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Las dos nuevas opciones políticas para arreglar un capitalismo roto
La economía no está funcionando y se prevén fuertes tensiones a corto plazo. Las maneras de salir del atolladero están en discusión, pero priman dos perspectivas
Esta semana, Luis de Guindos, vicepresidente del BCE y exministro de Economía, y Alberto Garzón, líder de IU, se encontraron en el Congreso. Tras los saludos pertinentes, departieron brevemente acerca de las nuevas políticas fiscales que el BCE quiere impulsar y la respuesta del líder de IU fue “esa es muy buena cosa”. Cuando dos personas políticamente tan distantes coinciden en las medidas que se deben tomar, es signo de que las cosas están cambiando mucho.
‘Financial Times’ y’ The Economist’ han subrayado ese giro con sus últimas portadas. El diario avisaba de los riesgos que genera un capitalismo roto y el semanario apostaba por la lucha urgente contra el cambio climático desde una perspectiva similar. Ese clamor está muy presente en la política estadounidense. ‘The New York Times’ publicaba un artículo contra la Escuela de Chicago, y dio especial relevancia a un artículo de opinión que criticaba las medidas económicas tomadas en la era Obama, ya que favorecieron al sector financiero. En el partido republicano, Marco Rubio ha firmado un informe contundente contra la financiarización, el senador Josh Hawley se ha pronunciado recientemente contra las Big Tech y Wall Street y Mitt Romney ha escrito una carta a Trump para oponerse a sus recortes de impuesto. Y Elizabeth Warren, la candidata demócrata mejor acogida y una ferviente adversaria del ‘rigged capitalism’, convocó a una multitud en Nueva York, una señal de su potencia política.
El desconcierto
En Europa, mientras tanto, el debate acerca de qué medidas tomar para reactivar la economía se ha avivado intensamente tras el aviso del BCE de que el margen para la política monetaria se ha agotado y que ahora es preciso impulsar políticas fiscales.
Algo ha cambiado, sin duda, cuando la marejada de fondo es tan insistente. La convicción en que hay una crisis acechando y la conciencia del daño que haría en poblaciones que aún no se han recuperado de la última, con consecuencias obvias en el plano político en un momento en el que los populismos de derechas han ganado fuerza en el mundo, está generando reflexiones que apuntan en direcciones muy diferentes de aquellas a las que estábamos acostumbrados. Incluso Felipe González ha advertido de que el capitalismo está destruyéndose a sí mismo, lo que es una señal inequívoca más de que estamos en un momento de verdad complicado.
Luis de Guindos asegura que si se va a ser más tolerante con el gasto, esas nuevas políticas no pueden quedar en manos de los Estados
En cierta medida, el momento presente es el del desconcierto de unas instituciones que ven cómo las políticas que han tomado no funcionan y que se ven obligadas a recurrir a soluciones diferentes para ver si son efectivas, detienen la crisis, impulsan el crecimiento y estabilizan las sociedades. En ese debate estamos inmersos, y contiene un par de dilemas.
Los políticos, el problema
La conferencia que pronunció Luis de Guindos el pasado miércoles es buen ejemplo del primer dilema. En ella, además de insistir en su libro de recetas estándar (“Tenemos que centrarnos en la reforma de los mercados, la educación y elevar la productividad”), señaló que es lógico que los países con superávit fiscal gasten más en medioambiente, infraestructuras y educación y reclamó “un instrumento fiscal de tamaño moderado pero con capacidad de actuación anticíclica, no controlado por los países”. Esta idea es llamativa en la medida en que se mueve en esa ortodoxia que entiende que el objetivo es vigilar a los Estados. La idea de fondo es que los políticos siempre están dispuestos a incurrir en gastos excesivos para satisfacer a sus electorados democráticos y que, por tanto, un instrumento de control que evite esa tendencia perniciosa es imprescindible. Por lo tanto, si se va a ser más tolerante con el gasto, resulta lógico que esas políticas anticíclicas no queden en manos de quienes pueden causar problemas mayores.
Las mismas personas y las mismas ideas que facilitaron la recesión y que no la han solucionado a pesar del dinero aportado, quieren liderar el cambio
Es una idea muy asentada, con la que mucha gente coincidirá, y más todavía en España. No podemos obviar las repetidas muestras de incapacidad que nuestros representantes nos ofrecen, pero también es cierto que, en los asuntos económicos, su margen de acción es mucho más limitado de lo que se les atribuye. Es sorprendente que la tecnocracia ligada al BCE, que ha dirigido la economía europea en los últimos años, cuyas políticas crearon las condiciones para que explotara la crisis y que tampoco han sabido solucionarla una década después, insista en la inidoneidad de los dirigentes políticos para tomar las decisiones. Es importante subrayar esto, porque después de miles y miles de millones creados de la nada e insuflados en la economía, esta sigue funcionando mal, hasta el punto de que nos hallamos a las puertas de la recesión. Si nos alejamos de lo valorativo y nos centramos en los hechos, habría que constatar que las mismas personas y las mismas ideas que facilitaron la recesión de hace una década, que no la supieron prever y que no la han solucionado a pesar de todo el dinero aportado, pretenden seguir dirigiendo el proceso, al tiempo que advierten de los males enormes que nos asaltarían si otros tomasen las riendas. Suena extraño, porque lo lógico sería asumir responsabilidades: lo intentaron y fracasaron, de modo que sería el momento de dejar sitio a otras personas con nuevas ideas y nuevas perspectivas.
Las dos nuevas posiciones
El segundo interrogante, que va más allá de quién debe tomar las decisiones, es qué hacer en este instante difícil. Y, en ese orden, las portadas de ‘Financial Times’ y ‘The Economist’ son reveladoras respecto del debate de fondo. La postura ortodoxa, bien descrita por Guindos, apuesta por las reformas estructurales, adecuar el mercado de trabajo a las nuevas exigencias e insistir en la mejora de la productividad, pero complementándolo con inversiones públicas, en aquellos países que puedan permitírselo, en infraestructuras y en modernizar el tejido industrial, que impulsen la economía. En ese orden, y la apuesta del semanario británico va por ese camino, la transición ecológica es la propuesta estrella. Alemania planea movilizar 40.000 millones de euros con ese objetivo y bajo esas mismas premisas y Jeff Bezos quiere poner a Amazon a la cabeza de ese movimiento.
Su objetivo no es estimular los mercados, sino transformar su actual funcionamiento. Se trata de intervenir para arreglar todo lo que no funciona
La otra posición, la que ha dejado entrever ‘Financial Times’ es muy diferente, ya que apunta hacia cambios estructurales: su objetivo no es estimular los mercados, sino transformar su actual funcionamiento. Se trata de intervenir para arreglar todo lo que no está funcionando. El artículo de Martin Wolf acerca de cómo el capitalismo amañado está dañando la democracia liberal es un buen ejemplo, como tantos otros que han sido publicados en el diario últimamente, en especial los de Rana Foroohar.
El capitalismo rentista
El problema que está impidiendo que la economía funcione, desde su punto de vista, es este tipo de capitalismo, calificado como rentista (un sinónimo de la financiarización), que provoca serias distorsiones en la economía real, el pivote sobre el que se gira todo lo demás. Los cambios por los que abogan, y en este sentido Foroohar ha sido particularmente activa, intentan resituar el foco en Main Street en lugar de en Wall Street, en favorecer a los ‘makers’ en lugar de a los ‘takers’, en dejar de tejer un escenario que beneficie a los fondos de inversión en lugar de a las empresas productivas.
Los monopolios y oligopolios son percibidos cada vez con mayor hostilidad. Especialmente intensa es la presión sobre las Big Tech
Estas tesis, cada vez más populares en el ámbito anglosajón, señalan a esa orientación hacia los accionistas completamente dominante en las firmas como la causa primera de las perturbaciones económicas. Cuando las compañías priorizan la generación de beneficios para repartirlos entre los accionistas, ya sea inflando las acciones o recomprándolas o pidiendo prestado para repartir dividendos, cuando se permiten o incluso se favorecen las acciones dañinas del private equity o cuando se empuja decididamente hacia las fusiones y las adquisiciones como medio de reducir la competencia y lograr mercados cautivos, se está dañando todo aquello que hace que la economía funcione, se generan sociedades más desiguales y se pone en riesgo el mismo sistema, también en lo político. Una economía pensada para los rentistas agresivos en lugar de para las empresas y sus grupos de interés (los trabajadores, proveedores y clientes, así como las sociedades en que operan) y una acción de los bancos centrales orientada hacia el control de la inflación y a asegurar los intereses de los fondos, produce necesariamente grandes distorsiones.
Un movimiento creciente
En este escenario, los monopolios y oligopolios son percibidos cada vez con mayor hostilidad. Especialmente intensa es la presión sobre las Big Tech, en tanto parte de esa erradicación de la competencia gracias a enormes empresas de dimensiones globales, sostenidas por fondos de inversión poderosos, que constituyen un nuevo paso adelante en el rentismo de la consolidación.
Las acciones antimonopolio, la defensa de los consumidores, el combate contra Wall Street y la defensa de la economía productiva son el camino
No son advertencias en el vacío de columnistas económicos, sino que reflejan un movimiento creciente en la política anglosajona, y especialmente en la estadounidense. La ortodoxia se ha dejado definitivamente de lado en EEUU. Trump ha dado un giro proteccionista y nacionalista, generando perturbaciones geopolíticas globales, y ahora trata de controlar a la Fed para que tome decisiones que le convienen para la reelección. Por el otro lado, tenemos a Sanders y especialmente a Elizabeth Warren, que está totalmente volcada en combatir las disfunciones de la competencia y en arreglar un sistema roto a través de nuevas reglas del funcionamiento del mercado (muy en sintonía con el marco propuesto por Wolf o Foroohar). Las acciones antimonopolio, la defensa de los consumidores, el combate contra Wall Street y la defensa de la economía productiva son el camino que propone para impulsar el crecimiento, activar mejores niveles de bienestar y recuperar a unas clases medias y trabajadoras que están sufriendo. Más allá de sus propuestas sobre Medicare o sobre el Green New Deal, que también aparecen en sus programas, esta reformulación del poder a través de la introducción de nuevas reglas en el mercado y de la reorientación del propósito de las empresas, es el eje que entienden imprescindible para recomponer la economía y las sociedades.
Dos posibilidades
Estas son las dos opciones reales que se están poniendo en juego en la política contemporánea: una apuesta por continuar con la ortodoxia, estimular a los mercados sin intervenir en su funcionamiento, aportando más masa monetaria e impulsando la inversión pública en modernización y transición ecológica, que es la idea de la UE, y otra propone acabar con el estado de cosas existente, reformulando por completo el mercado, y esa es la idea estadounidense. Y en ella hay, a su vez, dos direcciones: una es la de Trump y Johnson, apostando aún más por las concentraciones y la financiarización y otra es la de Warren y Sanders, que pretenden acabar con ellas. Lo que ocurra políticamente en EEUU y el Reino Unido en 2020 va a ser decisivo para el mundo.
Esta semana, Luis de Guindos, vicepresidente del BCE y exministro de Economía, y Alberto Garzón, líder de IU, se encontraron en el Congreso. Tras los saludos pertinentes, departieron brevemente acerca de las nuevas políticas fiscales que el BCE quiere impulsar y la respuesta del líder de IU fue “esa es muy buena cosa”. Cuando dos personas políticamente tan distantes coinciden en las medidas que se deben tomar, es signo de que las cosas están cambiando mucho.