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Alemania como Rajoy: una lección de la historia que no debe olvidarse
La manera en que se resuelvan los dilemas en los que están inmersos los alemanes será crucial para nuestro futuro. Tienen varios problemas y todos forman parte de lo mismo
Hace un par de años, cuando comenzó a hablarse del final de la globalización, lo usual era negarlo, ya fuera convirtiendo a Xi Jinping en campeón del comercio internacional, como se hizo en Davos, o insistiendo en que todo eran resistencias pasajeras. Después, se optó por emplear términos amables, como la desglobalización, o se señaló que estábamos ante revueltas completamente globales, pero en síntesis se hablaba de lo mismo: el orden internacional construido tras la caída del muro ya no estaba vigente. Nos dirigíamos hacia otro lugar, pero el negacionismo habitual entre nuestros dirigentes y nuestras élites, y entre su tecnocracia, mucho más dados a ignorar los problemas que a afrontarlos, hizo que perdiésemos demasiado tiempo. Y lo peor es que seguimos sin movernos apenas.
El cambio global ya ha dejado atrás los meros síntomas y nos ha arrojado a la dura realidad. EEUU ha declarado la guerra comercial a China y sus consecuencias están abriendo brechas en las alianzas del viejo orden, en especial en la Unión Europea, convertida en un peculiar campo de batalla.
La encrucijada alemana
El caso alemán es un buen ejemplo, ya que es el país que domina la UE, el vencedor del euro y del que depende, en gran medida, el futuro de la actual Europa. Hay que ser realistas: la responsabilidad principal de los acontecimientos pertenece a los actores con más poder, y del mismo modo que el orden internacional se ha roto porque EEUU lo ha decidido, las fragilidades de la UE tienen en Alemania al responsable primero.
Alemania, en lo interno y en lo externo, debe afrontar tres retos, uno económico, otro político y otro geopolítico, y los tres están relacionados
Alemania está en una encrucijada y la forma en que salga de ella nos dirá mucho acerca de nuestro futuro. Hasta ahora su postura ha sido la de la prudencia, pero a la manera de Rajoy, contemporizando a la espera de que los problemas se disuelvan por sí mismos, lo que suele ser una mala idea.
Alemania, en lo interno y en lo externo, debe afrontar tres retos, uno económico, otro político y otro geopolítico, y los tres están relacionados. La CDU gobierna el país germano en alianza con los socialdemócratas. Merkel se retira, y con su salida también se resquebrajan los consensos que había logrado. Los conservadores están sometidos a una doble presión, por la derecha y por la izquierda. La elección de nuevos líderes en el SPD, más de izquierdas, amenaza con quebrar en un tiempo el acuerdo de gobierno que tienen socialdemócratas y conservadores. Es normal que el SPD quiera salvarse adoptando posturas más progresistas, ya que permanecer a la sombra de Merkel, con la extrema derecha creciendo y con el auge verde, puede llevar a los socialistas a la irrelevancia, un camino que parecen haber iniciado.
La extrema derecha y la UE
Por el otro lado del espectro político, la CDU debe afrontar un riesgo mayor, el de la AfD, la extrema derecha, cuya aspiración es crecer a costa de los de Merkel. Su siguiente objetivo, como han declarado, es quedarse con todo el espacio de la derecha, lo que obliga a los conservadores, como en casi todas partes, a tomar decisiones ideológicas. Para combatir a su rival, deben asumir parte de sus posturas u oponerse firmemente a ellas, pero ya no pueden quedarse en el mismo lugar. Y por más que se hable de la inmigración y de la xenofobia, esa pelea política se está jugando en dos terrenos, la economía y la configuración actual de Europa.
La prensa de derechas germana está creando un clima similar al preBrexit, con sus mensajes de que Europa roba a los ahorradores alemanes
En lo que se refiere a la economía, Alemania va mejor de lo que parece. Es el país que más se ha beneficiado del euro y de la apertura hacia el Este, domina Europa y cuenta con un superávit que le permitiría gastar más. Pero está mostrando señales negativas, por lo que aumenta la presión para que actúe y revitalice la economía. De un lado de la cuerda tiran los socialdemócratas (y el resto de la izquierda), partidarios de reactivar el gasto público, de aumentar impuestos y de tomar medidas menos amistosas con la austeridad dominante para ofrecer algo de alivio económico, vía redistributiva, a una población que, como en todo Occidente, está partiéndose en dos. Al mismo tiempo, las zonas más deterioradas del país, como el Este, precisan de inversión para mitigar su brecha con el resto de Alemania, lo que también explica el crecimiento de la ultraderecha en estos territorios.
“Con Holanda sí, con Italia no”
Por el otro lado están las posturas de la extrema derecha, que aboga por reforzar la austeridad. La prensa conservadora los está ayudando con los mensajes de “Europa nos roba a través del conde Drághila” y “Europa se queda con el dinero de los ahorradores alemanes”. Lo cual es preocupante, porque están reproduciendo el clima preBrexit en el país central de la UE. Esta derecha señala que el euro tiene los días contados y que no habría problema “en compartir una moneda con Holanda o Bélgica, pero sí con Grecia o con Italia. El euro solo funciona si se rescata al sur permanentemente”. Es el signo de los tiempos, los territorios más afortunados tratando de separarse del resto para evitar sus responsabilidades. Y, en este sentido, la ruptura de la actual UE, ya sea convirtiéndola en una Europa de dos velocidades, debilitando su fuerza o incluso quebrándola del todo no es una amenaza menor.
En esta reestructuración del orden internacional, EEUU está adoptando posturas proteccionistas en lo interno y expansivas comercialmente en lo externo
A todo esto se suma el gran problema alemán, que es la guerra comercial de EEUU contra China. Su difícil posición se sintetiza en que sus alianzas políticas y militares son con EEUU, mientras que las relaciones comerciales se producen cada vez más con China. Ambas potencias exigen contrapartidas y Alemania hace muchos equilibrios para satisfacer a ambas.
En esa confrontación declarada, EEUU no va a dar marcha atrás, con o sin Trump. En esta reestructuración del orden internacional, EEUU está adoptando posturas proteccionistas en lo interno pero expansivas en lo externo (con las grandes tecnológicas y los fondos como punta de lanza del poder económico estadounidense), y está tratando de que Alemania y la UE asuman una posición definitivamente dominada. En el marco militar es obvio, y las tensiones en ese sentido las acabamos de ver en las declaraciones de Macron y en su confrontación con Trump, pero también lo es en lo comercial. Y esto es bastante grave, porque Alemania y la UE han forjado una economía orientada a la exportación y que por tanto sufrirá especialmente en la guerra comercial.
Una prudencia fatal
Las decisiones que tome Alemania en este escenario serán vitales. Hasta ahora, su prudencia es sinónimo de negarse a entender que el mundo ha cambiado. Es posible que siga pensando que esta situación es eventual, una suerte de paréntesis que durará hasta que Trump salga de la Casa Blanca. Pero no es así: algo profundo se ha roto en el orden internacional. Sin embargo, parte de las élites occidentales siguen esperando una suerte de regreso al pasado, y continúan mirando por encima del hombro a Trump mientras este les dobla el brazo una y otra vez.
El creciente movimiento de extrema derecha tiene relaciones sólidas con EEUU y pretende la fragilización, cuando no la desaparición, de la UE
Tarde o temprano, tendrán que actuar. En Alemania hay una tensión evidente, como ocurre en casi toda la UE, entre los partidos del 'establishment' (a veces conservadores y en algún caso socialdemócratas) y un creciente movimiento de derecha populista y de extrema derecha que tiene relaciones sólidas con EEUU y que pretende la fragilización, cuando no la desaparición, de la UE. En EEUU y en el Reino Unido, esa pugna acabó con la absorción por parte de los partidos tradicionales de las posturas y las ideas de esa nueva derecha. En Alemania, hay riesgo de que sea así.
Todo va junto
La decisión económica de fondo es también obvia, la de continuar políticas que favorezcan la economía rentista y que beneficien a las grandes tecnológicas y a los grandes fondos, o promover una economía redistributiva que tenga efectos sólidos para potenciar el mercado interior europeo. Y todo ello encuadrado en la necesidad de una Europa que sea una potencia por sí misma o que se convierta en mera subordinada de EEUU o China.
La lección que nos ofrece la historia es que las potencias vencedoras pueden lidiar bien con las resistencias internas; las que están en declive, no
La cuestión es que los tres temas van de la mano: la economía, la política y la geopolítica. Si no hay un mercado interior sólido, en el que la redistribución permita que la economía funcione, las opciones políticas rupturistas van a seguir creciendo, y lo mismo ocurrirá con las tensiones internas, tanto entre poblaciones y gobiernos como entre diferentes países. La supervivencia de las instituciones depende de la confianza que generen en los ciudadanos, y sin un funcionamiento correcto del sistema, especialmente en lo económico, esta seguirá cayendo. Y con ella, los países perderán su fuerza externa. Esto es diáfano en el caso de Macron, que puede tener la apuesta más decidida a la hora de entender que la UE debe ser una potencia y que debe ser aliada y no subordinada a EEUU, pero cuya gestión económica, con las reformas que realiza en su país para mantener el 'statu quo' económico, fragilizan enormemente su poder.
Hay una lección que nos ofrece la historia y que no deberíamos olvidar: las potencias vencedoras pueden lidiar relativamente bien con las resistencias internas; las que están en declive, casi nunca. A quien corresponda: Europa está cayendo.
Hace un par de años, cuando comenzó a hablarse del final de la globalización, lo usual era negarlo, ya fuera convirtiendo a Xi Jinping en campeón del comercio internacional, como se hizo en Davos, o insistiendo en que todo eran resistencias pasajeras. Después, se optó por emplear términos amables, como la desglobalización, o se señaló que estábamos ante revueltas completamente globales, pero en síntesis se hablaba de lo mismo: el orden internacional construido tras la caída del muro ya no estaba vigente. Nos dirigíamos hacia otro lugar, pero el negacionismo habitual entre nuestros dirigentes y nuestras élites, y entre su tecnocracia, mucho más dados a ignorar los problemas que a afrontarlos, hizo que perdiésemos demasiado tiempo. Y lo peor es que seguimos sin movernos apenas.