Podemos, ya que tantas críticas acaban produciendo el efecto Streisand. No es extraño que Pedro Sánchez se queje, porque el que sale claramente perjudicado de esta lucha dialéctica es el PSOE, cada vez más invisible y cada vez más ligado a Podemos, si hacemos caso al PP.

PSOE y Podemos son lo mismo

Los populares tienen experiencia en estas equivalencias, porque las han utilizado discursivamente siempre que han tenido ocasión y porque a menudo les han funcionado a corto plazo. Por eso vuelven ahora a ello: la insistencia en la alianza del PSOE con Podemos no es tanto porque crean en ella, sino para volver a igualar a sus competidores. Una alianza de esas características sería el perfecto empujón para que ambos partidos cayeran al precipicio: si la formación de Pablo Iglesias pactase con el PSOE darle una alcaldía importante, Podemos se derrumbaba a la mañana siguiente, por razones muy obvias. Si fuera al revés, el PSOE reconocería su sumisión respecto de Podemos, y con ellos su sentencia. Esa imposibilidad, que aparece si examinamos el asunto en términos pragmáticos, lo es aún más desde los políticos: Podemos está contra toda la herencia que ha dejado el PSOE desde 1975 y el PSOE sabe que Podemos es más enemigo suyo que el PP.

Sin embargo, el plan del PP para hacer pensar a los votantes que ambos partidos están destinados a pactar no parece ir del todo mal, y el escenario futuro parece brillante para los populares. Al menos, hasta que las fisuras estratégicas, que existen, se hagan mucho más grandes a causa de los errores propios, a los que en Génova son aficionados. Un buen ejemplo es la declaración de Margallo de ayer, amenazando con suspender la autonomía catalana, otro es el intento de llevar adelante la reforma que convertiría en alcalde al cabeza de la lista más votada (aunque es probable que den marcha atrás y no la incluyan finalmente), pero no son los únicos ni serán los últimos.

El segundo gran problema del plan del PP es Podemos, es decir, que el deterioro del PSOE sea lo suficientemente significativo como para que un partido que está aún desarrollando sus estructuras pueda llevarse de verdad a sus votantes. En ese caso, entraríamos en un escenario distinto. Y como ambos lo saben, los socialistas optaron por una opción conservadora,con un candidato de repliegue que guardara las filas hasta que llegue Susana. Veremos qué partido se encuentra la andaluza el día que dé el paso adelante…

El verano está siendo fantástico para el PP y más aún si echamos la vista atrás y nos situamos meses antes de las elecciones europeas, cuando los problemas que debía afrontar la formación de Génova no parecían pequeños. Sus opciones electorales se habían visto reducidas a causa de la crisis, el descontento ciudadano con las medidas dictadas había aumentado, el PSOE parecía vivir un momento de recuperación, estaba formándose un nuevo partido a su derecha que podía robarle votos y existía el riesgo de que Ciudadanos y UPyD también le pegasen un tajo a su porción del pastel. No se estaban encendiendo las luces rojas,pero si comenzábamos a sumar, los riesgos no parecían menores.

Pedro Sánchez Política Rosa Díez
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