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El problemilla de la izquierda (pero la culpa siempre la tendrán quienes la critican)
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Esteban Hernández

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El problemilla de la izquierda (pero la culpa siempre la tendrán quienes la critican)

España es más de derechas que de izquierdas, como la mayoría de Occidente. Los progresistas han perdido la batalla de las ideas y la de la economía: por algo será

Foto: Iglesias y Errejón, en el Congreso. (EFE)
Iglesias y Errejón, en el Congreso. (EFE)

Nuestro país, que fue sociológicamente de izquierdas a partir de la Transición, lo es ahora de derechas, aunque parece que en eso no se distancia de la mayoría de países de Occidente. Los resultados electorales de los últimos años no habrían hecho otra cosa que reflejar en la política las tendencias sociales y serían un buen indicativo de cómo la batalla de las ideas ha sido perdida por los partidos de izquierda. Siempre habrá alguien en el lado zurdo de la política que siga negando esto, así como tertulianos de la derecha que insistan en que los rojos han colonizado los medios, la cultura, etc., pero la realidad está ahí fuera.

La izquierda ha tenido mucha culpa en este viraje, aunque buena parte de ella no quiera ser consciente ni del giro social ni de su papel en ese proceso. Hay varios aspectos ligados a esta pérdida de aceptación e influencia sociales que deberían estudiarse. Uno de ellos, y no el menor, es su escasa capacidad para contrarrestar la reacción liberal que tuvo lugar con Reagan y que ha dominado primero los discursos públicos y después las mentalidades de una mayoría ciudadana desde 1980.

La respuesta que dio la izquierda no fue proponer un modelo de sociedad, sino prolongar la propuesta liberal, ampliándola a los colectivos

Lo que ese modelo proponía lo sintetizó Margaret Thatcher en esta frase: “There's no society”. La primera ministra británica subrayaba con su sentencia que lo colectivo no existía, que nuestro mundo se componía únicamente de seres individuales con sus intereses y preferencias. Este marco de pensamiento dio lugar a numerosas ideas populares todavía hoy: se glorificó a los emprendedores, que habían labrado su camino por sí mismos, se aplaudió a las estrellas deportivas, se celebró el éxito, especialmente el económico, se multiplicaron las invocaciones a que cada cual encontrase su propio camino y su verdadero yo y se fragilizaron los lazos sociales (en el trabajo, en la familia y en las comunidades) que eran típicos de las sociedades precedentes.

Lo que la izquierda defiende

Frente a esta concepción de sociedad, la respuesta que dio la izquierda no fue oponer otro modelo, ni profundizar en el anterior ni inventarse uno nuevo. Más bien, prolongó la propuesta liberal de Reagan, solo que ampliando la unidad de medida. Su forma de contestar a un cambio radical, primero económico y luego cultural, fue sacar al individuo de la ecuación y sustituirlo por los colectivos: la izquierda defendía a las mujeres, los emigrantes, los gais, lesbianas y transexuales, los ecologistas, las minorías étnicas, los jóvenes precarios, las personas en situación de pobreza energética, a las nacionalidades históricas, y todos los demás grupos que pudiera ir sumando.

También encontraron un núcleo que combatir, el de los hombres blancos heterosexuales y de mediana edad que oprimían por sistema a los diferentes

De modo que tampoco había sociedad, en el sentido de que no había un todo que cobijara a las partes. No había proyecto común: los liberales incitaban a que cada uno mirase por sí mismo, la izquierda a que cada grupo tuviera más derechos. El cierre cohesivo que encontraron a esa marea de neutrones dispersos fue peculiar. Para la derecha, existía un poder central, el del Estado, contra el que había que luchar siempre porque distorsionaba la acción de los individuos, interfiriendo, limitando o prohibiendo sus legítimos intereses y elecciones. Del mismo modo, la izquierda encontraba en el centro de la articulación social un núcleo que combatir, el del hombre blanco, heterosexual, de mediana edad, que ejercía el poder y que oprimía sistemáticamente a los diferentes.

Y ahora, el trabajo

Este esquema no afectó, en el caso de la izquierda, únicamente a su afición a las políticas de la identidad, sino que dibujó un modo de mirar el mundo que han ido aplicando a cada campo que han encontrado. Cuando analizan un terreno, solo ven parcelas. El trabajo es un buen ejemplo, porque cuando lo abordan, repiten la plantilla: hablan de precarios, de jóvenes, muchos de ellos cualificados, que no encuentran un puesto dignamente remunerado o que tuvieron que emigrar, o de teleoperadores. No solo quedan fuera el resto de categorías sino que tampoco hay una comprensión de lo que el trabajo significa, de los cambios que ya se han producido en todas sus escalas o de las transformaciones que se esperan, lo que impide, de paso, entender cómo funciona el capitalismo en el que vivimos. Así, más que propuestas o soluciones acordes con los tiempos, lo que ponen sobre la mesa son parches que beneficien a los colectivos que han tenido en consideración. En el peor de los casos, ofrecen la sensación de que el trabajo es poco relevante, porque con la renta básica todo quedará solucionado, lo cual es nefasto para generar simpatías en la sociedad.

Han subido los precios de la luz a todo el mundo, pero si no eres alguien en una muy mala situación económica, la izquierda no te prestará atención

El consumo es otro terreno en el que se reflejan de una manera palpable las limitaciones de su esquema. Baste un ejemplo, el de la energía. El recibo de la luz se incrementó de media 10 euros en los cuatro últimos meses, y 2017 se ha cerrado con un aumento anual medio del 10%. Lo que pagamos por la energía que consumimos es mucho más que hace años. Ante esta situación, lo que hace la izquierda es buscar parcelas en las que cavar. Han hallado dos: lo malas que son las puertas giratorias, porque los políticos van a los consejos de administración y luego pasan estas cosas, y la defensa de las personas en situación de pobreza energética. Pero esta es una lectura endeble, porque la primera causa es bien conocida y todo el mundo la denuncia (al menos, en cuanto discurso); porque situaciones especiales para las personas en pobreza energética las reconoce hasta el PP, y tercero, porque eso implica pasar por alto las razones por las que nos están subiendo la luz y, por tanto, impide encontrar formas reales de operar en ese terreno. De nuevo evita todo análisis sistémico, y prefiere centrarse en aspectos parciales. Pero como el problema es general y han subido los precios a todo el mundo, si no eres alguien en una muy mala situación, la izquierda no estará a tu lado; si llegas a final de mes, aunque sea pelado, ya no entras en la parcela que ellos trabajan.

El ejemplo identitario por excelencia

Actuar así construye un notable obstáculo, ya que al centrarse en los subgrupos se han olvidado del conjunto y, de esta forma, pierden muchas opciones tanto de generar simpatía social como de tejer una alternativa válida para una mayoría de españoles. El ejemplo identitario por excelencia en España es buen ejemplo: de tanto congeniar con quienes señalaban al centralismo opresor como nuestro gran enemigo, se ha parcelado el país, de forma que ya no es posible siquiera decir España sin que alguna parte del territorio se sienta incómoda, y, de paso, se ha metido a los partidos de izquierda en una encrucijada que les está perjudicando. Este error se repite incluso en la estructura de los partidos políticos. Unidos Podemos se ha construido a partir de alianzas con grupos dispares, lo cual conduce a frecuentes tensiones internas y tiende a fragmentar la formación, ya que cada uno de ellos busca su interés, a menudo diferente del de los otros grupos de la coalición. Como no existe una idea cohesionadora, porque en su marco teórico no era necesaria, en el momento en que los números van hacia abajo todos se alejan, porque tienen que mirar por sí mismos.

Se trata de nuestra cultura en su conjunto, cómo recompensa la inhumanidad, cómo funciona a base de dinero, cómo incita a la desconexión

Este olvido del conjunto ha sido criticado recientemente, también desde la izquierda, como bien recogía Víctor Lenore en un reciente artículo. Jessa Crispin, en su estupendo 'Por qué no soy feminista. Un manifiesto feminista', se separa de esas corrientes que centran sus esfuerzos en señalar a personajes individuales olvidándose del carácter global del problema. Actúan como el sector bancario, que crucificaba a Madoff mientras no tocaba una coma del funcionamiento general. Estas son las palabras de Crispin: “No podemos crear un mundo seguro abordando la misoginia con un enfoque individual. Se trata de nuestra cultura en su conjunto, cómo recompensa la inhumanidad, cómo funciona a base de dinero, cómo incita a la desconexión y el aislamiento, cómo genera una desigualdad y un sufrimiento enormes. Ese es el enemigo, el único enemigo que merece la pena combatir”.

Una idea clara de nación

Una crítica similar realizaba Mark Lilla, desde otra perspectiva, en 'The once and future liberal', donde señala que Roosevelt había unido a su pueblo apostando por “la libertad de expresión, la libertad de culto, la libertad de vivir sin penuria y la libertad de vivir sin miedo [libertades que Roosevelt exigía para todos en todo el mundo]”. Con una idea clara de su nación y un programa inclusivo, logró integrar las aspiraciones de una gran mayoría de estadounidenses. Y eso, según Lilla, es lo que le falta a la izquierda.

En el fondo, es un debate ocioso porque muestra dos posiciones que han renunciado a jugar un papel importante en la política española


Pero España no está en esa tesitura, sino enredada en sus peleas. Esta falta de comprensión del conjunto, esta parcelación que expulsa a una mayoría de ciudadanos, esos que no pertenecen a ninguno de los subgrupos o que no se reconocen en ellos, se agrava cuando la izquierda sigue anclada en sus esquemas, sin reconocer que algo está ocurriendo ahí fuera y no forma parte de ello. Por sintetizar, hay dos posturas mayoritarias: unos apuestan por conectar con una parte más grande de la sociedad, a la que denominan clase obrera, pero que más que una categoría es la prolongación de esquemas de hace 40 años. Desde su visión, España no ha cambiado mucho; en lugar de hablar de las limpiadoras de hogar que van a casa de los ricos lo hacen de las teleoperadoras, en lugar de los 'heavies' de barrio están los que escuchan trap y reguetón; en lugar de la gente que ha venido del pueblo, la que ha venido de otro país, y de fondo la oligarquía de siempre, los señoritos, que ya no están en el cortijo sino en los consejos de administración de las eléctricas.

La izquierda cultural

Esa visión es refutada por la izquierda cultural, que reconviene a sus primos obreristas con frecuencia para señalarles que, en palabras de Errejón, “las personas no deducen sus posiciones políticas de su posición en el sistema productivo, del lugar geográfico donde viven o de ninguna característica de su nacimiento. Toman posiciones en la vida política a través de identidades, que son relatos racionales y emocionales...”. Esta lectura es curiosa, porque reproduce lo que suele decirse respecto del mérito en el entorno liberal (da igual de dónde vengas o quién seas o tus recursos: si demuestras que vales, triunfarás) aplicado a la identidad (da igual todo, siempre y cuando coincidas con el relato, serás quien tú quieras), y porque tiene el pequeño problema de que cree que es posible operar en el vacío. Y como han demostrado los éxitos del populismo de derechas, no es así. Como solía decirse, las condiciones materiales constituyen el marco en el que se desarrollan los discursos y las identidades de cada época.

Pero, en fin, estas son discusiones ociosas, porque muestran dos posiciones que han renunciado a jugar un papel principal en la política española. Si la izquierda entendiera cómo funciona el sistema en el que se inserta, cuáles son sus variaciones y sus novedades respecto de épocas anteriores, podría establecer opciones inclusivas que resultasen atractivas para la mayoría de la gente en lugar de centrarse en las partes del conjunto. Y si además lograse establecer discursos con los que la gente pudiera identificarse, su suerte sería otra. A juzgar por lo que nos ofrece, queda mucho para llegar ahí. Eso sí, el problema no estará en ellos, sino en quienes de un modo u otro adoptamos una posición crítica con su deriva.

Nuestro país, que fue sociológicamente de izquierdas a partir de la Transición, lo es ahora de derechas, aunque parece que en eso no se distancia de la mayoría de países de Occidente. Los resultados electorales de los últimos años no habrían hecho otra cosa que reflejar en la política las tendencias sociales y serían un buen indicativo de cómo la batalla de las ideas ha sido perdida por los partidos de izquierda. Siempre habrá alguien en el lado zurdo de la política que siga negando esto, así como tertulianos de la derecha que insistan en que los rojos han colonizado los medios, la cultura, etc., pero la realidad está ahí fuera.

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