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El plan de Sánchez, el plan de Europa: lo que no queremos ver
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Esteban Hernández

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El plan de Sánchez, el plan de Europa: lo que no queremos ver

La Unión Europa continúa con sus debates habituales, con su habitual indecisión; mientras tanto, el mundo gira hacia otro lado: EEUU y China están utilizando palabras prohibidas

Foto: Pedro Sánchez, Merkel y el primer ministro griego, Mitsotakis. (EFE)
Pedro Sánchez, Merkel y el primer ministro griego, Mitsotakis. (EFE)
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Los fondos de la recuperación ya no son los mismos que fueron. Al margen de la dilación, de los problemas de última hora que siempre aparecen en la UE, de que lo acordado se vaya diluyendo, del Tribunal Constitucional alemán, de las crecientes exigencias para su concesión y demás palos en las ruedas habituales en Europa, han aparecido circunstancias nuevas que deberían impulsar un replanteamiento general. Por supuesto, en España el debate ha quedado encajonado en Sánchez, en si los reparte o no correctamente o en si va a poder cumplir las garantías necesarias para su concesión, y en la UE no existe todavía el arrojo suficiente para plantear metas más ambiciosas. Pero, mientras tanto, en el mundo están ocurriendo cosas importantes que deberían conseguir que se repensara qué significa el plan y qué objetivos se desean conseguir.

Una de ellas, y no es menor, es el plan de infraestructuras que Biden pretende desarrollar en EEUU. Es una gran cantidad de capital, que se añade a la enorme suma ya introducida en su economía, pero que cuenta con elementos totalmente distintos. Para empezar, este plan, The American Jobs Plan, está diseñado para apoyar la economía real, para que los empleos se recuperen, para reconstruir unas infraestructuras endebles y para que los recursos disponibles para sus ciudadanos aumenten. Supone, además, una acción decidida desde el Estado, y está previsto que se financie con impuestos, sobre todo de las grandes empresas. El plan de Biden contiene un cambio claro de modelo en la medida en que trae al debate las palabras prohibidas: producción, Estado e impuestos.

La otra reconstrucción

Además, se trata de un plan que reenfocará la economía estadounidense sobre sí misma, con el objetivo de fortalecer EEUU internamente y competir con éxito en el nuevo entorno internacional. EEUU quiere dotarse de músculo interior para hacer frente a China, pero también a Europa, que no dejamos de ser rivales comerciales. Y el plan supone un paso más en el momento desglobalizador: nos recuerda que estamos en un instante de luchas geopolíticas, en el que EEUU desea aumentar su fuerza, y que obligará al resto del mundo, y particularmente a Europa, a definirse en relación con estas rupturas.

En resumen, lo que trae el plan de Biden es: Estado, producción, impuestos, fortaleza estratégica y cohesión interna

Todo ello, con una retórica que acerca significativamente a Biden a muchas de las cosas que negó a Sanders en los debates electorales. No es un giro decidido hacia la izquierda, no veremos a Biden convertirse en Sanders, pero su plan lleva a la práctica algunas promesas de la izquierda estadounidense. Es probable que una acción de este orden hubiera generado mucha fricción con otro presidente, con Sanders o Warren en el poder, pero ha provocado menor animadversión (también en el ámbito republicano) al ser lanzada por Biden. Veremos en qué para todo esto, cuál es su efecto real, cómo afectan los impuestos a las empresas del Fortune 500 y cómo a las clases medias y trabajadoras, porque ahí estará la prueba definitiva.

En todo caso, este plan surge de la consciencia de que el tipo de sociedad que ha tejido EEUU tiene un sostén complicado, puesto que requiere de mayor cohesión, también en el orden de la reducción de la desigualdad. Una gran potencia dividida solo puede mantener su posición si es hegemónica, y EEUU es la mayor del mundo, pero ya no es la única. En ese orden, su principal problema, como el de Occidente, es el dominio del rentismo financiero, que ha precipitado las grandes diferencias internas y que ha condenado a buena parte de los EEUU a la pérdida en su poder adquisitivo. Biden no trae señales de cambio sustancial en ese aspecto, pero sí parece añadir elementos de equilibrio. En fin, por resumir medios y objetivos: Estado, producción, impuestos, fortaleza estratégica y cohesión interna.

La querencia austrohúngara

De modo que, por una parte, tenemos a los EEUU de Biden, que han decidido reforzarse, lo que incluirá utilizar el proteccionismo cuando sea necesario, y continuar expandiéndose fuera con sus empresas digitales y financieras, y en la medida de lo posible con las energéticas (que ahí están las claves de la pugna con el Nordstream 2); por la otra, a China, que ha salido fortalecida de la pandemia, que continúa aumentando su influencia en el mundo, cuyas empresas están supeditadas al Estado, que coloca muchos obstáculos a la hora de acceder a su mercado y que ha declarado que su prioridad está en impulsar su economía interna. Mientras tanto, la UE (y los países que la componen) continúa inmersa en sus debates habituales.

Europa sigue en la indecisión permanente, en ese equilibrismo que modifica las cosas justo lo indispensable para que las piezas no se caigan

Cuando las dos grandes potencias mundiales toman una dirección diferente, lo normal sería que la tercera reaccionase, y que lo hiciera, con los medios que eligiese, en términos similares: dotarse del músculo necesario, aumentar su cohesión, impulsar su demanda interna y aceptar el momento desglobalizador. Pero Europa vive en una extraña posposición de la acción, en una querencia austrohúngara por mantener el 'statu quo' que puede resultar fatal. El ejemplo de las vacunas es significativo, por su ingenuidad y por lo que supone de aferrarse a un mundo que ya no existe.

Europa sigue situada en una indecisión permanente, en ese equilibrismo que trata de modificar las cosas justo lo indispensable para que las piezas no se caigan. Pero esto ya no es posible sin perder un tiempo crucial y sin debilitarse de una manera decisiva. O se dan pasos hacia adelante en Europa o se dan hacia atrás, pero ya no vamos a quedarnos en el mismo sitio; y no actuar supone ir hacia atrás.

Un error insistente

Hay un elemento esencial en este escenario, y los fondos para la recuperación —y los debates alrededor de él— son un gran ejemplo. Seguimos inmersos en las discusiones del pasado, la austeridad, las reformas, los equilibrios fiscales y demás. Es un gran error, porque supone una nefasta comprensión del momento: todo eso no son más que instrumentos que se emplean para un fin, y lo que hay que tener claro es el fin. No se trata de meter o no dinero en la economía, que se ha introducido a espuertas desde la crisis de 2008, sino para qué meterlo y con qué finalidad. En la pasada década, ha sido el ámbito financiero el gran beneficiado de la acción del BCE, pero apenas nada de ello ha ido a parar a la economía real. Ahora se trata de hacerlo al revés, de que el capital se destine a producir; si se invierte correctamente, generará actividad, empleo, bienestar y, por tanto, producirá ingresos que permitirán recuperar lo aportado.

Hay que satisfacer imprescindibles demandas geoestratégicas. Y el punto clave, el que marca el cambio, es el regreso a lo productivo

Pero todo esto tendría una ventaja añadida, la de satisfacer imprescindibles demandas geoestratégicas. El punto clave, ese que marca decididamente el cambio, es el siguiente: Europa no puede seguir siendo un entorno en el que lo productivo no tenga un espacio importante. Su relevancia queda expuesta en términos comprensibles, tanto en lo geoestratégico como en lo económico, en la situación que Rana Foroohar señala respecto de EEUU: “Un fascinante estudio de MGI, que se publicará el 15 de abril, examina 30 sectores de fabricación en los EEUU. Dieciséis de ellos destacan por su valor económico y estratégico, medido por su contribución a la productividad nacional y al crecimiento económico, a la creación de empleo y de ingresos, a la innovación y a la resiliencia nacional. La fabricación de ropa no está en la lista, pero sí los semiconductores, los dispositivos médicos, los equipos de comunicaciones, la electrónica, los automóviles y sus distintos componentes, así como los instrumentos de precisión”.

El equilibrismo de contención

Es decir, o hay una apuesta por reintegrar buena parte de la producción en Occidente, o los países que no lo hagan quedarán totalmente expuestos (como hemos comprobado con la pandemia, desde las mascarillas hasta las vacunas) en muchos sentidos. Esto no va de digitalización y de energía verde, que también, sino de una jugada y una ambición mucho mayores. China está en ello, EEUU está en ello y Europa está pensando en términos de entregar el continente. Aquí seguimos dándole vueltas no a la necesaria reconstrucción, sino al equilibrismo de contención.

Olvidarnos de lo productivo solo conseguirá que Pekín descorche el champán y que las sonrisas irónicas sean frecuentes en Washington

En este orden, un plan de recuperación para España que se limite a colocar puntos de recarga para el coche eléctrico, rehabilitar edificios e introducir fibra óptica en las zonas rurales será una ayuda, pero no una solución. De lo que se trata es de producir, no de volver a hacer autopistas; de que tengamos un país que sea productor, y no que se limite a estar bien acondicionado para lo que otros producen. Esto es lo que le puede pasar no solo a España, sino a la UE en su conjunto, incluso a esas zonas alemanas exportadoras, condenadas a perder importancia si no se rodean de la potencia del tamaño europeo.

En ese escenario, recomendaciones como las de Larry Summers para EEUU, que son las mismas que mantiene el 'establishment' europeo, conducen a la decadencia. Recordemos que Larry Summers fue el secretario de Estado económico con Obama, es decir, uno de los principales responsables de dejar su país en tal situación que Trump solo tuvo que salir al escenario para hacerse con el poder. No deberíamos los europeos tomar ese camino. Y menos ahora, cuando EEUU y China están en una nueva guerra fría y los europeos podemos pagar la factura. Continuar por la ortodoxia económica, esa por la que apuestan los halcones de uno y otro lado, y que EEUU no va a seguir, y olvidarnos de lo productivo, solo conseguirá que Pekín descorche el champán y que las sonrisas irónicas sean habituales en Washington.

Los fondos de la recuperación ya no son los mismos que fueron. Al margen de la dilación, de los problemas de última hora que siempre aparecen en la UE, de que lo acordado se vaya diluyendo, del Tribunal Constitucional alemán, de las crecientes exigencias para su concesión y demás palos en las ruedas habituales en Europa, han aparecido circunstancias nuevas que deberían impulsar un replanteamiento general. Por supuesto, en España el debate ha quedado encajonado en Sánchez, en si los reparte o no correctamente o en si va a poder cumplir las garantías necesarias para su concesión, y en la UE no existe todavía el arrojo suficiente para plantear metas más ambiciosas. Pero, mientras tanto, en el mundo están ocurriendo cosas importantes que deberían conseguir que se repensara qué significa el plan y qué objetivos se desean conseguir.

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