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Las tres claves que explican por qué EEUU saldrá mucho mejor de la crisis que Europa
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Esteban Hernández

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Las tres claves que explican por qué EEUU saldrá mucho mejor de la crisis que Europa

EEUU y China son los dos países que están saliendo más fuertes de la pandemia. Las diferencias entre los planes de Biden y los de la UE explican por qué a nosotros nos irá peor

Foto: Kamala Harris y Joe Biden. (Kevin Lamarque/Reuters)
Kamala Harris y Joe Biden. (Kevin Lamarque/Reuters)
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La salida de la pandemia cuenta con dos ganadores indiscutibles, China y EEUU. La primera por su control casi inmediato del virus y por la pronta recuperación de su pulmón productivo, y EEUU porque ha sabido reaccionar con contundencia después de una gestión catastrófica que duró meses. Ahora cuenta con un ritmo de vacunación veloz que impulsa por sí mismo la economía, ha tomado medidas contundentes en cuanto a inyección de capital, y su propósito es activar de manera muy decidida la demanda interna.

La consecuencia de esta salida exitosa de las dos grandes potencias mundiales no dejará a Europa en el mismo lugar, y más cuando nuestra manera de abordar la recuperación es muy distinta, tanto en dirección como en intensidad. Europa actúa como una fortaleza asediada, defendiendo continuamente sus murallas, tanto dentro como fuera: no desea cambiar su rumbo, simplemente quiere introducir algunas variaciones que mitiguen el momento, pero sin transformaciones de calado. Las crisis son el mejor momento de las ideas y en Europa parecen faltar.

1. Lo básico

EEUU y China se encuentran en medio de una nueva guerra fría, y los recientes acontecimientos en Oriente Medio o en Marruecos son indesligables de la necesidad de EEUU de construir un entorno internacional diferente, de asentar sus alianzas y de combatir a sus rivales. Pero su pulsión geoestratégica, es decir, la pelea por el poder, la influencia y los recursos en términos nacionales, debe afrontar una debilidad notable. EEUU es un país tejido por la desigualdad, con un enfrentamiento entre dos visiones del mundo claramente diferenciadas que posee también una delimitación geográfica, y con un momento institucional que viene de sufrir un asalto al Capitolio. Hacía falta estabilizar el país y Biden ha entendido, y más con la pandemia por medio, que la mejor manera de comenzar a construir una esfera pública fuerte, una atmósfera de confianza con el gobierno y una reconstrucción del espíritu nacional es una recuperación económica consistente: el deterioro del nivel de vida es la condición de posibilidad de los males que vive el país, más allá de la expresión ideológica que hayan cobrado. Para coser EEUU tiene que empezar por lo básico. La cantidad de dinero que ha metido en la economía está comenzando a dar sus frutos, y todavía están por llegar las inversiones previstas en los planes de trabajo y de familia.

Europa no cree que haya que coser nada, porque no ve nada deshilachado; es un simple parón que se solventará haciendo lo de siempre

Europa ha hecho algo muy distinto, ha ofertado fondos a cambio de reformas. En otras palabras, ha entendido que este es un momento coyuntural para el que hace falta inversión adicional pero que, una vez se haya controlado la pandemia, se debe regresar a los planes previstos: se acaba la excepcionalidad y se vuelve a la normalidad. Aquí no hay ninguna intención de activar la demanda interna, simplemente se han hecho equilibrios para mantenerla viva y sin demasiados daños, para retornar en cuanto sea posible a las recetas económicas conocidas. La consecuencia negativa adicional de esta manera de actuar es la profundización en las diferencias entre los países que forman la UE: Alemania ha puesto mucho más dinero para defenderse de la crisis que Italia, y Francia que España, por citar un par de ejemplos. No se ha tomado conciencia de que había que coser nada, porque nada les parece roto a nuestros dirigentes; sólo momentáneamente paralizado.

2. El Estado fuerte

El segundo aspecto que marca una diferencia, y quizá el que más fricción está generando entre la ortodoxia europea, es el de la recuperación del papel fuerte del Estado. Si EEUU quiere consolidar su hegemonía, necesita contar con una dirección firme en muchos ámbitos (algo que sí posee su rival, China). Para lograr ese objetivo, debe colocar al servicio del país algunos sectores que parecían haberse escapado con la globalización: el ámbito financiero, las empresas de mayores dimensiones o las grandes tecnológicas, entre otras, no pueden seguir sus propias agendas si estas dañan a EEUU; el sector privado es muy importante, pero no debe estar permanentemente por encima de los intereses nacionales. Por eso el gobierno de Biden es mucho más activo, como demostración de que que el poder político está cobrando un papel más relevante, algo que el pensamiento dominante europeo no acepta de ningún modo, ya que lo percibe cercano al autoritarismo.

3. El momento ‘rooseveltiano’

El tercer aspecto se entiende mejor si se acude a esa comparación de los planes de Biden con el New Deal tan habitual en las últimas fechas. Por más que cuenten con semejanzas, también poseen propósitos diferentes. El frente principal de Roosevelt era el interior, porque se enfrentaba a un país roto por el paro y a una concepción de la economía, la de Hoover y Andrew Mellon, que resultaba muy dañina para sus ciudadanos y que impedía toda recuperación; además, debía afrontar el problema del autoritarismo latente: 1932 y 1933 fueron años complicados en ese sentido. La idea de que la democracia no funcionaba y de que hacían falta líderes fuertes, como los que estaban surgiendo en Europa en aquella época, comenzaba a hacer mella en parte de la élite estadounidense. De telón de fondo aparecían el descontento social, las revueltas de los agricultores y el peligro de que masas desempleadas y sin ayuda institucional estallaran. Roosevelt era consciente de que la situación resultaba explosiva, y sabía qué dirección tomar para desactivar los peligros (aunque las medidas concretas terminaran siendo fruto de la prueba y el error). Sobre todo, era consciente de que, para lograr sus propósitos, debía domesticar al ámbito financiero (como bien describió Keynes) y devolver la economía especuladora y rentista a la realidad de la economía cotidiana. Esa fue su gran lucha, que combinó con un gobierno fuerte y con grandes inversiones. Lo llamativo es que su decisión permitió dos movimientos que fueron a la par: estabilizó EEUU y generó mayor bienestar interno, y posicionó a su país como el hegemónico en Occidente. El asentamiento interior impulsó su importancia internacional.

La prioridad de Biden es la guerra con China, pero sabe que, para tener éxito, debe fortalecer el nivel de vida de sus ciudadanos

Biden está operando justo al contrario. El frente interior es importante para dar fortaleza a su país, pero su prioridad está situada en la competición internacional. El impulso de la demanda interna es una exigencia para el objetivo mayor, la batalla con China y el afianzamiento de su país como hegemónico. El frente principal es el exterior, pero Biden sabe que, para tener éxito en él, necesita asentar EEUU internamente. Su intención no es domesticar al sector financiero ni poner en marcha una economía con un gran peso del Estado, como fue la opción de Roosevelt, pero algo de eso necesita para competir fuera, por lo que intentará atraer a su lado al muy poderoso sector privado sin imponerle demasiadas exigencias. Es consciente de que si sus planes se desarrollan de una manera ambiciosa, logrará coser heridas internas, activará la economía estadounidense, la hará mucho menos dependiente del exterior y desactivará el gran apoyo social de la derecha trumpista, al tiempo que convertirá a su país en un competidor comercial todavía más sólido. Si fracasa, el regreso de la derecha autoritaria será cuestión de tiempo, del mismo modo que a Clinton le siguió Bush Jr. y a Obama, Trump. Las lecciones del pasado están ahí, y Biden parece haberlas aprendido, de modo que si encuentra aliados empresariales y financieros será comprensivo, y si no, les apretará las tuercas, por la cuenta que le trae.

4. Un hecho ineludible

Esta situación es significativa para la Unión Europea: en un clima de guerra comercial, el fortalecimiento de EEUU implicará una menor porción en el reparto del pastel: la geopolítica es un juego de suma cero. Pero, en este sentido, tampoco parece existir demasiada preocupación en la UE, donde se minusvaloran las medidas de Biden: muchas de ellas tienen como objetivo ofrecer la clase de protección a sus ciudadanos que Europa ya posee, y por tanto se interpretan como un simple esfuerzo para situarse a nuestra altura. No hay sensación de que aquí haya nada roto, sino de que estamos ante un mal momento puntual que puede solventarse con algo de capital y con las reformas adecuadas, siempre que vayan en el sentido de no cambiar lo establecido. La primera consecuencia de esta inacción será un nivel de vida declinante, tras unos meses de recuperación que servirán para tapar las grietas con una mano de pintura, y el fortalecimiento de las opciones autoritarias a medio plazo. Una década después de la crisis anterior, vemos cómo las fuerzas de derecha populista y extrema derecha están plenamente implantadas; veremos qué pasa en la siguiente década, cuando la guerra fría entre EEUU y China nos acorte el margen, y cuando las reformas nos haga más pobres y las tensiones políticas sigan aumentando.

En este punto, Biden parece Roosevelt y la Unión Europea, Hoover. Al contrario que Europa, el presidente estadounidense sí ha tomado conciencia de un hecho ineludible, que subrayaba Zach Carter: no se trata de que si se gasta el suficiente dinero todos los problemas se solucionen, pero está claro que las políticas económicas que contribuyen a elevar el nivel de vida de la población juegan un papel muy evidente a la hora de apagar los incendios. Y, en este sentido, Biden no es desde luego Roosevelt: su propósito y sus intenciones son otros. Pero puede verse obligado a convertirse en él si no le dejan margen de acción. Mientras tanto, Europa sigue anclada en una ortodoxia que la debilita por completo. Los tiempos nuevos no pueden afrontarse con recetas viejas.

La salida de la pandemia cuenta con dos ganadores indiscutibles, China y EEUU. La primera por su control casi inmediato del virus y por la pronta recuperación de su pulmón productivo, y EEUU porque ha sabido reaccionar con contundencia después de una gestión catastrófica que duró meses. Ahora cuenta con un ritmo de vacunación veloz que impulsa por sí mismo la economía, ha tomado medidas contundentes en cuanto a inyección de capital, y su propósito es activar de manera muy decidida la demanda interna.

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