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El Plan E europeo para España: "Al que tiene, se le dará"
Soplan vientos de cambio en nuestro país, y la llegada del dinero de la UE está alineando a muchos actores. Pero tras el estallido inicial, quizá nos quedemos con las manos vacías
Las jornadas del Cercle d’Economia, simbólicamente importantes en muchos sentidos, servirán también para impulsar el optimismo nacional. La idea de que España va a crecer rápidamente en los próximos meses, y en una proporción muy significativa, es defendida no solo por el Gobierno, sino por una parte muy importante del empresariado español más relevante, comenzando por Ana Botín o José María Álvarez-Pallete.
Es muy probable que ocurra de esa manera, ya que la desescalada, el verano, la recuperación de la plena normalidad en un tiempo razonable (si no hay sorpresas desagradables) y la llegada de los fondos darán un gran impulso al consumo, al empleo y al crecimiento. Y una vez que el motor arranque, será difícil que se detenga bruscamente, en especial si Europa continúa con la decisión de no regresar a la austeridad hasta 2023. La convicción generalizada es que vienen tiempos mejores. Ojalá sea así.
Y así parece, al menos a vista de pájaro. Sin embargo, si reparamos en las transformaciones que se están produciendo en nuestro tiempo, y en sus consecuencias, la imagen es algo menos alentadora. El tipo de sociedad que estamos creando es otra, justo la consecuencia de la aceleración que el coronavirus ha producido.
Nada de lo que está sucediendo, en ese plano, es diferente de lo que había sido previsto antes del covid-19: los procesos de reorganización de la economía hacia el ámbito digital, la necesidad de una reorganización verde, la adaptación de las empresas a los nuevos tiempos, las cadenas de mercado cada vez más concentradas. El giro digital, por ejemplo, no supone un inevitable proceso de adaptación a nuevas costumbres, sino un elemento de reconversión del mercado hacia otro tipo de estructura.
1. El sospechoso espíritu digital
Muchas de las quejas referidas al auge de las grandes tecnológicas han sido articuladas desde un elemento ideológico. En última instancia, desde la defensa de una democracia amenazada por empresas con enorme poder que habrían favorecido opciones políticas muy concretas. Las críticas son muy conocidas: las ‘fake news’, la difusión de informaciones partidariamente orientadas, las visiones sesgadas o el refuerzo del ‘groupthink’ habrían perturbado la esfera pública y habrían tenido un peso específico importante en elecciones recientes. El control sobre los datos por parte de estas firmas supone un riesgo notable, ya que otorga demasiado poder a empresas con escasa o nula supervisión. El otro aspecto contra el que la reacción está en marcha es el de los impuestos, ya que la estructura internacional permitía que los pagaran allí donde más rentable les resultaba.
Las nuevas empresas exitosas españolas no son más que traducciones nacionales de la reducción intensiva de salarios
Sin embargo, en este mundo demasiado preocupado por las perturbaciones políticas, pero mucho menos por la forma de organizar la economía, conviene recordar lo que significan las tecnológicas: una manera de concentrar el poder del lado de un nuevo mediador, que está desplazando por completo a los anteriores, y que se configura como un poder monopolista. A Amazon le ocurre con muchísimos productos, y en la medida en que se ha convertido en el vendedor y distribuidor mundial más importante, su capacidad para imponer condiciones operativas a quienes venden en su plataforma es enorme. Les ocurre igual a Google y Facebook con el mercado publicitario y con la información. La pandemia los ha hecho más grandes todavía, con las perturbaciones que esto supone del lado de la competencia, de la configuración de los canales y de la distribución de los ingresos dentro de los mismos. Ese modelo, el de la economía del contenedor, el de los monopolios y oligopolios, es el que está asentándose de una manera definitiva tras el coronavirus.
Pero el giro digital es mucho más amplio, en la medida en que reconstruye muchísimos procesos de prestación de servicios o de provisión de bienes: desde los bancarios, la administración, los energéticos o la organización de la fabricación, hasta el transporte o la relación con los consumidores. Hasta ahora, la digitalización ha sido mucho más un camino para elevar los beneficios a través del recorte de gastos que un mecanismo de generación de mayor eficiencia en las empresas. Es una medida orientada hacia los mercados, y no a hacer compañías mejores para sus clientes, o más innovadoras o eficaces. Un ejemplo lo tenemos en España: las empresas estrella, nuestros unicornios, como Glovo o Cabify, no son más que traducciones nacionales de la reducción intensiva de salarios y del empeoramiento en las condiciones de realización del trabajo, que es la base que permite que esas firmas puedan tener éxito. Ese ha sido el espíritu de la digitalización hasta la fecha. Podría desarrollarse de otra manera, pero no ha sido el caso. Y recordemos que la digitalización es uno de los pilares de los fondos europeos.
2. Cuando todo sea verde
El otro sector estrella en que se van a invertir los recursos es el energético. El freno del cambio climático, la descarbonización y la lucha para salvar el planeta son objetivos prioritarios en todos los planes europeos y estadounidenses. El caso español plantea, sin embargo, varios problemas. Los planes de recuperación deben ser utilizados para cambiar el tipo de economía, pero con efectos duraderos. Utilizar capital, que finalmente es deuda, para crear empleos ocasionales es poco más que cavar zanjas y volver a meter la arena en el hoyo; coyunturalmente útil, pero poco eficaz si los estímulos no se mantienen durante mucho tiempo.
Ese planteamiento no crea empresas ni trabajos, no es más que un Plan E a escala verde y europea
Y la mayor parte de los fondos verdes son exactamente eso: la rehabilitación de edificios o la implantación de determinadas energías renovables supone que, una vez que la tarea se ha realizado, el empleo desaparece. Ese movimiento no crea empresas, no es más que un Plan E a escala verde y europea, sobre todo si la austeridad regresa en un par de años. Cuando las tareas finalicen, tendremos que pagar la deuda y los empleos habrán desaparecido.
Los planes deben utilizarse, también en el terreno ecológico, para otros propósitos. Deben generar actividad con posibilidades de permanencia, apoyar las empresas que puedan tener recorrido en el futuro y que necesiten trabajadores en una dimensión razonable. Se trata de elevar el nivel de vida, de impulsar el consumo, de generar recursos para las poblaciones. Unos millones utilizados coyunturalmente ayudan, pero no ofrecen soluciones para una recuperación cierta y duradera, porque no construyen lo necesario; no son más que un paréntesis.
3. La destrucción no creativa
El impulso digital y ecológico tendrá lugar sobre un nuevo suelo, en la medida en que el covid-19 ha contribuido a destruir muchos empleos y al cierre de muchas pymes, y en tanto la carga adicional de pymes y trabajadores será importante. Las pequeñas empresas que han logrado sobrevivir tendrán complicado competir, ya que los sectores donde pueden operar con éxito son muy limitados, así como por su mayor endeudamiento. Muchos expertos ven con buenos ojos esta destrucción porque la entienden creativa: los menos preparados, los menos adaptados, los que no han sabido adecuarse a los tiempos han tenido que cerrar, lo que produce una situación idónea para la recuperación. Lo malo es que esa lectura contiene una pequeña parte de la realidad. Mucho más que su escasa modernización, lo que pone en dificultades a muchas pequeñas empresas supervivientes son las condiciones de funcionamiento de un mercado concentrado que sobrecarga de costes a las pequeñas firmas al mismo tiempo que las hace sentir especialmente su posición.
Muchas empresas han tenido que cerrar no por su mal funcionamiento, sino por la ausencia de un colchón financiero
Además, la crisis no ha sido benévola con ellas, dado el escaso apoyo recibido. Al igual que en el aspecto personal, en el empresarial resultan relevantes los recursos previos o la posibilidad de acceso a ellos. Lo hemos visto en la pandemia, cuando muchas empresas han tenido que cerrar no por su mal funcionamiento, sino por la ausencia de un colchón financiero que les permitiese aguantar esos meses, o por las dificultades para encontrar los avales que se les exigían para los créditos ICO. Esa situación puede repetirse tras la desescalada, ya que llegará el momento de abonar la deuda contraída, lo que supondrá una presión adicional. Ellas sí van a seguir notando el paso del coronavirus.
4. El empleo no será el que fue
Fruto de este conjunto de circunstancias, el empleo se verá presionado por distintos lugares. De una parte, su escasez; de otra, es más que probable que las empresas paguen peor, en la medida en que muchas estarán presionadas para obtener más beneficios, y porque en época de paro elevado los salarios tienden a disminuir. Además, los trabajos en nuevos sectores, los de la 'gig economy', nacen desde la degradación retributiva de los antiguos. Y la tendencia de fondo, como vemos en las grandes empresas, y más en las fusionadas, es que, tras los ERE, las contrataciones regresarán, pero en menor proporción y en condiciones peores, ya que los trabajos serán menos cualificados como producto de los procesos automatizados.
Los precios van a subir y van a presionar especialmente a las clases medias y populares
Por si fuera poco, está aumentando el precio de bienes esenciales. La inflación va a llegar, reflejen lo que reflejen las cifras oficiales, en forma de presión a las clases medias y a las populares: suben la electricidad y el combustible, así como los alimentos, producto de la especulación. Subirán los alquileres de locales y viviendas, mientras que los salarios apenas se recuperarán. Además, veremos nuevos impuestos, que no irán exactamente en la dirección de cobrar más a los más ricos. Y todo esto no supone solo un problema para las economías personales, sino que resta muchas posibilidades a los pequeños negocios: electricidad y combustible más caros, alquileres más caros, más impuestos: sobrevivir no va a ser fácil.
5. ¿Otro 'efecto Mateo' más?
Retratado de esta manera, podría pensarse en un escenario futuro muy preocupante para el conjunto de la sociedad. Pero si regresamos al inicio, al hecho de que la recuperación va a ser vigorosa, es fácil comprobar que no se trata más que de un fenómeno muy habitual en estos años: la salida está tomando la dirección en que se movía antes de la pandemia, la de un mundo dual, al menos en España. Habrá sectores y empresas, las más grandes, que se vean favorecidos por la recuperación, por el reparto de los fondos y por las condiciones estructurales que les permitirán recortar costes y ganar mercado, mientras que otra parte de la sociedad contará con un recorrido mucho más estrecho, dado este conjunto de factores.
Esta sociedad de dos velocidades se hará más palpable en parte gracias a los fondos, que servirán a medio plazo para profundizar todavía más en este modelo. Puede que las grandes palabras de esta época traigan a escena la recuperación inclusiva, la resiliencia, la necesidad de asentar las sociedades y de no dejar a nadie atrás, y cierto impulso socialdemócrata. Pero en su traducción a hechos, hay muchas cosas que se terminan perdiendo, como ha ocurrido con las últimas décadas de nuestro sistema, que ha frenado para establecer un paréntesis keynesiano cuando lo ha necesitado, pero nunca ha cambiado de dirección.
Los fondos pueden aplicarse de un modo poco pragmático, y no porque falten las reformas que piden en la UE, sino porque no son las necesarias
Los fondos no pueden ser lo mismo una vez más, no pueden convertirse en inversiones masivas que provoquen una economia con menos empleo, sino con más. Y lo cierto es que todo este dinero apunta hacia una aplicación poco inteligente, y no porque falten las reformas que se solicitan desde Bruselas, que tendrán lugar, sino porque no son las necesarias. No puede ser una expresión más de lo que Robert Merton denominaba 'efecto Mateo', por la cita bíblica: "Al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, incluso se le quitará lo que tenga".
Esto no va de meter dinero en la economía, sino de utilizarlo con un propósito, de potenciar y de crear opciones, de poner en pie iniciativas que puedan perdurar, que generen un buen número de empleos y que desarrollen el país. No se trata de hacernos más digitales y tecnológicos, sino de que nos vaya mejor, como sociedad y como Estado. Lo primero puede ser útil para lo segundo, pero nunca el propósito final. El problema es que el ámbito digital, el verde y la destrucción de pymes, con la excusa de que no son eficientes, suponen una reducción del número de trabajos disponibles. Hace falta otra perspectiva: no se trata de reorientar lo existente, que resultará necesario en algunos casos, sino de tener un plan para el crecimiento que pase por una sociedad con mucho más empleo, y no solo coyuntural. Las bases de la economía dominante nos conducen hacia lo contrario, hacia un mundo en el que habrá mucha mano de obra prescindible, y si eso no cambia, el dinero que llegue será un bálsamo bienvenido, pero la reacción que se genere cuando el impulso económico termine será muy hostil. Al tiempo.
Las jornadas del Cercle d’Economia, simbólicamente importantes en muchos sentidos, servirán también para impulsar el optimismo nacional. La idea de que España va a crecer rápidamente en los próximos meses, y en una proporción muy significativa, es defendida no solo por el Gobierno, sino por una parte muy importante del empresariado español más relevante, comenzando por Ana Botín o José María Álvarez-Pallete.
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