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La arriesgada fórmula que hará ganar al PP estas elecciones (y que Iglesias apoya)
Los discursos negativos, en los que se ataca al oponente, le vinieron muy bien al PP y a Podemos. Hoy siguen funcionando, pero genera graves problemas a sus líderes, y más todavía a Rajoy
Es bastante probable que en los apenas dos meses que faltan para las generales no veamos muchas sorpresas en cuanto a los argumentos de fondo esgrimidos, máxime cuando las ideas fuerza llevan mucho tiempo exhibiéndose por parte de unos y otros. En el caso del PP es evidente, ya que emplean siempre que tienen la misma propuesta discursiva, que en esencia es la siguiente: “somos personas responsables y con experiencia, que han llevado a cabo las medidas necesarias para que la economía volviese a la buena senda, y seguiremos tomando decisiones sensatas que nos aseguren el futuro, gracias a la conservación del estado del bienestar”. Frente a ese entorno de sentido común en el que se sitúan, las únicas opciones que aparecen en el horizonte son dibujadas como irrelevantes, inexpertas o fruto de la ocurrencia, en algunos casos, y como el mejor camino a la catástrofe en otros. En definitiva, juegan la carta de “nosotros o el caos”, una estrategia que les ha funcionado durante mucho tiempo y que todo apunta a que les servirá también en esta ocasión.
Lo peculiar es que esta misma estrategia, en sentido inverso, fue la que puso a Podemos en el mapa político. La casta, la debilidad de las instituciones fruto del desgaste generado por la corrupción y la regeneración democrática fueron los pilares de un discurso que pronto se hizo enormemente popular, y que constituyó su particular “el caos o nosotros”. Sus ataques a PP-PSOE como parte indistinguible de un sistema que había tenido preso a España desde 1978, así como a los principales actores políticos y económicos nacionales, beneficiarios principales de ese sistema, fue otra forma de repetir el mismo mensaje: “o llega gente como nosotros para cambiar esto, o vamos directos a la ruina”. Les fue excelentemente durante un tiempo, y en gran medida gracias al PP. Los discursos de unos y otros no sólo eran muy parecidos, sino que resultaban complementarios, porque se basaban en la misma estructura a pesar de que los contenidos fueran diferentes.
PP y Podemos continúan atados a la pura negatividad: los populares haciendo oposición de la oposición, y los podemitas haciendo oposición al PP y a los suyos
A los populares les vino muy bien la jugada, porque debilitaron al PSOE al tiempo que ayudaban a encumbrar a un enemigo que encarnaba a la perfección el tipo de temor que estaban atizando, ese que les permitía recurrir a los fantasmas extremistas de siempre (los comunistas, el totalitarismo, Maduro y Fidel, etc.); a los de Podemos les vino aún mejor, porque les hizo enormemente visibles y les confirmó como lo que el sistema temía, lo que les dio una popularidad inmensa, aunque la frenasen utilizando términos estilo Cultura de la Transición, Régimen del 78 o Proceso Constituyente, que sólo cobraban sentido y eran efectivos en el entorno activista.
Las cosas cambian, pero hacemos lo mismo
El matrimonio de conveniencia, que invisibilizaba a PSOE e IU, duró justo hasta que Susana Díaz convocó elecciones en Andalucía, recordó a los socialistas que seguían vivos y puso en la senda a Ciudadanos. Desde entonces, nada ha vuelto a ser igual. La llegada de Rivera vino mal a ambos porque Ciudadanos podía replicar los mensajes de Podemos referidos a la corrupción y a la regeneración institucional de una manera menos agria, y porque podían dar la sensación de que seguirían el mismo camino económico que el PP de un modo más amable. Sin embargo, ni PP ni Podemos parecen ser del todo conscientes del nuevo escenario, porque sus discursos siguen anclados en los mismos resortes.
El argumentario popular continúa ofreciendo las mismas imágenes de unos oponentes ineficaces e inexpertos (Ciudadanos y, en parte, el PSOE) o muy peligrosos para la estabilidad de nuestro país (Podemos y, en parte, el PSOE), mientras que el de Podemos sigue insistiendo en la necesidad de desalojar al PP de las instituciones, en la de un cambio que acabe con la casta (aunque la palabra haya desaparecido prácticamente de su vocabulario) y en la de terminar con los fantasmas franquistas. Por decirlo de otra manera, continúan atados a la pura negatividad: los populares haciendo oposición de la oposición, y los podemitas haciendo oposición en general, tanto respecto del Gobierno de España como de todas las opciones de izquierda que les rodean.
Las élites parecen estar perdiendo la confianza en Rajoy al mismo tiempo que alaban al joven Rivera
Sin embargo, hay tres elementos que obvian en estas apuestas: el primero, que esos discursos ya no se retroalimentan; el segundo, que los ataques al partido en el Gobierno le pueden desgastar, pero nada garantiza que vayas a ser tú el que recoja los réditos: lo que caiga por ahí lo pueden ganar la abstención, Ciudadanos, el PSOE o IU, en el caso de Podemos; y el tercero, que estas campañas pueden volverse en contra, ya que dependen en gran medida de los escenarios en que se sitúan. Ocurrió en las elecciones griegas, donde la presión europea contra Tsipras, avisando de los enormes riesgos que se corrían al elegir un gobierno de Syriza, reforzó su candidatura; también en las elecciones catalanas, donde las advertencias internacionales y nacionales (y las acciones judiciales) creando un escenario catastrófico si ganaba Junts pel sí, les dieron alas a los de Mas; y le ocurrió al PP en las municipales madrileñas, donde la insistencia en un futuro invivible si ganaba Carmena convirtió a ésta en alcaldesa (si Esperanza hubiera obtenido los mismos votos en la capital que Cifuentes ahora estaría al frente del ayuntamiento).
La debilidad del "nosotros"
En el escenario presente, si al partido que está en el poder le puede bastar con una campaña negativa que desactive las opciones que pueden sustituirle, al que pretende subir, como es Podemos, no le es suficiente, ya que precisan una serie de elementos sólidos que generen ilusión; más allá de las características personales de unos líderes demasiado soberbios, lo cual ayuda poco, lo cierto es que esa batería de medidas concretas y ese proyecto reconocible de país que deben ofrecer es justo de lo que carecen.
El punto débil de la estrategia de “nosotros o el caos” del PP no es que no le vaya a funcionar, sino la debilidad de ese “nosotros”: las noticias que salen de Génova señalan a una formación cuyo líder, que ha montado el partido en torno a él, no parece particularmente fuerte: las élites del Ibex 35 están perdiendo la confianza en el viejo Rajoy al mismo tiempo que alaban al joven Rivera, hay movimientos internos que comienzan a señalar a Soraya Sáenz de Santamaría como sucesora (a los que se vinculan las declaraciones de Montoro atacando a Margallo) y todavía parece que en Génova Aznar mueve algunos hilos. Y eso con la corrupción en el horizonte y a dos meses de las elecciones. En ese contexto, la campaña negativa no es demasiado útil, porque quizá asegure la victoria, pero no asegura al líder.
Es bastante probable que en los apenas dos meses que faltan para las generales no veamos muchas sorpresas en cuanto a los argumentos de fondo esgrimidos, máxime cuando las ideas fuerza llevan mucho tiempo exhibiéndose por parte de unos y otros. En el caso del PP es evidente, ya que emplean siempre que tienen la misma propuesta discursiva, que en esencia es la siguiente: “somos personas responsables y con experiencia, que han llevado a cabo las medidas necesarias para que la economía volviese a la buena senda, y seguiremos tomando decisiones sensatas que nos aseguren el futuro, gracias a la conservación del estado del bienestar”. Frente a ese entorno de sentido común en el que se sitúan, las únicas opciones que aparecen en el horizonte son dibujadas como irrelevantes, inexpertas o fruto de la ocurrencia, en algunos casos, y como el mejor camino a la catástrofe en otros. En definitiva, juegan la carta de “nosotros o el caos”, una estrategia que les ha funcionado durante mucho tiempo y que todo apunta a que les servirá también en esta ocasión.
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