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Por qué estas Navidades son como son: la explicación de un intelectual católico
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Esteban Hernández

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Por qué estas Navidades son como son: la explicación de un intelectual católico

Son unas fiestas extrañas, entre la tristeza, la incertidumbre y la esperanza de tiempos mejores. Y son un buen momento para recordar "la piedra de toque de toda época"

Foto: Valencia durante estas fiestas. (EFE)
Valencia durante estas fiestas. (EFE)

Estamos en Navidad, no me digan que no es un momento adecuado para hablar de Chesterton. Si no lo fuera, siempre quedaría la excusa de que es uno de los intelectuales católicos más conocidos. Pero quizá ni siquiera haga falta una oportunidad: basta con traerle a colación por lo atinadas que sus reflexiones pueden resultar para nuestra época.

Por ejemplo, aquellas en las que subrayaba el carácter contradictorio de nuestro sistema, y por la frecuencia en que insiste en buscar a la vez dos objetivos incompatibles. Chesterton afirmaba que el capitalismo pretende que el hombre sea rico y pobre al mismo tiempo; rico en cuanto comprador, pobre en cuanto asalariado; quiere que la gente tenga dinero para gastar, porque eso hace próspero al sistema, pero no quiere pagar lo necesario para que posea lo suficiente para gastar o ahorrar, porque eso supondría costes que no se quieren afrontar. No se refería únicamente a los asalariados; también tomaba en cuenta, y dedicó muchas páginas a ello, la manera en que los pequeños negocios se desvanecían, ya que beneficiaba a los trust y monopolios de su época. Que el capitalismo pretendiera que cada vez menos gente tuviera capital le resultaba muy extraño a Chesterton, pero también sabía que este sistema incurre permanentemente en contradicciones. En nuestro tiempo también ocurre, y con consecuencias poco recomendables.

La impaciencia

Branko Milanovic ha puesto de manifiesto una de ellas, la que señala cómo se ha afrontado la crisis sanitaria del covid-19. En un reciente artículo, Milanovic explica que, en octubre de 2019, la Universidad Johns Hopkins y la Economist Intelligence Unit publicaron un informe que valoraba cuáles eran los países mejor preparados para hacer frente a una pandemia. El resultado no puede ser, a tenor de los hechos, menos acertado, ya que los tres primeros países eran EEUU, Reino Unido y Países Bajos; Vietnam ocupaba el puesto 50, China el 51; Indonesia (con 69 muertes por millón) e Italia (casi 1100 muertes por millón) tenían el mismo puesto; Singapur (cinco muertes por millón) e Irlanda (428 muertes por millón) estaban a la misma altura en la clasificación. No se trata únicamente de poner de manifiesto la escasa utilidad de muchos estudios teóricamente empíricos, sino de constatar la magnitud de los errores. Milanovic utiliza una analogía militar: “La debacle del covid es como la debacle francesa en 1940. Si uno mira cualquier criterio objetivo (número de soldados, calidad del equipamiento, esfuerzo de movilización), la derrota francesa nunca debería haber ocurrido”.

El deseo de resolver rápido los problemas y de asumir costes muy limitados llevó a una conducta impaciente a la hora de afrontar el covid-19

La explicación que encuentra Milanovic para la debacle occidental se resuelve en un concepto benevolente, impaciencia. Según el economista, el deseo de resolver rápido todos los problemas y de asumir costes muy limitados llevó a una conducta apresurada, la de cerrar lo mínimo indispensable y abrir enseguida, que condujo a la imprudencia, algo que no hicieron diferentes países asiáticos. Desde su punto de vista, esa prisa está vinculada a esas ideologías y esas políticas que se fijaron como objetivo el éxito económico más rápido posible, que no han sido abandonadas ni siquiera en medio de una crisis de esta magnitud. También podía expresarse en términos chestertonianos: se querían las ventajas, pero se negaban los inconvenientes, como en el caso de los salarios y el gasto; se buscaban dos objetivos incompatibles.

El autoengaño

Además, cerrar de manera contundente implicaba tomar decisiones y asumir costes y ni los dirigentes económicos y políticos querían eso, por lo que se optó por el autoengaño y por ir manejando una cosa y otra a la vez. Queríamos vivir como si no hubiera pandemia, pero la había; queríamos que la economía funcionase como si no hubiera pandemia, pero la había. Y eso arrastró también a las conductas privadas: se quería salir de fiesta, ir de vacaciones y pasarlo bien como si nada ocurriese. Se optó por seguir adelante a ver qué pasaba. Y sabemos el resultado.

Lo que ha producido la pandemia ha sido la descapitalización de un gran número de personas y una capitalización todavía mayor para muy pocas

Esto es comprensible, no obstante. Mucha gente quería regresar al trabajo o reabrir su negocio porque de otro modo perdería su empleo o su negocio, o simplemente no podría pagar las facturas precisas para poder subsistir. Su impaciencia no era fruto de una educación deficiente, sino de la necesidad. Esa prisa podría haberse mitigado fácilmente, en la medida en que se hubiesen recibido ayudas, pero lo cierto es que han faltado apoyos precisamente en aquellos sectores que más lo necesitaban, como los salarios a los que aludía Chesterton.

Pero no ocurrió así y los pequeños negocios, los autónomos o los trabajadores por cuenta ajena han perdido recursos, a menudo demasiados, mientras los grandes inversores, las bolsas y el entorno financiero no notaban la crisis, dinero de los bancos centrales mediante. En resumen, lo que ha producido la pandemia ha sido la descapitalización de grandes masas y una capitalización todavía mayor de una parte muy escasa de la población.

La incertidumbre

Este hecho forma parte de esas contradicciones que llevan a que nuestro sistema choque con su propio nombre. Lo explica Chesterton en ‘Los límites de la cordura’: “La verdad es que lo que llamamos capitalismo debería llamarse proletarismo, pues lo que lo caracteriza no es el hecho de que algunas personas posean capital, sino que la mayoría solo tengan salarios porque no tienen capital”. Chesterton ubicaba esta reflexión en un marco más amplio: en la medida en que el capital se concentra en pocas manos, lo que tenemos no es capitalismo, sino otra cosa. Y su lectura es importante en estas circunstancias, ya que cada vez tenemos más personas que, tras la pandemia, contarán únicamente con salario y deudas.

Ahora llega la incertidumbre, la sensación de estar librados a demasiados azares, de no saber muy bien qué va a ocurrir, mientras en Asia vemos celebraciones en lugares repletos de gente. Confiamos en las vacunas, esperamos que todo termine en unos meses o en uno, pero no podemos afirmar nada con seguridad; tenemos esperanza, pero eso es todo lo que podemos decir, que confiamos en que 2021 vaya mucho mejor.

Estas Navidades tenemos que recordar más que nunca a la niña del pelo rojo, a esa que constituye aún “la piedra de toque de toda época y raza”

Sin embargo, la incertidumbre no solo alcanza al ámbito sanitario, también al económico, y ahí las cosas se complican todavía más. Habría que organizar una reconstrucción, como ocurre tras las guerras, de manera que los países floreciesen, pero eso implicaría un precio que no se quiere pagar. Es muy probable que nuestras autoridades económicas vuelvan a poner el foco en el lado erróneo y actúen como en la epidemia de piojos de los suburbios de Londres, en la que la medida que se tomó fue cortar al cero el pelo a los niños de esos barrios. Pero Chesterton sabía, como sabe cualquiera con algo de sentido común y conciencia de la necesidad de una sociedad buena, que lo que está mal no es el cabello de los niños; que el problema de fondo no son los piojos, sino los suburbios. Por eso, estas Navidades, las de 2020, las del año de la pandemia, tendremos que recordar más que nunca a esa niña de los suburbios con el pelo rojo, esa que describía en ‘Lo que está mal en el mundo’, y en la que Chesterton veía “la imagen humana y sagrada”, la que sigue constituyendo “la piedra de toque de toda época y raza”.

Estamos en Navidad, no me digan que no es un momento adecuado para hablar de Chesterton. Si no lo fuera, siempre quedaría la excusa de que es uno de los intelectuales católicos más conocidos. Pero quizá ni siquiera haga falta una oportunidad: basta con traerle a colación por lo atinadas que sus reflexiones pueden resultar para nuestra época.

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