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Dos ineptitudes y una huelga feminista: el regreso del 15M
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Esteban Hernández

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Dos ineptitudes y una huelga feminista: el regreso del 15M

Nuestra sociedad está demandando cambios de manera insistente. Pero hay dos clases de parálisis que los impiden y comparten algo: sus dirigentes viven en un mundo de fantasía

Foto: El 8-M fue un éxito. (EFE)
El 8-M fue un éxito. (EFE)

Las elecciones italianas son la última señal, de momento, de las transformaciones que están teniendo lugar en la política europea. Estamos en un momento de notables cambios a los que se presta atención un rato para después naturalizarlos a partir de las idiosincrasias nacionales: los italianos son así, ya sabemos que los franceses son especiales o los alemanes siempre tiran al monte…

Pero estas lecturas pobres encubren problemas graves. En Europa están dándose dos clases de inactividad estúpida, y no porque falten los avisos. Los problemas de Grecia, Reino Unido, Francia e Italia han golpeado en la misma pared sin que los inquilinos de la casa se inmuten. En Bruselas, existió un punto de alarma cuando Le Pen apareció en escena, pero como ganó sobradamente Macron y Merkel ya ha encontrado aliados para un Gobierno estable, parecen pensar que todo está arreglado.

La reacción de la cúpula de la UE ante los cambios políticos en los distintos estados es la misma que la de Rajoy: no hacer nada

La cúpula burocrática de la UE está actuando en esta ola de cambios como Rajoy con Cataluña desde que llegó al poder: ya pasará todo. Y cuando las cosas se ponen feas de verdad, como ocurrió con Tsipras, se le tuerce el brazo y a correr. Esta posición absurda está en la raíz de las transformaciones político-electorales europeas, y la inacción de la UE es una parte importante del problema. Ocurrió con Reino Unido: cuando se planteó el Brexit, la manera que tuvieron de apoyar la permanencia fue enviar emisarios para avisar de la gran catástrofe que se produciría si se marchaban. Y cuando ganaron los partidarios de la salida, las instituciones y los medios pro UE no se cansaron de repetir que los viejos, los paletos y los reaccionarios habían impuesto su miedo al resto de la sociedad británica. Una estrategia brillante. Desde luego, si hay viejos reaccionarios que ayudaron a que el Brexit se produjera, estaban en Bruselas.

Ponerse de perfil

Ahora que llegan las tensiones en Italia, seguirán haciendo lo mismo, que es lo que hicieron con Cataluña: nada. Y del mismo modo que la insistencia de Rajoy en ponerse de perfil contribuyó al 'procés', veremos movimientos similares a nivel nacional en Europa: cada vez habrá más partidarios de salir de la UE en más países. Eso sí, dirán que la culpa es de los rusos y de las 'fake news' en lugar de señalar a unos burócratas que no entienden que si la gente vive peor, tiene menos recursos y menos posibilidades, los problemas crecen. O a lo mejor sí lo entienden, pero no les genera preocupación alguna porque creen que todo se arreglará por sí mismo.

Las elecciones recientes en Europa señalan una tendencia clara, que no tiene que ver tanto con la debilidad de la izquierda como con su debacle

En ese contexto, es natural que las zonas más ricas comiencen a pensar que les irá mejor por su cuenta. Esa idea late en Cataluña, en la Lega Nord, en la AfD alemana y en el regreso del nacionalismo, con lo que habrá más movimientos de esa clase si la deriva económica y social sigue perjudicando a la mayoría de los habitantes de Europa.

Justo ahora

La segunda inacción es también muy llamativa, porque aquellos que deberían enderezar el rumbo siguen sin darse por enterados. Las elecciones recientes en distintos países europeos señalan una tendencia clara, que no tiene que ver tanto con la debilidad de la izquierda como con su debacle. Justo en el momento histórico que mejores posibilidades podría ofrecer a los partidos progresistas, es cuando están desapareciendo.

La socialdemocracia ha desaparecido en Francia, Holanda y Grecia, y está muy débil en toda Europa. Solo le quedan Portugal y Corbyn

Los socialistas europeos han sido los primeros en pagar la crisis política, y por razones lógicas. Ya que tomaron caminos económicos similares a los de las formaciones de derecha, cuando llegó la crisis se encontraron en tierra de nadie: sus votantes típicos ya no encontraban elementos de conexión con ellos, y los de derechas los veían menos confiables que los suyos. Está sumida en una crisis profunda. Ha desaparecido prácticamente en Francia, Holanda y Grecia, sus cifras son muy bajas en Alemania y lo serán más aún, y lo que le restan son Portugal (que se explica porque allí no apareció ningún partido nuevo) y Corbyn, cuyo programa dista mucho de la última socialdemocracia.

¿Qué PSOE?

En España, la situación es bastante precaria. El PSOE, que tiene estructura y tradición, cuenta con un problema acuciante, el de la credibilidad. Situado a medio camino entre Ciudadanos y Podemos, no acaba de definir bien hacia dónde quiere ir; ve posible recuperar terreno con el declive de los de Iglesias, pero piensa que tampoco puede dejar que votantes más centristas se escapen a Cs, con lo que no sabemos si estamos ante el partido de Almunia y Solana, ante el de Corbyn o ante un cóctel de sabor no identificado.

La izquierda hace lo mismo que Bruselas: ve las señales, entiende los peligros y no se mueve ni un milímetro de su posición

Hay otra izquierda, poco relevante en Europa, excepto en Francia y España, donde cuenta con partidos que tienen alguna presencia. Pero son fuerzas subordinadas, que han sido superadas por los acontecimientos y que no han sabido dar una respuesta a los nuevos problemas, algo que sí han conseguido los dextropopulistas o la extrema derecha. En cierta medida, sus dirigentes andan sumidos en la misma ineptitud que Bruselas o que Rajoy: ves las señales, entiendes los peligros y sigues haciendo lo mismo que antes. Eso sí, advirtiendo de lo mal que están las cosas y que los fascistas asoman tras la esquina. Bien se les podría decir que si es así, es en parte responsabilidad suya, porque muchos de sus posibles votantes han dado el salto al otro lado.

El ejemplo del 8-M

Sobre los problemas de la izquierda se ha comentado mucho en El Confidencial, pero la huelga de ayer es buena ocasión para insistir en un asunto en el que se repara poco y que les impide conectar electoralmente con una población que podría ser favorable a sus propuestas. Hay un antifeminismo, generalmente ligado a la derecha más tradicionalista, que está perdiendo la partida, y fechas como la de ayer lo demuestran. Hay una tendencia feminista liberal, centrada en romper el techo de cristal y en reducir las diferencias salariales, que incide en la libertad de elección estética y laboral (“si quieren ser mujeres objeto, ¿quién eres tú para impedirlo?”) y que genera simpatías entre las clases medias altas. Lo cual deja bastante espacio abierto a otras fuerzas políticas que quieran jugar sus bazas en ese terreno. Por ejemplo, eso era lo que intentaba hacer Rita Maestre. Pero los activistas de izquierdas optaron por algo mucho peor, como es elegir la opción más empequeñecedora, la menos atractiva y la más incomprensible para la mayoría de la gente.

El lenguaje, la retórica y la intención del manifiesto eran claramente de nicho: podía ser un texto de la izquierda extraparlamentaria de hace 15 años

El manifiesto de convocatoria de la huelga es un buen ejemplo. Y no tanto por las ideas que en él defienden, que se alejan de una transversalidad a la que este tema ya ha accedido, como por la forma de exponerlas. El lenguaje, la retórica y la intención son claramente de nicho: podía ser perfectamente un manifiesto de la izquierda extraparlametaria de hace 10 o 15 años. Alguien debe haberles hablado de la hegemonía y han pensado que habían dado con la clave: ahora podían seguir diciendo lo mismo que entonces, solo que como se han convertido en la gran esperanza de la izquierda europea, las masas les iban a seguir. Y, de hecho, lo seguirán creyendo hoy, a pesar de que si el 8-M ha sido un gran éxito es por la insistencia de los medios (incluido el enorme respaldo de 'El País' y la Cadena SER) y, sobre todo, por un sentido común dominante en la sociedad, que entendía que era necesario defender estos derechos y cuyo respaldo ha sido masivo. O por decirlo de otra manera, si ha funcionado es porque ha pasado completamente por alto los términos de la convocatoria y ha llegado al debate público por vías transversales.

Utilizan con frecuencia el tipo de lenguaje y de actitud que lleva a que la gente, en lugar de votarte, prefiera a cualquier otro partido

En realidad, lo que ha pasado con la huelga de ayer es significativo porque es un buen ejemplo de lo que le ocurre a la izquierda española desde hace tiempo. Cuando apareció Podemos, puso su lenguaje y su universo conceptual a problemas comunes insistiendo en que ellos tenían la fórmula ganadora, y de repente empezamos a hablar de hegemonía, de heteronormatividad, de cisgénero, de cultura de la Transición o de “batallar la hegemonía de la orientación ante la crisis de la sociedad del empleo”. En fin, el tipo de lenguaje y de actitud que lleva a que la gente en lugar de votarte, prefiera cualquier otro partido. A pesar de ello, y si se lee lo que se publica en las redes y en algunos medios, parece que el enorme éxito de las manifestaciones se debe a la acción de la izquierda activista. La correlación que perciben es clara: si había tantísimas personas en la calle es porque ellos habían puesto ese tema en el debate público y habían visibilizado un problema que hasta entonces estaba en segundo plano. La sociedad ha respondido en masa a su llamamiento y esa es la mejor prueba de que el futuro político-electoral que les espera es más brillante que nunca. No dejan de hacerme gracia las ilusiones en las que flotan. Y no solo porque un movimiento tan masivo y transversal reproduzca en su seno las tendencias de voto generales, sino porque ya ocurrió con el 15M: era el inicio de un cambio radical en la política española y la consecuencia directa fue que el PP gobierna desde entonces y el reemplazo que se adivina es el de Ciudadanos. Todo un desborde.

Hacia la irrelevancia, siempre

El problema es que esto lo hemos visto antes: cuando surgía un asunto de relevancia social, desembarcaba gente de los partidos (o de corrientes de los partidos, o de grupos dentro de la corriente) en los movimientos que se habían formado, los tomaban y los higienizaban. Daba igual que fueran comunistas, trotskistas, socialistas, anticapitalistas o cualquier otra cosa: acababan convirtiendo aquello en algo tan aburrido y desesperante como las formaciones de las que provenían. El resultado final era que el movimiento quedaba desactivado, carecía de influencia en la sociedad y quedaba relegado al nicho de siempre. Y uno tiene la sensación de que es lo que está haciendo el activismo ligado a Podemos con la izquierda: la ha tomado, la ha dirigido y la va a devolver a la irrelevancia. Da igual que tenga lugar el 15M que el 8M: son capaces de desaprovechar cualquier cosa.

En esas estamos: la sociedad está moviéndose de una manera muy perceptible mientras que la derecha de Bruselas sigue anclada en ese mundo de fantasía en el que los conflictos se disuelven por sí mismos, y la izquierda europea continúa pensando que toda tensión social les resulta favorable porque será ella quien la canalice.

Las elecciones italianas son la última señal, de momento, de las transformaciones que están teniendo lugar en la política europea. Estamos en un momento de notables cambios a los que se presta atención un rato para después naturalizarlos a partir de las idiosincrasias nacionales: los italianos son así, ya sabemos que los franceses son especiales o los alemanes siempre tiran al monte…

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