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Dejad de reíros de la izquierda: vienen a por vosotros
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Esteban Hernández

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Dejad de reíros de la izquierda: vienen a por vosotros

El sistema político y económico que ha dominado las últimas décadas está siendo atacado y la respuesta de sus élites es burlarse de la izquierda. Otro error más

Foto: En España hay extrema derecha, pero no dextropopulismo. (Toni Albir/Efe)
En España hay extrema derecha, pero no dextropopulismo. (Toni Albir/Efe)

La izquierda está recibiendo todos los golpes por el crecimiento de los nacionalpopulismos, como si fuera la principal responsable. Sin duda tiene parte de culpa, pero fijar la mirada solo en un lado evita que nos hagamos un mapa del conjunto. Puede que esté en crisis, y que lleve tiempo metida en un lugar electoralmente secundario, pero lo que ha comenzado a hacer crack no es una parte del espectro ideológico, sino las democracias liberales (o más bien neoliberales, si nos centramos en lo económico) en sí mismas, que han sido el sistema político dominante en Occidente durante las últimas décadas. Las señales de una transformación sustancial siguen aumentando cuanto más nos adentramos en el siglo, y aunque este tipo de cambios son graduales, no por ello resultan menos radicales.

El último asunto, como no podía ser de otra manera, es el triunfo de Bolsonaro, otra de esas noticias que sacuden el mundo político, generan polémica, comentarios y ruido, y olvidamos pronto para pasar al siguiente motivo de preocupación, estilo exhumación de Franco. Da la sensación de que los regímenes liberales no son muy conscientes de los cambios que se están produciendo, ni de los riesgos que afrontan, porque siguen actuando como si nada pasara. Salvo en el plano discursivo, en el que han adoptado una llamativa estrategia a la hora de identificar a sus amigos y a sus enemigos.

Las tres técnicas

Su principal arma consiste en descalificar a los nuevos movimientos y a sus votantes. Por alguna razón, creen que una vez que aparece un enemigo peligroso, tildarle de fascista da réditos, y no cesan de repetir esos calificativos. Pero no les ha servido para casi nada, ni con Trump, ni con Orbán, ni con el Brexit, ni con Salvini. La única excepción, Le Pen, a la que dejaron en segunda posición. Un buen ejemplo de este desastre ha sido Brasil: que el 'Caiga quien Caiga' carioca se haya disculpado por haber satirizado y atacado a Bolsonaro cuando aún no era un líder con posibilidades de gobernar, ya que acabaron convirtiéndole en alguien mucho más popular, como ocurrió con Esperanza Aguirre aquí, debería hacer reflexionar a las derechas y a las izquierdas sistémicas.

Insisten en que los perdedores de la globalización, las clases trabajadoras y las medias en declive, no votaron a Trump, ni a Salvini, ni a favor del Brexit

En segundo lugar, suelen inventarse nuevas fuerzas de choque que nos librarán de las amenazas del dextropopulismo. Quizá la más utilizada sean las mujeres, ya que se ha insistido repetidamente en que el poder del feminismo detendrá esta nueva oleada conservadora. Cuando Trump competía con Clinton, o Bolsonaro con Haddad, hubo manifestaciones masivas de mujeres, los medios subrayaron el carácter enormemente machista de tales líderes y les señalaron como retrógrados que querían volver un siglo atrás en lo referido a la igualdad de género. Sabemos quién ganó. El error es convertir una cuestión de justicia que debe defenderse (el hecho de que el 50% de la población debe tener los mismos derechos que el otro 50%) en un instrumento estratégico: allí donde antes decían que las clases obreras eran la salvaguarda de las libertades y de las políticas progresistas, ahora dicen que serán las mujeres. En fin, los hechos no parecen ratificar esa creencia. E igual ocurre con los jóvenes, que fueron el centro de la campaña del Brexit, en tanto representantes de esa sociedad moderna, urbana, conectada e internacionalista que iba a ser el sostén del futuro, y el resultado también lo conocemos. También culpan a las redes del auge de los movimientos dextropopulistas, igual que los demócratas estadounidenses culparon a los rusos, pero de eso ya hemos hablado.

Los ricos y los pobres

El tercer error de su discurso lo hemos visto tras la elección de Bolsonaro, y suena un poco a broma. Llevan mucho tiempo diciendo que los perdedores de la globalización, las clases trabajadoras y las medias en declive no votaron a Trump, ni a Salvini, ni al Brexit, ni nada de eso. Por alguna razón peculiar, entienden que quienes salen perdiendo no van a apostar por algún tipo de cambio y van a seguir prefiriendo un sistema que les está perjudicando.

Si Bolsonaro ganó porque le votaron los blancos ricos, debe ser que Brasil se ha convertido en una suerte de Pedralbes o de La Moraleja a gran escala

En el caso de Brasil, esa misma idea se ha repetido hasta la saciedad, e incluso se han utilizado gráficos, es decir, datos teóricamente objetivos, para defender esa postura. El más difundido, uno en el que se apreciaba cómo los municipios más ricos de Brasil han votado a Bolsonaro y los más pobres al PT, con lo que quedaba demostrado que los ricos votaban a la derecha, los pobres a la izquierda, y por eso ganó la derecha. En Brasil. En un país de casi doscientos millones de habitantes, con grandes desigualdades y en el que los ricos son una minoría. Bolsonaro ha ganado por once puntos y 10.700.000 votos de diferencia. Brasil tiene más de 14 millones de personas en situación de pobreza extrema, y llama clase media a esas personas que ingresan el equivalente a una cantidad que van entre 141 y 500 dólares al mes. Si, como se dice, son los blancos ricos los que votaron a Bolsonaro, debe ser que se ha convertido en uno de los países con más ricos del mundo. Debe ser que Brasil es como La Moraleja o Pedralbes pero a gran escala.

Algunas claves

Lo cierto es que cualquier candidato que quiera ganar unas elecciones en un país occidental tiene que contar con mucho apoyo de las clases medias en declive y de las obreras por la simple razón de que son mayoritarias. Y más todavía en Brasil. Por suerte, hay otras lecturas más realistas que explican por qué quienes salen perdiendo se han alejado del PT. Los evangelistas, implantados sobre todo en las capas bajas de la población brasileña, votaron en masa por Bolsonaro, por razones culturales y religiosas. El mensaje de seguridad, así como la mano dura contra la delincuencia, también ha conseguido votos de las escalas inferiores de las clases sociales, que son quienes las sufren con más frecuencia, algo que las izquierdas suelen olvidar. La corrupción y el desgaste del PT después de años en el poder y los recientes escándalos, también explican parte de la desafección respecto de la izquierda. Y muchos de los municipios pobres que votaron por el PT son feudos tradicionales del PT, de modo que esa inercia política también aclara algunas cosas. Estos factores, y algunos más, pueden servir para entender por qué eso que llaman eufemísticamente clases medias y las clases obreras no se han colocado contra un candidato cuyas políticas económicas les van a dañar enormemente.

Los nacionalpopulismos europeos ganan todo su peso electoral explotando las debilidades reales de las democracias occidentales

Pero nuestro mundo liberal, de izquierdas y de derechas, prefiere seguir en su burbuja, negando la realidad y dibujando sus fantasías en el aire. Para ellos, básicamente los regímenes democráticos actuales funcionan muy bien, aunque tengan sus problemillas, y lo malo es que la gente es muy facha, tiene demasiada nostalgia del pasado, no quiere actualizarse y se deja engañar por las noticias falsas que circulan por las redes y los grupos de whatsapp.

Las disfunciones del sistema

No es así. Tanto Bolsonaro como Trump, como el Brexit, como los nacionalpopulismos europeos, ganan o cobran peso explotando las debilidades reales de las democracias occidentales. Nuestro sistema tiene problemas evidentes, la mayoría de las cuales está causado por una gestión económica socialmente perniciosa que perjudica a la mayoría de los ciudadanos, eso que llamamos desigualdad.

Amplifican y exageran los problemas, pero también simplemente los apuntan y aseguran que los va a solucionar sin medias tintas y con arrojo

Las nuevas derechas, al igual que los diversos movimientos conservadores que las han precedido desde los años 70, con la llegada de Thatcher y Reagan al poder, no han hecho más que aprovechar las disfunciones del sistema para ganar elecciones. Pueden amplificar o exagerar los problemas, pero también simplemente apuntarlos y asegurar que los van a solucionar, con determinación, sin medias tintas, con arrojo. Y les está saliendo bien, porque ajustan esa actitud a los contextos en los que se mueven. Allí donde el deterioro económico está muy presente en la población, como EEUU, Italia o Francia, dicen defender los intereses de las clases populares y de las medias en declive, prometiendo una solución por la vía nacional en lugar de por la de clase; y allí donde esa pérdida no es tan exagerada, pero las amenazas asoman por el horizonte, como Alemania o Suecia, recurren con más ahínco a la inmigración y la xenofobia.

La UE, en riesgo

El giro es todavía más serio que en ocasiones anteriores, porque la amenaza va contra las instituciones propias de las democracias liberales, que si ya están débiles, por muchos motivos, ahora pueden convertirse en meros ornamentos. Se está construyendo un nuevo orden internacional en el que EEUU está especialmente interesado (eso es Trump), y a través del cual las élites estadounidenses han entrado en proceso de repliegue, intentando recoger todo el capital posible, cerrar bien sus empresas, liderar el cambio tecnológico (con firmas como Google, Facebook, Uber, Tesla, Apple, Microsoft, Amazon o Palantir), y ser los primeros en la carrera por el desarrollo de la inteligencia artificial. Europa, esa UE desunida y sin voz, está cada vez más débil, y tendrá que replantearse por la vía de los hechos su misma existencia, porque no olvidemos que los dextropopulismos son anti UE, y que uno de sus objetivos es acabar con ella.

Hemos de ser conscientes de que este momento político no es más que el neoliberalismo económico deshaciéndose de la democracia

Frente a este doble desafío, interno y externo, los liberales europeos siguen hablando del sueño europeo, de los beneficios del internacionalismo y de la multiculturalidad, y continúan escondiéndose detrás de la maldad de los fascistas y a la ineficacia de esa nueva raza de rojos blandengues. Pero ya no es posible. Las democracias europeas tienen que ser conscientes de que ellas son el objetivo ahora, algo que les obliga a cambiar. Puede ser hacia los nacionalpopulismos y el bonapartismo, o puede ser hacia una democracia más sólida que dé un giro a lo Franklin Roosevelt a sus políticas económicas. Hasta ahora, las élites liberales han preferido lo primero, y EEUU fue un buen ejemplo, ya que tomaron el peor camino y entregaron el gobierno a Trump. Tienen que ser conscientes de que el momento en que vivimos no es más que el neoliberalismo económico deshaciéndose de la democracia (o el integrismo económico deshaciéndose de las instituciones liberales, como prefiera cada cual). Tienen que elegir entre una cosa y otra. Apostar por la segunda implicaría un cambio económico inclusivo, por lo que todo apunta a que apostarán por lo primero. Y luego vendrá todo lo demás, como de costumbre en la Historia.

La izquierda está recibiendo todos los golpes por el crecimiento de los nacionalpopulismos, como si fuera la principal responsable. Sin duda tiene parte de culpa, pero fijar la mirada solo en un lado evita que nos hagamos un mapa del conjunto. Puede que esté en crisis, y que lleve tiempo metida en un lugar electoralmente secundario, pero lo que ha comenzado a hacer crack no es una parte del espectro ideológico, sino las democracias liberales (o más bien neoliberales, si nos centramos en lo económico) en sí mismas, que han sido el sistema político dominante en Occidente durante las últimas décadas. Las señales de una transformación sustancial siguen aumentando cuanto más nos adentramos en el siglo, y aunque este tipo de cambios son graduales, no por ello resultan menos radicales.

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