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La reacción: por qué cada vez lo tienen todo más controlado
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Esteban Hernández

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La reacción: por qué cada vez lo tienen todo más controlado

La política española, como la europea, se está moviendo en la dirección de restringir derechos económicos y civiles a su población. Y lo consiguen con la misma estrategia

Foto: ARCO, motivo de polémica. (EFE)
ARCO, motivo de polémica. (EFE)

El momento político es doblemente interesante. En España, porque se adivina un cambio, y en Europa, porque se debe hacer frente a nuevos desafíos. Pero en esa calma tensa en la que vive nuestro sistema se está produciendo un giro de gran interés, y no siempre apreciado. Mi tesis, complicada de explicar en la brevedad de un artículo, es que se está produciendo una reacción, un contraataque, por parte de los grupos que tienen poder en nuestra sociedad, cuyo objetivo es recuperar parte del control social perdido en tiempos precedentes, así como ganar nuevos terrenos desde los que ejercerlo.

Algunas de sus señales son muy evidentes, y tienen que ver con elementos materiales, como las crecientes concentraciones y la inexistencia de contrapoderes efectivos en el terreno financiero o en el mundo del trabajo, aunque sean asuntos que circulen por debajo del radar y no se les preste la atención adecuada. De otros temas somos más conscientes, como es el estrechamiento de los márgenes respecto de lo que puede ser dicho públicamente; a veces ocurre mediante un proceso 'angelical' de selección de lo que se publica por parte de los medios, y en otras ocasiones, mediante sanciones administrativas o penales. En ambos casos, la libertad de expresión sufre más de lo que debería.

No es un problema español: existe la intención generalizada de establecer un control político sobre lo que es expresado en la esfera pública

Esta semana hemos tenido varios ejemplos: un rapero será encarcelado por las letras de sus temas, se ordenó el secuestro de un libro por incluir datos sobre una persona que venían recogidos en una sentencia judicial, y una obra de arte ha sido retirada de ARCO por catalogar a los Jordis y a Junqueras como presos políticos. Estos hechos tienen que ver con el deseo de poner coto a lo que puede ser dicho, y para eso se han ido dictando nuevas normas, como la 'ley mordaza', al mismo tiempo que las interpretaciones judiciales simpatizan con una interpretación más restrictiva de la libertad de expresión. No es un asunto exclusivamente español, sino que forma parte de una situación generalizada que pretende establecer mayor control político sobre lo que es expresado en la esfera pública. Se emplean diferentes excusas, pero quizá la más popular últimamente sea la de las 'fake news' y la injerencia rusa, prácticas que autorizarían a someter las noticias a un control estricto.

'Efecto Streisand'

Sin embargo, esta intención está teniendo efectos paradójicos. En algunos casos, como con 'Fariña' o con la obra de Santiago Sierra, el 'efecto Streisand' ha sido claro, y tales medidas han logrado, en el primer caso, disparar las ventas de un texto que ya llevaba bastante tiempo en el mercado y que esa información que se pretendía proteger con la retirada del libro sea muchísimo más conocida que si no se hubiera secuestrado; en el 'asunto Sierra', ha provocado que la obra se venda a muy buen precio, ha generado publicidad negativa a ARCO y ha conseguido que aquello que se quería ocultar sea mucho más visible. Todo el mundo ha salido ganando, excepto quienes dictaron la prohibición.

Existe en parte de las élites españolas la idea de que este es el momento de ser menos permisivos y devolver al redil a un mundo que se desmadra

El caso Valtònyc es distinto, ya que el rapero irá a la cárcel y su sentencia supone un aviso evidente a quienes puedan venir detrás: ya saben qué horizonte les espera. Pero es una cuestión que debe analizarse desde dos puntos de vista. El primero es ético, y cabe preguntarse si unas letras de canciones pueden tener como resultado una condena de prisión. El segundo es jurídico, y en ese orden era esperable que hubiera condena para Valtònyc, porque algunas de sus expresiones entraban dentro de los hechos penalmente punibles, pero ciertos delitos imputados contaban con una base jurídica débil. No obstante, este análisis opera en un terreno legalmente poco definido, el de cuáles son los límites a la libertad de expresión, que deja un margen de discrecionalidad a los tribunales más amplio que en otros asuntos. Incluso desde esta perspectiva, resulta bastante obvio que una condena de tres años y medio resulta excesiva.

Todo sofocado

Existe en parte de las élites españolas la idea de que este es el momento de dar un cambio a la situación, para ser menos permisivos y devolver al redil a un mundo que se está desmadrando. Cataluña ha tenido mucho que ver con esta idea, y la manera en que se ha manejado el 'procés' es buena prueba. Después de un tiempo en que las élites estaban intentando sofocar una situación complicada (gente enfadada con los políticos y el sistema, crisis económica, cambios de personas en instituciones clave del Estado, sensación de agotamiento de un tipo de liderazgo político), da la impresión de que, a raíz del desafío catalán, han decidido dar un paso al frente y liberarse de los corsés de la corrección.

Plantear las cosas de este modo es útil para el PP porque le permite llevar los debates sociales a un terreno que domina bien

Esta reacción, sin embargo, se plantea de modo muy diferente, porque no ofrece la construcción de un modelo concreto de sociedad. Es un salto atrás que se realiza con el objetivo declarado de protegernos de los riesgos y defender a las víctimas. En otros tiempos se nos decía que debíamos someternos a controles rigurosos en los aeropuertos y soportar que nuestra privacidad fuese más transparente justo por esos motivos. Parte de ese esquema discursivo pervive: la injerencia rusa obliga a plantarnos ante las 'fake news' y la defensa de los colectivos ofendidos legitima a la Justicia a actuar con mano dura. Estamos ante excesos verbales que pueden tener graves consecuencias en la realidad y que dañan las instituciones y a las personas, por lo que no deben tolerarse, ya que deterioran enormemente la convivencia.

Exhibir las barbaridades

Plantear las cosas de este modo es útil para las élites de la reacción, pero también, en lo estrictamente político, para el PP, porque le permite llevar los debates sociales a un terreno que domina bien. Sus medios pueden exhibir las barbaridades cometidas por los condenados, simplificarlas y amplificarlas, así como señalar con el dedo las reacciones airadas e infundadas de quienes defienden a estos delincuentes. El escenario de respuesta consta habitualmente de dos tendencias. Unos optan por repetir las expresiones sancionadas y por añadir algo de salsa siendo aún más ofensivos que los originales: se dijeron, por ejemplo, muchas más burradas sobre Carrero los días posteriores a la condena de Cassandra Vera por sus tuits que los años anteriores a la sentencia.

El PP tiene dos problemas con estas técnicas: uno se llama Cs, que puede sacar tanto partido como ellos, y el otro es que se le pueden volver en contra

La otra respuesta consiste en impugnar el sistema, señalando que cada vez es más retrógrado, que es prácticamente fascista y que vivimos en sociedades totalitarias. Ambas posiciones favorecen al PP, porque le permiten mostrarse como un partido que privilegia el sentido común y la defensa de los perjudicados, y que apoya resoluciones técnicas y neutras, como son las jurídicas, cuya única intención es conseguir una sociedad acorde con las normas. Oponer los derechos de las víctimas a las exigencias de los exaltados es una jugada que le ha salido bien muy a menudo.

El único argumento

Hoy, sin embargo, cuenta con dos problemas, y ninguno le viene causado desde la izquierda. El primero lo tiene al lado, y se llama Ciudadanos, que puede sacar tanto o más partido de este terreno de juego. El segundo es que estas tácticas a veces se le vuelven en contra. Algo semejante a lo ocurrido con el libro secuestrado y con la obra retirada de ARCO, sucedió con Cataluña, porque su táctica de aplaudir a los jueces que dictaban órdenes de prisión dio a los 'indepes' el único argumento que tienen, una vez que saben que nadie les apoyará ahí fuera, que no cuentan con una mayoría social y que carecen de medios para lograr su propósito. En ese contexto, el “España nos pega y nos encarcela” es su única baza para conservar la cohesión, y el PP se la ha proporcionado. Es cierto que a los populares les venía bien mantener la tensión catalana, porque podía servirles para recuperar simpatía y votos en el resto de España, pero apareció Arrimadas, y ya tampoco.

Pero más allá del resultado que arrojen estas peleas discursivas, hay que subrayar algo esencial. Si estamos perdiendo derechos, económicos y civiles, es porque existe una reacción que lleva tiempo desplegándose, y que debe parte de su éxito a que traslada las batallas a aquellos terrenos en los que le es más fácil ganar. La fijación de la agenda pública tiene mucho que ver con esta estrategia, porque señala como prioritarios unos asuntos que se debaten en el campo de juego que desean. Ser conscientes de este hecho sería esencial para tejer una alternativa, porque ese marco discursivo en el que la gente echa espuma por la boca, favorece mucho más a la reacción que a las alternativas. Es justo el terreno que domina. Parte de la inteligencia política, pues, consiste en saber dónde se va a pelear, y en qué asuntos se producirán las batallas clave. Hasta ahora la reacción, y en ella caben figuras como Rajoy, Rivera o Macron, lleva las de ganar porque ha sido más hábil con estas técnicas.

El momento político es doblemente interesante. En España, porque se adivina un cambio, y en Europa, porque se debe hacer frente a nuevos desafíos. Pero en esa calma tensa en la que vive nuestro sistema se está produciendo un giro de gran interés, y no siempre apreciado. Mi tesis, complicada de explicar en la brevedad de un artículo, es que se está produciendo una reacción, un contraataque, por parte de los grupos que tienen poder en nuestra sociedad, cuyo objetivo es recuperar parte del control social perdido en tiempos precedentes, así como ganar nuevos terrenos desde los que ejercerlo.

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