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Esteban Hernández

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Pablo Casado, ¿el Trump español? El giro del Partido Popular

Un tuit del líder del PP ha generado gran animadversión entre los partidos de izquierda. Y deja una duda abierta: ¿quiere convertirse Casado en el Trump español?

Foto: Pablo Casado. (Rodrigo Jiménez/EFE)
Pablo Casado. (Rodrigo Jiménez/EFE)

Pablo Casado ha escrito esto en Twitter: “No es posible que haya papeles para todos, ni es sostenible un Estado de bienestar que pueda absorber a los millones de africanos que quieren venir a Europa y tenemos que decirlo, aunque sea políticamente incorrecto. Seamos sinceros y responsables con esta cuestión”. A partir de ahí, las reacciones que se han sucedido eran las esperables. Se le ha tildado de xenófobo, racista y, sobre todo, de fascista. En fin, tampoco es raro que ocurra así, es una táctica que ha utilizado mucho el PP respecto de sus rivales, pero convendría rebajar un poco el tono de los calificativos, porque ni Pablo Iglesias es Enver Hoxha ni Pablo Casado es Mussolini; dejar de lado esa polarización sería conveniente.

También porque las exageraciones se convierten muy a menudo en los árboles que ocultan el bosque, y reducir las declaraciones de Casado a una mera expresión fascista es no ser conscientes de cuál es el terreno de juego político y hacia dónde está girando. De hecho, es parte del juego del nuevo PP, excitar la reacción de los adversarios políticos para convertirse en el partido de referencia. Pero de eso hablaremos más tarde.

El nuevo PP

La nueva orientación que Pablo Casado ha impuesto tiene mucho de regreso al pasado, a esos caminos que les fueron tan provechosos en otros tiempos, solo que actualizándolos. Es parte de esas revoluciones conservadoras que vienen transformando la sociedad desde los setenta, desde la llegada al poder de Reagan, de las que Aznar fue parte en la era Bush Jr., y que ahora tienen su mejor representante en Trump. Y todas ellas fueron exitosas porque supieron utilizar un discurso culturalmente potente a través del cual fueron doblegando a sus rivales políticos.

El hombre común, el que se levantaba temprano para ir a trabajar todos los días, es el que pagaba las cuentas de las fiestas de los progres

El ascenso de Reagan no puede comprenderse bien si no se analiza cómo fue capaz de introducir en la sociedad nuevas ideas, de infundir esperanza en los estadounidenses en un momento en que percibían que su país había entrado en una etapa de decadencia, y de ofrecer una salida a muchos de sus perdedores. Pero ese conjunto de ideas contaba con una que las nucleaba: la cultura progresista era la responsable de los males que aquejaban a EEUU. Esos izquierdistas débiles, que no amaban a su país, que solo pensaban en sí mismos y en su bienestar, que eran profundamente individualistas y que utilizaban a las minorías para conseguir los votos necesarios para permanecer en el poder, eran los verdaderos enemigos. Estaban en Washington, y ellos eran los burócratas, los que ponían en la calle a los delincuentes utilizando mal las libertades que la ley permitía, los que introducían normas para todo y cobraban impuestos a mansalva para seguir manteniendo su chiringuito y el de las minorías que los votaban. Mientras, el ciudadano común, ese que iba a trabajar todos los días a su hora, o que se había quedado en paro porque había cerrado su fábrica, o el que veía cómo su pequeño negocio iba hacia abajo, debía pagar las cuentas de las fiestas de los progres y sus amigos. Reagan tomó una serie de problemas reales, les dio una explicación sencilla, añadió buenas dosis de pánico moral y señaló a los verdaderos responsables. Y arrasó.

Todo lo que va mal en América

La misma estrategia empleó Bush Jr. En la época de los 'neocon', solo que trasladó los miedos a otro terreno, pero siempre señalando a los progres blandengues, que estaban pendientes del último restaruante de moda o de comprarse el último coche europeo en lugar de defender a su país. Retrató a los demócratas como unas élites débiles, que carecían de valor, que eran demasiado tolerantes, que no eran capaces de afrontar los peligros y cuya inconsistencia había abierto la puerta a los enemigos de Occidente. Pero más allá del contenido concreto de sus mensajes, el esquema que utilizaron fue el mismo que el de Reagan: pánico moral, debilidad institucional, necesidad de líderes fuertes que fueran capaces de afrontar las amenazas sin titubear, y unos progres que representaban todo lo que estaba yendo mal en América.

Se rieron de Reagan, de Bush Jr. y de Trump porque eran cortitos y bastos, y repitieron por todas partes que esa gente nos llevaría al fascismo. Y perdieron

Trump no se ha alejado mucho de ese esquema, e incluso lo ha radicalizado: no hay trabajo porque los globalistas se llevan las fábricas, los inmigrantes se quedan con nuestros empleos, los europeos se ríen de nosotros porque les pagamos su paraguas defensivo y así ellos pueden vivir bien y encima ganan en la relación comercial. 'América First', en este contexto, quiere decir que los líderes estadounidenses que no sean capaces de entender esta realidad y defender a los suyos no tienen espacio en EEUU. Tenemos así una realidad dura y unos progres demasiado blandos: gente buenista, que no entiende lo que está ocurriendo, que vive en un mundo de fantasía. La derecha populista no ofrece un regreso a las esencias, sino que se propone como mecanismo de corrección de tantas cosas absurdas que una sociedad progresista promueve. Así lo define Götz Kubitschek, ideólogo de las nuevas derechas alemanas: "Es la realidad frente a las mentiras de la izquierda, que cree que con kiwis y café de comercio justo puede salvar el mundo. No podemos esperar a la última locura vegana".

El estereotipo, ratificado

Lo peculiar es cómo sus contrincantes, para hacer frente a esta estrategia, han desplegado un contraataque que ha favorecido a los conservadores. En lugar de impugnar la mayor, insistieron más en las minorías y en los asuntos culturales, se rieron de Reagan, de Bush Jr. y de Trump porque eran cortitos y bastos, y repitieron por todas partes que esa gente nos llevaría al fascismo. Es decir, asumieron como propio el estereotipo que les adjudicaron los conservadores, y fracasaron. De hecho, perdieron incluso cuando llegaron al poder.

Lo cultural les daba igual: querían reestructurar económicamente la sociedad y construir otro orden geopolítico, y eso lo han conseguido plenamente

Los efectos de las revoluciones conservadoras han transformado sustancialmente las sociedades occidentales, y no solo la estadounidense, pero desde luego no en el plano cultural. Por más que persistan esos rasgos, no somos más religiosos, ni más cerrados, ni más intolerantes con las opciones sexuales diferentes ni más machistas que hace 40 años; todo lo contrario: Occidente ha realizado avances importantes en ese sentido. En realidad, a estos conservadores revolucionarios les da igual la cultura, porque sus objetivos eran otros: reestructurar económicamente la sociedad y generar nuevos entornos geopolíticos, y esos sí los han conseguido plenamente. Desde que Reagan llegó al poder, la línea económica ha sido la misma, con altos y bajos, pero siempre avanzando en la dirección marcada. Y geopolíticamente es muy evidente: Reagan impulsó la caída de la URSS; Bush cambió el mapa político en Oriente Medio y en el mundo, y Trump está apostando por ampliar el poder de la primera potencia del mundo para combatir mejor a China, con los cambios sustanciales que eso conlleva para Europa.

La derecha populista europea le viene muy bien a Trump porque le ayuda en su objetivo: un nuevo reparto de poder en el que EEUU tenga más peso

No olvidemos un aspecto muy relevante. Parte del 'establishment' estadounidense, el liderado por Trump, prefiere una UE débil (y si se rompe mejor), porque facilita que las relaciones comerciales sean más favorables a EEUU. Firmar tratados bilaterales que les beneficien es mucho más sencillo cuando la diferencia de poder entre quienes los suscriben es grande, y no cabe duda de que cualquier país europeo tendrá menor capacidad de negociación por sí mismo que con el paraguas de la UE. El movimiento de la derecha populista europea le viene estupendamente a Trump porque le ayuda mucho en su objetivo, que no es otro que construir un nuevo reparto de poder mundial en el que EEUU tenga aún más peso. Por eso, Bannon anda por aquí.

La inmigración como arma política

En esas estábamos cuando aparece Pablo Casado y publica el tuit. Dice que no hay dinero, que no es posible integrar a las enormes masas de inmigrantes a las que les gustaría venir a Europa, y que hay que ser responsables en este tema. No voy a entrar en el tema de fondo, y me ceñiré a su utilización política. Es evidente que la inmigración es un asunto relevante, que alude a algo real, y que en todos los países en los que ha crecido el populismo de derechas ha sido un tema central. En algunos casos, como en el Reino Unido o en el norte de Europa, el pánico moral ha aparecido con mucha frecuencia, con noticias constantes que unen inmigración a delincuencia o que señalan cómo muchos de ellos viven sin trabajar gracias a las ayudas sociales.

La izquierda llama fascista, xenófobo y racista a Casado, lo cual le resulta especialmente útil porque vuelve a poner al PP en el centro

Casado no dijo eso, simplemente se limitó a poner el cebo a sus adversarios, que le hicieron el trabajo. Una vez que publica el mensaje, la izquierda le llama fascista, xenófobo, racista, ultraderechista y demás, lo cual le resulta especialmente útil, porque vuelve a poner al PP en el centro. Pero, sobre todo, porque plantea una trampa en la que la izquierda ha caído una y otra vez, como es poner el centro en los asuntos culturales, justo el terreno que le conviene. La derecha sabe que esa batalla la tiene ganada. Utilizan esa táctica desde los setenta y les ha salido especialmente bien.

Queda la sospecha de si el PP va a intentar recuperar el espacio perdido a través del trumpismo y decantándose por la eurofobia

Sin embargo, que Casado utilice ese recurso aquí y ahora, cuando el populismo de derechas crece en Occidente, es un signo preocupante. Es cierto que el PP no es un partido antieuropeo, y que es probable que este tipo de argumentos los exhiba instrumentalmente para ganar presencia pública y atraer un mayor número de votos, en especial ahora que Ciudadanos compite por un espacio similar. Y recordemos que Casado puede decir hoy blanco y mañana negro sin ningún problema; todos lo hacen, pero el PP habitualmente; sin ir más lejos, cuando animó a la derecha religiosa y al TDT Party contra Zapatero y en cuanto llegó al poder se zafó de todos ellos de un plumazo.

¿Salvini en España?

Pero quizá no sea así, y en el fondo esté pensando en dar un giro a su partido y llevarle a nuevas posiciones. No hay que olvidar que al frente del equipo económico de Casado está Daniel Lacalle, un ultraliberal que ha defendido a Trump incluso cuando ha girado hacia posturas proteccionistas. Es alguien que combina la combatividad del liberalismo peor entendido con el seguidismo hacia la derecha estadounidense, esa que está intentando debilitar a la UE, es decir, a España. Y late la sospecha de si no será ese el camino por el que el PP va a intentar recuperar el terreno perdido, de si se va a convertir al trumpismo, va a empezar a ser ambiguo con la UE y a caminar por la senda que le puede trazar Aznar. Si el PP juega a ser el partido de la derecha populista en España, convirtiéndose en un aliado de Bannon y demás, y deja a Ciudadanos el espacio de la derecha más liberal, europeísta y globalista, podemos tener un problema serio.


Pero mientras todo esto ocurre, mientras Trump intentar reconfigurar el mapa de poder mundial, debilitando a la UE y difundiendo el nuevo populismo de derechas por el mundo, la izquierda se limita a señalar con el dedo, a gritar “fascismo, xenofobia, racismo”, y a intentar construir un frente poblado por activistas de todos los colores y tipos. Ese 'nosotros o el caos' de la izquierda puede ser útil electoralmente a Pedro Sánchez en un momento determinado, pero poco más. A la derecha revolucionaria de Trump, como antes a la de Reagan o Bush, todo esto de los inmigrantes le da lo mismo. Es un resorte que utiliza instrumentalmente para ganar votos, llegar al Gobierno y cambiar las estructuras económicas y las relaciones de poder. Y mientras esto no quede claro y no se entienda bien por qué las poblaciones europeas están votando a la derecha populista, esos gritos de 'fascismo' no son más que invocaciones vacías que alimentan aquello que dicen querer detener.

Pablo Casado ha escrito esto en Twitter: “No es posible que haya papeles para todos, ni es sostenible un Estado de bienestar que pueda absorber a los millones de africanos que quieren venir a Europa y tenemos que decirlo, aunque sea políticamente incorrecto. Seamos sinceros y responsables con esta cuestión”. A partir de ahí, las reacciones que se han sucedido eran las esperables. Se le ha tildado de xenófobo, racista y, sobre todo, de fascista. En fin, tampoco es raro que ocurra así, es una táctica que ha utilizado mucho el PP respecto de sus rivales, pero convendría rebajar un poco el tono de los calificativos, porque ni Pablo Iglesias es Enver Hoxha ni Pablo Casado es Mussolini; dejar de lado esa polarización sería conveniente.

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