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Resistir para perder: el gran problema de las empresas españolas
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Esteban Hernández

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Resistir para perder: el gran problema de las empresas españolas

Las compañías 'demasiado estratégicas para caer' están centrando el interés de los gobiernos nacionales en esta crisis, un movimiento que debería comprenderse mejor

Foto: Una fábrica de automóviles en China. (EFE)
Una fábrica de automóviles en China. (EFE)

La pandemia como momento de cambio, como el punto de inflexión que transformará todo, es un lugar común en nuestras reflexiones. Aprenderemos de los errores, corregiremos prácticas y valores, tomaremos conciencia de que es indispensable girar el rumbo y vendrá una nueva época. Suele ocurrir en momentos de crisis profunda, todo se impregna de temor por el futuro y de esperanza en el cambio, pero cuando los momentos más duros pasan, esas premuras se diluyan y todo tiende a olvidarse.

2008 fue un ejemplo, ese instante en que debía reinventarse el capitalismo y cuyo camino de salida desvaneció todas las expectativas creadas. Y 2008 es importante porque las ideas que se están manejando para salir de la crisis económica son muy similares a las de aquel momento.

Una señal clara y contundente

La UE ha emitido una de esas señales negativas. El mensaje que el norte de Europa, liderado por Alemania, ha enviado a los mercados y a los gobiernos extranjeros es el de la falta absoluta de confianza en sus socios. No es una cuestión de eurobonos, aunque esté relacionada con ellos, sino de transmitir una señal clara y contundente de que se confía en el proyecto europeo, de que es sólido y de que se hará 'whatever it takes' para que salga reforzado de la crisis del coronavirus. Se trata de afirmar de manera inequívoca que se cree en el futuro de la UE y que se defenderá con uñas y dientes.

Expresado coloquialmente: si vas hablando fatal de tu pareja, es muy probable que se genere la sensación de que vuestra unión se romperá pronto

Más al contrario, lo que se ha transmitido es que la actitud nada responsable de los socios del sur impide establecer lazos mayores, porque podrían poner en peligro al conjunto, y especialmente a los países sanos de la unión. Habrá quien insista, incluso en los Estados perdedores, en que Alemania y Holanda tienen razón en sus quejas, lo cual hace las cosas todavía peores, porque cuanto más justificados se perciban esos argumentos, más se expone a los socios a los vaivenes del mercado. Lo podemos expresar en términos más coloquiales: si tú no crees en los tuyos, por qué iban a creer los demás; si vas hablando fatal de tu pareja, es muy probable que se genere la sensación de que vuestra unión se romperá pronto.

La advertencia de Macron

Ese es un problema grave para Italia, pero también para España, porque nos pueden dejar a los pies de los caballos. Más vale que se ponga en marcha un plan de reconstrucción europeo a la altura, más allá de la compra de bonos por el BCE, porque si no vamos a vivir tiempos bastante duros. Pero también la UE, aunque estas advertencias (la última, la de Macron) no se suelan tomar demasiado en serio en Bruselas.

La tercera gran inversión de dinero público se sustancia en la inyección de grandes cantidades a empresas 'demasiado estratégicas para caer'

La segunda señal preocupante es la que proviene del ámbito económico. 2008 vuelve a ser un referente, y no solo porque siga imperando la misma forma de pensar la economía que entonces, sino porque no fue un momento aislado.

Desde que empezó el siglo XXI hemos vivido en Occidente tres instantes en el que los Estados han tenido que inyectar grandes cantidades de dinero al sistema. Ocurrió con 2001, cuando el terrorismo internacional se convirtió en un peligro y EEUU decidió combatirlo embarcándose en las guerras de Afganistán e Irak, con el enorme gasto que le supuso. La segunda guerra tuvo lugar en 2008, fue contra la crisis financiera, y hubo que invertir enormes cantidades de dinero público para rescatar a esos bancos que “eran demasiado grandes para caer”. El esquema lo conocemos: gran inversión pública seguida de ajustes presupuestarios para restaurar las cuentas y devolver la deuda, con los obvios sacrificios en nivel de vida que iban aparejados. Ahora llega la tercera gran inversión de dinero público, la de la guerra contra el Covid-19, que se sustancia en la inyección de grandes cantidades en “empresas demasiado estratégicas para caer”.

Los gigantes nacionales

En Occidente, las grandes empresas nacionales van a ser las destinatarias de las ayudas. El plan de EEUU está orientado a salvar los niveles de rentabilidad que habían perdido, además de a rescatar firmas como Boeing, que estaban en serias dificultades. Gran Bretaña está insuflando notables cantidades a su economía a través de la acción del Banco de Inglaterra, y Alemania ha hecho lo mismo gracias a su superávit. Todos quieren reforzar a sus gigantes nacionales para que puedan competir en tiempos de recesión, de modo que conserven músculo estratégico. España quiere seguir ese camino, pero no puede: la capacidad de apuntalar esas empresas es escasa porque la deuda pública es muy elevada y si se incrementa sustancialmente sufriremos dolorosas consecuencias; y tampoco tenemos un banco central propio o una moneda que se pueda devaluar.

Existe la tentación de dejar caer nuestro tejido de pequeñas empresas, poco productivo, ya que facilitaría la reorientación del modelo nacional

Las grandes discusiones de estos días sobre nuestro plan de reconstrucción nacional tienen que ver con qué cantidades se van a inyectar y en qué sectores. La renta mínima suscita resistencias entre empresarios, directivos y expertos, que insisten en que, salvo momentos puntuales, el dinero debe invertirse fundamentalmente en su dirección. Esa opción, que se reviste de rigor y responsabilidad, tiene un coste que debe ser subrayado, porque no podemos olvidar que todo lo que se ponga en circulación tendrá que ser devuelto después, y la idea es que se vuelvan a realizar rigurosos planes de ajuste para que los mercados confíen en España. Sabemos ya de las dificultades que eso supondrá para los trabajadores, puesto que habrá menos empleo y, por tanto, peor pagado; para los autónomos, que van a tener que asumir deudas por este mal momento; y para las microempresas y las pymes, que van a sufrir enormemente.

No son incompatibles

En este escenario, existe la tentación de pensar que hay en España tejido poco productivo que sería mejor que se destruyera, de forma que se pudiera reorientar nuestro sistema hacia empresas más competitivas. Lo cual es un notable error, porque una cosa y otra no son incompatibles. Por poner un ejemplo obvio, el turismo continuará siendo un sector útil para España, y sería absurdo dejarlo caer simplemente por su falta de productividad. Igual ocurre con pequeñas empresas locales, o con los bares y restaurantes, o con las peluquerías de barrio, que seguirán siendo necesarias y demandadas. Lo inteligente sería no elegir entre lo que se tiene y lo que se sueña con traer, sino apuntalar lo existente y además buscar nuevas vías.

No hay que olvidar que, en las últimas décadas, los ajustes se han hecho apretando a las partes más vulnerables de la economía productiva, los trabajadores y las clases medias, que son las que han perdido poder adquisitivo y nivel de vida, tanto por la vía de los ingresos como por la de los gastos (impuestos incluidos, porque son esas capas las que están pagando la deuda pública). Seguir por ese camino, también en una ocasión como esta, llevaría a un empobrecimiento generalizado de la población que sería muy perjudicial para todos.

Hay partes del mundo empresarial y del político que creen que separarse de los demás y buscar un camino segmentado de salida es la mejor solución

Ese es un grave error. Y la pandemia, con esa mirada colectiva que nos obliga a tener, nos debería abrir los ojos. En los entornos perdedores, y la UE lo es respecto de China y EEUU, y España respecto de Europa, somos muy conscientes, por experiencia propia, de que la salida será común o no será.

No es esa la mentalidad dominante: igual que Alemania piensa que puede colocar un cortafuegos respecto de sus socios de la UE, por si vienen mal dadas, hay partes del mundo empresarial y del experto que creen que separarse de los demás y buscar un camino segmentado de salida es la mejor solución.

Las empresas europeas tienen dos problemas: uno proviene de las finanzas, otro de las tecnológicas, y ambos llevan la firma de EEUU y de China

Es una creencia ilusoria, un castillo en el aire que no toma en cuenta las condiciones objetivas de funcionamiento de nuestro sistema. Para la mayoría de las grandes empresas nacionales y europeas, competir por el camino de siempre es garantía de declive. La época que viene va a hacer más profundas las tendencias que hemos comenzado a percibir en años anteriores, y eso dirige a este tipo de empresas hacia dos grandes problemas, uno relacionado con la propiedad y otro con la competencia. El primero proviene de la fortaleza financiera de EEUU y China, y el segundo del desarrollo de sus tecnológicas.

EEUU y China, a la caza

Los fondos estadounidenses y las firmas chinas van a tener dinero suficiente, en un escenario de debilidad general, para entrar en el accionariado de muchas empresas europeas. En el caso español todavía más, porque somos un país con una presencia notable de capital no comunitario, y esa tendencia, que ya hemos visto cómo se intensificaba durante la crisis, se hará más presente tras ella. El destino de muchas firmas nacionales va a consistir en ser adquiridas o en dejar entrar capital extranjero en su accionariado que probablemente acabe dominando la vida de la firma. Esa es la constante en la época, y si la UE no respalda de verdad, España estará en la diana, y con ella sus empresas, por mucho ajuste presupuestario que se quiera realizar. Alemania también es consciente de este peligro, y está planeando poner en marcha una ley para proteger a sus empresas estratégicas, pero esa clase de escudos solo dura lo que dure la fortaleza del país.

Las Big Tech ganarán peso mediante el desarrollo de nuevas áreas, desplazando a quienes operaban en el sector o con alianzas estratégicas

En segundo lugar, las grandes tecnológicas, cuya nacionalidad es estadounidense o china, van a ser las evidentes ganadoras económicas de esta crisis. Las enormes cantidades de datos recogidos, el cambio de hábitos, la debilidad de los competidores y la aceptación de su irrupción en la privacidad les va a permitir gran ventaja no solo en las áreas en las que ya eran fuertes, sino en aquellas en las que habían dado pasos para entrar, como el sanitario, el financiero, la gestión de las ciudades o la prestación de toda clase de servicios. Las Big Tech ganarán peso mediante el desarrollo de nuevas áreas, o desplazando a quienes ya operaban en el sector, como hizo Amazon con las librerías, o Uber con el taxi, o mediante la competencia directa. Y cuando no sea así, establecerán alianzas estratégicas con firmas de otros ámbitos para ofrecer soluciones tecnológicas que a la larga les permitirán hacerse con ese mercado. Como los grandes bancos de datos, los algoritmos para tratarlos y los instrumentos de innovación están en manos de las tecnológicas, las firmas asociadas cada vez contarán con menos espacio.

Una lección política

No sé en qué, a la hora de afrontar estas dos amenazas, las políticas económicas ortodoxas van a poder ayudar a las grandes firmas españolas. Tampoco sé en qué van a ser útiles a las empresas europeas a la hora de competir con los gigantes financieros y tecnológicos estadounidenses y chinos. Más bien parece que se están enrocando en una posición que les permite resistir hoy, pero solo para perder mañana.

Es hora, pues, de que se empiece a tomar en serio la palabra reconstrucción, y que esta crisis no consista únicamente en derivar recursos hacia las “empresas demasiado estratégicas para caer” y hacia los países más poderosos a costa de hacer a la sociedad española y a la europea más débiles, y por tanto más expuestas al exterior. Hay varias formas de lidiar económicamente con esta situación de modo que todos salgamos favorecidos en lugar de perjudicados, pero la esencia de este momento no tiene que ver con propuestas técnicas, sino con una lección política: los sistemas fuertes son aquellos que cuentan con cohesión interior. No es momento de hacer las brechas más profundas, sino de cerrarlas. Es momento de fortalecer el mercado interior, de recomponer el sistema para elevar el nivel de vida, de cambiar el paso económico. Actuar de otro modo será resistir para perder. Al menos, para Europa. Y a la larga, también para EEUU.

La pandemia como momento de cambio, como el punto de inflexión que transformará todo, es un lugar común en nuestras reflexiones. Aprenderemos de los errores, corregiremos prácticas y valores, tomaremos conciencia de que es indispensable girar el rumbo y vendrá una nueva época. Suele ocurrir en momentos de crisis profunda, todo se impregna de temor por el futuro y de esperanza en el cambio, pero cuando los momentos más duros pasan, esas premuras se diluyan y todo tiende a olvidarse.

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