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No culpéis a Madrid ni a los madrileños: lo que nos están cobrando
El crecimiento de las ciudades del extrarradio de las grandes urbes es producto de dos movimientos que coinciden, y ambos subrayan nuestra pérdida de nivel de vida
Es una tendencia mundial: las grandes ciudades concentran las opciones laborales y las posibilidades de futuro y absorben el crecimiento, con la contrapartida de que regiones extensas se empobrezcan. Aquí lo hemos llamado “España vacía”, pero no es más que otra expresión de un fenómeno global: que las capitales de provincia se vacíen y aumente la población en las ciudades del extrarradio de Madrid o Barcelona, o que personas que viven en provincias cercanas se desplacen cotidianamente a trabajar a la capital no es más que la consecuencia obvia de esa nueva lógica.
Las grandes urbes se vuelven así más importantes que en el pasado, aunque de un modo distinto: si la migración rural hacia la ciudad se produjo porque había oportunidades laborales y comerciales para mucha gente, hoy ocurre porque las únicas existentes residen en ellas. La reducción de las opciones se ha interpretado habitualmente en términos territoriales, lo que ha llevado a que aumentaran las tensiones políticas entre regiones, y parece que esta tendencia va a durar bastante.
"Cuando el mundo rural comenzó a emigrar a la urbe, existían dificultades para absorber la mano de obra, puesto que no había viviendas suficientes"
Sin duda, este es un elemento esencial, pero no es el único. Hay otros que pasan desapercibidos, pero que poseen una importancia notable. El caso de Madrid, en este sentido, es ejemplar.
Cuando el mundo rural comenzó a emigrar a la urbe, existían notables dificultades para absorber la mano de obra, puesto que no había viviendas suficientes para alojar a los recién llegados. En Madrid, a mediados de los años cincuenta, era habitual no solo que las clases trabajadoras vivieran en habitaciones alquiladas, sino que empleados de banca o cuadros intermedios también pasaran por esa situación.
A menudo, además, convivían en los pisos varios matrimonios con hijos pequeños. Años después, la ciudad fue extendiéndose por la periferia y creando nuevos barrios, algunos de clase media y media alta y la mayoría destinados a familias con menos recursos que lograban disponer de un piso en propiedad, también gracias a las políticas de vivienda pública. En esa época, Madrid crecía añadiendo nuevos anillos.
Lo que vivimos hoy es diferente porque lo que crece no son los bordes de la ciudad sino las poblaciones de su extrarradio. El giro se inició cuando las clases altas buscaron lugares más exclusivos y menos visibles para vivir y se concentraron en urbanizaciones de lujo. Después se marcharon de Madrid las familias de clases medias y medias bajas, que se trasladaron a las poblaciones de la periferia, ya que allí podían encontrar a un precio más asequible viviendas con un tamaño digno.
Las clases trabajadoras, que fueron el núcleo de esas pequeñas ciudades, sobre todo en el sur, también encontraron allí su opción residencial, o en otras más alejadas, dado el aumento de los precios. En los últimos años, ese distanciamiento de la urbe ha tomado el nombre de Programas de Actuación Urbanística o PAUs: los hijos de las clases medias poblaron algunos barrios de nueva creación en la periferia de la urbe, como Sanchinarro, y quienes no podían pagar esos precios se marcharon también a esas nuevas ofertas residenciales, pero situadas en las ciudades del extrarradio.
"Salvo el 1% superior, y más específicamente, el 0,1%, los franceses afrontan una situación cotidiana peor que la de finales del siglo pasado"
En su último libro, ‘Les luttes de classes en France au XXI Siecle', Emmanuel Todd ofrece una tesis llamativa. Su estudio de las estadísticas francesas concluye que, en su país, las desigualdades no han aumentado de una manera sustancial entre los años 1992 y 2018, al contrario de lo que suele argumentarse. Las diferencias, por ejemplo, entre quienes están entre el 20 y el 30% mejor situados en la escala social y quienes se hallan entre el 70 y el 80% se sitúan en niveles similares a los existentes a principios de los noventa.
El descontento generalizado, sin embargo, no proviene de una percepción errónea o de una suerte de negativismo que impida apreciar todo lo que se ha avanzado, sino que se asienta en un aspecto notablemente real, el descenso generalizado en el nivel de vida. Salvo el 1% superior, y más específicamente, el 0,1%, los franceses afrontan una situación cotidiana peor que la de finales del siglo pasado.
Más que una cuestión de ingresos, lo es de gastos. Y la vivienda, que es uno de los destinos esenciales de nuestros recursos, es parte fundamental de esa pérdida de nivel de vida. Sus precios no solo son muy elevados, sino que están alcanzando cotas difícilmente asumibles, lo que provoca que el porcentaje de ingresos que mensualmente se destinan a pagar la vivienda, en alquiler o en propiedad, sea excesivo.
Tiene razón Todd en poner el acento en este aspecto, pero ocurre igual con otros bienes básicos, como la educación; no solo es más caro cursar una carrera, sino que, dado que los títulos no son garantía de empleo, es preciso acudir a universidades más prestigiosas, y si son europeas o anglosajonas mejor, y completar la formación con másteres caros para tener buenas opciones. Es necesario invertir más capital, tiempo y esfuerzo, y ni siquiera como solución, simplemente para tener oportunidades reales.
"Esta situación no queda limitada a los jóvenes profesionales con familias de clase media, sino que se trata de un dilema muy común"
Más allá de las variables económicas, también hay otros elementos que deben tenerse en cuenta si hablamos de nivel de vida, algo que resulta muy explícito en la vivienda. Un pequeño ejemplo son esas parejas que viven en zonas céntricas hasta que tienen hijos y deben mudarse; necesitan más metros cuadrados, no pueden pagarlos y se marchan a vivir a lugares más alejados.
El dinero mensual que destinen a la vivienda será el mismo, pero el pago adicional será en tiempo, con las dificultades añadidas que la falta de este introduce para la crianza. Esta situación no queda limitada a los jóvenes profesionales con familias de clase media, sino que se trata de un dilema muy común: mucha gente opta por marcharse a las poblaciones de la periferia madrileña, o de la misma sierra, para vivir en un espacio digno y cuyo pago pueda afrontar, lo cual supone más horas diarias en transporte.
En otras palabras, no solo debe dedicarse un elevado porcentaje de los recursos a la vivienda, sino que existe un precio adicional, en tiempo o espacio (o vives lejos o en un piso con pocos metros cuadrados), que empobrece nuestro nivel de vida en términos no cuantificables económicamente.
En resumen, el crecimiento de las poblaciones del extrarradio de las urbes se debe a un doble movimiento, el de la migración de las capitales de provincia hacia ellas, pero también el de población de las grandes ciudades hacia sus periferias. Ambos aspectos son señales que subrayan, por lo que implican de falta de oportunidades, en un sentido, o de aumento de los costes de los bienes esenciales, que nuestro nivel de vida está en declive.
Es una tendencia mundial: las grandes ciudades concentran las opciones laborales y las posibilidades de futuro y absorben el crecimiento, con la contrapartida de que regiones extensas se empobrezcan. Aquí lo hemos llamado “España vacía”, pero no es más que otra expresión de un fenómeno global: que las capitales de provincia se vacíen y aumente la población en las ciudades del extrarradio de Madrid o Barcelona, o que personas que viven en provincias cercanas se desplacen cotidianamente a trabajar a la capital no es más que la consecuencia obvia de esa nueva lógica.