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Esteban Hernández

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Los bancos y su advertencia sobre el dinero de la Unión Europea

Necesitamos otras fórmulas económicas si queremos que España se recupere de esta crisis. Y hay un factor crucial para que la salida sea la mejor para todos

Foto: El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi (i), conversa con la presidenta del Banco Santander, Ana Botín. (EFE)
El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi (i), conversa con la presidenta del Banco Santander, Ana Botín. (EFE)
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La banca ha pedido al Gobierno que el dinero para la recuperación que provendrá de la Unión Europea no se asigne a subvenciones, sino a “sectores con efecto multiplicador en el empleo y la actividad”. Es una petición importante que, en algunos sentidos, está cargada de razón. Este es un instante en el que resulta crucial que el capital existente sea utilizado para impulsar proyectos productivos que generen empleo y actividad económica, de modo que pongan en marcha una salida sólida de la crisis. Por otra parte, se le olvida mencionar a la banca su porción de responsabilidad en el problema, que no es menor, y que refleja muy bien cómo la economía actual tiene dos direcciones, la ficticia, que produce beneficios a una pequeña parte de la población, y la real, de la que dependemos la gran mayoría de las personas. En ese reparto, la segunda ha salido perjudicada en los últimos años y la pandemia no ha hecho más que aumentar esa brecha.

Desde la crisis de 2008, los bancos han recibido mucho dinero a través del BCE. Pero ese capital no lo han puesto al servicio de la sociedad mediante préstamos para pequeñas y medianas empresas, a las que les ha costado bastante financiarse, ni tampoco han apostado por proyectos productivos, sino que lo han destinado con demasiada frecuencia a operaciones ligadas a recompras de acciones, a la financiación de fusiones y adquisiciones o al apalancamiento del 'private equity'. Lo destinaron a operaciones que les resultaban bastante más rentables, o así parecía en la teoría, que ponerlo en la economía productiva, que tenía más riesgo. El resultado fue que ese capital no generaba actividad económica real, ni aumentaba el número de puestos de trabajo. De hecho, muy a menudo basaban su rentabilidad en reducir el número de empleos y en concentrar sectores.

La España que funciona

Dejando de lado esta salvedad, que hace que suene raro que exijan al Estado lo que ellos no hacen, tienen buena parte de razón en su propuesta, y la tendrían aún más si se refirieran con “sectores multiplicadores” a los vinculados con la economía real, aquellos de la gente que produce un bien o presta un servicio, la que mantiene España funcionando.

El auge del Nasdaq y de las empresas tecnológicas al mismo tiempo que el empleo cae es una expresión nítida del problema de fondo

El problema de fondo que debe afrontarse en este momento difícil, como en tantos otros terrenos, no es más que la continuación acelerada de lo que la economía occidental estaba viviendo antes de la pandemia. Hay un exceso de liquidez que está buscando rentabilidad y que se ha refugiado en una esfera financiera que produce extrañas burbujas. El auge del Nasdaq y de las empresas tecnológicas al mismo tiempo que el empleo cae en EEUU es una expresión nítida de ese problema: una esfera alejada de la realidad se convierte en refugio del capital mientras la economía cotidiana sufre. Pero este movimiento tiene sus exigencias, ya que tanto las empresas que han caído en cotización como las que han aumentado el precio de sus acciones tendrán que responder en el futuro cercano a las expectativas, unas para afirmarlas, otras para negarlas. Las que caigan mucho estarán expuestas a compras, sufrirán tensiones, reducirán costes, etc. Y aquellas que se han visto reforzadas tendrán que ofrecer la rentabilidad prometida, lo que suele pasar por reducir empleos y abaratar costes, como hemos visto en los últimos años. Las grandes empresas van a vivir también un entorno complicado en los próximos tiempos.

Un terreno minado

Tampoco de las empresas tecnológicas puede esperarse mucho en cuanto a generación de actividad; más al contrario, cuanto más se afiancen, y el caso de Amazon es un ejemplo evidente, provocarán mayor concentración, la debilidad o cierre de sus competidores, en especial de pymes, la pauperización de sus proveedores y crearán empleo de peor calidad: la acción de los monopolios suele producir ese efecto. Por otra parte, firmas como Google están intentando entrar en nuevas áreas de negocio, como la educación, a través de la prestación de nuevos títulos, supuestamente más valiosos para encontrar empleo que los universitarios, y la banca o la salud son el objetivo de tecnológicas como Facebook, Apple o Alphabet, la matriz de Google. Pero ese es un terreno de juego minado: si las tecnológicas ganan espacios fuera de su área natural, será en detrimento de las firmas que han venido ocupando esos espacios hasta ahora; el auge de unas significará el declive de otras. Y las tecnológicas se han especializado en la economía del contenedor, que no ha traído casi nada bueno hasta ahora.

Las empresas alemanas han sido fuertemente subvencionadas durante la pandemia y Merkel ya ha aprobado prolongar los ERTE hasta final de 2021

De modo que, particularmente en España, vamos a tener un problema. Necesitamos actividad económica, porque el déficit va a crecer y tendremos que pagar la deuda; y necesitamos mucho empleo para salir del pozo. Si las grandes firmas, las del Ibex, no crean puestos de trabajo, las pymes están en un momento difícil y el Estado y las administraciones tienen un déficit elevado, se hace difícil imaginar quiénes van a crear los trabajos necesarios. Al mismo tiempo, España tendrá que competir en un entorno complicado, ya que otros países saldrán más fuerte de la crisis. Por poner un ejemplo, las empresas alemanas han sido subvencionadas durante la pandemia, y ya han aprobado prolongar los ERTE hasta finales de 2021. De modo que, entre unas cosas y otras, nada aparece por el horizonte especialmente esperanzador.

El factor olvidado

Por eso es importante un impulso decidido desde la Administración para que la economía real, la de la gente que produce y presta servicios, la que puede crear espacios en lugar de clausurarlos, la que puede impulsar la actividad en lugar de restringirla, tenga opciones de desarrollo. Esto es decisivo para la economía, porque la recuperación (y la misma estabilidad de Occidente) depende de un factor largo tiempo olvidado: que los ciudadanos tengan un poder adquisitivo suficiente, que cuenten con el excedente necesario para impulsar el consumo, y se pueda así generar una actividad económica potente.

Este aspecto, que es vital, se ha ido deteriorando en las sociedades occidentales desde hace tiempo: cada vez hay menos gente con más y más gente con menos, y esa es también la causa de que los excedentes de capital hayan buscado caminos ficticios para obtener rentabilidad. Es hora de invertir ese proceso, y habría varias medidas que podrían tomarse en esa dirección.

Lo esencial es que haya muchos puestos de trabajo; sin ellos, se pone a competir por la escasez a personas con cada vez mayor número de títulos

Hasta ahora, cada vez que se plantean estos problemas se responde de una forma equivocada o demasiado parcial. La primera respuesta se ofrece desde el vínculo educativo: puesto que las personas más formadas tienen mejores oportunidades, habría que hacer un esfuerzo en ese terreno. Pero, al margen del factor tiempo, hay algo más inmediato que hace esta salida inválida. Allí donde no hay puestos de trabajo, lo único que se consigue con una formación adecuada es que personas con buenas capacidades encuentren empleos muy por debajo de su cualificación o vayan directamente al paro. Lo esencial es que haya trabajos; sin ellos, simplemente se pone a competir por puestos escasos a personas con cada vez mayor número de títulos.

Otras élites

La segunda vía de salida, y en esa dirección apunta la UE, es la de impulsar la digitalización y la economía verde como instrumentos para la generación de empleos de mayor calidad. Pero lo cierto es que la primera no está impulsando el crecimiento de los empleos, sino frenándolo; la segunda está por desarrollarse, y por sí sola no sería más que un parche. Hacen falta muchas más cosas, entre ellas, un mayor sentido estratégico, más capacidad industrial, una red de pymes más sólidas y un impulso decidido para aprovechar todas las opciones que tiene España, que no son pocas, también desde el punto de vista productivo.

Pero ese mismo hecho supone un cambio importante en la economía española, implicaría élites empresariales mucho más vivas y con mayor perspectiva y estratégicamente mucho más inteligentes que las actuales; significaría también un entorno político que tuviera realmente un plan más allá de recortar y sobrevivir. Y, sobre todo, supondría destinar el capital existente, que lo hay, a impulsar la economía real en lugar de esperar a la siguiente subida en las acciones de Apple. Solo con este cambio de posición, las transformaciones serían notables en el bolsillo de los españoles, en las arcas públicas y en la fortaleza de la economía.

La banca ha pedido al Gobierno que el dinero para la recuperación que provendrá de la Unión Europea no se asigne a subvenciones, sino a “sectores con efecto multiplicador en el empleo y la actividad”. Es una petición importante que, en algunos sentidos, está cargada de razón. Este es un instante en el que resulta crucial que el capital existente sea utilizado para impulsar proyectos productivos que generen empleo y actividad económica, de modo que pongan en marcha una salida sólida de la crisis. Por otra parte, se le olvida mencionar a la banca su porción de responsabilidad en el problema, que no es menor, y que refleja muy bien cómo la economía actual tiene dos direcciones, la ficticia, que produce beneficios a una pequeña parte de la población, y la real, de la que dependemos la gran mayoría de las personas. En ese reparto, la segunda ha salido perjudicada en los últimos años y la pandemia no ha hecho más que aumentar esa brecha.

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