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Esteban Hernández

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Sánchez tiene razón al convocar elecciones. El problema es otro

La decisión socialista de volver a las urnas el 10-N conlleva riesgos, pero si un líder ha demostrado arrojo, ese ha sido Sánchez. Otra cosa es qué ocurrirá si gobierna

Foto: Sesión de control al Gobierno en funciones. (Fernando Villar/EFE)
Sesión de control al Gobierno en funciones. (Fernando Villar/EFE)

Buena parte de las lecturas sobre este proceso de negociación, o como queramos llamar a los meses transcurridos tras las elecciones, han puesto el acento en lo emocional, en las rencillas entre líderes o en sus ambiciones. Pero más allá de ellas, la decisión de convocar nuevas elecciones también tiene mucho de racional, y esto no suele subrayarse.

España se prepara para repetir elecciones

Es comprensible que el PSOE no quiera asumir el Gobierno si no cuenta con los apoyos que le den la estabilidad necesaria. Tanto Podemos como Cs pueden llevarlo a un lugar envenenado, como es la residencia en la Moncloa con las manos atadas, lo que les conduciría a convocar elecciones en un plazo relativamente breve. El PSOE ganó los últimos comicios, pero su número de escaños lo relega a una posición débil para gobernar, y precisa de un respaldo que le otorgue ese margen de maniobra del que carece por sí mismo. La repetición de las elecciones puede ser útil para alcanzar ese objetivo.

No es solo venganza

En esta nueva convocatoria también hay otro tipo de cálculos, como el deseo de dar la puntilla a Iglesias (tarea en la que es más que probable que ayude Errejón) y el de doblar el brazo a Rivera, aspectos ambos que le permitirían empujar a Podemos y Cs a que rebajen sus exigencias, además de cobrarse ciertas afrentas: la venganza también tendrá su espacio, como bien ha recordado Óscar Puente en un desagradable tuit. Hay quienes subrayan que el 10-N nos conducirá a un bipartidismo reformado, que tendrá algo de asentamiento sistémico y de fin de la nueva política, y quizá sea cierto. Pero eso no resta validez a la reflexión de fondo: gobernar sin apoyos firmes es un error y es lógico que Sánchez quiera asegurar la gobernabilidad más allá de su presencia en la Moncloa.

Las negociaciones se tejieron bajo una convicción: la ambición de Sánchez de mantener como fuera la presidencia le llevaría a ceder. No ocurrió así

Por supuesto, esta opción tiene riesgos, porque en unas elecciones se sabe dónde se empieza, pero no dónde se acaba. El PSOE puede pasar a la oposición si las derechas suman o puede verse abocado a un escenario muy similar al presente, lo cual debilitaría a Sánchez: si el 10-N arrojara un balance de fuerzas que difiriese poco del actual, tendría mucho menos espacio para negarse a las exigencias de sus posibles socios. Ambos escenarios fueron parte esencial de las negociaciones, ya que una de las tesis más frecuentes, que recorría muchas estrategias y análisis, entre ellos los de Iglesias, aludía a la ambición de Sánchez: quería mantener la presidencia como fuera, y no iba a arriesgarse a perderlo todo con una repetición. Pero esta idea contenía un conocimiento de la personalidad del presidente en funciones bastante endeble, así como obviaba un aspecto coyuntural muy relevante.

El arrojo de Sánchez

Sánchez no es un líder que se caracterice por la cobardía. Se le puede acusar de oportunismo ideológico y de acogerse a la tesis que le resulte más rentable, pero no de falta de valor. Recordemos que llegó a la presidencia del partido en una campaña en la que, fuertemente respaldado por Susana Díaz y el aparato socialista, se enfrentó a Madina. La idea era que se convirtiera en la cara visible de su partido hasta que Díaz diera el salto al liderazgo nacional. Pero una vez en Ferraz, Sánchez se resistió para permanecer, y lo consiguió. Con la investidura de Rajoy, sufrió un penoso golpe de Estado retransmitido en directo, al que logró sobrevivir gracias a su persistencia, a ese recorrerse España con su coche que tantas burlas recibió.

El ascenso de Cs se frenó en seco con el golpe de mano de Sánchez y Redondo, la moción de censura, aunque Rivera ayudó mucho con su torpe gestión

En ese momento, su partido se encontraba en el momento más bajo, y debía enfrentarse al serio riesgo de acabar como tercera o cuarta fuerza política en España. Con Susana Díaz al frente, y después de haber investido a Rajoy, habían dejado a Podemos todo el espacio de la izquierda. Esa posibilidad de sorpaso se frenó de raíz con el contundente regreso de Sánchez a Ferraz, aunque también ayudase la tendencia de los morados a acabar con lo que habían logrado: Vistalegre II y la forma en que se enfocó y difundió fue más una apertura de venas en público que un congreso.

Reproches y culpas en el Congreso por la repetición de elecciones

El tercer momento

De nuevo en el poder del partido, Sánchez debió afrontar la amenaza de Ciudadanos. Con un PP que apenas podía gobernar y sumido en las sentencias por corrupción, era probable que los de Rivera creciesen, ya que suponían el relevo natural de los votantes populares desencantados. Si hubieran seguido creciendo, habrían sobrepasado electoralmente al PSOE, que se habría visto obligado a respaldarles para sacar del Gobierno al PP, con consecuencias muy negativas para los socialistas. Pero el ascenso naranja se frenó en seco con el golpe de mano de Sánchez y Redondo, con esa moción de censura que les llevó a la Moncloa, aunque Rivera ayudase mucho con su torpe y grosero manejo de la nueva situación.

En tres momentos distintos, Sánchez tuvo que demostrar que era un líder con valor, y no solo lo hizo sino que tuvo éxito en sus apuestas. No era muy probable que le temblase la mano a la hora de realizar un nuevo órdago en forma de elecciones.

La fragilidad de los proyectos políticos y la rapidez con que los protagonistas son fagocitados nos sitúan en un escenario electoral muy diferente

Hay, no obstante, un elemento coyuntural que se suma a la personalidad del líder y a la necesidad de un Gobierno estable, como es el momento político general. Estamos en un instante político de cambio, y la fragilidad de los proyectos y la rapidez con que los protagonistas son fagocitados son muy diferentes de la estabilidad y permanencia de partidos y líderes que se vivieron hace pocas décadas.

El rey y los barones

Al mismo tiempo, la política se ha personalizado, y el peso de los dirigentes es cada vez mayor. Las grandes figuras políticas de los últimos años dependen menos del partido que antes, y a menudo el destino de líder y formación va demasiado unido. En el caso español es evidente, como se percibe de inmediato con Rivera, Iglesias y Abascal. No le ocurre al PP, ya que Casado obtuvo malos resultados y, como sabemos, el poder de los barones se incrementa proporcionalmente a la debilidad del rey, pero sí al PSOE.

A Sánchez le podría ocurrir como a Renzi, que pasó de ser la gran esperanza socialista europea a arrastrar a su partido en la caída

Con el triunfo electoral y con la legitimidad de haber sufrido un golpe de Estado y haberlo vencido, Sánchez tiene un enorme peso dentro del partido, lo que conlleva ventajas, pero también muchos riesgos. Podemos fijarnos en el caso italiano, cuando Renzi emergió como la gran esperanza en un momento de declive socialista y alcanzó el Gobierno, pero después arrastró consigo al partido en su caída. Tampoco los franceses pudieron sobrevivir a la salida del Gobierno de Hollande. Y podría decirse que la situación española no es la francesa o la italiana, pero tampoco está muy lejos.

Más lógico todavía

En otras palabras, es bueno mirar a medio plazo, y más en tiempos tan agitados como los nuestros, en los que la gran brecha se está abriendo entre partidos sistémicos, que abogan por continuar con el 'statu quo', y los extrasistémicos, lo cual abre la puerta a nuevas formaciones. En este escenario, los éxitos tienden a ser poco permanentes, los proyectos cortos y los liderazgos mucho más breves que en el pasado. Por eso es más lógico todavía que Sánchez se preocupe por poder gobernar con el respaldo que le permita un margen de maniobra real.

Sánchez quiere apoyos sólidos para proseguir con la ortodoxia, y eso va a tener un precio. Es lo que las instituciones le piden, pero no va a ser suficiente

Otra cosa es para qué va a servir esa estabilidad en el Gobierno, qué objetivos se trazarán y cómo se afrontarán las situaciones. No se trata solo de la sentencia del 'procés', sino de la situación económica, del Brexit, de los cambios geopolíticos y de la crisis que todo el mundo experto da por descontada. Sánchez quiere hacer reformas para asentar el sistema, un poco a lo Macron, pero también es una apuesta que puede ser mucho menos pragmática de lo que se piensa. Estamos en un tiempo político diferente y repetir las mismas fórmulas hará los problemas más profundos. La marejada de fondo es grande, y hacen falta nuevas ideas, nuevas perspectivas, otra concepción de la UE y políticas más arriesgadas para enfrentarnos a lo que viene. Sánchez quiere apoyos sólidos para proseguir con la ortodoxia, y eso va a tener un precio. Es lo que todo el mundo institucional le pide, pero no va a ser bastante. Esta es la segunda parte de la política: su movimiento convocando elecciones tiene toda la lógica, el problema es para qué; qué va a hacer cuando gobierne y cómo nos va a ayudar a los españoles. Y esa discusión, me temo, estará muy poco presente en la campaña, porque todos los partidos han decidido obviar los grandes problemas de fondo.

Buena parte de las lecturas sobre este proceso de negociación, o como queramos llamar a los meses transcurridos tras las elecciones, han puesto el acento en lo emocional, en las rencillas entre líderes o en sus ambiciones. Pero más allá de ellas, la decisión de convocar nuevas elecciones también tiene mucho de racional, y esto no suele subrayarse.

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