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Cuando dos tipos rastreros y ambiciosos se pelean y nosotros pagamos la factura
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Esteban Hernández

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Cuando dos tipos rastreros y ambiciosos se pelean y nosotros pagamos la factura

Hoy, para entender la realidad, hay que recurrir con demasiada frecuencia a la ficción. La serie 'Billions', muy recomendable, nos ofrece algunas claves para entender lo que pasa

Foto: Paul Giamatti y Damian Lewis en 'Billions'.
Paul Giamatti y Damian Lewis en 'Billions'.

Un empleado de un fondo de inversión exitoso, angustiado por la situación laboral en la que se encuentra, narra a la psicóloga de la empresa un sueño que le viene perturbando, un temor en apariencia irracional que le obsesiona: está preocupado con los 'hackers' rusos y por su capacidad de crear toda clase de desórdenes, ya que con unas pocas líneas tecleadas en el ordenador pueden desde controlar aerolíneas hasta generar caos en los mercados, y eso sin duda afectaría a su cartera y a su retribución. La psicóloga devuelve ese pánico a su realidad cotidiana. Es lo que se llama proyección: el trabajador del 'hedge' siente por los 'hackers' el mismo temor que la gente a la que van a afectar sus decisiones siente por él. Tiene miedo a que su vida se descontrole, que es lo que les ocurrirá a muchas personas cuando su empresa, Axe Capital, lleve a cabo la acción que están planeando. Mucha gente será dañada por una resolución tomada en una mansión de los Hamptons.

Apostar sin riesgo

Es una escena ficticia (este tipo de problemas de conciencia se solucionan antes de entrar en un 'hedge'), contenida en una muy recomendable serie, ‘Billions’. Brian Koppelman, un exdirectivo discográfico, guionista y cineasta, y Andrew Ross Sorkin, quien fuera periodista de ‘The New York Times’ especializado en fusiones y adquisiciones y gran conocedor del mundo del 'private equity' y de los 'hedges', están al frente de ella. En sus capítulos, se describe la lucha entre un fiscal que combate las prácticas fraudulentas del entorno financiero y uno de los multimillonarios al frente de uno de esos fondos, un hombre hecho a sí mismo, proveniente de la clase baja, y exitoso a raíz de haber obtenido grandes beneficios el 11-S. Son dos tipos rastreros y ambiciosos, dados a los engaños y las mentiras; el primero porque entiende que con sus enemigos es imposible jugar limpio, y porque solo esta clase de subterfugios le garantizan conseguir resultados, y el segundo porque en eso consiste su profesión: se dedica a apostar, y sabe que el que apuesta sin conocer de antemano el resultado es necesariamente un fracasado.

La serie refleja la realidad del poder, la capacidad frágil de la política, cómo se toman las decisiones y el tipo de sistema en el que estamos inmersos

‘Billions’ se centra en la pugna cruel y llena de giros entre estas dos figuras, pero por el camino nos deja algo mucho mejor que un rato de entretenimiento, como es una buena descripción de la realidad contemporánea. Más allá de las exigencias argumentales para mantener la atención, dibuja un buen retrato de cómo funcionan las cosas, ese que hoy solo puede tener lugar a través de la ficción. Buena parte de las tensiones políticas y sociales tienen su origen en elementos que aparecen en la serie como de rondón.

La ideología tras el telón

Lo interesante del capítulo que contiene la escena narrada, el séptimo de la temporada actual (la segunda), es lo bien que refleja algunas de las realidades de nuestro tiempo, aquellas que tratan del poder, de la capacidad frágil de la política, de cómo se toman las decisiones que nos afectan y del tipo de sistema en el que estamos inmersos. Pero hay algo más: también aparece la ideología que las anima.

Había dos opciones: o renunciar a corto plazo a lo invertido y recuperar a medio o imponer un gran plan de austeridad. Os podéis imaginar la solución

El fondo ha invertido 500 millones de dólares en la compra de bonos municipales de un pueblo estadounidense porque esperaba que se le concediera una licencia para abrir un casino. No fue así, y ahora tienen en su cartera un montón de deuda que no podrá pagarse. De modo que tienen dos opciones: o renunciar a corto plazo a lo invertido y ayudar a que la zona se recupere y pueda hacer frente a los pagos, o imponer un gran plan de austeridad de forma que todo tipo de ingreso municipal y todos los activos que tengan un mínimo valor (propiedades, maquinaria, edificios, planes de pensiones, lo que sea) vayan a parar a manos del fondo para reducir las deudas. La primera opción parece más rentable (aunque no lo sea pensando en el futuro) y supone enormes sacrificios para la población, que verá degradadas sus condiciones de vida hasta extremos nada recomendables. El empleado del fondo es muy consciente de lo que vendrá a continuación, y por eso se resiste a dar su beneplácito.

El argumentario

Es fácil adivinar cuál es la decisión final, y más aún cuando nos ha tocado de cerca. Eso fue lo que ha ocurrido en España, en Grecia, en Portugal y en tantos otros sitios del mundo. Es curioso contemplar el argumentario utilizado por el fondo, porque nos resulta muy conocido: prepara anuncios televisivos en los que parezca que las víctimas de la austeridad van a salir en realidad beneficiadas, cómo la extracción de recursos es vendida como rescate, cómo será la gente trabajadora y responsable la que sufra si la ciudad no hace frente a sus deudas, o cómo el problema de fondo es que los políticos no cooperan, porque el 'hedge' dice estar dispuesto a negociar.

Ante este reto, una ciudad (o un país) se fortalecerá o perecerá, pero ambos resultados serán igual de buenos, porque serán naturales

Pero quizá lo más llamativo sea el fondo ideológico en el que se sustenta la decisión. En resumen: una ciudad (o un país) es como un negocio, y cuando este excede sus posibilidades y las cifras no cuadran, suele llegar un protector, en forma de Gobierno, que cubre las pérdidas. Eso es altamente ofensivo. No es el fondo el que está dañando a la ciudad, es la ciudad la que se ha hecho daño a sí misma por no haberse gestionado bien. De modo que ya solo queda una opción que es dura pero necesaria. Hazte resistente o muere, que diría Nassim Taleb. Ante este reto, la ciudad se fortalecerá o perecerá, pero ambos resultados serán igual de buenos, porque serán naturales. La culpa es vuestra, vuestros dirigentes son malos, saldréis perjudicados si no hacéis lo que decimos: habéis pecado y es hora de pagar.

Actuar de la mejor manera posible

Hay un segundo tipo de razones, ligadas a la misma cosmovisión. Todo el mundo se busca la vida y sale adelante o no, hay gente que es carne de cañón y gente que triunfa. Actuar de esta manera no es más que actuar con justicia, de un modo que traerá muchos más beneficios que perjuicios. Ahora hay que amputar las partes gangrenadas “y después ya invertiremos unos millones, crearemos escuelas públicas, nos haremos con los impuestos y esos chicos vivirán mejor de lo que han vivido sus padres”. No se trata solo de garantizar el propio interés, sino de actuar de la mejor manera posible para la humanidad.

Hubo inversores que pensaron que prestar dinero a bancos y cajas para alimentar la construcción era un gran negocio. Ahora pagamos los demás

No son argumentos de ficción, son ideas que circulan con insistencia por los lugares favorecidos de la sociedad, y que la serie recoge en su desarrollo. Esta es la ideología dominante, aquella que da forma a buena parte de las decisiones económicas y políticas de nuestro entorno. A partir de aquí, en muchas ocasiones se establecen discusiones filosófico-sociales acerca de la bondad o maldad de las mismas, contraponiendo un plano teórico con otro. Pero esas discusiones son irrelevantes. En realidad, lo único que están haciendo es utilizar unas ideas que les resultan útiles coyunturalmente, porque si les convinieran otras, también echarían mano de ellas. No se trata de oponer una visión del mundo a otra, simplemente de seguir ganando más dinero.

Los verdaderos 'hackers' rusos

Para entender esto, hay que entender el contexto, porque como bien explica el capítulo, hay un paso previo. El fondo invirtió porque creía tener un negocio seguro. Contaban con información privilegiada que les permitiría obtener grandes cantidades de dinero sin apenas riesgo. Pero las cosas no siempre salen como se planean (y tenemos ejemplos evidentes en las 'subprimes'), y cuando se torcieron, pensaron que lo mejor era que otros pagasen su factura. Esto es lo que ocurrió, sin ir más lejos, en España: hubo inversores que pensaron que prestar dinero a bancos y cajas para seguir alimentando la construcción era un gran negocio. Y cuando todo se rompió, como no podía ser de otra manera, tejieron un rescate para que los demás pagásemos sus malas inversiones. En realidad, si esto fuera un sistema capitalista, cada cual haría frente a sus propias decisiones, y si se invirtió donde no se debía, habrían tenido que correr con las consecuencias. Pero esto no es el capitalismo, porque tampoco creen en él, y somos la gente común los que hemos acabado sufragando los errores de los otros.

Esto es esencial entenderlo cuando hablan de naturaleza, de justicia y de que los europeos del sur, como sugiere nuestro inefable Dijsselbloem (con la defensa de su padre putativo Schäuble), nos hemos gastado el dinero en putas y alcohol y ahora queremos que nos paguen la fiesta. Se trata más bien de lo contrario: hubo gente que invirtió mal, pero no están acostumbrados a perder, y tienen los recursos para hacer que los demás juntemos los billetes para hacer frente a la factura.

Foto:  Jeroen Dijsselbloem. (Reuters) Opinión

Por eso se agradece la ironía de 'Billions' cuando saca a relucir a los 'hackers' rusos, un tema de moda con su supuesta ayuda a Trump. El argumento de fondo consiste en señalar cómo la democracia estadounidense está siendo subvertida por un país extranjero que interviene ilegalmente en los procesos internos a través de procedimientos informáticos. Quizá sí, pero es irrelevante respecto de la subversión de la democracia que produce este entorno financiero sin límites y sin normas. Los 'hackers' rusos no son más que una proyección: los que traen el caos no son ellos.

Un empleado de un fondo de inversión exitoso, angustiado por la situación laboral en la que se encuentra, narra a la psicóloga de la empresa un sueño que le viene perturbando, un temor en apariencia irracional que le obsesiona: está preocupado con los 'hackers' rusos y por su capacidad de crear toda clase de desórdenes, ya que con unas pocas líneas tecleadas en el ordenador pueden desde controlar aerolíneas hasta generar caos en los mercados, y eso sin duda afectaría a su cartera y a su retribución. La psicóloga devuelve ese pánico a su realidad cotidiana. Es lo que se llama proyección: el trabajador del 'hedge' siente por los 'hackers' el mismo temor que la gente a la que van a afectar sus decisiones siente por él. Tiene miedo a que su vida se descontrole, que es lo que les ocurrirá a muchas personas cuando su empresa, Axe Capital, lleve a cabo la acción que están planeando. Mucha gente será dañada por una resolución tomada en una mansión de los Hamptons.

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