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El porqué de la salida de Iván Redondo de Moncloa
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Esteban Hernández

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El porqué de la salida de Iván Redondo de Moncloa

La remodelación del Ejecutivo tiene en la marcha de Redondo su eje y responde a un cambio de estrategia, también con fines electorales, del presidente del Gobierno

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Después de Iglesias, Iván Redondo. Los dos genios del mal, los que más animadversión suscitaban entre rivales y afines, ya no están al lado de Sánchez. Si esto fuera una operación de acoso y derribo, podría afirmarse que las piezas van cayendo poco a poco.

Sin embargo, el tipo de odio que ambos suscitaban era de naturaleza muy diferente. Iglesias era un personaje público que se movía, y a menudo disfrutaba, en la pelea dialéctica, con las declaraciones a contrapié, en el cuerpo a cuerpo, mientras que Redondo actuaba sigilosamente y con mucha mayor influencia. Iglesias era profundamente odiado por la derecha, que veía en él, a pesar de su escaso poder, la encarnación de lo que funcionaba mal en España. Redondo concitaba toda la animadversión y todo el rencor de quienes compartían filas con él. Sus adversarios políticos podían mentarle con cierta frecuencia, pero quienes le tenían en el punto de mira eran quienes habían hecho méritos en el aparato socialista. Era el externo, el aterrizado, el que no había tenido que pasar por los distintos estratos de la política (con los sacrificios que implica) para alcanzar el puesto privilegiado del que gozaba. Era una guerra obvia, desatada desde el inicio, y que ha tenido momentos más relajados y más tensos, pero cuyo final era inevitable.

El final de Redondo como asesor de Sánchez ha llegado, y no podía haber otra conclusión, solo que antes de lo esperado

Y más aún cuando Redondo no es un asesor al uso. Es inteligente y posee una mirada táctica y estratégica. Es atrevido, a veces demasiado, sabía aprovechar las victorias y recomponerse rápido de las derrotas, como esos jugadores de fútbol que, tras perder un partido, borran lo ocurrido e insisten en que hay que levantarse pronto porque llega rápido el siguiente encuentro. El mejor ejemplo fueron los malos resultados de unas segundas elecciones generales que podían haberse evitado, a lo que respondió cerrando un acuerdo inmediato de gobierno con Podemos y difuminó así toda discusión sobre los errores en la decisión. Como todo consultor, hay un componente evidente de venta de sí mismo en sus palabras, pero también lo es que puede lucir más triunfos que errores.

Demasiada influencia

Era, por tanto, una pieza difícil de cazar, pero la política es cada vez de vida más corta, y su final como asesor de Sánchez ha llegado, como era esperable, solo que antes de lo previsto. Los últimos reveses, en Murcia, en Madrid y en las encuestas, han ayudado a que su salida haya sido ahora.

La marcha de Redondo, no obstante, es mucho más que la salida de un jefe de Gabinete: bien podría decirse que es la pieza fundamental desde la que se ha tejido el cambio de Gobierno. Desde luego, hay otras claves, en particular en lo referido al afianzamiento de Calviño, esto es, de la relación con Bruselas, y a la nueva etapa catalana, con el desplazamiento de Iceta a un lugar menor. Pero la principal es la nueva concepción en lo interno y en lo electoral que ha trazado Sánchez.

El poder que acumuló el jefe de Gabinete fue el que el presidente le concedió, ni más ni menos

Una de las críticas que se le formulaban a Redondo era que tenía demasiada influencia, que había convertido la política en un asunto de 'spin doctors', que todo eran giros tácticos sin sustancia de fondo. Pero lo cierto es que el poder que acumuló el jefe de Gabinete fue el que el presidente le concedió, ni más ni menos. Si Redondo tenía mucho peso, es porque Sánchez así lo quería. Y había una razón entroncada con las tendencias políticas contemporáneas.

El líder, no el partido

Gran parte de los líderes actuales han conseguido llegar a los gobiernos, y ejercen su autoridad en ellos despegándose de sus partidos. Trump fue un buen ejemplo, como Boris Johnson. Le ocurrió a Macron, que creó de la nada una formación alrededor de su figura, en lugar de optar por continuar carrera en el partido socialista francés. Los liderazgos contemporáneos, en especial entre los nuevos políticos, han venido desde fuera o desde el borde de los partidos dominantes, como bien sabemos en España. Y, cuando ocurre así, quien encabeza la lista quiere un margen de acción mucho mayor.

Redondo estaba en Moncloa para asentar el liderazgo indiscutido de Sánchez y para que tomase las decisiones sin estorbos internos

La tecnocracia paralela que organizó Redondo en Moncloa, con el consentimiento expreso de Sánchez, encajaba con esta tendencia. Los liderazgos fuertes y mediáticos eran mucho más importantes que la estructura a la hora de ganar elecciones, y los líderes precisaban un margen de maniobra a la hora de gobernar mucho mayor que el que permiten los partidos, demasiado enredados en las habituales peleas internas por el poder.

Redondo estaba en Moncloa para asentar esa visión: liderazgo indiscutido de Sánchez, una estructura paralela de gente que servía mucho más al líder que al partido, y distancia para tomar las decisiones que el presidente entendiera oportunas sin estorbos internos. Sánchez sabía con detalle los líos que la aristocracia del partido podía generarle, de modo que esa clase de organización le resultaba muy conveniente.

Otra forma de conservar el poder

La salida de Redondo, y la forma en que ha remodelado el Gobierno, implica el fin de esa aventura, pero solo para sustituirla por una nueva. No ha cambiado a su jefe de Gabinete por otro con perfil y atribuciones similares, sino por personas ligadas al partido, con una visión, por así decir, más administrativa, y con mayor experiencia de gestión. De modo que no habrá más tecnocracia paralela y sí un mayor apoyo en la organización. Como ese giro también resulta problemático, porque pueden regresar las tentaciones internas, Sánchez ha tomado una decisión lógica: ha elegido como ministros a perfiles con un peso relativo en el partido, que siempre serán más leales que quienes creen que tienen poder por sí mismos. Es otra forma de conservar todo el poder.

Por supuesto, este cambio tiene que ver con los tiempos que llegan tras la pandemia. El PSOE tiene suficientes apoyos parlamentarios, haciendo equilibrios, para durar bastante tiempo, pero las encuestas no le ofrecen buenos resultados. Sánchez es consciente de que la manera en que se produzca la recuperación y su capacidad para impulsar la economía en tiempos difíciles son las bazas con las que cuenta, fondos mediante, para recuperar terreno y asentarse como el partido más votado. Es, por tanto, un momento más propicio para la gestión que para los golpes de efecto, en los que busca más tranquilidad y continuidad que sobresaltos. Con Iglesias y Redondo fuera, el paréntesis hasta las próximas elecciones aparece menos intenso.

En el nuevo escenario, Redondo tenía mal encaje, porque aportaba estrategia y envoltura de mensaje, y todo ha girado hacia el poder de la estructura

Pero, sobre todo, la remodelación del Gobierno está pensada en términos electorales. Los cambios realizados significan que Sánchez confía, de cara a las próximas convocatorias electorales (que se esperan para 2023, pero a saber), en una fórmula para ganarlas diferente de la utilizada hasta ahora: más trabajo de organización, más pico y pala y menos giros sorprendentes, más estructura y más movilización de sus electores desde ya. En ese escenario, Redondo tiene mal encaje, porque aporta estrategia, envoltura de mensaje, simbología, habilidad para la representación mediática, golpes de efecto, intuición y rapidez, y todo ha girado hacia lo concreto de la estructura, hacia una visión más ortodoxa acerca de cómo se conserva el poder.

En poco tiempo, han salido del Gobierno Iglesias y Redondo, y Sánchez se ha vuelto decididamente hacia el partido. Si fuera una operación de acoso y derribo, podría decirse que está haciendo su efecto. O quizá sea un giro necesario para el presidente, porque los instrumentos que sirven en un momento no son igual de eficaces en otro. En todo caso, queda mucho partido.

Después de Iglesias, Iván Redondo. Los dos genios del mal, los que más animadversión suscitaban entre rivales y afines, ya no están al lado de Sánchez. Si esto fuera una operación de acoso y derribo, podría afirmarse que las piezas van cayendo poco a poco.

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