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El golpe en la mesa de Ciudadanos (y dónde va con su giro a la derecha)
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Esteban Hernández

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El golpe en la mesa de Ciudadanos (y dónde va con su giro a la derecha)

Albert Rivera ha apostado por una postura nacionalista típica de la derecha que le ha servido para crecer en las encuestas. Su posición abre varios interrogantes sobre el futuro

Foto: Albert Rivera, el gran beneficiado electoral de la crisis catalana. (EFE)
Albert Rivera, el gran beneficiado electoral de la crisis catalana. (EFE)

Perdidos en el ping pong catalán, nos pasan desapercibidos un montón de acontecimientos cotidianos, a veces muy relevantes, que no consiguen la visibilidad que merecerían. Y si eso ocurre con las noticias, más difícil todavía es que encontremos tiempo para reflexionar sobre ellas. Uno de estos asuntos es el triunfo en las elecciones austriacas de Sebastian Kurz, un joven de 31 años de origen humilde, cuyo ascenso meteórico en la política fue bendecido dentro y fuera del partido conservador del que se convirtió en líder.

Lo novedoso no es solo su edad, inusual para un mundo que exigía experiencia y conocimiento del entorno como cualidades imprescindibles, y ni siquiera que sea un líder más ligado al 'marketing' que a la valía personal. Lo que se está jugando aquí es significativo en un sentido más profundo.

El fantasma de Occidente

Las tensiones internas entre los estados y la globalización, entre los grupos locales que pierden y las élites que ganan, está provocando que las estructuras sociopolíticas que se habían tejido durante las décadas anteriores estén en retirada. Estos cambios se han achacado al nacimiento de las corrientes populistas, lo cual es cierto, y hemos visto cómo fuerzas de esta clase han recorrido Occidente. Pero no es la única tendencia, y ni siquiera la dominante hoy.

Para defender el 'statu quo' cada vez son menos útiles los políticos tradicionales, pero también los partidos que lideraban: ha llegado el cambio

Para frenar las acometidas de las formaciones emergentes, los movimientos sistémicos han puesto en práctica nuevas tácticas, en general exitosas. Lo cual supone que los partidos tradicionales están sufriendo como nunca, y amenazan con salir del juego político superados por nuevos actores. El caso más evidente es el francés: frente al empuje de Marine Le Pen se puso en marcha un nuevo partido, liderado por un joven político que venía de las élites pero que, por su novedad y carisma, parecía el contrincante perfecto contra el populismo. Macron ganó las presidenciales con más facilidad de la que se podía presuponer. Pero hay muchos más. Renzi es otra de esas figuras. Aunque perteneciera a un partido de la vieja guardia, su liderazgo supuso una transformación personalista del mismo, de modo que se votaba mucho más al cabeza de lista que al partido. Eso ha ocurrido en EEUU: a pesar de que Trump era republicano, tenía a todo el 'establishment' en contra, y desde luego lo está agitando a base de bien. Y ha ocurrido ahora en Austria con Kurz.

Las élites se han cansado de ellos

Por decirlo de otro modo, cada vez son menos útiles para defender las posturas sistémicas no solo los líderes tradicionales, sino los mismos partidos tradicionales. Por dos razones: ya no funcionan tan bien electoralmente, ya que los nuevos tiempos generan tensiones que no pueden canalizarse a través de los viejos actores, lo cual es una señal evidente de que algo está ocurriendo, y porque los poderes globales, los que realmente tienen un peso a la hora de dirigir nuestras sociedades, cada vez soportan peor esas redes clientelares que se han solidificado alrededor de estructuras de poder intermedias.

Ciudadanos renunció a convertirse en una fuerza de mayorías cuando eligió ser la muleta del PP y situarse en un espacio ideológico similar

Probablemente fue en España donde arrancó este giro. Podemos nació de la nada y tejió un partido nuevo alrededor de una figura carismática. Poco después, y como contrapeso, Ciudadanos dio el salto a la política nacional y tuvo que construir una estructura de la que carecía fuera de Cataluña, siendo su único aval la popularidad de Rivera.

Las dos diferencias

Pero fueron experimentos que se quedaron a mitad de camino, porque ninguno de ellos logró sobrepasar a sus partidos competidores, a aquellos que operaban en su mismo estrato ideológico. Podemos entendió que estas dificultades del sistema para seguir generando legitimidad a través de sus viejos actores tenían que ser comprendidas en clave únicamente nacional, y miró al pasado, tomando como objetivo el régimen del 78. Así les va. Ciudadanos renunció a convertirse en una fuerza de mayorías cuando eligió ser la muleta del PP, situándose en un espacio ideológico similar, con solo dos diferencias: eliminaron el aspecto religioso y fueron discursivamente muy activos a la hora de denunciar la corrupción.

Rivera es el gran beneficiado, según las encuestas, del malestar por la secesión catalana y del rebrote nacionalista en el resto de España

Con este contexto, el partido de Rivera no podía aspirar a ser más que un nuevo Bayrou o un nuevo Clegg, mucho más que un Le Pen: formaciones instrumentales que canalizan el descontento contra los partidos de derechas y que se lo devuelven apoyándoles en el parlamento. La consecuencia habitual es que se conviertan en actores irrelevantes tras una legislatura sosteniendo al Gobierno y que en las siguientes elecciones generales cuenten con muchos menos diputados.

Escapar de la irrelevancia

Así estábamos hasta que llegó el 'procés', las cosas se enredaron y Ciudadanos fue cobrando cuerpo. Es la formación que canaliza el voto españolista en Cataluña y la que más simpatías está despertando entre quienes esperan una posición dura respecto a Puigdemont y los suyos. Rivera es el gran beneficiado, a decir de las encuestas, del malestar por la secesión catalana y del rebrote nacionalista en el resto de España. De modo que ha percibido la oportunidad y ha recrudecido su discurso, porque sabe que le viene bien y porque puede encontrar ahí una forma de escapar de esa irrelevancia a la que está condenado como el PP no empiece a perder apoyo social.

Parece que Ciudadanos se va a convertir en un partido muy nacionalista y que puede sacar rédito a corto plazo. La cuestión es si eso tiene recorrido

Además, Rivera está molesto con Rajoy porque a la hora de la verdad, en lugar de apoyarse en su socio natural, se ha refugiado en el PSOE en el asunto de la reforma constitucional: cuando le dice al presidente en el Congreso que “le vamos a apoyar haga lo que haga, a pesar de que no sabemos lo que va a hacer”, lo deja caer con apreciable malestar.

El golpe español

Parece que Ciudadanos se va a convertir en un partido más nacionalista que nadie, en especial en lo que se refiere a la relación con las comunidades autónomas, y puede sacar rédito a corto plazo de ese movimiento. La cuestión es si este golpe español en la mesa tiene recorrido. Y la respuesta podría ser positiva.

Estamos en un momento de cambio sociopolítico en Occidente, que está construyendo un polvorín en el que los nacionalismos funcionan muy bien

El recrudecimiento del nacionalismo no es un asunto local, y ni siquiera tiene que ver con figuras como Rufián, sino que es el signo de los tiempos. Las contradicciones de una globalización que beneficia a una clase privilegiada mundial y a China, pero no a las clases medias occidentales, están cobrando cuerpo alrededor de las banderas. Los perdedores de los países ganadores, incluidas partes de la clase media alta, se ven amenazados (con razón). En ese contexto, es fácil que los elementos identitarios cobren mucha fuerza, ligados o no a sentimientos antiglobales.

Los que ganan y los que pierden

Estamos en un momento de cambio: los líderes no presentan características racionales, sino carismáticas; las pulsiones sociales son más románticas que racionales; las estructuras típicas del pasado, desde el Estado del bienestar hasta el bipartidismo, están debilitándose a pasos agigantados; las virtudes sociales que cohesionaban los grupos han dejado paso a un individualismo generalizado. Todos estos elementos, sumados a la bifurcación material, donde a pocos les va a ir bien y a muchos peor, son un pequeño polvorín. Y los nacionalismos son muy dados a imponerse en estos escenarios.

Ciudadanos tiene un punto cuqui-liberal, de los de 'hazte emprendedor, guapi' que encaja muy mal con los votantes que se sitúan más a la derecha

Otra cosa es si Ciudadanos tiene en mente la era en que nos movemos o si sigue presa de sus esquemas. Todos los partidos de derecha nacionalista, sean populistas o estén situados en el extremo, poseen un elemento social claro. Unos afirman que si a la gente le va mal es culpa de los inmigrantes, y los otros señalan a la globalización (o a la UE). Pero siempre se dirigen con un mensaje de mejora a las clases que materialmente más dañadas están resultando. Hay que tener en cuenta que si los nuevos partidos de derecha han crecido, ha sido por el apoyo electoral de las clases populares, que han dejado de pertenecer a la izquierda.

Pero Ciudadanos lo tiene ahí difícil, por ese punto cuqui-liberal, de programas económicos dibujados por señores catedráticos, de los de 'hazte emprendedor, guapi', que enganchan muy mal con sus potenciales electores y les reducen a que, salvo en Cataluña, les voten los desencantados con el PP. Un ejemplo: es el partido que más voto ha recogido en los barrios populares del cinturón de Barcelona, los feudos típicos de la izquierda en el pasado. Pero solo les une una cosa, la bandera; económicamente, su programa daña a esa gente, por lo que no es probable que su apoyo dure, salvo que el asunto catalán se enquiste durante mucho tiempo. Pero fuera de allí, esa brecha con electores potenciales es mucho más amplia. Porque si Ciudadanos sigue dando golpes en la mesa con la bandera y se fija en lo que hizo Le Pen, por ejemplo, entonces sí que podemos tener un partido de derecha populista exitoso en España. No parece que esa vaya a ser la opción de Ciudadanos, pero la puerta al giro a la derecha se le ha abierto con Cataluña.

Perdidos en el ping pong catalán, nos pasan desapercibidos un montón de acontecimientos cotidianos, a veces muy relevantes, que no consiguen la visibilidad que merecerían. Y si eso ocurre con las noticias, más difícil todavía es que encontremos tiempo para reflexionar sobre ellas. Uno de estos asuntos es el triunfo en las elecciones austriacas de Sebastian Kurz, un joven de 31 años de origen humilde, cuyo ascenso meteórico en la política fue bendecido dentro y fuera del partido conservador del que se convirtió en líder.

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