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Contra Sergio del Molino: la España que no quiere mirarse en el espejo
Tras ‘La España vacía’, Sergio del Molino regresa con una obra en la que repasa los usos del concepto y se abre a la mirada política. Y dice algo muy interesante sobre nuestra época
Quien haya leído y disfrutado ‘La España vacía’ puede abrir las páginas de su secuela, de su refutación o como se desee denominar, sin demasiados temores. El anterior texto era más literario, este más reflexivo y político, pero la mirada y el pulso estilístico de su autor siguen siendo los mismos, de modo que es difícil que defraude a sus seguidores. Las objeciones que se detallan no tienen que ver con la calidad del libro, ni tampoco parten de un disgusto particular por el trabajo de Sergio del Molino, más al contrario. Espero, además, que el autor pueda disculparme la referencia personal, es simplemente una licencia que me permito en esta economía de la atención con el objetivo de señalar los desacuerdos. Y este es probablemente un buen momento para plantearlos, porque vivimos en una época cuya importancia es todavía mayor de lo que parece, y entiendo necesario que el debate intelectual esté presente de una manera muy viva.
Estas críticas tampoco pueden ser personales porque, si aludieran a defectos exclusivos de la obra de Sergio del Molino, sería una forma de centrarse en lo mínimo cuando se podría analizar lo máximo, y más aún en un instante en que escribir cuesta mucho y da poco rédito. Además, estoy seguro de que habrá muchas opiniones que defenderán los valores de ‘Contra la España vacía’, incluso en este mismo periódico, y no está de más que haya visiones contrapuestas.
Política, no literatura
Lo relevante de ‘Contra la España vacía’ no está en su expresión formal, sino en la perspectiva que el autor ha elegido. Después de haber introducido en el debate público un concepto que se hizo muy popular, Sergio del Molino ha optado por revisar los debates que suscitó, pero también su posición frente a ellos y frente a su mismo trabajo. El autor nos habla de una transformación personal, porque en la anterior obra y en muchas de sus columnas había decidido expresarse en términos literarios, alejados de fuegos ideológicos, ya que sus aspiraciones eran culturales y no políticas. Pero reparó después en que, fueran cuales fuesen sus intenciones, el concepto cobró expresiones políticas inevitables: no se podía separar una cosa de la otra, y ‘Contra la España vacía’ surge de ese deseo de afirmarse políticamente, también contra los usos negativos del término, que han proliferado.
El autor se revuelve contra el populismo, los nacionalismos, los neoermitaños o la ausencia del patriotismo constitucional
¿Qué es lo que no tomó en cuenta Sergio del Molino? ¿Cuáles son los problemas de nuestra sociedad que han pervertido el término? El autor se revuelve contra un montón de cosas que nos resultan conocidas: el populismo, los nacionalismos, los neoermitaños que niegan el valor de la civilización, la ausencia de un patriotismo constitucional y la falta de pulsión cívica (que ejemplifica en la figura de Azaña). O, por decirlo de otra manera, contra todo aquello que los intelectuales liberales llevan tiempo identificando como los males de la época.
Una oportunidad
Pero la ‘España vacía’ era la oportunidad para algo más que repetir los lugares comunes de nuestro tiempo, para salirse de esa ortodoxia que sigue anclada en un mundo que ya no existe. Era la oportunidad de analizar qué une a los Estados, cómo se pone a trabajar en común a territorios diversos, cómo se recompone en la unidad una pluralidad de situaciones muy diversas; era la oportunidad para, desde lo particular, comprender males y fortalezas generales.
Desde este punto de vista, conviene constatar que este problema español, con diferente intensidad, lo vive casi todo Occidente: forma parte de una serie de constantes que se repiten en las clases sociales, en las regiones y en la relación entre Estados. La desconexión de las ciudades globales del resto de los territorios nacionales, el declive de las ciudades intermedias y de las pequeñas y el agotamiento del medio rural ocurren en Alemania, en EEUU, en Reino Unido y en España, entre otros muchos países.
Describe problemas sociales que aparecen como externos al sistema: son elementos perturbadores de una sociedad
Y no es un problema menor, porque nos señala, desde una perspectiva territorial, cómo la distancia ya no se mide en kilómetros. Las regiones en declive viven en una espiral perniciosa de escasa inversión, desempleo, deuda y emigración; son cada vez lugares más alejados de todas partes. Sus energías vitales decaen al mismo tiempo que cambia el humor social, que se mueve entre la indignación, el resentimiento, la resignación y el orgullo local. Pero no es una cuestión que les ataña exclusivamente a ellos, ni se trata de la consecuencia de sus equivocaciones. No son una excepción, sino el producto de una dinámica estructural, cuyo principal factor es económico.
Los errores de Occidente
En su relectura de la España vacía, Sergio del Molino prefiere centrarse en refutar aquellos movimientos que sacan partido del descontento en lugar de reparar en las causas del mismo. Es un lugar cómodo, porque entronca con un sentido común establecido y porque permite resguardar de la discusión su perspectiva política, gracias al desplazamiento de la culpa hacia los oponentes: son los populistas, los nacionalistas, los impulsos beatíficos de regreso a la naturaleza, el 'wishful thinking' y las personas que prefieren las certezas inmutables a la duda los principales responsables de los males de nuestra época. Dibuja así una serie de problemas sociales que aparecen como externos al sistema, como elementos perturbadores propios de una sociedad que, sin ellos, funcionaría razonablemente bien.
La equivocación de persistir en este marco, en el que hemos estado anclados los últimos años, es que sustrae de la discusión el centro del problema, y con él, permite que nadie tenga que asumir sus errores. Hay un ejemplo significativo, el del ascenso chino, que el autor señala como parte de los cambios en Occidente. Pero lo describe obviando que el crecimiento chino ocurrió no solo por la capacidad de sus dirigentes de establecer metas y alcanzarlas, sino por todos los instrumentos que Occidente proporcionó al Partido Comunista chino para que su país se convirtiera en una potencia (capital, tecnología, mercados). Fue en gran medida Occidente el que permitió a China convertirse en aspirante imperial al mismo tiempo que debilitaba el nivel de vida de sus clases medias y trabajadoras y, con él, abría la puerta a las tensiones políticas internas. Este ejemplo no es banal, porque recoge el marco de análisis permanente del liberalismo contemporáneo, que eleva la voz para señalar los graves problemas que pueden crear los bárbaros populistas y nacionalistas, pero cierra los ojos cuando se trata de entender en qué medida son los errores económicos de nuestras democracias los que han dado alas a esas tendencias.
Nuestros regímenes no son perfectos, pero son los mejores que existen y que han existido. A partir de aquí, poco más hay que hacer
La perspectiva liberal, frente a la realidad de los problemas, suele echar mano de una refutación muy popular: las impugnaciones al sistema son producto de los antiliberales, y las críticas al mismo no son más que la expresión de un deseo contraproducente de perfeccionismo. El argumento central es que, a pesar de todos los problemas, estamos en la mejor época de la Historia, y que por tanto sería oportuno moderar las críticas, ya que todas las demás opciones son mucho peores. Nuestros regímenes no son perfectos, cometen muchos errores, pero son los mejores que existen y que han existido. A partir de aquí, poco más hay que hacer, salvo proteger las instituciones existentes.
Por lo tanto, bastaría con defender valores como el patriotismo constitucional y el deber cívico, e introducir en la sociedad mayores dosis de ellos, para que los problemas comenzasen a arreglarse. Ante el deterioro social, valores políticos. El problema es que con eso no basta: son los valores económicos que defiende el liberalismo los que han creado una sociedad desigual, en clases y en territorios, y sin una recomposición desde ese lado no es posible que los valores políticos del liberalismo perduren; sin más.
Una lección que cuesta aprender
Todo este artificio de disculpas sucesivas queda rápidamente desmontado desde la actitud que está manteniendo el líder del país más importante del mundo, Joe Biden. Desde que llegó al poder, ha insistido en que la sociedad estadounidense, rota por cuestiones ideológicas y culturales, debe ser cosida de nuevo, y que eso debe llevarse a cabo desde la recomposición de la economía, la creación de puestos de trabajo, el fortalecimiento de la clase media y el impulso de los sindicatos, los impuestos a los ricos de verdad. Y esta perspectiva parte de un punto de vista que nuestro 'establishment' liberal pasa por alto permanentemente: lo que Biden está diciendo es que las élites de su país se estaban equivocando, que no hacían lo correcto para su pueblo, y que por eso ha llegado Trump; su ascenso no fue producto de las tendencias emocionales de las masas, sino fruto de un discurso económico que resquebrajó el país. Por lo tanto, para que los valores estadounidenses resurjan y vuelvan a unir a la nación, hay que generar estabilidad y seguridad, y hay que reordenar el sistema económico de una manera muy decidida, casi a lo Roosevelt.
Lo malo del nuevo libro de Sergio del Molino no es que haya abandonado la literatura para hacer análisis político, sino que continúa en la poesía
Es una lección que no está presente en nuestro 'establishment' liberal, el europeo, y menos aún en el español. Costará que se tome conciencia de ella, pero no queda más remedio: no hay posibilidad de que los valores políticos liberales perduren en nuestras democracias si no se da un giro al tipo de economía que tenemos, y que se dirija mucho más hacia la concepción que apunta Biden. Si eso no ocurre, las disfunciones, el descontento y la indignación aumentarán, y con ello el ascenso de unas derechas cada vez menos liberales. Esa es la esencia de nuestro tiempo, con el autoritarismo como horizonte probable, y debe darse ahora la voz de alarma, porque el 'establishment' de guardia pretende seguir combatiendo el deterioro social con unos valores que, en su expresión económica, no hacen más que aumentar ese declive. Es hora de dar marcha atrás si se quiere conservar la democracia liberal. Eso parece haberlo entendido Biden de una manera diáfana, a juzgar por sus discursos y por los planes que quiere poner en marcha.
Tardará tiempo. El 'establishment' liberal es 'establishment' en primer lugar, por lo que cambiar su paso y que se abra a otras ideas requiere algo más que la mera presión de la realidad. La primera tentación consiste en continuar aplicando las mismas recetas, pero con más intensidad, y en ello estamos. ‘Contra la España vacía’ forma parte de esta tendencia, y de ahí el problema de su marco de análisis. En definitiva, lo malo del nuevo libro de Sergio del Molino no es que haya abandonado la literatura para hacer análisis político, es que no ha salido del aliento poético, pero esta vez como expresión de una impotencia, la de un sistema que se niega a mirarse en el espejo.
Conocemos esta ceguera porque la vemos con frecuencia en el ámbito europeo, que está poseído por una extraña creencia, la de que los valores por sí mismos nos hacen superiores al resto. Estamos comprobando insistentemente en el plano internacional hasta qué punto nuestra arquitectura institucional y los conceptos que la soportan, sin ir acompañados por la carga de poder necesaria, no nos hacen dignos de imitación, sólo más ingenuos y vulnerables. Y en el plano interno, estamos constatando que los principios políticos del liberalismo, si no están sujetados por la eficacia, si no se sustentan en un nivel de vida satisfactorio de sus poblaciones, si se despliegan en un entorno de declive, no generan adhesiones, sino rechazo. Es la hora de tomar conciencia de esta falla en el sistema en lugar de ocultarla con más dosis de idealismo.
Quien haya leído y disfrutado ‘La España vacía’ puede abrir las páginas de su secuela, de su refutación o como se desee denominar, sin demasiados temores. El anterior texto era más literario, este más reflexivo y político, pero la mirada y el pulso estilístico de su autor siguen siendo los mismos, de modo que es difícil que defraude a sus seguidores. Las objeciones que se detallan no tienen que ver con la calidad del libro, ni tampoco parten de un disgusto particular por el trabajo de Sergio del Molino, más al contrario. Espero, además, que el autor pueda disculparme la referencia personal, es simplemente una licencia que me permito en esta economía de la atención con el objetivo de señalar los desacuerdos. Y este es probablemente un buen momento para plantearlos, porque vivimos en una época cuya importancia es todavía mayor de lo que parece, y entiendo necesario que el debate intelectual esté presente de una manera muy viva.
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