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El botón rojo de autodestrucción que suele apretar el PP (y ahora Pedro Sánchez)
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Esteban Hernández

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El botón rojo de autodestrucción que suele apretar el PP (y ahora Pedro Sánchez)

Volvió a ocurrir, como pasa cada cierto tiempo. En este caso, el que se equivocó, fue Pedro Sánchez, pero los partidos son especialistas en estas cosas.

Foto: Esperanza Aguirre, ¿un soporte o un problema para el PP?
Esperanza Aguirre, ¿un soporte o un problema para el PP?

Volvió a ocurrir, como pasa cada cierto tiempo. En este caso, el que se equivocó fue Pedro Sánchez, pero los partidos son especialistas en estas cosas. El tuit en el que prometía funerales de Estado a la víctimas de la violencia de género provocó respuestas de indignación (lo más evidente se lo contestaron rápido: más vale que te dediques a hacer algo antes de que se produzca el entierro y no después) y satíricas en las redes. Sánchez lleva ya alguna de estas, y vendrán más, empeñado como está en recuperar terreno como sea, pero no es ni mucho menos el único: las meteduras de pata con las que las formaciones políticas se empeñan en tirar por la ventana el poco crédito que tienen son moneda común.

Bien mirado, no resulta extraño, El contexto actual de la política termina favoreciendo este tipo de actitudes. La vieja concepción del político como alguien que provoca los acontecimientos, que se correspondía con los tiempos de las ideas fuertes, ha sido dejada de lado por numerosas razones. El profesional de la política es hoy un gestor, esto es, alguien que en lugar de anclarse es espacios fortificados, debe sacar el máximo provecho de las corrientes que llegan a él. Como afirmaba Ignatieff en Fuego y cenizas tienen que saber sacar provecho de lo que la diosa Fortuna pone en su camino. Es el arte del aquí y del ahora, de hacer lo posible cuando es posible.

Y eso opera especialmente en la relación con los votantes. Al igual que el mundo del management entiende que los consumidores son infieles y cambian de preferencias frecuentemente, los partidos tienen claro que el caudal de voto cautivo no es suficiente para ganar unas elecciones, por lo que hay una actividad incesante a la búsqueda de qué quieren los votantes, de cuáles son sus gustos cambiantes, de qué está captando su atención y qué es lo que les atrae. El político, por tanto, debe olvidarse del nicho de voto fiel que creía propio y pensar que los públicos contemporáneos desechan las raíces con mucha facilidad. El cargo público o el que aspira a serlo ha de ser un especialista en dar a la gente lo que quiere y el gestor debe ser un profesional desideologizado que persigue al votante para dar satisfacción a sus demandas.

Cuestión de asesores

Eso hace que muchas personas piensen que los políticos dicen cosas muy diferentes, y a veces opuestas según el momento y el contexto y terminen viendo con desagrado y con distancia a personajes que entienden poco de fiar. Pero tampoco los políticos están cómodos en ese papel, y se nota, porque a veces les sale, como sin querer, lo que de verdad piensan.

La política se ha convertido en una cuestión de asesores, de eso que se ha dado en llamar el‘politburó del pensamiento correcto’. El político tiene que amoldarse a las encuestas, a lo que los expertos le recomiendan y a lo que los partidos le imponen (para no quebrar la unidad) y suele respetar ese guion. Pero a veces se cansa y la incomodidad le lleva a contar lo que de verdad les gustaría contar, y entonces llegan los problemas. El PP es particularmente activo en este sentido, y es lo que hace que apriete a menudo lo que el experto en oratoria y en discurso Fran Carrillo llama el botón rojo de autodestrucción.

Esto del botón rojo viene a cuento porque siendo un riesgo común en la acción política, los próximos meses parecen bastante proclives a que los partidos, especialmente los mayoritarios, pero también algunos pequeños, como UPyD, se dejen llevar por los impulsos, como si la atracción por el abismo fuese insoslayable.

El PP y la diferencia con el PSOE

Si todo sigue igual, el PP lo tiene bastante fácil para ganar las elecciones generales, con un PSOE deteriorado y con la baza sustancial del miedo a Podemos para llevar a la gente a las urnas. Puede tener más problemas en algunas circunscripciones locales y autonómicas, pero nada que vaya a poner en duda su liderazgo. Pero es en estos instantes donde con más insistencia pone el dedo en el botón. No sé si por relajación, porque se ven tan superiores que creen que pueden decir y hacer cualquier cosa o porque, como mucha gente suele creer, el PP es un partido que se siente de verdad cómodo haciendo oposición de la oposición. Además, está el tema catalán de fondo, que es un asunto especialmente proclive a ese tipo de meteduras de pata, y no olvidemos que el PP ya tiene experiencia en apretar el botón rojo a escala masiva, como en la reacción post 11 M, que acabó sacándoles justamente de la Moncloa cuando tenían las elecciones ganadas.

El botón de autodestrucción del PSOE es diferente, porque es un partido que va cuesta abajo, y porque tiene poco tiempo para recuperar el terreno perdido, lo cual le lleva justamente a lo contrario, a tratar de buscar como sea lo que la gente quiere (o lo que creen que la gente quiere) para volver al lugar central del escenario político. Eso les ha llevado a estrategias erróneas, como la elección de Pedro Sánchez, y a tácticas también poco acertadas: el PSOE es un partido que no puede ofrecer nada nuevo en el ámbito económico, porque el PP le supera por un lado y Podemos por otro, con lo cual sólo le queda apretar por donde siempre: apoyo a las minorías, ataques a la Iglesia católica, aborto y eutanasia, derechos de los animales, violencia de género y cambio climático, ese ramillete de temas en los que pueden aparecer como progresistas a la vieja usanza. Esa necesidad de estar presentes y de hacerse relevantes es la que les lleva a equivocarse, como con la presencia en Sálvame o con la propuesta del otro día con los funerales de Estado.

Y en esas estamos, lo que provoca la sensación de que este tipo de atracción por el vacío puede ser importante en las próximas elecciones, de forma que los errores propios puedan ser más importantes que los aciertos ajenos en comicios venideros.

Volvió a ocurrir, como pasa cada cierto tiempo. En este caso, el que se equivocó fue Pedro Sánchez, pero los partidos son especialistas en estas cosas. El tuit en el que prometía funerales de Estado a la víctimas de la violencia de género provocó respuestas de indignación (lo más evidente se lo contestaron rápido: más vale que te dediques a hacer algo antes de que se produzca el entierro y no después) y satíricas en las redes. Sánchez lleva ya alguna de estas, y vendrán más, empeñado como está en recuperar terreno como sea, pero no es ni mucho menos el único: las meteduras de pata con las que las formaciones políticas se empeñan en tirar por la ventana el poco crédito que tienen son moneda común.

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