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Es el gran problema de la política española. Y ahora lo tiene Podemos
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Esteban Hernández

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Es el gran problema de la política española. Y ahora lo tiene Podemos

Iglesias y Errejón creen tener la fórmula para compaginar el nacionalismo centralista con los periféricos, pero su confianza en sí mismos no resuelve las contradicciones a las que aboca

Foto: Colau y Oltra abrazándose en presencia de Iglesias. (EFE)
Colau y Oltra abrazándose en presencia de Iglesias. (EFE)

Los resultados electorales de Podemos son ambiguos. Examinados desde el día anterior a las últimas elecciones europeas, resultan espectaculares; desde un par de semanas antes de las generales, son más que satisfactorios; y desde el verano de 2014, una enorme decepción. Los grandes altibajos en las expectativas de voto que la formación morada ha experimentado hacen que la valoración final dependa mucho del instante en que sea tomada en cuenta. Sin embargo, analizados en su materialidad y en su capacidad de influencia real, plantean algunas cuestiones interesantes para la política española, que se encuentra en periodo de reestructuración.

El PSOE pierde, Podemos gana

El foco, en las últimas fechas, está puesto en el PSOE, que arroja dudas sobre cuál será su posición final, ligada también a sus tensiones internas, al papel institucional que jugará y a sus posibilidades de futuro. Los socialistas están en un momento complejo, porque hagan lo que hagan saldrán perdiendo: una alianza de hecho con los populares implica un debilitamiento electoral y el refuerzo de su gran rival, Podemos; un gobierno socialista apoyado por Iglesias y los nacionalistas les arroja a un escenario muy frágil, dadas las poderosas concesiones que habrían de realizar; y las nuevas elecciones tampoco parecen buena opción, porque todo apunta a que, una vez celebradas, se encuentren en un escenario muy parecido al actual, sólo que con menos escaños.

Para las elecciones generales, Podemos eligió la opción más pragmática, pero también la más pobre estratégicamente

A Podemos le conviene, por el contrario, cualquiera de estas opciones, ya que la alianza por la estabilidad de PP, PSOE y C's les situaría como el único partido de oposición; un gobierno de izquierdas que aceptase sus exigencias sería un gran triunfo para la formación; y también sacarían partido de unas nuevas elecciones, aunque sólo sea porque a sus votos sumarían los de IU y con eso sobrepasarían a los socialistas. Pero este contexto favorable, así como la sensación de que Iglesias y Errejón han sido los triunfadores de las elecciones, ocultan bajo la alfombra un par de asuntos muy relevantes, uno de los cuales es el gran problema de la política española, y que cada vez afectará más a Podemos.

Dilapidando las expectativas

Hace año y medio, cuando los de Iglesias lideraban las encuestas, la sensación de que lo nuevo había llegado irremisiblemente cuajó de tal manera que todos los partidos comenzaron a cambiar sus formas de hacer, y a veces a elegir nuevos líderes y portavoces, siempre más jóvenes. La idea de que Podemos era la gran fuerza política española quedaba subrayada en unas encuestas, quizá exageradas, pero que reflejaban una realidad: el descontento con la política había encontrado un canalizador evidente. En ese instante, la pregunta no era si sobrepasarían al PSOE, lo que se daba casi por hecho, sino si ganarían al PP en las generales. Pasaron muchas cosas desde entonces, como la aparición de Ciudadanos, el golpe de Susana Díaz en las elecciones andaluzas o la llegada de Colau a la alcaldía de Barcelona, pero todas se pueden resumir en una: Podemos dilapidó aquel caudal de expectativas.

Iglesias y Errejón pensaron que lo que no iban a lograr por sí mismos lo obtendrían a través de formaciones nacionalistas aliadas


Sin entrar en las causas, aquella sensación de ser un partido llamado a ser un actor principal en la política española desapareció, y las distintas pruebas electorales les fueron señalado con hechos que serían la tercera formación, como mucho, del espectro parlamentario. La estrategia de Podemos, una vez certificado el descenso, fue cambiando, moviéndose en contextos precarios, adaptándose a cada escenario y volviéndose más tacticista. Para las generales, tomaron la opción más pragmática, pero también la más pobre estratégicamente: entendiendo que su papel como fuerza de cambio nacional se había estancado, optaron por apoyarse decididamente en movimientos periféricos consolidados, los liderados por Colau, Oltra o Beiras. O dicho de otro modo: pensaron que lo que no iban a lograr por sí mismos lo obtendrían a través de formaciones aliadas.

La paradoja electoral, para los partidos de ámbito estatal, es que la apuesta nacionalista es tan rentable en unos territorios como perjudicial en otros

Este giro, útil en cuanto a resultados, encubre una contradicción y una debilidad. Podemos optó desde el comienzo por un discurso nacional populista, por la recuperación de la idea de una patria equivalente al pueblo, una fórmula que había sido útil en otros contextos, pero de difícil encaje aquí, y máxime cuando tus socios apuestan por una lectura muy diferente: no sólo el término patria les resulta antipático, sino que no lo aplican a España.

Los partidos de ámbito estatal han tenido que lidiar, desde la transición, con una paradoja: las apuestas nacionalistas eran tan rentables en unos territorios como perjudiciales en otros. Si se hacía gala de españolismo, los territorios interiores respondían bien, pero Cataluña, País Vasco o Galicia penalizaban esa apuesta; si se simpatizaba con los nacionalismos periféricos, el resto de España castigaba ese movimiento. Podemos no es inmune a esta situación, y menos aún en la medida en que creen haber resuelto ese problema con su discurso. El concepto ideológico detrás del referéndum catalán, insistiendo en la necesidad de una consulta democrática al mismo tiempo que subrayan que su voto sería por el no a la independencia, es un buen ejemplo. La formación morada, con Errejón al frente, piensa haber logrado el encaje perfecto, simplemente con apelar a la refundación de España a partir de una nueva relación entre las distintas partes; están seguros de que su idea de la patria popular ha triunfado precisamente porque tiene el respaldo de unos nacionalistas que por fin podrían verse cómodos en España.

Podemos en la posición del PSOE

Esa convicción es dudosa. En primer lugar, porque no responde a la realidad actual: nada hay en los votos recibidos por Podemos y sus aliados que haga pensar que la idea de la patria española haya sido no ya determinante, sino siquiera tenida en cuenta por sus electores a la hora de elegir las papeletas. En segundo, porque ese mismo movimiento ha sido ensayado por otros partidos con anterioridad, empezando por el PSOE, con consecuencias muy perjudiciales. Es una postura que obliga a nadar entre dos aguas, a ejercer una tarea de mediador que, en entornos polarizados, como el actual, es una papeleta segura para el fracaso a medio plazo. Ese ha sido el problema del PSC: mientras existió la sensación de que había una vía nacionalista no independentista para Cataluña, jugó ese papel bien y obtuvo réditos; cuando esa idea desapareció, se vio superado por un lado y por el otro, convirtiéndose en irrelevante. Podemos ha heredado ese papel, incrementando la oferta socialista, y le está yendo bien, pero es probable que sólo le funcione un tiempo, y eso en el caso de que la alianza por la estabilidad española se concrete.

Podemos está supeditando lo que habría de ser su mensaje principal, el económico y el social, a aspectos identitarios. Y ese es un mal movimiento

Lo que ha hecho Podemos es, más que innovar, continuar la acción que otros estaban ejerciendo, pero llevándola un paso más allá en todos los sentidos. Y eso supone un segundo problema serio, no discursivo sino organizativo, para la formación morada. En Cataluña, Podemos importa mucho menos que En comú, e Iglesias está por debajo en popularidad y aceptación que Colau. Igual les ocurre en Galicia y en Valencia, donde son un partido subordinado respecto a En Marea o a Compromís, lo cual les encierra en una posición más débil que la que, por ejemplo, tenía el PSOE respecto del PSC. En cualquier negociación, es Podemos el que debe estar más predispuesto a ceder. Y eso sin contar con que estas formaciones tienen su propia agenda y sus propias aspiraciones, no siempre coincidentes con Podemos. Y eso es un problema enorme para cualquier partido.

De modo que Podemos tiene que ejercer un complicado papel de mediador, debe hacerlo además desde una posición inferior respecto de sus socios, y a menudo supeditando lo que habría de ser su mensaje principal, el económico y el social, a aspectos identitarios. Es verdad que esta situación es coyunturalmente pragmática, pero les conduce hacia un camino lleno de escollos. Iglesias y los suyos se manejan con bastante soltura en estos ámbitos, porque desde su formación han tenido que lidiar con actores hostiles internos y externos, pero lo nuevo, en este terreno, es que ahora no llevan la voz principal. Y eso sí que pasa factura.

Los resultados electorales de Podemos son ambiguos. Examinados desde el día anterior a las últimas elecciones europeas, resultan espectaculares; desde un par de semanas antes de las generales, son más que satisfactorios; y desde el verano de 2014, una enorme decepción. Los grandes altibajos en las expectativas de voto que la formación morada ha experimentado hacen que la valoración final dependa mucho del instante en que sea tomada en cuenta. Sin embargo, analizados en su materialidad y en su capacidad de influencia real, plantean algunas cuestiones interesantes para la política española, que se encuentra en periodo de reestructuración.

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