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La extrema derecha, Podemos y la lección que nos ha enseñado Cataluña
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Esteban Hernández

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La extrema derecha, Podemos y la lección que nos ha enseñado Cataluña

Los ultras están regresando a la escena política. Los sectores progresistas señalan que son un gran peligro, pero su insistencia revela un problema evidente de las fuerzas de izquierda

Foto: Trifulca entre grupos ultras en Barcelona. (A. D./EFE)
Trifulca entre grupos ultras en Barcelona. (A. D./EFE)

Naomi Klein editará en España a primeros de noviembre un nuevo libro en el que describe una suerte de programa para la izquierda. Con el título de ‘No is not enough’ (‘Decir no no basta’), pone de relieve que la mera tarea de oposición no sirve de mucho salvo que vaya acompañada de una propuesta alternativa, de un contenido concreto que, más allá de subrayar el descontento, genere ilusión en la gente. La idea de Klein es correcta, pero no es muy frecuente que sea tomada en cuenta, en parte porque no concuerda con la estrategia actual de la izquierda. Y los acontecimientos catalanes han venido a subrayarlo de un modo demasiado transparente.

Podemos podía haber tomado otra postura en el asunto catalán, incluso una que le hubiera granjeado apoyos por algún lado, y no la que ha adoptado, que solo ha servido para salir perdiendo por ambos lugares. Pero era esperable, porque su marco de pensamiento no le permitía pensar otras opciones. En primer lugar, coincidía con el de los soberanistas, lo que les permitía unir estrategias. JxS sabía que no podían ser independientes por mucho que forzaran la máquina porque carecían de las condiciones de posibilidad para poner en marcha un Estado. Su opción era visualizar al poder central como opresor y represor, de forma que generase simpatías internacionales (e incluso en otras partes de España) que apoyasen su único objetivo medianamente viable, la celebración de un referéndum. Por eso emprendieron una campaña antes del 1-O en el que equiparaban a España con la peor versión de sí misma: un mundo retrógrado, filofranquista, impositivo y casposo.

Cuando careces de un programa potente, solo te queda vestir al enemigo de la manera más peligrosa posible como elemento de convicción

Podemos jugaba en ese mismo terreno, y coincidía con el diagnóstico, solo que reducía esa España al PP y C’s. Eran gente sorda, intolerante, semidictatorial, amiga de la corrupción, que querían arreglar todo con las porras en lugar de con las palabras. Ese había sido el marco discursivo de Iglesias desde su inicio: la oposición al régimen del 78, agotado, opresor y basado en la represión, lo que había centrado su acción. Su deseo de un proceso constituyente tenía que ver con acabar con la España que representaba el PP, la del pasado, que carecía de las energías y de las ideas necesarias para conducir a nuestro país por los caminos del siglo XXI. Esto se sustanciaba en la práctica en un ‘todos contra el PP’ que podía generar múltiples simpatías en la izquierda y en los nacionalistas.

Y era esperable

Cataluña les ha servido para insistir en ese marco, aun cuando no les haya resultado muy útil: su discurso alrededor de los derechos civiles vulnerados, de la necesidad de votar y de la intransigencia española tenía como propósito último hacer valer un esquema que excluía por completo al PSOE y les iba a constituir como la única fuerza de izquierda. Pero no les ha salido bien, como era esperable.

Esta izquierda necesita enfrente a un enemigo potente, impositivo, insultantemente viril y rancio: necesita a la España casposa

Cuando careces de un programa potente, solo te queda vestir al enemigo de la manera más peligrosa posible como elemento de convicción. No es algo nuevo, el PP lleva mucho tiempo haciéndolo. Y es un fenómeno típico de la política contemporánea: Macron no ganó porque convenciese, sino porque recogió en torno a sí a todos los atemorizados con un triunfo de Le Pen; Rajoy es presidente no por su credibilidad, sino porque dijo que era la única opción que evitaría que el Gobierno estuviera conformado por una alianza entre Podemos, PSOE y los separatistas; y los soberanistas no encuentran mayor legitimidad a su deseo de secesión que los policías golpeando a los votantes. En definitiva, todos están jugando con la percepción de los “otros” como un gran peligro para la convivencia o la estabilidad como arma primera.

El regreso de la ultraderecha

Ese es el marco en el que se sigue moviendo Podemos. Y no es raro, porque la izquierda lleva un tiempo largo fijada a esa estrategia. Necesita enfrente a un enemigo potente, impositivo, insultantemente viril, y mejor si es rancio, y la España casposa, la que en realidad es franquista, la que sigue oprimiendo a los pueblos, a las minorías, a quienes tienen otras opciones sexuales, es su enemigo ideal.

Nos dicen que Cataluña es el pretexto perfecto para que los ultras vuelvan a sacar la cabeza; y ya se sabe que se empieza por ahí y se acaba con un partido fascista gobernando

Es en este contexto que la ultraderecha regresa en España. La hemos visto rompiendo una manifestación separatista en Valencia, hemos sabido que se pegaron entre ellos en Barcelona, nos han dicho que el 8-O la concentración españolista estaba llena de fachas, y nos cuentan también que Madrid está repleta de banderas con el aguilucho. Nos están avisando de que tengamos cuidado con estas cosas porque Cataluña se está convirtiendo en el pretexto perfecto para que los ultras vuelvan a sacar la cabeza, y ya se sabe que se empieza por ahí y se acaba con un partido como esos gobernando España.

El gran peligro

Es cierto que las tensiones en Cataluña ha generado un rebrote del sentimiento nacional español y que parte de esa efervescencia ha hecho que la extrema derecha salga del agujero. Lo es también que algunos de estos grupos son violentos, agreden a ciudadanos y causan con frecuencia problemas de orden público. Pero de ahí a convertir la extrema derecha en el que gran peligro al que España debe enfrentarse hay un mundo. Se trata de una fuerza que carece de representación parlamentaria y que no cuenta hoy con arraigo social. Y en cuanto al futuro, es probable que si las tensiones nacionalistas van en aumento, este tipo de ideologías encuentren más público dispuesto a escucharlas. Pero no hay ningún motivo para pensar que a corto o medio plazo una fuerza política de este tipo se vaya a convertir en importante en España. Ni siquiera en Europa ha pasado esto: la derecha que ha triunfado es la populista, que dista mucho de los viejos fascismos, y los partidos filofascistas con peso electoral real no son ni el primero ni el segundo en su país.

Insistir en la extrema derecha como un gran peligro es constatar el fracaso de una izquierda débil que no ha sabido encontrar a sus votantes

Pero esta visualización de la extrema derecha como algo que acecha tras la esquina y que se puede convertir en un enorme problema, más que la descripción de un hecho, es la consecuencia del fracaso de una izquierda débil que por haber leído mal la sociedad española, y por no haber tejido un programa a la altura de los temores y esperanzas de la gente, necesita encontrar permanentemente un enemigo fuerte que la ratifique.

La lógica del 15-M

En este sentido, cada vez que sectores progresistas sacan a colación a los fascistas españoles, me parece que se está utilizando el mismo recurso empleado por los soberanistas con la manifestación del 8-O. La criticaban con dos argumentos: “no son de aquí, se irán esta noche”, y “la mayoría son fachas”. Cuando esas afirmaciones comenzaron a circular, tuve claro que les había hecho daño, que no esperaban tanta gente y por eso necesitaban desacreditarla; pero recurrir para ese objetivo al franquismo y a la extrema derecha era ante todo la constatación de una derrota. Con la izquierda gatopardilla me pasa lo mismo: cada vez que les oigo gritar en redes “que vienen los fachas”, creo que están constatando su propia impotencia. Entre otros motivos, porque habíamos escuchado repetidamente que España se había salvado del giro derechista europeo, que aquí no había populistas de derechas ni partidos xenófobos, gracias al 15-M, y que la aparición de una formación como Podemos nos había inmunizado de la amenaza filofascista; desde esa misma lógica, bien se podría concluir que si unos están resurgiendo es porque los otros se están desvaneciendo.

En un entorno materialmente preocupante, que debería favorecer a la izquierda, se han quedado fijados a la imaginería política de la Transición

Si la extrema derecha reaparece en sus discursos es porque se trata de un fantasma que necesitan agitar, porque en esa tarea de oposición precisan de un enemigo contra el que todos estemos de acuerdo. ¿Cómo no vamos a entender que la extrema derecha es un problema? Muy pocas personas dirán lo contrario. Pero la cuestión no es esa, sino hasta qué punto la izquierda se ha quedado fijada en un marco de oposición. Había que estar contra el Régimen del 78, contra la monarquía y contra Rajoy, pero todo eso implica un “no” en lugar de algo propositivo. En un entorno materialmente tan preocupante, es decir, en un contexto que debería favorecer a la izquierda, se han quedado anclados en la mera resistencia contra el poder; se han quedado fijados a la imaginería de la Transición y tratan de contarnos que en realidad nada ha cambiado desde entonces. Esto es absurdo. Y no porque España sea otra, que también, sino porque lo que ha cambiado radicalmente es el sistema que nos rige.

Debajo de cada español hay un franquista

Insistir en esa lucha contra un poder opresivo y represor es útil porque es lo poco que une a muchos de los grupos que forman parte de ese paraguas que es Podemos, y es lo único que podría unir a los de Iglesias con el PSOE (aparte de razones obviamente pragmáticas) en el hipotético caso de que alguna vez tuvieran que juntar sus votos. Pero es un error que encubre el hecho de que esta izquierda moderna carece de un programa que pueda generar mayorías. En lugar de eso, han preferido convertirse en una fuerza reactiva e ir encontrando por ahí enemigos que les permitan suscitar alianzas. Por eso nos dicen que si rascas un poco a cada español termina apareciendo el caudillo, que todos somos hijos del franquismo sociológico por más que nos disfracemos de otra cosa.

Es lo mismo que hizo Clinton con los obreros estadounidenses, decirles que eran unos patanes atrasados y reaccionarios. Sabemos el resultado

Lo siento, no es cierto. En España hay personas de toda clase, y si la izquierda no logra atraerlas hacia sus ideas cuando las cosas materialmente pintan tan mal, es responsabilidad de la izquierda, y no de que en realidad estemos todos deseosos de formar patrullas para salir a patear rojos. En el fondo, es lo mismo que hizo Clinton con las clases trabajadoras estadounidenses o los ingleses con el Brexit, decir a aquellos que les podían votar que eran todos unos patanes atrasados y reaccionarios. Y ya sabemos el resultado.

El típico programa de mayorías

De modo que Naomi Klein tiene razón, no es suficiente con el “no”. Pero aquí se abre un nuevo problema, que explica también por qué la izquierda lleva tanto tiempo perdiendo. Cuando se lee el texto de Klein, que Varoufakis califica de “manual de la emancipación” o que Owen Jones tilda de “proyecto esencial de contraataque mundial”, el lector se encuentra, junto con algunas reflexiones interesantes, con la retórica habitual. El libro está cargado de entusiasmo, insiste en que es esencial generar ilusión, y nos habla de que es preciso luchar contra el cambio climático, subir el salario mínimo o acoger a los refugiados, pero también de la necesidad de otorgar reparaciones por la esclavitud y el colonialismo, de desmilitarizar la policía, de crear cooperativas y de pensarnos lo de abolir las prisiones. En fin, el típico programa que arrasaría en cualquier elección occidental, como todos sabemos.

Bien, quizá sea el momento de decir “ya vale”​ a esta izquierda pijilla que vive en otro planeta. Si quiere resituarse, si quiere tener opciones reales de ser una fuerza de primera magnitud, tiene que volver a pensar en lo material de una manera insistente. Y debe tener un programa en el que en lugar de despreciar a posibles votantes (esa panda de paletos y fachas) entienda que están sujetos a contradicciones obvias que pueden derivar sus simpatías políticas hacia nuevos lugares. Si en lugar de realizar esta tarea se insiste en la extrema derecha como fantasma, en el régimen del 78 y en las fantasías a lo Naomi Klein, se está dando un paso adelante hacia la nada.

Naomi Klein editará en España a primeros de noviembre un nuevo libro en el que describe una suerte de programa para la izquierda. Con el título de ‘No is not enough’ (‘Decir no no basta’), pone de relieve que la mera tarea de oposición no sirve de mucho salvo que vaya acompañada de una propuesta alternativa, de un contenido concreto que, más allá de subrayar el descontento, genere ilusión en la gente. La idea de Klein es correcta, pero no es muy frecuente que sea tomada en cuenta, en parte porque no concuerda con la estrategia actual de la izquierda. Y los acontecimientos catalanes han venido a subrayarlo de un modo demasiado transparente.

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