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El verdadero problema de nuestra economía (y la solución que ha dado China)
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Esteban Hernández

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El verdadero problema de nuestra economía (y la solución que ha dado China)

La salida china de la crisis y la occidental están siendo muy diferentes, y revelan los distintos balances de poder existentes. El ejemplo de Macron puede ser muy relevante

Foto: Macron, en su visita a China en 2019. (EFE)
Macron, en su visita a China en 2019. (EFE)
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El momento del mundo, el enfrentamiento entre EEUU y China, esa nueva guerra fría, no puede entenderse únicamente en términos de peleas por los recursos energéticos, con la enorme importancia que tienen, ni de poderío militar, ni de enfrentamiento por los mercados. Todo eso es cierto, pero también contiene un aspecto ideológico en el que se repara muy poco. Mucho más que desde sus preceptos explícitos, hay que examinar su estructura y entender los dos modelos políticos y económicos que se oponen. Lo podríamos resumir de esta manera: China consiste en una forma peculiar de capitalismo de Estado, Occidente es cada vez más una peculiar forma de capitalismo que está por encima del Estado. Y se está percibiendo de una manera más clara con la reacción que se ha producido en ambos sistemas ante un mal global, la pandemia.

1. El caso chino

Veamos el caso chino. El coronavirus podría haber supuesto una grave crisis para un régimen que había basado su crecimiento en la demanda, ya que la frenó en seco. Además, el régimen de Xi debía afrontar la hostilidad creciente de EEUU, lo que implicaba no solo complicaciones comerciales con los estadounidenses, sino con un buen número de países a los que el Gobierno de Trump estaba presionando para que aflojasen sus lazos con China (e igual ocurrirá con Biden). La suma de ambos factores auguraba momentos difíciles para Xi. Sin embargo, su pais es uno de los que más rápido se han recuperado, ya que atajó pronto la pandemia, pero también por las decisiones que tomaron sus dirigentes.

Continúan avisando, y ahora con más insistencia, de que no hay nadie por encima del Estado, y por eso están disciplinando aún más a los oligarcas

El propósito del régimen chino era continuar con el crecimiento, pero poniendo el acento en la estabilidad interna, de forma que no se produjese un parón que condujera hacia la inestabilidad política o social. No han olvidado su expansión exterior, que tratarán de aumentar al máximo, pero, dadas las circunstancias, han girado hacia la demanda interna, de forma que puedan continuar creciendo en los grandes números y permitiendo que la economía de sus ciudadanos mejore. Con obvias dificultades, que suele subrayar Michael Pettis, pero yendo en la dirección de asentar sus fortalezas.

Para ese propósito, han puesto en marcha viejas y nuevas iniciativas. Continúan avisando, y ahora con más insistencia, de que no hay nadie por encima del Estado, y por eso están disciplinando aún más a los oligarcas, algo esencial para mantener el control y no caer en los errores que rompieron la Unión Soviética (o que tanto perjudican a EEUU). Al mismo tiempo, tratan de captar inversión privada para sus proyectos de desarrollo interno. Su idea es que, bajo la dirección estatal, las empresas nacionales den cabida al sector privado en sus iniciativas. Quieren atraer capital, y por eso prometen rentabilidad, pero siempre en la dirección de los objetivos que el Estado necesita.

Esa unión de empresas estatales con inversores privados puede dar réditos a ambos

Esta forma de hacer ha merecido algunas alabanzas por parte de Occidente, como la publicada en ‘The Economist’, algo que recordaba Adam Tooze. Esa unión de empresas estatales con inversores privados, de modo que las primeras se beneficien de mejores ideas y de un mayor empuje, y los segundos de las conexiones estatales, puede dar réditos a ambos. No es extraña tampoco la alabanza del semanario británico, dado que nuestro capitalismo se encuentra en una fase discursiva que aboga por la colaboración público-privada como apuesta de futuro, especialmente en lo que se refiere a la sostenibilidad, pero no solo en ese terreno. La cuestión es que la colaboración público-privada que propugnan va en sentido contrario, de que el Estado allane el camino a los beneficios.

Lo curioso es que estos mecanismos, típicos del capitalismo de Estado que Occidente practicó y olvidó, sean vistos con interés por aquellos que hasta hace poco renegaban de todo aquello que no priorizase lo privado. Y no deja de sonar sarcástico que muchas de las acciones del viejo Estado capitalista sean recogidas ahora por China, un régimen teóricamente comunista, y que sean percibidas como positivas por los liberales occidentales, esos que han empujado en la dirección de acabar con lo que hubo.

2. El caso occidental

Veamos ahora el caso occidental. La crisis causada por el coronavirus ha sido resuelta mediante la inyección de grandes cantidades de dinero por parte de los bancos centrales. Se ha puesto en el mercado un gran volumen de dinero cuyo destino ha sido llamativo, ya que ha ayudado enormemente a aquellas empresas lo suficientemente grandes como para poder aprovecharse del mercado de bonos. Mientras, el resto, como bien recuerda ‘Financial Times’, están sometidas a una presión grande para subsistir o para devolver las deudas que han contraído. Esta sociedad crea una doble dirección, que Robert Reich, exsecretario de Estado con Clinton, señala de una manera expresa: “45 de las 50 corporaciones más grandes de Estados Unidos han obtenido ganancias desde marzo, mientras que casi ocho millones de estadounidenses han caído en la pobreza (el mayor salto en la pobreza desde que el Gobierno comenzó a rastrear la pobreza hace 60 años). Estados Unidos está adoptando el darwinismo social”.

Este afianzamiento de las empresas de mayores dimensiones y de la rentabilidad para los accionistas ha sido posible, como afirma Carlos Sánchez, gracias al respaldo de los auténticos ‘policy makers’, los bancos centrales, que son quienes con sus decisiones sostienen la economía, dejando a los gobiernos como comercializadores de sus decisiones de política monetaria.

Esta visión de la economía favorece la creación de oligopolios y monopolios, también financieros, que acaban teniendo demasiado poder

El problema de esta orientación es que resulta muy eficiente en un sentido, pero muy poco práctica en otro. Los grandes números, las cotizaciones en las bolsas, el respaldo de los grandes endeudados encuentran así un alivio duradero, pero no ocurre lo mismo en el resto de la economía, que es justo en que se sostiene la mayoría de la sociedad. Pero, además, esta visión de la economía favorece la creación de oligopolios y monopolios, también financieros, que acaban teniendo demasiado poder, ya que hacen más grandes a quienes ya lo son. Cuando se habla de separación de poderes, se suele olvidar que, para que exista, debe existir un poder central, estatal o superior a él, que sea capaz de situarse por encima de estos actores, y nuestro sistema tiene demasiados actores libres. Las medidas económicas para la recuperación van en una dirección errónea porque ayudan a concentrar el poder económico, y eso supone siempre un riesgo para el político. China ha hecho justo lo contrario.

Ambas opciones tienen sus peligros. El chino ha sido repetidamente recordado, porque la concentración de poder en manos de dirigentes políticos autoritarios conduce, como habitualmente nos señalan, hacia formas de Estado aún más rígidas. Pero tampoco debemos olvidar el otro lado, porque la Historia nos trae lecciones que nos esforzamos por relegar al desván de los recuerdos. Probablemente haya sido Franz Neumann quien mejor ha descrito este peligro, en su monumental ‘Behemoth’ (Ed. Anthropos). Neumann formaba parte de la Escuela de Frankfurt, pero su texto ha tenido menos importancia que los de Adorno, Horkheimer, Marcuse, y quizás haya sido uno de los grandes olvidados a pesar de que su diagnóstico es muy pertinente: nos alerta de los peligros que supone el decaimiento del poder público en la economía, con la reprivatización del Estado, la sustitución del capital público por el privado, las exigencias de concentración del capital y la rearticulación política que todo eso causa.

El balance entre los poderes privados y los públicos es un asunto típico de la disciplina política desde Aristóteles, y es algo que hemos olvidado

En realidad, ese balance entre economía y política, entre las distintas partes que conforman una comunidad, entre los barones y el rey, entre los poderes privados y los poderes públicos, entre el uno, los pocos y los muchos, es un tema clásico del estudio politológico desde Aristóteles, aunque lo hayamos olvidado hace tiempo. En el caso occidental, y EEUU es un buen ejemplo y la UE otro, los tiempos se han escorado hacia el favorecimiento de los poderes privados por encima del central. La recuperación de la crisis de 2008 fue en una dirección errónea y todo apunta a que la salida de esta crisis puede profundizar en algunos de los males que ya vimos entonces.

3. El ejemplo Macron

En este contexto, aparece Macron, últimamente de actualidad por haber contraído el coronavirus, con una estupenda entrevista realizada por ‘Le Grand Continent’ que fue publicada por El Confidencial en España, en la que muestra una visión clara e inteligente acerca del momento europeo y del francés, así como de los desafíos que afrontamos, y en la que se hace patente que es uno de los líderes europeos con mayor capacidad intelectual.

En ella, señala uno de los ejemplos típicos de esa tensión entre economía y política, entre las prioridades que se han establecido en Occidente y las debilidades en que incurre. Macron señala la perplejidad de las clases medias y de las trabajadoras europeas, muy debilitadas por la globalización, cuando se carga sobre sus hombros el peso de la reforma verde. Esas clases hicieron lo que se les había pedido, se les exigieron sacrificios, que cumplieron, en épocas anteriores, y ahora se las vuelve a señalar como las culpables de que todo vaya mal y se quiere que recaiga sobre ellas el coste de la revolución verde. La conclusión de Macron es obvia, porque insiste en que se debe crear más trabajo del que se destruya, de que hay que reorientar este proceso destructivo de bienestar en el que estamos inmersos, de que si no se cambia el paso, el malestar justificado de esas personas tendrá consecuencias.

Macron tiene razón en lo que cuenta, pero si es solo un ‘think-tanker-in-chief’, como le acusaba ‘Politico’, el ‘backlash’ será todavía peor

Es curioso que sea Macron quien haya enunciado este tipo de análisis. La entrevista está llena de diagnósticos y de posicionamientos inteligentes, pero su gestión ha estado muy por debajo de su capacidad analítica. Macron ha llevado a cabo, y lo reconoce en la entrevista, acciones contrarias a las que entiende más propicias para su país y para la UE. Esa falta de sincronía entre pensamiento y acción, y a veces esa oposición total, es significativa por las consecuencias que acarrea. Si identificas los problemas y no los pones remedio, la reacción será todavía más perjudicial. Recordemos a ese Obama cuya primera elección se basó en discursos brillantes con los que empatizaban los americanos, porque señalaba los problemas y les daba esperanza. Ocho años después, en el reflujo, no vinieron los republicanos, sino Trump, el más radical de todos ellos, ya que las acciones de Obama estuvieron muy por debajo de lo que el país necesitaba, lo que dio alas a actores mucho más atrevidos. Como bien señala Glenn Greenwald en el caso de Bolsonaro, muchas elecciones han tenido últimamente su eje en la desconfianza y la hostilidad respecto de los actores políticos tradicionales: las poblaciones acababan votando a quien se les oponía radicalmente; el pulso antiinstitucional era crucial. Macron tiene razón en lo que cuenta, pero si es solo un 'think-tanker-in-chief', como le acusaba ‘Politico’, el ‘backlash’ llegará, en forma de derecha populista o de lo que sea. Por eso no hay que hacer demasiado caso a quienes desde España han alabado en redes sus palabras, que fueron numerosos, porque la mayoría de ellos apuestan por soluciones económicas que empeoran los problemas.

4. El problema real

La cuestión de fondo estriba en la necesidad de pensar qué economía queremos, es decir, hasta qué punto queremos que funcione de manera que favorezca el interés común o los intereses particulares. En el caso de la Unión Europea, es muy evidente, ya que supone la posibilidad de gestionar una salida común, de generar estabilidad y cohesión en sociedades debilitadas, de potenciar Europa o de dejarla caer. Seguir presionando a las poblaciones a la baja no puede más que generar conflicto, y, a medio plazo, de grandes dimensiones. En estos tiempos de mirada muy corta suele olvidarse, pero ese es el destino. Si la reconversión se convierte en un factor más de debilidad, olvidémonos de la paz social. Hay pocas cosas ciertas, pero esta es una de ellas.

En ese escenario, el enfrentamiento entre China y EEUU, entre dos modelos de gestión del Estado, deja una lección agria. La supeditación de los poderes económicos a la dirección común fue una constante en Occidente después de la II Guerra Mundial, lo que generó épocas de prosperidad. Estuvo en la base de la reacción de Roosevelt en EEUU, que supeditó lo financiero a lo productivo, e introdujo nuevos equilibrios sociales que dieron lugar más tarde al estado de bienestar europeo. Es decir, eran regímenes democráticos que pensaban en términos comunes, que planificaban y que trataban de generar cohesión social. Si esa opción ya no está representada por las democracias, si estas son lo suficientemente débiles como para no poder tejer, a escala estatal o supranacional, proyectos de futuro que tengan en cuenta a toda la población, y si estas opciones ahora quedan representadas por regímenes autoritarios, las democracias tendrán una vida difícil. Buena parte de la legitimidad de toda clase de regímenes reside en su éxito. Y Occidente no lo está teniendo en términos internos. Ese es el problema de fondo que no se quiere afrontar.

El momento del mundo, el enfrentamiento entre EEUU y China, esa nueva guerra fría, no puede entenderse únicamente en términos de peleas por los recursos energéticos, con la enorme importancia que tienen, ni de poderío militar, ni de enfrentamiento por los mercados. Todo eso es cierto, pero también contiene un aspecto ideológico en el que se repara muy poco. Mucho más que desde sus preceptos explícitos, hay que examinar su estructura y entender los dos modelos políticos y económicos que se oponen. Lo podríamos resumir de esta manera: China consiste en una forma peculiar de capitalismo de Estado, Occidente es cada vez más una peculiar forma de capitalismo que está por encima del Estado. Y se está percibiendo de una manera más clara con la reacción que se ha producido en ambos sistemas ante un mal global, la pandemia.

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