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Por qué Ciudadanos es un partido pequeño cuando podría ser muy grande
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Esteban Hernández

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Por qué Ciudadanos es un partido pequeño cuando podría ser muy grande

Ciudadanos ha levantado esperanzas en muchos sectores, en general clases medias urbanas, como opción real frente al cansancio del bipartidismo

Foto: Joaquín Leguina, otra de las equivocaciones de Ciudadanos, con Albert Rivera el pasado fin de semana. (Víctor Lerena/ Efe)
Joaquín Leguina, otra de las equivocaciones de Ciudadanos, con Albert Rivera el pasado fin de semana. (Víctor Lerena/ Efe)

Ciudadanos ha levantado grandes esperanzas en muchos sectores, en general clases medias y medias/altas urbanas, como opción real frente al cansancio del bipartidismo. Los parabienes a la reciente presentación en Madrid, que han sido muchos, provienen de la sensación de agotamiento de un sistema, de la necesidad de opciones exteriores a los partidos institucionales, y de la demanda de nuevas ideas y nuevos líderes. Estamos en tiempo de cambio, como bien ha demostrado Podemos, y en algunos sectores de la sociedad española se demanda una tercera vía que no sea la de Pablo Iglesias. Mucha gente de centro derecha clama por otro tipo de opción electoral, y ahí Albert Rivera encaja perfectamente. La idea de alguien no contaminado por los errores y de las miserias de la política institucional, y que aporte esa regeneración que se percibe tan urgente, es la que ha aupado a Rivera. Ciudadanos es la formación que puede ocupar inequívocamente ese lugar, pero está lejos de hacerlo.

Hay varios elementos que juegan en contra. Como me explica Fran Carrillo, asesor de comunicación y director de La fábrica de discursos, el hecho de que sea un partido al que se identifica con Cataluña perjudica su desarrollo nacional (“todavía en Madrid se sigue hablando de Ciutadans”), las enormes dificultades para llegar a un acuerdo con UPyD también han retrasado las posibilidades de consolidación de la formación a mayor escala, y la escasa presencia mediática de la formación ayuda muy poco. Además, me explica, como el PP no está interesado en que Ciudadanos tenga presencia mediática, porque puede restarle votos al competir por un elector similar, y que Podemos, su otro rival en el voto del descontento, tampoco es favorable a tener debates con Ciudadanos (por los mismos motivos), ganar espacio en la difusión se vuelve doblemente complicado.

Quitar votantes a Podemos

Sin embargo, los principales motivos de la escasa correspondencia entre las expectativas generadas por Ciudadanos y la intención de voto recogida están lejos de los medios. En primer lugar, su falta de ambición, que les ha llevado a asentarse en Cataluña como plataforma de desarrollo, hace que en momentos como este, cuando quieren dar inequívocamente el salto, hayan perdido timing. La idea central, la que podría llevarles lejos, consiste en captar el voto de ese elevado número de personas que se han alejado del bipartidismo, y ese espacio tiende a estar ocupado ya por Podemos. Entre quienes reconocen a la formación de Pablo Iglesias como una opción diferente hay personas que podrían votar a Ciudadanos, pero intentar quitárselos ahora supone un esfuerzo mucho mayor que si su campaña se hubiese iniciado mucho antes.

Gran parte de esa falta de ambición se ha manifestado en dos cuestiones que les han dañado largamente. Es probable que los medios sólo les llamen cuanto se trata de abordar temas catalanes, y que no se les tenga en cuenta a la hora de analizar asuntos nacionales, pero mucha responsabilidad de esa invisibilidad corresponde a Ciudadanos, que ha priorizado el éxito catalán al español. Ahora tienen que remar para que se les considere una opción de mayores dimensiones, una tarea que supone un esfuerzo ingente. Lo realmente complicado es abrir la puerta: una vez dentro, todo es más fácil. Ellos ahora están fuera.

Una estrategia sin ambición

La segunda dificultad es consecuencia de una estrategia débil. La presencia de Manuel Conthe en el acto del pasado fin de semana es significativa, porque refleja hasta qué punto no han entendido su posición en el mapa político, y tampoco cuál podría llegar a ser. Escoger a alguien de la vieja política, y cuyas propuestas económicas no se separan de la ortodoxia, es una buena opción en el caso de que estuvieran compitiendo en unas hipotéticas primarias del PP o si lo que se pretende es conseguir un espacio propio en el centro derecha. Es buena idea si uno quiere ofrecer la sensación de que es alguien sistémicamente fiable y con ello rascar algún voto de las formaciones del bipartidismo, pero no lo es si se aspira a crecer de verdad. En este sentido, no han aprendido nada del ascenso de Podemos, en el que hubiera debido reparar más allá de para criticarles. Iglesias y Errejón no se cansaron de decir que ellos no querían ser un partido a la izquierda del PSOE, sino que pretendían disputar las mayorías, y que aspiraban a la centralidad del tablero. Ciudadanos, con iniciativas como la de Conthe, demuestran que carecen de esas aspiraciones, y que su deseo es encontrar un pequeño espacio entre PP y PSOE, lo cual es legítimo, pero que queda muy lejos de la potencia real que la formación tiene.

Todos los partidos emergentes europeos se han caracterizado por hacer cosas diferentes, por salirse de lo común, por ser más atrevidos. Marine Le Pen, a quien se insiste en catalogar como la simple continuación de su padre, tiene opciones reales de gobernar Francia porque ha sido capaz no sólo de ganar simpatías entre los barrios obreros que pertenecían a la izquierda, lo cual es peculiar para una formación de derechas, sino por estar implantándose entre la clase media urbana en declive, entre funcionarios y cargos intermedios. Y lo ha hecho gracias a salirse de la ortodoxia, también de la de su padre. Una vez más, al margen de las simpatías o antipatías que merezcan, estos ejemplos de partidos exitosos diferentes señalan algunas de las claves acerca de cómo situar en primera fila a formaciones que tenían todas las papeletas para permanecer en la invisibilidad mediática y social.

Puede argumentarse que estos ejemplos no son los que Ciudadanos debería copiar, pero a ese razonamiento se le podría oponer fácilmente que el partido de Albert Rivera no ha hecho ni eso ni otra cosa. No se han inventado una opción que les sitúe en el primer plano de visibilidad, probablemente porque no han sabido, hasta la fecha, entender qué papel podrían jugar realmente. De seguir por este camino, Ciudadanos se convertirá en una versión moderna de los liberales de Roca y Garrigues Walker, una formación con muchas simpatías entre las clases urbanas formadas pero con escasa implantación electoral. O, en el mejor de los casos, en el correspondiente español a los liberales de Nick Clegg, esto eso, en un partido útil para dar votos al PP si los necesitase en las próximas elecciones. Probablemente no sea lo que buscan, pero si quieren otra cosa, tendrán que establecer una estrategia más ambiciosa que la de ser una especie de cara amable del PP sin problemas de corrupción.

Ciudadanos ha levantado grandes esperanzas en muchos sectores, en general clases medias y medias/altas urbanas, como opción real frente al cansancio del bipartidismo. Los parabienes a la reciente presentación en Madrid, que han sido muchos, provienen de la sensación de agotamiento de un sistema, de la necesidad de opciones exteriores a los partidos institucionales, y de la demanda de nuevas ideas y nuevos líderes. Estamos en tiempo de cambio, como bien ha demostrado Podemos, y en algunos sectores de la sociedad española se demanda una tercera vía que no sea la de Pablo Iglesias. Mucha gente de centro derecha clama por otro tipo de opción electoral, y ahí Albert Rivera encaja perfectamente. La idea de alguien no contaminado por los errores y de las miserias de la política institucional, y que aporte esa regeneración que se percibe tan urgente, es la que ha aupado a Rivera. Ciudadanos es la formación que puede ocupar inequívocamente ese lugar, pero está lejos de hacerlo.

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