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El secreto del éxito de Vox, explicado por un político de EEUU
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Esteban Hernández

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El secreto del éxito de Vox, explicado por un político de EEUU

La formación de Abascal puede tener recorrido en estas elecciones porque se está apoyando en un elemento esencial de la política contemporánea. Y será más importante en el futuro

Foto: Santiago Abascal, en Toledo. (Reuters)
Santiago Abascal, en Toledo. (Reuters)

La política está cambiando mucho, y a menudo para mal. La campaña de las generales, con tanto aspaviento, las acusaciones continuas, el ruido de fondo, los debates encrespados y la ausencia de los asuntos importantes para España, podría ser un ejemplo. Sin embargo, si nos quedamos en la conversión de la política en un programa de 'Gran Hermano', nos perderíamos alguna de las cosas que están ocurriendo por debajo. Pete Buttigieg, el candidato emergente en las primarias demócratas, ofreció una pista cuando equiparó a los votantes de Sanders y a los de Trump, lo cual le granjeó muchas críticas por parte del equipo de Bernie. Hicieron mal, porque tenía razón en un aspecto importante. Buttigieg lo aclaraba así: “Sanders y Trump son radicalmente distintos en muchos, muchos aspectos. Pero creo que merece la pena señalar que existía una energía 'antiestablishment' que encontró una salida por caminos diferentes”. El periodista Glenn Greenwald se sumaba a la discusión apuntando algo esencial: cualquiera que quiera ganar, no solo en EEUU sino el mundo democrático occidental, tiene que ser percibido como alguien que se opone al orden establecido. Lo que importa, como subrayaba pertinentemente Buttigieg, “no es si perteneces a la izquierda o a la derecha, ni en qué punto de ella te sitúas, sino cuánto vas a profundizar en los cambios del sistema”.

España es diferente

Puede argumentarse con bastante razón que esa tendencia no es muy relevante en España. Veremos cuáles son los resultados electorales, pero las encuestas las encabeza con notable margen el PSOE de Sánchez, y su programa no puede calificarse en absoluto de antisistema, por más que la hiperactividad de sus rivales así insista en señalarlo. De hecho, las elecciones generales en España se han jugado en ese eje desde hace 15 años, con el partido en el Gobierno intentando señalar a sus oponentes como grandes peligros para el sistema, y usualmente les ha salido bien. El domingo tiene la pinta de que todo se repita, con Sánchez sacando partido de las alertas acerca de los enormes problemas que supondría el triunfo de una derecha liderada por Vox.

En ese terreno fuera del radar se está moviendo Vox, y por eso nadie acierta a predecir de manera fiable su verdadero recorrido

Pero eso no significa que este impulso de cambio radical no esté presente en toda la política europea y también en la española. Todos los movimientos exitosos recientes, en especial los de nuevo cuño, se han apoyado en esta clase de energía. Tsipras llegó al poder porque prometía algo totalmente distinto, aunque después se escondiera; el Brexit triunfó cuando nadie lo esperaba precisamente porque afirmaba que iba a cambiarlo todo; el Frente Nacional de Marine Le Pen, Cinque Stelle o el Podemos de los inicios surgieron desde ese mismo suelo. Desde luego, ahí radicó el éxito de Trump, que primero venció al partido republicano y después al demócrata. Y desde entonces hemos visto cómo esa mecha ha encendido muchos fuegos, desde Salvini hasta Zelensky.

Los llenazos

En ese terreno fuera del radar se está moviendo hoy Vox, cuyo recorrido nadie acierta a predecir con fiabilidad. Han llevado a cabo una distribución paralela de mensajes en redes, han activado a sus votantes mediante actos masivos, han ignorado a los medios que entendían poco favorables (casi todos) y han generado la sensación de que el éxito les acompañará quizá porque se han movido fuera de los circuitos habituales.

La actitud 'antiestablishment', que en el pasado suponía un billete para el fracaso, de ahora en adelante será un requisito para tener éxito

Una de sus fortalezas, nos cuentan, es haberse dirigido a la España interior, la de la caza y los toros, la que todavía siente la bandera y está harta de feministas, animalistas y blandengues. También que sus propuestas han captado votantes de clases desfavorecidas, o que los votos de los descontentos caerán en sus manos. En buena medida no es así, ya que Vox fundamentalmente es la opción electoral de los desencantados de la derecha y muchos de sus simpatizantes provienen del PP y de Ciudadanos. Y además es difícil que triunfe de manera significativa entre los perdedores de la globalización porque su programa económico no les beneficia y porque sus propuestas religiosas tienen un mal encaje con el día a día de las clases con menos recursos.

Una baza poderosa

Pero hay algo de su recorrido que sí merece ser tenido en cuenta, porque va a tejer la política de ahora en adelante, y más si hay una recesión. La atención al mundo que se escapa de las grandes ciudades, a eso que se ha llamado la España vacía, tendrá su recorrido. Pero, sobre todo, su actitud aguerrida contra lo establecido, su promesa de que van a cambiar las cosas por completo, la imagen decidida de que están fuera del sistema y su afirmación de que van a arreglar lo que está roto, se han convertido en bazas electoralmente poderosas. Este comportamiento, que en el pasado suponía un billete para el fracaso, de ahora en adelante será una de las esencias del éxito, siempre y cuando esa apuesta esté creíblemente encarnada.

Conocer cómo piensan las clases perdedoras es fundamental para hacer política efectiva, pero se suele solventar con el desprecio

La existencia de clases medias en descenso y clases trabajadoras empobrecidas, a las que nadie se preocupa por conocer, por saber qué piensan y cuál es su visión del mundo y por darles una salida. Esto, que es fundamental para hacer política efectiva, suele solventarse mediante el desprecio. Unos no hablan de ellas, y en su lugar prefieren sumar colectivos (jóvenes, mujeres, pensionistas, minorías); otros apuestan decididamente por ellas siempre que se declaren españolistas y antiinmigración, y que sean más liberales en lo económico que nadie, y otros pretenden que abandonen sus anclajes y se conviertan en clases digitales y globales.

La decepción y la mentira

Todo esto lleva a que, con frecuencia, quienes dicen defenderlas acaben ofendiéndolas: a menudo se tilda a sus integrantes de atrasados, caducos, viejos y resentidos, y se les mira por encima del hombro: este es un ejemplo claro que ayer aprovechó, como era lógico, Abascal. En otro sentido, la ofensa llega por el lado contrario, porque se les insiste en que forman parte de algo mayor, como es la nación, al mismo tiempo que se les extraen los recursos para llegar a fin de mes; tienen símbolos, pero no dinero.

Un actor creíble, con ideas y solidez, que prometa un cambio profundo y real, tiene muchas opciones de éxito, porque convierte la decepción en ilusión

Todo esto hace que el malestar crezca, que suela expresarse en términos difusos y que tenga una evidente traducción cultural. Pero, como paso previo, como elemento imprescindible en el que los nuevos valores se asientan, está la desconfianza en la política tradicional, en sus representantes, en esa gente que está hecha para la decepción y la mentira. La política parlamentaria pasa a ser percibida como un mero juego retórico en el que los políticos pelean absurdamente y buscan su propio interés mientras se olvidan de nosotros. La democracia sigue estando bien vista, pero la dinámica parlamentaria es un problema: son gente que no hace más que defraudarnos y perjudicarnos. Ese es el sentimiento dominante hoy en la política occidental, y también en España. La mejor prueba es que casi nadie cree en los partidos, y ni siquiera en las ideas que representan. Hoy se vota en contra de lo que nos repugna o eligiendo el mal menor, pero ya no hay convicción a la hora de poner la papeleta en la urna.

Antisistema

En ese contexto, un actor creíble, con ideas y solidez, que prometa un cambio profundo y real, tiene muchas opciones de éxito, porque convierte la decepción en ilusión, congrega a gente que quiere creer pero que no encuentra en quién; transmuta ese malestar en la promesa de un futuro mejor al mismo tiempo que hace creer que con él las cosas serán distintas. Y ese actor solo puede ganar hoy tal cantidad de confianza siendo, o mostrándose, antisistema.

Que Vox o Podemos no sean partidos dominantes en la política nacional no significa que la pulsión de cambio desaparezca; todo lo contrario

Este es el eje principal de la política occidental, el prosistema/antisistema, y cada opción lo llena con contenidos diferentes. Podemos lo hizo en sus inicios y después dilapidó todo lo ganado e incluso más, y es muy probable que a Vox le pase lo mismo, porque carece de la altura de miras precisa y de la capacidad de ganar adeptos en distintos estratos sociales. Ninguno de los dos, además, se ha centrado en los asuntos esenciales de nuestra época, y, por tanto, difícilmente puede darles respuesta.

La ola

Pero eso no significa que la pulsión de cambio vaya a desaparecer si Podemos y Vox no tienen recorrido. Más al contrario, estamos viendo cómo esta ola contra el sistema existente está inundándolo todo, y así ocurrirá con futuras opciones.

Existe un cambio muy profundo, mucho más de lo que nos parece, en los valores dominantes

En España, confluyen tres aspectos, que son cruciales en la política actual. En primer lugar, hay un bloque de clases roto, ya que las capas medias han descubierto que no eran más que pobres en excedencia, unas clases altas nacionales que se aferran a las tradiciones y al pasado, mientras el mundo financiero y tecnológico de EEUU y China les arrebatan su lugar de privilegio, y unas clases trabajadoras con pocos recursos. El segundo aspecto se refleja en que esa dualización está reorganizando todo tipo de estructuras: las diferencias aumentan enormemente entre países, entre las grandes ciudades y el resto, entre el entorno urbano y el rural, entre los trabajos mejor pagados y los demás, entre los ricos y el 80% restante de la sociedad. Y el tercero es el cambio en los valores culturales, que es muy profundo, que los dos factores anteriores están produciendo. La desconfianza en las instituciones, en esta democracia, en los líderes, está generando una nueva visión del mundo que está transformando la sociedad de un modo más radical del que nos parece. Para entender las dimensiones de todo esto, no nos valen las encuestas, ni los gráficos ni las predicciones basadas en la cuantificación. Estamos entrando en un mundo diferente, en el que la política será bastante más agitada que en las décadas anteriores. Es probable que en las generales gane el PSOE, y también que acabe gobernando. Pero si es así, solo será una tregua. Llegan otros tiempos.

La política está cambiando mucho, y a menudo para mal. La campaña de las generales, con tanto aspaviento, las acusaciones continuas, el ruido de fondo, los debates encrespados y la ausencia de los asuntos importantes para España, podría ser un ejemplo. Sin embargo, si nos quedamos en la conversión de la política en un programa de 'Gran Hermano', nos perderíamos alguna de las cosas que están ocurriendo por debajo. Pete Buttigieg, el candidato emergente en las primarias demócratas, ofreció una pista cuando equiparó a los votantes de Sanders y a los de Trump, lo cual le granjeó muchas críticas por parte del equipo de Bernie. Hicieron mal, porque tenía razón en un aspecto importante. Buttigieg lo aclaraba así: “Sanders y Trump son radicalmente distintos en muchos, muchos aspectos. Pero creo que merece la pena señalar que existía una energía 'antiestablishment' que encontró una salida por caminos diferentes”. El periodista Glenn Greenwald se sumaba a la discusión apuntando algo esencial: cualquiera que quiera ganar, no solo en EEUU sino el mundo democrático occidental, tiene que ser percibido como alguien que se opone al orden establecido. Lo que importa, como subrayaba pertinentemente Buttigieg, “no es si perteneces a la izquierda o a la derecha, ni en qué punto de ella te sitúas, sino cuánto vas a profundizar en los cambios del sistema”.

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