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Pues yo creo que Errejón tiene razón (y revela algo crucial en la política actual)
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Esteban Hernández

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Pues yo creo que Errejón tiene razón (y revela algo crucial en la política actual)

Las tensiones internas en Podemos van más allá de una pelea de gallos, y señalan cuestiones interesantes sobre el momento español y la política contemporánea

Foto: Errejón, cuando los tiempos eran otros. (Efe/Fernando Alvarado)
Errejón, cuando los tiempos eran otros. (Efe/Fernando Alvarado)

Si todo el problema interno de Podemos consistiera en una pelea de gallos, en un puro asunto de egos entre Iglesias y Errejón, sería más materia de Vanitatis que de todos los análisis políticos que está suscitando la crisis de Podemos. Es cierto que muchas de las informaciones sobre los partidos se han convertido en eso (este se lleva mal con aquel, al otro le van a echar), por aquello de crear conflicto, y es obvio que en todos los choques internos en las organizaciones hay una lucha de egos, pero la discusión entre las posiciones teóricas de Iglesias y Errejón merece que nos detengamos un rato, aunque sólo sea porque dice mucho acerca del momento español, y mucho más sobre las bases de la política contemporánea.

Si las tesis enfrentadas son la errejoniana, la transversal, la que apuesta por un partido de mayorías, que no se sitúe en el lado izquierdo del tablero sino que trate de convertirse en una opción que agrupe simpatías y afinidades en distintas clases sociales, y la de Iglesias, situarse como una formación claramente de izquierdas, enfocada a un sector concreto de la población española, y poseedor de un discurso fuerte e identificable en el espectro ideológico, elegir la segunda es un mal negocio. En parte, porque ese estrato social, las clases con menos recursos, está ahora en manos de otros actores, y porque estratégicamente es una apuesta fallida.

En estos tiempos, dar un paso atrás para refugiarse en un nicho ideológico suele ser un paso hacia la bunkerización y la pérdida completa de relevancia

Por motivos muy relevantes, las ofertas que recibe nuestra sociedad se bifurcan en un dualismo en el que queda poco espacio para la clase media, también para la política. Los intentos de poner en marcha partidos limitados a un espectro, pero con incidencia en la vida política y social de un país, funcionan sólo a corto plazo. Experiencias como la de Clegg en el Reino Unido, Bayroux en Francia y Rosa Díez en España demuestran que ese auge inicial acaba evaporándose tan pronto como sus votantes acaban regresando a sus partidos de origen. Ese es, por otra parte, el dilema en el que se mueve Ciudadanos, cuyas opciones a medio plazo pasan por crecer o desaparecer.

Reconocer el fracaso

En el caso de Podemos, por ambas razones, elegir la opción de Iglesias sería un mal movimiento estratégico, si es que están ahora para estrategias en lugar de para apagar los fuegos que ellos mismos se han ido creando. El limitado éxito del partido se debe a una intención transversal, que si bien no llegó a concretarse, les permitió salir del reducido núcleo en el que la izquierda había quedado arrinconada, y girar ahora hacia un posicionamiento más limitado no sería otra cosa que reconocer el fracaso y tratar de atrincherarse en un territorio fuerte con la simple intención de subsistir. Pero, en estas cosas, y en estos tiempos, un paso atrás suele ser un paso hacia la bunkerización y hacia la pérdida completa de relevancia.

La visión que tienen los partidarios de Iglesias de girar hacia la izquierda consiste en recoger en las prácticas del PCE y volver a los discursos rojo, verde y arcoiris

Sin embargo, no todo es tan fácil, porque las especiales versiones que maneja Podemos de transversalidad y de giro a la izquierda pueden provocar que tanto la idea de Errejón como la de Iglesias resulten particularmente ineficaces. Si juzgamos sus acciones y no sus palabras, su idea de convertirse en un partido de mayorías consiste en trasladar a un nuevo contexto lo peor de la última socialdemocracia, dirigiéndose a esas clases medias formadas (y a sus hijos) que resultan sensibles a mensajes sobre el cambio climático, las minorías, la importancia de la diferencia y la necesidad de un nuevo encaje territorial consensuado, a cambio de eliminar los rasgos claramente económicos de su oferta. Y la visión que tienen los partidarios de Iglesias de girar hacia la izquierda consiste en recoger en los nuevos tiempos las viejas prácticas del PCE, volviendo a los discursos rojo, verde, rosa y arcoiris, y añadiéndoles una buena dosis del control estructural del que siempre hicieron gala las formaciones comunistas.

Leer los tiempos

La transversalidad implica mucho más que una demanda parcial que termina ocupando el lugar del significante, por utilizar los términos de Laclau que tanto se han manejado en los últimos años, y que copiar las técnicas que han llevado a los socialdemócratas europeos a una crisis profunda. Del mismo modo, regresar a la izquierda no puede significar, si se quiere ser algo más que la última IU, hacer creer a la sociedad que las ideas activistas de hace diez y veinte años se han puesto de moda. La sociedad ha cambiado significativamente en los últimos años, producto de las transformaciones en las formas de ejercer el poder, de la financiarización y de las nuevas lógicas del sistema en el que vivimos, el capitalismo. Y parece que, en ese contexto, hay actores que han leído mejor los tiempos que Podemos. Lo cual es grave, porque es justo eso lo que decían que era su fuerte.

Si todo el problema interno de Podemos consistiera en una pelea de gallos, en un puro asunto de egos entre Iglesias y Errejón, sería más materia de Vanitatis que de todos los análisis políticos que está suscitando la crisis de Podemos. Es cierto que muchas de las informaciones sobre los partidos se han convertido en eso (este se lleva mal con aquel, al otro le van a echar), por aquello de crear conflicto, y es obvio que en todos los choques internos en las organizaciones hay una lucha de egos, pero la discusión entre las posiciones teóricas de Iglesias y Errejón merece que nos detengamos un rato, aunque sólo sea porque dice mucho acerca del momento español, y mucho más sobre las bases de la política contemporánea.

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