Postpolítica
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Las enormes críticas a Trump (y cómo llevarán a Le Pen al poder)
Las protestas contra el presidente estadounidense revelan dos aspectos esenciales de la dinámica política contemporánea. Y retratan la ineficacia de la izquierda
Era previsible que la llegada de Trump a la presidencia generase hostilidad en buena parte de la población mundial, y especialmente entre la estadounidense, pero no lo era tanto que la resistencia que se está fraguando consiguiera reafirmarle entre sus votantes mucho más que minarle. Un buen ejemplo fueron las manifestaciones que se organizaron 'espontáneamente' para protestar contra su política migratoria en los aeropuertos de varias ciudades de EEUU. Los medios las cubrieron ampliamente, señalándolas como una muestra clara de la falta de aceptación de Trump entre su propio pueblo.
Sin embargo, esta resistencia televisada produce el efecto contrario del pretendido, ya que aumenta las simpatías del votante de Trump por su líder. El trabajador del cinturón industrial piensa de modo automático que dónde estaban esos pijos de ciudad cuando a él le despidieron, que por qué no van a manifestarse a la puerta de la hamburguesería en la que trabaja su hijo por un salario escaso o por qué no presionan para que haya más empleo, o que dónde están cuando cae enfermo y no puede pagar la atención sanitaria. Les percibe como quienes se indignan cuando se ataca a los inmigrantes, pero que no estuvieron al lado de la gente común cuando se les necesitó; son esa misma gente que les tilda de racistas, paletos y retrógrados, pero a los que les da igual que lo estén pasando económicamente mal.
Cómo sacar provecho de tus enemigos
Este es el tipo de sentimientos que Trump ha movilizado, y lo cierto es que una mayoría de demócratas, activistas y medios de comunicación han contribuido a que el nuevo presidente sacara provecho de ellos. No es extraño: se trata de personas que han salido perdiendo con los cambios sociales, productivos y económicos, han visto cómo sus posibilidades de subsistencia se reducían, cómo su futuro se ha esfumado, y cómo sus descendientes tienen todas las papeletas para vivir peor que ellos.
Sus votos vienen de zonas en que la gente se siente desprotegida: creen que están soportando el peso de la nación sin obtener nada a cambio
Son la fuerza política por excelencia del presente, y han decidido cambiar el sentido de su voto. Ha ocurrido con el Brexit y con Trump, y Francia es el siguiente paso: está cambiando el rumbo de Occidente. Y hay un malentendido habitual sobre ella, que tiene que ver con identificar estas tensiones culturales y materiales en EEUU como el simple producto del choque entre el mundo urbano y el rural o como una clara cuestión generacional. Por supuesto, son componentes que juegan un papel importante, pero la realidad va más allá de esos factores.
La revuelta electoral
En Francia es obvio, donde hay elementos ligados a la situación material y a la profesión que son decisivos: los votos no vienen solo del interior del país y de su población envejecida, sino de todos los espacios en los que la gente se siente desprotegida y cree que está soportando el peso de la nación sin obtener nada a cambio: ellos son los que se están revolviendo electoralmente. En consecuencia, los barrios obreros, la clase media empobrecida, los autónomos y algunas partes del funcionariado, sectores en que los demócratas en EEUU y la izquierda en Europa conseguían buena parte de sus votos, hoy están depositando su confianza en la derecha populista.
Los políticos les sangraban a impuestos para dar el dinero a las minorías raciales, los colectivos progres y los 'hippies' que odiaban a su propio país
Este cambio es producto de una significativa transformación cultural, a la que la derecha ha sabido adaptarse mucho mejor. El discurso que ha empleado cuenta con una doble dirección, que ha ido cambiando a través de las décadas. En 1960, el populismo de derechas de George Wallace identificaba a las élites con Washington, esto es, con los políticos que les sangraban a impuestos y despilfarraban el dinero recaudado para favorecer a las minorías raciales, a los colectivos progres, y a los 'hippies' que odiaban a su propio país. Reagan lo continuó, pero poniendo más énfasis en que los estadounidenses recuperasen su identidad a través de la liberación de un Estado gigantesco que mantenía con sus impuestos exagerados a un montón de vagos improductivos que querían vivir de los subsidios.
La doble amenaza
Ese es también el terreno en el que se mueven Trump y los populismos de derecha actuales: las élites pasan a estar representadas por los políticos de Washington, en el caso estadounidense, y por la burocracia de Bruselas, en el europeo; al mismo tiempo, el viejo odio hacia las minorías improductivas que vivían del erario público se traslada hacia los inmigrantes, quienes reciben los recursos institucionales en detrimento de los ciudadanos nacionales. Esa doble amenaza, interpretada en clave patriótica, tiene una gran capacidad de llegada hoy, en gran medida por las dificultades materiales existentes, en parte por el repliegue en la seguridad laboral que teóricamente supone el impulso proteccionista.
"En lugar de entender qué pasa para que el FN logre el 25% de los votos, la izquierda prefiere ponerse como la punta de lanza y adoptar un lenguaje moral"
Frente a este discurso, la izquierda ha hecho algo improductivo y absurdo: se ha convertido en el guardián moral. Como bien señala Guillermo Fernández, investigador de la Universidad Complutense de Madrid, especializado en comunicación política, y cuya tesis en curso versa sobre la elaboración de la nueva identidad política en el Frente Nacional francés, “en lugar de tratar de entender qué es lo que está pasando para que el FN lograra casi el 25% de los votos, la izquierda prefiere ponerse como la punta de lanza de un (cuasi) inexistente Frente Republicano y adoptar un lenguaje moral: 'No podemos aceptar que venga la barbarie'. Y parece que entonces han cumplido su papel. Nos hemos manifestado, hemos reaccionado. Con qué poquito nos alegramos”.
Reinventaos, cutres
Las revueltas en las calles estadounidenses forman parte de una suerte de avergonzamiento público del monstruo Trump (o de la fiera Le Pen), tan reconfortantes para quienes asisten como contraproducentes para sus propósitos. En el fondo, los votantes entienden mejor el mensaje de la derecha populista, porque se dirige al corazón de sus problemas, aunque sea por un camino torcido.
En Europa, es muy evidente: los progresistas de los partidos socialdemócratas tradicionales les dicen que estos son tiempos de innovación, que hay que prepararse para los nuevos tiempos, que deben reinventarse para aprovechar las enormes posibilidades de la globalización, que han de ser proactivos y pensar en positivo y que así todo les irá bien; al mismo tiempo, cuando gobiernan, aplican políticas de austeridad que les llevan a que su nivel de vida descienda, y que su horizonte vital sea mucho más estrecho.
Tienen razón: la izquierda se ha especializado en visualizar los problemas, utilizar las armas morales y quedarse satisfecha con eso
Los progresistas de los nuevos partidos y la izquierda en general les hablan de horizontalidad, municipalismo, democracia participativa, bicicletas, afectos y cuidados; al mismo tiempo, se vuelcan en la defensa de los emigrantes, los colectivos LGTB, la gente en situación de emergencia energética y las cabalgatas políticamente correctas. Ni unos ni otros puedan alcanzar así ni el corazón ni la cabeza de sus votantes.
Por eso, cuando salen a las calles a protestar contra las políticas de la derecha populista, el posible votante mira a líderes como Trump o Le Pen y piensa que sus oponentes no son más que un montón de modernillos, hijos de clase media alta, que juegan a hacer moralina. Pero que cuando necesitan que estén a su lado, y que les solucionen problemas prácticos, desaparecen. Y, en cierta medida, tienen razón: la izquierda se ha especializado en visualizar los problemas, en utilizar las armas morales, pero mucho menos en llevar a cabo acciones prácticas, reales y efectivas que ayuden a esta gente. No es que los populistas de derechas vayan a hacer mucho más, pero al menos sienten que les comprenden al mismo tiempo que les prometen seguridad. En la Europa de 2017, este elemento va a ser esencial, y la izquierda, incluida su opción populista, no ha terminado de entenderlo. Francia, próxima parada.
Era previsible que la llegada de Trump a la presidencia generase hostilidad en buena parte de la población mundial, y especialmente entre la estadounidense, pero no lo era tanto que la resistencia que se está fraguando consiguiera reafirmarle entre sus votantes mucho más que minarle. Un buen ejemplo fueron las manifestaciones que se organizaron 'espontáneamente' para protestar contra su política migratoria en los aeropuertos de varias ciudades de EEUU. Los medios las cubrieron ampliamente, señalándolas como una muestra clara de la falta de aceptación de Trump entre su propio pueblo.