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Esteban Hernández

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Lo que piensa la élite de Ferraz sobre los ciudadanos

Un reciente libro publicado en EEUU señala cómo los políticos y los expertos creen que no hay que hacer caso al votante, porque no tiene ni idea. Es perfecto para entender el PSOE

Foto: Guillermo Fernández Vara, Susana Díaz y Javier Fernández, en la recepción del Palacio Real. (EFE/Ballesteros)
Guillermo Fernández Vara, Susana Díaz y Javier Fernández, en la recepción del Palacio Real. (EFE/Ballesteros)

Jennifer Bachner, directora del máster en Science in Government Analytics de la Universidad John Hopkins, y Benjamin Ginsberg, profesor del mismo centro, llevaron a a cabo una investigación que incluía entrevistas con políticos y asesores que trabajan en Washington, en la que pretendían analizar cuál era la relación entre el ciudadano medio y ese mundo de expertos que acaban dando forma a las leyes de un país. El resultado se ha convertido en un libro, 'What Washington Gets Wrong', que ha generado bastante polémica en EEUU. Su tesis es que el entorno burocrático estadounidense desdeña a las personas a las que se supone debe servir.

No tengas en cuenta al votante

Al fin y al cabo, la mayoría de la gente está completamente desinformada acerca de las políticas gubernamentales. El 72% de los funcionarios cree que el americano medio no tiene ni idea de las políticas públicas que están desarrollando para combatir la pobreza, el 71% piensa que carece de conocimiento alguno sobre ciencia y tecnología, y más de la mitad de ellos asegura que el público sabe poco o nada acerca de los programas que el Gobierno desarrolla sobre criminalidad, cuidado infantil o medio ambiente. El resultado final es que el 78% de los encuestados piensa que no se debería tener en cuenta el sentimiento popular a la hora de decidir sobre las áreas clave.

"Mi médico sabe más que yo sobre medicina, pero no me dice 'eres un idiota, cállate"

En declaraciones a 'The Washington Post', en un artículo expresivamente titulado 'La élite que gobierna Washington cree que los americanos son idiotas', Ginsberg refutaba esas creencias afirmando que "quizá la gente común no tenga un conocimiento suficiente sobre muchos temas, pero eso no es una excusa para ignorarla. Mi médico sabe más que yo sobre medicina. Mi asesor fiscal conoce mucho mejor que yo las leyes fiscales. Pero todas estas personas saben que tienen la responsabilidad de aceptar mis opiniones, de forma que me puedan proporcionar un servicio mejor. Ellos no me dicen 'eres un idiota, cállate”.

Los expertos y los demás

El retrato que realizan Bachner y Ginsberg tiene algo de cierto. Gran parte de la política democrática del siglo XX ha partido de esta convicción, que los expertos conocen mucho mejor que la gente lo que se debe hacer en terrenos concretos. Pero hoy esa brecha se está abriendo, porque cada vez más áreas quedan fuera de la decisión democrática (el ejemplo más evidente es el de las políticas económicas que la UE dicta) y porque hay más ámbitos en los que esta idea ha penetrado.

La complejidad justifica que los militantes del PSOE no puedan opinar sobre el rumbo a seguir

La complejidad se ha convertido en un tema de moda, también entre los socialistas españoles. Es cierto que tienen una papeleta complicada porque han de explicar el giro radical que están dando y el follón que montaron para poder hacerlo, y al mismo tiempo justificar que los militantes no puedan opinar directamente sobre el rumbo a seguir. En ese escenario, la complejidad debía salir a relucir tarde o temprano, como ejemplo de un ámbito delicado en el que las decisiones deben ser tomadas por aquellos que entienden todos los elementos que está en juego.

El poder del discurso

Sí, la complejidad es una excusa, pero también incluye un elemento añadido, y probablemente más perjudicial. No se trata solo de quién toma las decisiones y por qué, sino de que existe una convicción de fondo, que es la que subrayaban Bachner y Ginsberg, según la cual, en entornos complejos, es fácil imponer una versión que se convierta en dominante. En otras palabras, ya que la gente no se entera de nada, creerá lo que se le cuente.

La política cree en la fuerza del relato, un arma que es entendida como la mera sobreimposición de las palabras sobre los hechos

Esa parece ser la idea que ha anidado en Ferraz. Los argumentos que están utilizando para convencer a la gente de que deje en manos de los dirigentes las decisiones que tomar son extrañamente pobres o insolentemente contradictorios. Les ha ocurrido a Javier Fernández o a Soraya Rodríguez en sus intervenciones televisivas, donde parecían hablar del PSOE en tercera persona (cuando señalaban que no se debía recurrir a otras elecciones porque los votantes ya habían expresado su voluntad de que se pactase, después de 10 meses diciendo lo contrario), o cuando daban a entender que harán lo necesario para que Rajoy sea investido, pero que la decisión no estaba aún tomada porque es competencia del comité federal, o cuando afirman que su abstención será simplemente técnica o que abstenerse no es apoyar a Rajoy y que pensar lo contrario es ser un radical o tantas otras cosas con las que han tenido que salvar la cara estos días.

El desprecio

Es una tarea difícil, pero la están realizando, una vez más, de la peor manera posible. La política se ha pasado mucho tiempo creyendo en el poder del relato, un arma que es entendida como la sobreimposición de las palabras sobre los hechos. Se utiliza un discurso, se repite habitualmente y se confía en que, tarde o temprano, acabará penetrando en la sociedad de un modo consistente. No es un mal del PSOE: el PP es un maestro en esa actitud de cerrar los ojos a la realidad y esperar que sus palabras la construyan, y Podemos ha intentado hacer lo mismo, solo que con menor suerte. Pero esta actitud implica también cierto desprecio a los ciudadanos, y parte de la desafección tiene que ver con que nos tomen, como decían los investigadores estadounidenses, por un poco idiotas.

En lugar de negar que se va a apoyar al PP, ahora y en los Presupuestos, estaría mejor explicarlo

En los relatos, una buena dosis de sinceridad es necesaria. Al PSOE, además, le convendría especialmente. Estaría bien que dejasen de culpar a Podemos por no haber dado sus votos a Sánchez (como si alguna vez hubieran pensado que de verdad era posible), a la gente por no entender la complejidad o a los enemigos internos. Estaría bien que dieran un paso adelante, reconocieran que van a dar su apoyo al PP, ahora y en la hora de los Presupuestos, o en lo que haga falta cuando Bruselas lo mande, y explicar a sus votantes que lo hacen por responsabilidad con España, por ejemplo. Cierto grado de honestidad ayuda mucho a que los relatos sean creídos. Es cierto que eso tiene riesgos, pero al fin y al cabo es lo que vas a hacer, de modo que, ya que lo vas a hacer, mejor explícalo. El PSOE lleva tiempo balanceándose en la cuerda floja, tratando de colocarse en lugares imposibles, y este manejo del postgolpe es un buen ejemplo de las cosas que no deben hacerse. Mal futuro les espera.

Jennifer Bachner, directora del máster en Science in Government Analytics de la Universidad John Hopkins, y Benjamin Ginsberg, profesor del mismo centro, llevaron a a cabo una investigación que incluía entrevistas con políticos y asesores que trabajan en Washington, en la que pretendían analizar cuál era la relación entre el ciudadano medio y ese mundo de expertos que acaban dando forma a las leyes de un país. El resultado se ha convertido en un libro, 'What Washington Gets Wrong', que ha generado bastante polémica en EEUU. Su tesis es que el entorno burocrático estadounidense desdeña a las personas a las que se supone debe servir.