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Esteban Hernández

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El papel de la prensa en todo esto

Es legítimo que los medios de comunicación tomen partido a favor o en contra de Sánchez, Rivera, Rajoy o quien sea. El problema es cómo se hace y hacia dónde nos dirige

Foto: Pedro Sánchez, prometiendo el cargo de presidente del Gobierno. (EFE)
Pedro Sánchez, prometiendo el cargo de presidente del Gobierno. (EFE)

"Más allá de la verdad en un sentido filosófico, los periodistas deben defender la existencia de una verdad periodística basada en hechos comprobados de acuerdo con reglas y mecanismos profesionales de verificación". Son conclusiones del encuentro de la Fundéu que ha tenido lugar esta semana en San Millán de la Cogolla, en el que distintos expertos han analizado un fenómeno, el de las noticias falsas (o falseadas, como prefiere la Fundéu), que parece haber menguado en popularidad bajo el flujo de una actualidad en permanente movimiento. Pero más allá de rusos, elecciones manipuladas y demás, que es la acepción más popular, la historia de las 'fake news' nos deja algunos elementos inquietantes. Uno, en el que no entraré ahora, es hasta qué punto se ha convertido en un instrumento retórico, según el cual nosotros somos las personas racionales, objetivas, que describimos los hechos basándonos en datos y nuestros oponentes un montón de seres emocionales que se dejan llevar por las bajas pasiones, tal y como Ortega y Gasset, y tantos otros, describían a las masas.

Las cámaras de eco

El otro asunto señala un problema serio, ya que, siguiendo las conclusiones del encuentro, "se han creado burbujas en las que los ciudadanos solo están en contacto con ideas y opiniones que coinciden 'a priori' con las suyas. La existencia de esas burbujas encierra a los ciudadanos en cámaras de eco y dinamita la existencia de espacios comunes de diálogo, imprescindibles para el buen funcionamiento de las sociedades".

La influencia de Google y Facebook en la política es amplísima, y si las noticias falseadas han circulado ha sido gracias a estas dos empresas

Esta tendencia es cada vez más cierta, pero los primeros responsables no somos los medios de comunicación, y menos aún los escritos. Entender esto es esencial, no tanto para saber qué papel juega la prensa, sino para ser conscientes de cómo las estructuras de circulación de la información han cambiado por completo. Cualquiera puede producir textos, reflexiones, noticias, lo que sea. Los costes son bajísimos, comparados con décadas anteriores, y están a disposición de públicos amplísimos gracias a Internet. Pero esta abundancia de la producción es, en realidad, irrelevante. Da igual lo que se escriba porque nadie lo va a leer, salvo que se cuente con una plataforma que lo haga visible y que impulse su circulación. Y quienes tienen el poder en ese ámbito no son los diarios, sino Google y Facebook. La influencia de estas plataformas en la política reciente ha sido amplísima, y si las noticias falseadas o tendenciosas han circulado ha sido gracias a que ellos les han dado una visibilidad que de otro modo habría resultado impensable. Por supuesto, hay otros mecanismos de circulación de la información, como YouTube o WhatsApp, pero el primero pertenece a Google y el segundo a Facebook, lo cual deja las cosas donde estaban. En otras palabras, si tenemos que señalar a los responsables de este deterioro enorme del debate público, deberíamos empezar inexcusablemente por ambas empresas.

Los medios y los ataques feroces

Pero eso no significa que los medios de comunicación carezcamos de responsabilidad. Más al contrario, tenemos mucha. La creación de sociedades fragmentadas, donde los hechos, las noticias y los conceptos que no convienen a nuestra percepción del mundo son desechados, y a menudo atacados ferozmente, es el horizonte en el que nos desenvolvemos. Un ejemplo lejano: en EEUU, los circuitos de recepción de información de los seguidores de Trump y los de los demócratas no solo son diferentes, sino que carecen de puntos de intersección. Ni se cruzan ni se permean; simplemente se combaten. Y si queremos un ejemplo cercano, qué mejor qué reparar en el 'procés', que ha dado lugar a dos sectores de la sociedad, los independentistas y los unionistas, cuyas fuentes de información son notablemente distintas y sus puntos de conexión nulos.

La idea de que el presidente legítimo ha sido desalojado torticeramente por ambiciosos, proetarras, traidores, independentistas y venezolanos circula ya por los medios

Todo esto tiene que ver con nuestra actualidad de un modo directo, y más tras la derrota del PP en la moción de censura. A partir de ahora, la táctica discursiva que subraya cómo un presidente legítimo ha sido torticeramente expulsado de un Gobierno ganado en las urnas (el lugar donde se deben alcanzar los triunfos en política) por gente muy ambiciosa que se apoya en amigos de los terroristas, comunistas provenezolanos, independentistas y traidores sin palabra será lugar común en los medios afines al PP, así como la presión para que se convoquen elecciones rápidas para no dejar España en manos de los radicales de Podemos, de Puigdemont y de Bildu aparecerá con frecuencia en diarios, radios y televisiones que simpatizan con Ciudadanos. Ya ha empezado, de hecho: estos días hemos podido leer titulares como "España se asoma al abismo" y expresiones como "caos" han asomado por las primeras páginas de los diarios.

La experiencia del 'TDT Party'

En ese terreno, Pedro Sánchez no lo pasará bien, porque en la correlación de fuerzas informativas cuenta con pocos medios afines. 'El País' está buscando nuevo director, y entre los candidatos se encuentra una periodista de larga trayectoria de quien se presupone que daría al diario un giro a la izquierda, y quizá por ese camino cuente con alguna ayuda más. Pero sus partidarios son menos que sus contrincantes, y la presión va a ser muy notable. El PSOE tiene experiencia de la época Zapatero y el 'TDT Party', y sabe lo complicado que resulta resistirse a esos ataques.

Convertir todos los temas en viscerales, establecer una separación radical entre 'nosotros' y 'ellos' y apelar al miedo son estrategias de la manipulación informativa

Pero el problema real no tiene que ver en absoluto con que cada medio tome partido, lo cual no es solo es legítimo, sino que constituye parte del juego propio de la democracia. Se puede desear que Sánchez se vaya o se quede, que convoque elecciones o que se dedique a la cría de mariposas en Siberia. Lo pernicioso son los mecanismos que se utilizan para expresar esa intención: los argumentos torcidos o exagerados, la ausencia de racionalidad, los exabruptos, las exclamaciones, los gritos. Un ejemplo de cómo nos hemos acostumbrado a estas cosas, y sin necesidad de recurrir a la red: la conversión de un debate político como el de 'La Sexta noche' en un sucedáneo de 'Sálvame' muestra cómo estas lógicas incendiariamente partidistas y esta ideología de la indignación se han instalado en el debate público. Y lo que es peor, hay múltiples ejemplos de periodistas y tertulianos que son contratados precisamente para alentar este fragor. La cuestión es que, como bien aseguraba Luis Muiño en el seminario, y así lo recogen las conclusiones, "esconder los hechos y resaltar las palabras, convertir todos los temas en viscerales, establecer una separación radical entre 'nosotros' y 'ellos' y apelar al miedo son algunas de las principales estrategias de la manipulación informativa".

Las manos atadas de Sánchez

Esto es un enorme problema por dos motivos. Uno instrumental, porque oculta a la sociedad los análisis de fondo y se centra en las disensiones cortoplacistas. Aunque todo parezca encaminado hacia unas elecciones en un plazo razonable, ya sabemos que la política da muchas vueltas y lo mismo el líder socialista decide prolongar su estancia en la Moncloa: cuando alguien ocupa el lugar del poder en España, cuesta mucho sacarlo. Pero convendremos en que Pedro Sánchez tiene las manos muy atadas: los presupuestos son los ya firmados, ha prometido cumplir con las políticas europeas, tiene escasos diputados propios, y además, si hace algo poco ortodoxo, los inversores nos subirán el precio del dinero y lo pasaremos mal. Y de fondo, buena parte de la sociedad exigiendo elecciones. En otras palabras, vender la llegada de Sánchez como el empujón final para que España se despeñe por el precipicio no es solo llevar al extremo de manera absurda una posición electoral, sino que evita, como ha ocurrido en la moción de censura, qué hablemos de la situación de España, del lugar que ocupamos y del futuro que necesitamos.

Todo lo que hay entre 'nosotros' y 'ellos' se convierte en despreciable e inmediatamente perseguible. Y es algo que hacen ambas partes

En segundo lugar, hay que resaltar un aspecto muy relevante del que no parecemos ser lo suficientemente conscientes. Un entorno público deteriorado, tejido mediante burbujas partidistas y donde las emociones exacerbadas son frecuentes, provoca sociedades en las que el diálogo desaparece, en las que las diferentes visiones carecen de lugares de encuentro, donde todo lo que hay entre 'nosotros' y 'ellos' se convierte en despreciable e inmediatamente perseguible (y por ambas partes); en definitiva, una sociedad abocada a la violencia simbólica, o quizás a la real. Quizás esto parezca exagerado, pero, francamente, miro alrededor y veo un montón de regímenes operativos, desde el que lidera Trump hasta el dirigido por Putin, pasando por los de Erdogan, Orban o Zeman, en los que la posibilidad de disenso es muy escasa, donde el debate público es el de la pura confrontación, y eso cuando es posible que tenga lugar.

Aquí no estamos mucho mejor

Pero no es solo un mal ajeno. Las sociedades occidentales han estrechado sus miras, y la nuestra es buena prueba de cómo la libertad de expresión ha menguado de un modo poco recomendable. Y cuando la UE habla de regular las noticias falsas y establecer un mecanismo de control, tampoco suena bien, porque más parece una forma de negar la palabra a sus adversarios que de combatir las mentiras. La deriva no es buena: esta balcanización de la política traerá graves problemas. Por desgracia, hemos llegado a ese instante en que defender una esfera pública donde el debate pueda producirse sin interferencias cargadas de violencia simbólica es una de las tareas principales que debemos acometer.

"Más allá de la verdad en un sentido filosófico, los periodistas deben defender la existencia de una verdad periodística basada en hechos comprobados de acuerdo con reglas y mecanismos profesionales de verificación". Son conclusiones del encuentro de la Fundéu que ha tenido lugar esta semana en San Millán de la Cogolla, en el que distintos expertos han analizado un fenómeno, el de las noticias falsas (o falseadas, como prefiere la Fundéu), que parece haber menguado en popularidad bajo el flujo de una actualidad en permanente movimiento. Pero más allá de rusos, elecciones manipuladas y demás, que es la acepción más popular, la historia de las 'fake news' nos deja algunos elementos inquietantes. Uno, en el que no entraré ahora, es hasta qué punto se ha convertido en un instrumento retórico, según el cual nosotros somos las personas racionales, objetivas, que describimos los hechos basándonos en datos y nuestros oponentes un montón de seres emocionales que se dejan llevar por las bajas pasiones, tal y como Ortega y Gasset, y tantos otros, describían a las masas.

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