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Por qué vas a vivir peor que tus padres: lo que te hace ser clase media de verdad
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Esteban Hernández

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Por qué vas a vivir peor que tus padres: lo que te hace ser clase media de verdad

Las rentas del trabajo ya no son el elemento decisivo a la hora de definir el nivel de vida y la clase social a la que perteneces. La economía de los activos se está imponiendo

Foto: La crisis ocasionada por el Covid cambia el perfil de quien acude al Monte de Piedad. (EFE)
La crisis ocasionada por el Covid cambia el perfil de quien acude al Monte de Piedad. (EFE)
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Una de las cosas más llamativas de estos últimos tiempos, de la que hacemos enorme abstracción, es la pérdida de peso de los rendimientos del trabajo a la hora de definir el nivel de vida. Los empleos son el camino abrumadoramente mayoritario por el que las personas obtienen recursos, y, sin embargo, su relevancia a la hora de definir la clase social a la que pertenecen y las posibilidades de las que disponen va en descenso. El coronavirus no hace más que acrecentar esa tendencia. Dos ejemplos de circunstancias muy habituales sirven para explicar ese cambio.

Los jóvenes que se incorporan al mundo laboral son el primer caso. Los salarios suelen ser bajos, y en muchas ocasiones no alcanzan para sufragar un nivel de vida digno en una gran ciudad. Muchos de ellos, incluso aquellos que ocupan trabajos con cierto prestigio, ven cómo esos sueldos escasos se prolongan durante demasiados años. En esas circunstancias, el nivel de ayuda familiar es crucial, tanto a la hora de sobrellevar más holgadamente esas circunstancias como en lo que se refiere a resistir en la profesión hasta que llega una situación mejor. Ese mismo apoyo también lo han vivido a la hora de elegir los centros en los que han cursado estudios, que si son de verdad prestigiosos marcan las posibilidades de futuro. En todo caso, se hace bastante evidente que no es estrictamente el salario lo que define el nivel de vida ni la posición social, sino la capacidad de la familia para ayudar en esas épocas, algo que, además, suele repetirse a lo largo de las carreras profesionales, por desgracia.

La economía de los activos

Un segundo ejemplo son los pensionistas. La diferencia en su nivel de vida se nota especialmente porque las distancias aumentan al término de la vida laboral. Hay partes de la sociedad que, por el capital adquirido, no dependen de las pensiones públicas para mantenerse o que, por haber contado con recursos suficientes en su trayectoria para invertir en fondos de pensiones, logran una salida del mercado laboral mucho más satisfactoria. En momentos como este, además, esas diferencias tenderán a aumentar entre quienes dependen de la pensión y quienes tienen complementos privados o ingresos por activos, lo que señala una vejez económicamente distinta.

Los ingresos del trabajo ya no constituyen la base de lo que la gente considera un estilo de vida de clase media

Estos dos elementos no son ocasionales, ni quedan circunscritos a grupos concretos de población, sino que forman parte de un estado general de las clases sociales. Lisa Adkins, Melinda Cooper y Martijn Konings lo señalan en su reciente ‘The Asset Economy’ de una forma bastante expresa: “El empleo sigue siendo un factor importante, ya que permite comprar activos (por ejemplo, pagar una hipoteca), pero cada vez más es solo uno entre otros factores. Por supuesto, los ingresos del trabajo siguen siendo de vital importancia para muchas personas como forma de acceder a los bienes de subsistencia, pero el aspecto relevante es que ya no son capaces de constituir la base de lo que la mayoría de la gente consideraría un estilo de vida de clase media”.

Otra estructura de clases

Así es, y este es un punto importante para entender por qué la movilidad social es escasa hacia arriba y amplia hacia abajo. Si consideramos únicamente los ingresos del trabajo, no comprenderemos nada de nuestra estructura de clases. En nuestra sociedad, donde los gastos de subsistencia son cada vez más elevados mientras los salarios no crecen en la misma medida, los ingresos derivados de la posesión de activos cada vez tienen más peso a la hora de fijar el nivel de vida y la clase social.

Quienes solo tienen su salario están destinados a caer en la escala social: la inversión se impone al trabajo en una economía financiarizada

La clase media y la clase trabajadora vivían de su trabajo y subían de posición social gracias a él, a lo que ingresaban por su tarea o por el negocio que gestionaban. Para estas clases, tales ingresos suelen servir hoy para mantener los gastos corrientes, pero pueden dedicar poco o nada al ahorro, y por tanto a la inversión: como en el pasado, son los activos los que garantizan un mejor futuro económico, solo que poseer activos sólidos es algo que está al alcance de muchas menos personas. Quienes solo cuentan con su salario están destinados, en general, a caer en la escala social. Como en toda economía financiarizada, es la inversión la que se impone al trabajo.

El doble problema de España

En el caso español, en un país golpeado por la pandemia y con mala consideración internacional, la consecuencia obvia es que los activos se deprecian. Lo estamos viendo con las acciones de muchas empresas del Ibex 35, subvaloradas en bolsa, o con los precios de muchos locales. Y como la mayoría de la gente que tiene algún activo lo posee en su país, vamos a vivir malos momentos en ese sentido.

Mucha gente de mediana edad que vive bien lo consigue gracias a las rentas heredadas o anticipadas mucho más que a sus ingresos

Por otra parte, dado que los salarios son bajos en general, y más si los comparamos con otros países de nuestro entorno, la capacidad de tener un nivel de vida bueno a través del trabajo también desciende, lo que obliga a compensarlo con los activos familiares, si se poseen. Mucha gente de mediana edad que vive dignamente lo consigue gracias a las rentas heredadas o anticipadas mucho más que a sus ingresos, lo que tiene también un efecto claro: se gasta lo acumulado familiarmente en mantener el nivel de vida, pero apenas queda para las generaciones siguientes. Y esto es particularmente doloroso para las clases medias bajas y para las trabajadoras. Los escasos bienes acumulados en épocas de crecimiento, como la vivienda de los padres, deben ser vendidos para subsistir ahora, lo cual resta muchas posibilidades a las generaciones próximas, que carecerán de esa ayuda mínima para impulsar su futuro, que ya es de por sí declinante.

El coronavirus está acentuando esta tendencia. La gente que cuenta con ahorros sobrantes, asustada por lo que se viene encima, no los está canalizando hacia el terreno productivo, sino hacia la adquisición de activos rentistas, y eso al mismo tiempo que el número de empleos cae. Otras personas se ven obligadas a utilizar los ahorros, propios o familiares, para subsistir, o a vender bienes para afrontar estos malos momentos.Y de fondo, toda la actividad de las grandes instituciones económicas, incluidas las europeas, está destinando sus esfuerzos a mantener los precios de los activos en lugar de a crear empleo y negocio. La brecha entre los que tienen y los que no tienen se hará más literal todavía.

Una de las cosas más llamativas de estos últimos tiempos, de la que hacemos enorme abstracción, es la pérdida de peso de los rendimientos del trabajo a la hora de definir el nivel de vida. Los empleos son el camino abrumadoramente mayoritario por el que las personas obtienen recursos, y, sin embargo, su relevancia a la hora de definir la clase social a la que pertenecen y las posibilidades de las que disponen va en descenso. El coronavirus no hace más que acrecentar esa tendencia. Dos ejemplos de circunstancias muy habituales sirven para explicar ese cambio.

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