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Lo que no cuentan de la mayoría silenciosa: su giro político
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Esteban Hernández

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Lo que no cuentan de la mayoría silenciosa: su giro político

La campaña electoral permanente está tocando fondo en cuanto a ideas y propuestas. Sin embargo, algo está moviéndose profundamente en el panorama político

Foto: Elizabeth Warren en San Diego, California. (Mike Blake/Reuters)
Elizabeth Warren en San Diego, California. (Mike Blake/Reuters)

El gran debate político de fondo no está teniendo lugar en nuestro país, profundamente agitado por el posible reparto de escaños y enormemente aburrido en cuanto a ideas. En España se está compitiendo sin innovación alguna y sin propuestas que generen expectativas reseñables. Los marcos que se utilizan, además, son bastante comunes y el predominante es la apelación a la mayoría silenciosa, la de siempre, esta vez con el único horizonte de formar gobierno. Todo lo que podemos esperar de quien ocupe Moncloa, sea quien sea, es ortodoxia.

Quizá sea más estimulante mirar un poco más allá y encontrar elementos de reflexión sistémica en otros lugares, que es posible que anticipen lo que ocurrirá en España dentro de un tiempo. Las transformaciones que están sucediendo en países de la UE ya han sido comentadas, pero lo han sido bastante menos las novedades últimas respecto del país que marca al resto, EEUU. Las primarias demócratas están ofreciendo unas cuantas, y la mayor de ellas es Elizabeth Warren, la candidata que acaba de situarse primera en las encuestas. Su trayectoria está siendo fulgurante y subraya algunos elementos que van más allá de su auge, ya que apuntan virajes que tendrán consecuencias en el futuro.

1. Lo simple no es mejor

La ortodoxia electoral nos repite que las campañas se articulan a partir de escasos elementos discursivos, que se deben repetir con insistencia. Existen argumentarios formales e informales que se trasladan a entrevistas, mítines y mensajes difundidos a través de redes y medios de comunicación. Sin embargo, Warren ha añadido otros elementos, que a menudo van en dirección contraria, ya que ha abordado una temática amplia y cierto nivel de dificultad. El lema "I’ve got a plan for that" resume su apuesta: temas complejos, soluciones concretas, respuestas sólidas. La simplicidad no siempre es buena.

2. Otra mayoría silenciosa

Iván Redondo puso de moda la expresión mayoría silenciosa al referirse a una suerte de sector social, muy amplio, que tiene en sus manos la llave de las elecciones. Es lo que antes se llamaba 'centro', pero que tiene poco que ver con el teórico centro ideológico. Redondo acierta con la denominación, porque ese tipo de voto, claramente sistémico, que aspira a la estabilidad y a la seguridad, y que suele preferir lo conocido, es el dominante en España, como lo fue en Europa durante mucho tiempo. Rajoy logró ser investido precisamente apelando a los miedos de ese elector (de fondo estaba el desasosiego que traería Podemos) y Sánchez ganó las elecciones señalando que Vox desestructuraría todo lo que se había progresado desde la Transición. Esa mayoría silenciosa, que quiere continuidad, escasas perturbaciones y que teme a los saltos en el vacío es determinante.

La mayoría silenciosa demandó transformaciones sustanciales en las elecciones estadounidenses de 2016 y en estas parece seguir el mismo camino

Sin embargo, esa clase nuclear empieza a girar hacia otras opciones. En Europa es bastante claro, porque de esa mayoría silenciosa están nutriéndose los partidos populistas, y tampoco podríamos entender el apoyo al Brexit sin votantes que antes eran 'proestablishment' y se han vuelto contra él. Quizá el mejor ejemplo apareciese en las últimas elecciones presidenciales en EEUU, en las que Hillary Clinton representaba la estabilidad y la continuidad, con el respaldo del presidente saliente, Obama, mientras que Trump encarnaba el cambio radical, el riesgo, lo ignoto, el caos. Como sabemos, la gente votó a favor de no seguir como antes.

En las primarias, los demócratas parecían no haberse dado por enterados de la experiencia anterior. El 'establishment' demócrata ha apostado por Joe Biden, vicepresidente con Obama y cuya apuesta política es muy similar a la de Hillary Clinton. No es extraño que, a pesar de haber partido con gran ventaja, Biden haya sido superado en las encuestas. Y si fuera nombrada candidata o si lo fuera Sanders, el tercero en la carrera, las presidenciales tendrían dos aspirantes cuya oferta política sería la de un cambio profundo. La mayoría silenciosa demandó transformaciones sustanciales en las anteriores elecciones, y en estas parece seguir el mismo camino.

3. Conservador y progresista

Warren ha conseguido ganarse a los votantes por diferentes factores, pero uno de ellos tiene que ver con su imagen de normalidad. Su campaña ha sido afectuosa para con los seguidores, ha compartido mucho tiempo con ellos, haciéndose selfis, leyendo sus cartas y llamándoles por teléfono para agradecer las donaciones recibidas (de lo que ha dado cuenta por las redes), pero siempre desde una imagen de afecto sincero que es crucial. Ofrece la sensación de ser una persona común, sin actitudes provocadoras ni un 'look' diferente, y sin proclamas revolucionarias. Su perfil está muy cerca de lo tradicional.

Varios directivos han alertado de que Warren "podría crear un entorno en el que sería casi imposible funcionar"

Pero al mismo tiempo, esto ha ocurrido ofreciendo un programa verdaderamente reformista que promueve transformaciones sustanciales, esas que han llevado a que 'The Wall Street Journal' le haya dedicado un editorial advirtiendo del riesgo que supondría un gobierno Warren; y a varios directivos a alertar de que "podría crear un entorno en el que sería casi imposible funcionar".

4. Un cambio real

Su posición, esa mezcla de valores tradicionales y reformas muy progresistas, supone una innovación sustancial acerca de cómo se gestiona una campaña política. En los últimos tiempos habían aparecido dos opciones electorales. Por una parte, la alternativa que podríamos calificar de 'proestablishment' y tecnocrática, que apostaba por la estabilidad y la continuidad y abogaba por reformas moderadas para generar confianza a la sociedad y especialmente a los inversores. Esos líderes tradicionales han modificado su perfil, y tienden a ser más jóvenes, pero tienen las mismas ideas. Del otro lado, los 'antiestablishment' son aguerridos y se alejan de lo políticamente correcto, y ahí entrarían Trump, Johnson, Salvini, Orbán y tantos otros que están surgiendo. Son dos perfiles con dos visiones políticas distintas: unos pretenden trasladar tranquilidad y sosiego, y por tanto prometen no realizar grandes modificaciones, y los otros alteración, orgullo y batalla para cambiar las cosas.

Lo que hace la aspirante demócrata no es más que unir una cosa y otra: si queréis estabilidad y seguridad, hacen falta transformaciones profundas

Warren toma elementos de ambos. Es tranquila pero firme, tradicional pero rupturista, afirma que quiere ayudar al estadounidense común y apuesta por un programa que transformaría el 'establishment' simplemente con que se aplicase al 50%; esa unión de normalidad afable, convicciones profundas, conocimiento técnico y batalla política es lo que le está dando recorrido.

Lo significativo de este movimiento de Warren es que no se agota en Warren, sino que subraya una tendencia creciente en nuestra sociedad: la mayoría silenciosa está demandando cambio. Los líderes emergentes, de un lado y de otro, quieren transformar el sistema y ya no apuestan por continuar con lo existente: la gente quiere algo más que un continuo declive. Lo que hace la aspirante demócrata no es más que unir una cosa y otra: si queréis estabilidad y seguridad, hacen falta transformaciones profundas. Pulsar estos resortes (de una manera u otra) será una de las claves, si no la principal, de los futuros éxitos electorales.

5. Otra tradición ideológica

Conviene resaltar que la mezcla de Warren es posible y creíble gracias a un marco económico claramente distinto del de las izquierdas europeas. La senadora proviene de la tradición estadounidense que surgió del populismo de finales del siglo XIX y no del comunismo o del socialismo europeos.

Los populistas se enfrentaron a una aristocracia que no estaba basada en la sangre o en la religión, sino en la pura acumulación de dinero

La esencia del populismo podría resumirse en la lucha del pueblo contra las élites, pero tejida de una manera particular. EEUU vivió una peculiar revolución interna de la que nació una aristocracia diferente que no estaba basada ni en la sangre, ni en la religión ni en los títulos nobiliarios, sino en la pura y simple acumulación de dinero. Este nuevo poder penetró con decisión en la política y se granjeó muchas 'amistades', a través de las cuales lograba todavía más recursos y más influencia.

El populismo entendió dos cosas, que terminaron articulando su programa político y que dieron lugar a leyes y reformas sustanciales, muchas de ellas instigadas por Theodore Roosevelt y juristas como Louis Brandeis, que culminaron con la llegada al poder de Frank Delano Roosevelt, quien bebió en gran medida de estas fuentes. La primera es que la democracia solo podía ser efectiva en la medida en que hubiera condiciones vitales dignas para la población, porque eso es lo que permitiría ejercer el derecho libremente. La segunda, que para conseguir ese objetivo, debía dar una batalla intensa contra ese poder económico que había estructurado radicalmente la sociedad: habría que trazar límites, acabar con las concentraciones de poder y riqueza y operar intensamente sobre el mercado, no para acabar con el capitalismo ni con el sistema político estadounidense, sino para hacerlo real y justo.

Marca una diferencia con nuestro liberalismo, que se preocupa por lo contramayoritario en la política pero no en el mercado

Esta es una gran diferencia no solo con la izquierda europea, sino también con el liberalismo, ese que se preocupa de que existan instituciones contramayoritarias en la política, pero no en el mercado. La gran mayoría de nuestros tecnócratas liberales siguen la ortodoxia económica y hacen más profunda, mediante las políticas que recomiendan, esa desigualdad de poder, material y político, que afecta a nuestra sociedad.

De las nuevas ideas que están manejándose en este movimiento hablaremos en otra ocasión, pero baste con apuntar ahora algunos elementos llamativos y diferentes que están apareciendo en la política contemporánea: el viraje de la mayoría silenciosa hacia el cambio, la demanda de transformaciones sustanciales para ganar estabilidad y seguridad, la mezcla de valores tradicionales y rupturistas y la introducción de elementos económicos diferentes de los dominantes durante esta etapa liberal. Son aspectos comunes a izquierda y derecha, y es posible que no podamos pensar el futuro político sin ellos; quizá las elecciones del 10-N no sean más que un paréntesis antes de transformaciones de calado.

El gran debate político de fondo no está teniendo lugar en nuestro país, profundamente agitado por el posible reparto de escaños y enormemente aburrido en cuanto a ideas. En España se está compitiendo sin innovación alguna y sin propuestas que generen expectativas reseñables. Los marcos que se utilizan, además, son bastante comunes y el predominante es la apelación a la mayoría silenciosa, la de siempre, esta vez con el único horizonte de formar gobierno. Todo lo que podemos esperar de quien ocupe Moncloa, sea quien sea, es ortodoxia.

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