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Esteban Hernández

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Pablo Iglesias y el papel de la izquierda durante la pandemia

Más allá del caso español, que tiene sus particularidades y sus exageraciones, es llamativo el escaso peso que ha tenido la izquierda desde que el coronavirus apareció en nuestras vidas

Foto: Íñigo Errejón pasa frente a Pablo Iglesias en el Congreso. (EFE)
Íñigo Errejón pasa frente a Pablo Iglesias en el Congreso. (EFE)

La alianza de PSOE y Podemos en el Gobierno se ha convertido en un foco de atención masiva desde la pandemia. La animadversión que había suscitado tal coalición entre sus adversarios políticos se ha multiplicado peligrosamente desde la aparición del covid-19. El confinamiento enciende las pasiones, que son una manera de combatir la impotencia a la que nos vemos sometidos, y el malestar entre las derechas respecto de este Gobierno está creciendo mucho. Se nota en la agresividad de los mensajes en las redes, tremendamente polarizados, pero también en la tribuna del Congreso.

Iglesias se ha convertido en el centro de esta batalla política. Es el flanco débil para atacar a Sánchez, y se le suele utilizar como explicación de todo lo que se está haciendo mal en España; el Gobierno es ineficaz y dubitativo y se ha ideologizado enormemente con la presencia de Iglesias y los suyos, y esta es la causa de su nefasta gestión de la pandemia.

Iglesias admite "errores" del Gobierno sobre la salida de menores y pide perdón.

Una sobrevaloración interesada

Son acusaciones en las que los opuestos coinciden: la sobrevaloración de lo que está haciendo Podemos en el ejecutivo viene bien a las derechas porque permite recurrir a los extremos (que incluyen el bolivarianismo, Cuba y los tópicos habituales), pero también a los de Iglesias, ya que les permite vender algunas de las medidas del ámbito social o laboral como si fueran propias, como si no se pudieran haber tomado si no hubieran estado ellos cogobernando.

Más allá del caso español, es significativo que la izquierda tenga un papel tan poco relevante en el escenario político: se está quedando sin sitio

Ambas cosas se exageran interesadamente. Las decisiones más importantes las toma el Gobierno, y la dirección del mismo y los ministerios clave pertenecen a los socialistas. Medidas cruciales, como las que se deciden en la UE, están siendo negociadas por Calviño y Sánchez, las decisiones sanitarias también vienen del PSOE y las sociales, como la renta mínima, no podían haber sido acordadas si los socialistas no estuvieran de acuerdo. Todo esto es obvio, ya que Podemos es la parte minoritaria del Gobierno, pero convendría recordarlo más a menudo para rebajar la tensión.

Las tres causas de su desaparición

Más allá del caso español, es muy significativo que la izquierda tenga un papel tan poco relevante en el escenario político occidental: se está quedando sin sitio. Por una parte, Sanders ya no es una opción y Corbyn tampoco es el líder del partido laborista británico, y ambos constituían la gran esperanza de una izquierda fuerte. Por otra, los grandes debates políticos que están surgiendo con la crisis se han articulado en términos mucho más territoriales que ideológicos. La Unión Europea, con la brecha abierta entre norte y sur, es un buen ejemplo, porque las medidas más progresistas están siendo defendidas por Conte, Costa, Macron o Sánchez, líderes de países del sur, de diferentes partidos y corrientes de pensamiento, al igual que los países del norte tienen líderes de signo político distinto que coinciden en su visión.

Las políticas económicas más atrevidas que se han tomado para combatir la pandemia proceden de países gobernados por las derechas populistas

Además, todo aquello que había dado forma a la izquierda en los últimos años, como el feminismo, el ecologismo o el movimiento proinmigración, ha sido relegado a un plano muy secundario, y los debates sobre las libertades, que antes se establecían sobre las minorías, ahora se fijan en los niños o los mayores y la conveniencia de que salgan o no de casa. Y las prevenciones sobre el control tecnológico y la vigilancia del Estado son mucho más frecuentes, y en el caso español es muy evidente, desde la derecha.

Con todo, lo más significativo es que algunas de las políticas económicas más atrevidas que se han tomado para combatir la pandemia han venido desde países gobernados por las derechas populistas, como EEUU y Reino Unido, como la monetización de la deuda o el cheque de 1.200 dólares de Trump.

Ideas para conformar mayorías

De forma que tenemos una izquierda occidental que tiene muy poco poder político, pero en la que tampoco se adivinan fuerzas sociales o posiciones ideológicas que puedan ser importantes en el futuro próximo. Hasta ahora, las respuestas de sus figuras más relevantes a este momento tan grave han consistido en insistir en las fórmulas que ya estaban manejando. A menudo, las crisis sirven para reforzar lo que ya se pensaba (porque hay algo que tenía que hacerse y no se hizo, o no se hizo lo suficiente), y esta no parece una excepción en la izquierda, donde apenas ha existido autorreflexión.

La Tasa Tobin, cuya aplicación dista muchísimo de la idea de partida y especialmente de los objetivos que pretendía lograr, es un ejemplo de blanqueo

Sigue manejándose en el escenario de las últimas décadas, en el que ha aportado ideas en torno a las cuales se iban a reunir espontáneamente las mayorías sociales, sobre todo si imponían la narrativa en los medios; entre las más destacadas, su propuesta de un Green New Deal, la apuesta por el feminismo o por la renta básica. Pero estas ideas operaban como los viejos estilos musicales 'underground', aquellos que se cultivaban en entornos minoritarios. La mayoría se quedaban en esos circuitos, y eran olvidados, pero cuando cobraban popularidad y se convertían en mayoritariamente aceptados, quienes se beneficiaban eran las cadenas de ropa, que vendían su estética, y las grandes operadoras del sector, que vendían su música. Esas propuestas no transformaban nada, eran mercancía que se asimilaba.

Era un destino lógico: cuando se carece de poder estructural, las ideas son acogidas, modificadas y alteradas hasta alcanzar metas muy distintas de las esperadas inicialmente. Eso es lo que ha ocurrido con la Tasa Tobin, cuya aplicación dista muchísimo de la idea de partida y especialmente de los objetivos que pretendía lograr; de ahí parte también la ira del feminismo pata negra cuando Ana Botín se declara feminista o lo hacen políticos de derechas; el Green New Deal tiene aspecto de ser la siguiente fase.

Las transformaciones de la derecha

Esta es también la lección que nos ofrece la monetización, una idea que era ampliamente repudiada por gobiernos, inversores, instituciones y expertos de todo Occidente y que ahora se acoge como la solución de emergencia. Pero es lógico, cuando se tiene el poder, se utilizan distintos recursos para asentar la estructura existente. Tenemos experiencia reciente en 2008, cuando se hizo un paréntesis en el capitalismo, para regresar después a lo de siempre, y sin contradicciones.

Ha habido cuatro momentos realmente significativos en Occidente en los últimos 50 años y todos los ha protagonizado la derecha

Por expresarlo de otra manera: si en la música popular o en las formas de vestir unas tendencias formales suceden a otras para mantener el mercado activo, mientras que los cambios reales operan en la estructura del negocio, así ocurre también en la política. En las últimas décadas, la izquierda ha aportado esa innovación que han supuesto los cambios en las costumbres mientras que las transformaciones estructurales han provenido de la derecha. Ha habido cuatro momentos realmente significativos en la historia de Occidente en los últimos 50 años y todos han venido desde ese lado ideológico: la llegada el poder de Thatcher y Reagan y el inicio de la globalización, la de Bush Jr. y el 11-S, con la irrupción de un neoliberalismo más acentuado, la respuesta a la crisis de 2008 con el rescate al ámbito financiero, y la reacción a la pandemia en 2020, liderada por la desglobalización iniciada por Trump.

Felipe González y la renta básica

Este desapego por parte de la izquierda a la hora de tomar en serio la estructura y el poder, y de optar en su lugar las ideas brillantes a la hora de hacer política, tiene una buena expresión de su debilidad en la renta básica. Aclaremos que esa renta mínima que se proporcionará a la gente para subsistir mientras dure la pandemia no es renta básica, sino un mecanismo eventual y necesario para responder a una urgencia. La renta básica puede ser muchas cosas, dependiendo de quién la aplique: un mecanismo estatal de compensación de las rentas de trabajo que se dejan de percibir al reducirse los salarios, o una forma de dejar de prestar servicios públicos (se ofrece una cantidad a todos los ciudadanos, y ellos deciden si lo gastan en salud, educación o fiestas, pero ya sin estado de bienestar), o puede ser un resorte para, como dicen sus defensores, permitir que trabaje solo aquel que quiera y que, en ese caso, pueda negociar convenientemente su salario.

La izquierda ha renunciado a entender cómo se estructura nuestro sistema y, por tanto, a tener la fuerza suficiente como para operar en él

Pero eso parece irreal, por el mismo motivo que lo fue aquella idea de Felipe González de compensar con el estado de bienestar lo que el mercado restaba: "Nuestra gran política de redistribución no fue por vía de los salarios porque nos salíamos de la competencia, sino por el acceso de la gente a la educación y a la sanidad, de forma que todo el dinero que les quedaba, por poquito que fuera, era dinero para gastar". Lo malo es que, cuando renuncias al poder, este encuentra vías de escape, como bien hemos visto en los últimos años, y vete ahora a poner impuestos a las grandes tecnológicas, a las firmas que operan legalmente desde paraísos fiscales o a los flujos de capital que operan desde países que les son favorables. Como el poder no es tuyo, tampoco tienes opción de recaudar lo necesario. La renta básica se le parece mucho porque, como le ocurrió a ese señor Peel del que hablaba Marx: tienes la idea, pero te olvidas de las condiciones que la hacen posible. En las condiciones actuales, la renta básica no sería la nueva expresión del pacto social sino una concesión discrecional.

La izquierda ha renunciado a entender cómo se estructura nuestro sistema, y por tanto a tener la fuerza suficiente como para operar en él con respaldo real. Incluso Sanders, que en teoría era el más atrevido, tenía propuestas bastante obvias para los europeos, como reforzar los servicios públicos y aumentar el salario mínimo, y no mucho más. Esta negativa a tomar el poder en cuanto poder, y a agitar en su lugar la bandera del antifascismo, les impide también percibir cómo son las clases sociales hoy, cuáles son sus intereses, posiciones, y contradicciones, lo que les relega a una posición débil. Y a seguir anclados en la perspectiva de una idea mágica que incesantemente transmitida construirá la hegemonía, esa narrativa que reunirá a todas las demás, que es como el anillo de 'El señor de los anillos'. En fin, si hubiera menos relato y más fisicidad, si tomaran en serio el poder y la economía, si hubieran aprendido algo del 18 brumario y algo de Maquiavelo, dejarían de ser animadores sociales o cargos públicos impotentes (o ambas cosas) y harían política.

La alianza de PSOE y Podemos en el Gobierno se ha convertido en un foco de atención masiva desde la pandemia. La animadversión que había suscitado tal coalición entre sus adversarios políticos se ha multiplicado peligrosamente desde la aparición del covid-19. El confinamiento enciende las pasiones, que son una manera de combatir la impotencia a la que nos vemos sometidos, y el malestar entre las derechas respecto de este Gobierno está creciendo mucho. Se nota en la agresividad de los mensajes en las redes, tremendamente polarizados, pero también en la tribuna del Congreso.

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