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Esteban Hernández

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Los hombres que han hecho fracasar la socialdemocracia

A los socialistas les recomendaron que fuesen pragmáticos y realistas. La consecuencia es que les han pasado por todos lados: derecha, izquierda y centro

Foto: Joaquín Almunia y Javier Solana. (EFE)
Joaquín Almunia y Javier Solana. (EFE)

Klaus Schwab, economista, empresario y fundador del Foro Económico Mundial, más conocido como Foro de Davos, acaba de formular, en el WEF América Latina, la idea fundamental que anima las posiciones ideológicas de las élites globales: “La línea de la división de hoy no está entre la izquierda y la derecha políticas, sino entre los que abrazan el cambio y los que quieren conservar el pasado. Estos últimos se quedarán atrás”.

La frase de Schwab no es únicamente suya, sino que define el esquema ideológico con el que están operando las nuevas fuerzas conservadoras y del que habría que hablar con más amplitud. De momento, constatemos que existen una serie de creencias que se repiten, que constituyen el centro de esa ideología, y que marcan un nuevo eje: la educación, la formación, la tecnología, los grandes cambios que se avecinan, las innovaciones que podemos crear y nuestra capacidad de poner en marcha nuevos sistemas son el futuro; las 'fake news', la desinformación, el populismo, el nacionalismo, la demagogia y la izquierda son el pasado. Por supuesto, ellos están entre los primeros y por eso se declaran optimistas, y quienes señalan que el sistema no está funcionando, entre los segundos, y por eso son pesimistas.

Mejor que fijar un impuesto a las transacciones es eliminar deducciones del de sociedades, propuesta que “bien explicada, arrasaría en las elecciones”

Joaquín Almunia pertenece a esta élite global, pero también a la socialdemocracia de viejo cuño, lo cual no es en absoluto contradictorio. El ex secretario general del PSOE y ex comisario europeo presenta nuevo libro, en el que, cómo no, el porvenir está presente desde el mismo título. 'Ganar el futuro' (Ed. Taurus) describe los retos que afrontan los nuevos conservadores, pero ciñéndolos a Europa y a la socialdemocracia, asuntos que vincula. No es extraño, porque es una operación que vienen realizado desde hace 20 años: cada vez que le preguntaban a Felipe González sobre redistribución y asuntos similares, decía que lo importante era construir Europa, porque era la única posibilidad de que hubiera una sociedad más justa; hagamos una UE más sólida y luego ya vendrá la justicia social. Muchos años después, Almunia exhibe en su libro el mismo discurso, pero dejando de lado el hecho de que en todos estos años las clases medias y las populares han salido perdiendo y la socialdemocracia ha entrado en crisis, y que él ha sido parte importante en ese proceso, tanto por su papel en la UE como por la opción ideológica que ha defendido en España.

El miedo y la pereza socialistas

Sin embargo, a la hora de explicar los motivos de esta falta de popularidad de los viejos socialistas, Almunia prefiere recurrir al esquema madre: muchos de los socialdemócratas europeos se han visto desorientados, solo ofrecen la reproducción de políticas viejas o soluciones mágicas que provienen del mundo de la ilusión o se fijan más en proteger lo que se había conseguido en el pasado que en cómo afrontar el futuro. En resumen, son gente que tiene miedo o pereza a la hora de pensar nuevas soluciones. Almunia tampoco ofrece medidas concretas, más allá de las invocaciones generales a la mejora de la educación y de la eficacia redistributiva, y la lucha contra el cambio climático y la exclusión social. Solo apunta que, en lugar de fijar un impuesto a las transacciones financieras, es mucho mejor eliminar ciertas deducciones del impuesto de sociedades, una propuesta que “bien explicada, arrasaría en las elecciones”. Quizás esto sea el futuro, y probablemente así ocurra, pero no deja de asemejarse a lo que los viejos partidos socialistas vienen diciendo desde hace años, y es justo lo que les ha conducido a una posición de irrelevancia en Europa.

Eran el recambio amable: cuando los partidos de la derecha se desgastaban, ellos exhibían su empatía para con los perdedores y lograban el poder

Los socialistas han actuado desde hace varias décadas como el recambio amable de las políticas económicas conservadoras. Cuando los partidos de la derecha se desgastaban, ellos exhibían una mayor empatía para con los perdedores, ascendían al Gobierno y seguían haciendo más o menos lo mismo que sus predecesores. A partir de 2001, pero especialmente tras la crisis, esa versión simpática, que fundamentaba su pertenencia a la izquierda en asuntos culturales, ya no les basta.

Sed realistas

A Almunia le gustaba contar, y lo sigue haciendo, que en la debilidad socialdemócrata hay una causa fundamental. Cada vez que tenían que ganar el poder, realizaban promesas en la campaña que olvidaban una vez obtenido el triunfo, y eso pasaba factura entre su electorado. Suena razonable, pero el ex comisario europeo concede a esa afirmación un sentido diferente del aparente: lo que quiere subrayar es que no se pueden hacer promesas y que hay que ser más realistas en los programas. No es posible decir a la gente que va a vivir mejor o que habrá más servicios públicos o que tendrán mejores condiciones laborales, porque ese tipo de cosas te pueden llevar a gobernar, pero luego generarán mucho desencanto. Bien podría argumentarse al contrario: si esos asuntos son demandados por su electorado, lo lógico sería que se llevaran a efecto una vez en el Gobierno. Lo que les ha minado es precisamente defraudar a los suyos por no hacer lo que les pedían.

A los viejos socialdemócratas les han pasado por la derecha, por la izquierda y hasta por el centro: Macron es el mejor ejemplo

Esa debilidad de fondo ha dejado la socialdemocracia a merced de las nuevas fuerzas políticas surgidas tras la crisis. Han perdido mucho terreno en sus estratos de voto tradicionales, como las clases populares y las medias bajas, pero tampoco les han respondido bien las clases medias urbanas y las medias altas, que eran el público al que habían optado por dirigirse en los últimos tiempos. De modo que les han pasado por la derecha, con los populismos, les han restado fuerza por la izquierda (en el caso español) partidos como Podemos y hasta les han adelantado por el centro, y Macron es el mejor ejemplo.

No a Corbyn

El caso francés es un retrato idóneo de hasta qué punto se han convertido en irrelevantes para la socialdemocracia las ideas que defiende Almunia, porque Macron las representa mucho mejor. Algo que hasta el propio político insinúa de soslayo. Preguntado por las propuestas que podrían guiar a los nuevos socialistas, contesta que “Corbyn propone transformaciones, aunque algunas demasiado radicales” y, sin embargo, “hay elementos del proyecto de Macron inspirados en su pasado como miembro del Gobierno de un presidente socialista” que sí podrían ser válidos.

La parte del PSOE que ha fracasado es justo la que está empujando para que sean más centristas y disputen el voto a Cs

El asunto es importante para España, porque el recambio está más o menos claro, y se llama Ciudadanos, no PSOE. Las simpatías que Rivera genera entre las élites son notables, y parte con mucha ventaja si se pretende restarle votantes en ese terreno. El líder de Cs defiende los intereses globales y las posiciones europeístas de Almunia mucho mejor que los socialistas, y eso es algo que indican las encuestas y que subraya cada vez que tiene opción el que fuera su periódico de referencia, 'El País', cuyo afecto por Rivera es ya indisimulado.

El recambio se llama Rivera

De modo que el PSOE lo tiene complicado, porque hay fuerzas de su partido, justo aquellos que han fracasado, los que provienen de la escuela de Solana y Almunia, Rubalcaba, Susana Díaz, que los quieren empujar a que disputen el espacio con Ciudadanos, lo cual es harto dudoso, dados los apoyos con que cuenta Rivera. Por otra parte, convertirse en una opción estilo Corbyn no es fácil, porque tendría que lidiar con la desconfianza que opciones anteriores han generado en la izquierda y con la resistencia que se plantearía dentro del partido. Pero quizá todas estas discusiones sean ociosas, porque la idea de fondo, la que sería mejor vista por las élites europeas y buena parte de las nacionales, que es la salida de Rajoy del Gobierno y su sustitución por Rivera, probablemente necesitará del apoyo de los socialistas para su éxito definitivo. Y quizás es lo que esté haciendo Pedro Sánchez, nadar entre dos aguas sin mojarse del todo en ninguna por si tiene que dar un giro cuando lleguen las elecciones. Mientras tanto, los socialdemócratas que apuestan por las ideas de Almunia también son prudentes, porque nunca se sabe si tendrán que dar el salto y marcharse a otro partido, como ocurrió en Francia.

Las recetas de los que han fracasado

En fin, en todo caso, estas disquisiciones nacionales no son más que expresiones concretas de un problema europeo, de un cambio en la política que ha llevado a que Bannon, el Frente Nacional y la Liga Norte se miren con ojitos, que las fuerzas de la derecha conservadora sigan en el poder en Europa y que la izquierda esté cada vez más débil. Y eso no se soluciona con las recetas de quienes, como Almunia, la han conducido a ese lugar. Si hay que pensar la crisis de la socialdemocracia y de la izquierda europeas, es hora de abandonar las ideas de ese pasado tan cercano y tan lejano que las ha dejado a los pies de cualquiera que pasara por allí. El realismo y el pragmatismo que propugnaban han resultado todo lo contrario. Es hora de pasar página.

Klaus Schwab, economista, empresario y fundador del Foro Económico Mundial, más conocido como Foro de Davos, acaba de formular, en el WEF América Latina, la idea fundamental que anima las posiciones ideológicas de las élites globales: “La línea de la división de hoy no está entre la izquierda y la derecha políticas, sino entre los que abrazan el cambio y los que quieren conservar el pasado. Estos últimos se quedarán atrás”.

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