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Esteban Hernández

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El problema con los empresarios españoles es que son poco españoles

Las críticas a la CEOE por el apoyo a Sánchez con los indultos han sido legión. Pero la pregunta es si de verdad se puede hablar de un empresariado nacional

Foto: Antonio Garamendi, con Pedro Sánchez. (EFE)
Antonio Garamendi, con Pedro Sánchez. (EFE)
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“Los empresarios deberían dedicarse a los negocios y no a la política” ha sido una de las frases habituales del fin de semana, después de que la clase empresarial española ofreciera su respaldo a Sánchez con los indultos en el Cercle, y de que se alinease con el Gobierno a la hora de buscar algo de estabilidad. Viene la recuperación, llegan los fondos y nadie quiere quedarse fuera, por lo que la mayoría se sitúa del lado del poder político, una conclusión que también ha servido para que algunos eleven el tono pronunciando la palabra “vendidos”.

Lo cierto es que los empresarios tienen todo el derecho a opinar, como cualquier otro ciudadano español, o cualquier grupo de ellos a través de sus asociaciones. La mera tarea que realizan no puede servir para despreciar su perspectiva, al igual que si la hubiese emitido un grupo de ingenieros o un colectivo de fontaneros: sus lecturas sobre la realidad española serían legítimas, y no podrían ser rebajadas por su oficio.

Gestores de lo ajeno

El problema no es que los empresarios españoles no puedan expresar su visión sobre los asuntos que estimen convenientes, sino que, en puridad, no existe una clase alta empresarial española. Tenemos millonarios, algunos milmillonarios, pero empresarios, pocos. Un vistazo al accionariado del Ibex, y al tipo de empresas dominantes en él, subraya que las grandes firmas nacionales están participadas por fondos no españoles que detentan las posiciones de poder en ellas. Sus CEO no son más que gestores de esos intereses, directivos de empresas importantes que tienen poder en España, pero solo como delegados del juego financiero global, no por sí mismos. Dirigen empresas que operan en España, pero que ya no son españolas, porque sus accionistas de referencia no lo son.

Foto: Antonio Garamendi, presidente de la CEOE. (EFE)
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La cosa se complica para nuestro país en la medida en que tampoco en otros sectores empresariales el panorama es esperanzador: el capital extranjero está entrando en firmas de tamaño medio a las que se adivina recorrido o que generan recursos con la suficiente fluidez, o simplemente que son objeto de la especulación habitual, como ocurre en el sector de la agricultura y de la ganadería.

Cuando hablamos de empresariado español, deberíamos limitar la expresión a los dueños de pequeñas y medianas empresas

Tampoco en los nuevos sectores parece haber presencia española. En el ámbito tecnológico o en el de las energías renovables, las empresas nacionales exitosas, desde Glovo hasta Cabify, no han sido impulsadas por capital de aquí. El último unicornio, Wallbox, una 'startup' barcelonesa de siete años de vida, acaba de saltar a la Bolsa de Nueva York gracias al dinero de fuera. Como se contaba en El Confidencial, Solarpack, la compañía de renovables levantada por la familia Galíndez-Burgos, cotizada e internacional, acaba de ser vendida al fondo de inversión sueco EQT por 900 millones de euros. La explicación es bastante sencilla: los millonarios españoles apenas invierten en empresas españolas, salvo contadas excepciones. Prefieren el ladrillo internacional o los circuitos globales del capital.

De modo que, cuando hablamos de empresariado español, deberíamos limitar la expresión a los dueños de pequeñas y medianas empresas, esas que carecen de influencia frente al Gobierno y frente a la sociedad, ya que eso es prácticamente todo lo que queda bajo la categoría ‘empresa española’.

Las facturas que cuentan

Carlos Hernanz señalaba algo esencial la pasada semana para entender el lugar en que nos dejan estos movimientos en el entorno internacional: “Esta situación no es más que un reflejo de la deriva del propio país. Sin los bancos como actores de la política industrial y con el dinero de las cajas de ahorros desaparecido, España carece de riqueza interna para ser propietaria de su deuda o de sus principales infraestructuras”. Una vez desaparecido el Estado como propietario de empresas, así como la época de la planificación, llegaron las privatizaciones de un buen número de empresas públicas, que fueron respaldadas por el capital español hasta que fueron vendidas, en todo o en parte, a inversores extranjeros. Al mismo tiempo, el Estado perdió capacidad de acción, ya que carece del respaldo del dinero nacional.

Foto: Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. (Reuters)

Y es un problema grave para España: dado que no cuenta con una moneda propia, que el capital nacional está poco asentado, que los millonarios apuestan por invertir fuera su dinero, que carece de músculo propio y que es un Estado débil porque las empresas estratégicas no son suyas, se queda con escasas opciones de desarrollo interno (se reconvierte con frecuencia, pero cada vez hacia un lugar peor) y pierde peso en el entorno internacional. Si Biden mira a Sánchez con cara de ‘quién eres tú y qué quieres venderme’, no es por las tensiones territoriales, o por las teóricas vulneraciones del Estado de derecho, o por supuestas facturas pasadas, sino porque contamos muy poco. Más facturas pendientes tiene EEUU con Rusia, y han estado en la misma mesa en Ginebra.

Tienen mucho dinero, pero carecen del poder, de la capacidad de influencia y de las conexiones que les otorgaba su anterior posición

En esta época, en la que importan el poder económico y el tecnológico, así como la posesión de recursos naturales (con la fortaleza militar de fondo), para que te escuchen debes ser fuerte en alguno de esos campos. En España, el poder económico ha quedado subordinado o invierte en otros lugares, y la economía era nuestra mejor baza de entre todas esas opciones. Esa es la gran diferencia que nos separa de Italia, otro país del sur de Europa, con claras fallas institucionales, pero que cuenta todavía con alta burguesía y con una red de medianas empresas que le otorgan una capacidad de resistencia y de negociación mayor.

La abdicación de las élites

Este movimiento no supone un problema únicamente para España y sus habitantes, también para las propias élites patrias, que cada vez se parecen más a quienes se han prejubilado con salarios elevados o a quienes han vendido su empresa: tienen dinero, pero carecen del poder, de la capacidad de influencia y de las conexiones que les otorgaba su anterior posición. Desde luego, su importancia en el circuito global es decreciente, como les ha ocurrido a muchas élites nacionales occidentales.

El papel tradicional de la burguesía nacional como gestora de la cabeza de la economía del país ha desaparecido

En todo caso, lo prioritario en un momento como este, en el que habrá dinero, sería intentar recomponer el tejido nacional e impulsar iniciativas que generen empleo, que aporten actividad y que asienten España en lo económico, y no la reconversión que se va a llevar a cabo, que será similar a una industrial en sus efectos. El Estado tendría una tarea que realizar en ese terreno, pero está suficientemente controlado por Bruselas y por el destino condicionado de los fondos para poder realizar ese trabajo (y tampoco parece ser su intención) y las élites económicas han abdicado de esas funciones.

El expresidente uruguayo Pepe Mujica señalaba respecto de su nación algo que vale para la nuestra: “El papel tradicional de la burguesía nacional como gestora de la cabeza de la economía del país ha desaparecido”, ya que ha asumido “una actitud de pasarse aceleradamente al rentismo, a las inversiones inmobiliarias, a la especulación con bonos, a la colocación de acciones”. De ese modo, rehúye “ponerse al frente de empresas importantes que compitan”. Como tampoco pueden pelear en el terreno financiero con el capital global, se convierten en meras mediadoras entre este y el territorio español, lo que les funcionará mientras quede algo que vender. Pero cada vez va quedando menos.

“Los empresarios deberían dedicarse a los negocios y no a la política” ha sido una de las frases habituales del fin de semana, después de que la clase empresarial española ofreciera su respaldo a Sánchez con los indultos en el Cercle, y de que se alinease con el Gobierno a la hora de buscar algo de estabilidad. Viene la recuperación, llegan los fondos y nadie quiere quedarse fuera, por lo que la mayoría se sitúa del lado del poder político, una conclusión que también ha servido para que algunos eleven el tono pronunciando la palabra “vendidos”.

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