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El Prat y las tres Españas: cómo estamos impulsando la decadencia
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Esteban Hernández

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El Prat y las tres Españas: cómo estamos impulsando la decadencia

La lectura sobre lo que debería hacerse con la fallida ampliación del aeropuerto barcelonés resulta indesligable de la posición que se ocupa respecto del problema territorial

Foto: Visita de autoridades a la Laguna de la Ricarda. (EFE)
Visita de autoridades a la Laguna de la Ricarda. (EFE)
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La ampliación de El Prat es más que la reforma de un aeropuerto, y el hecho de que se haya torcido, por diferentes motivos, denota una lectura claramente partidista de un asunto que no debería serlo, y menos de una manera tan acentuada. En el fondo, no es más que la expresión de las dos fracturas en las que España vive, la territorial y la económica.

La ampliación de El Prat era una demanda catalana, habitualmente repetida, a la que el Gobierno de Sánchez dio luz verde, y en ese instante dejó de ser un proyecto al que se aspiraba para convertirse en un inconveniente en las filas de los catalanistas. Y es llamativo en la medida en que una de las grandes quejas de Cataluña era que Madrid se estaba escapando, y que hacían falta inversiones para que la Ciudad Condal recuperase el vigor perdido. Una vez que lo consiguen, aparecen las resistencias.

Foto: Paraje de La Ricarda, cercano al aeropuerto de Barcelona. (Quique García/EFE)

La encuesta que hoy publicamos pone de manifiesto algo significativo, que puede servir de explicación: la lectura sobre lo que debería hacerse con El Prat resulta indesligable de la posición que se ocupa respecto del problema territorial. El hecho de que entre los votantes de los partidos españolistas el apoyo a la ampliación sea claro y de que los independentistas estén divididos al respecto señala esa extraña recepción. Es como si se hubiera interpretado al revés, como si fuera una imposición del Gobierno a la que los independentistas deben oponerse. Esa visión, sin embargo, no parece haber calado en la población: los datos subrayan que el apoyo a la ampliación es notable, y más aún si se suma ese 7% que aboga por la obra, con la condición de que se produzcan modificaciones en el proyecto. Un 50% frente a un 30% es una diferencia importante.

La segunda cuestión llamativa de la encuesta reside en el plano socio-económico. Los partidos que más se han opuesto a la ampliación lo han hecho desde argumentos ecologistas, y en eso sus votantes les apoyan. Pero una vez más, existe cierta divergencia entre las creencias comunes y la realidad: la parte de la población que en teoría es más sensible a las propuestas verdes, los jóvenes de 18 a 34 años, es también la más favorable a la ampliación, con lo que quizá la penetración de esos argumentos sea más débil de lo que se esperaba.

Esas dos contradicciones revelan cierta distancia respecto de los ciudadanos, ya que la manera en que se ha recibido políticamente un asunto que debería ser meramente pragmático y la visión que de él tienen los catalanes son diferentes, pero también subrayan una ausencia, la de una perspectiva económica clara.

Foto: Aspecto del aeropuerto Josep Tarradellas-Barcelona-El Prat. (EFE)

En este instante, las actitudes de oposición parecen tener bastante fuerza, pero a cambio de pagar el precio de borrar las propuestas positivas. Porque la pregunta de fondo no es solamente si la ampliación de El Prat es una buena o mala opción, sino, sobre todo, qué hacer en otro caso. Es decir, cuál es el plan económico alternativo para una zona que necesita recuperarse en un momento en que ha perdido fuelle, y qué iniciativas van a tomarse para que ocurra. En esa tesitura, la interpretación de la ampliación de El Prat por parte de Sánchez ha sido la de tomarlo como si fuera otro proyecto más de la derecha española, de ese modelo que no sabe más que hacer lo mismo una y otra vez, turismo y ladrillo, y que no quiere salir de ahí.

Pero una comprensión de ese tipo, que sería legítima, requeriría de poner en marcha, al menos discursivamente, un plan alternativo, y no solo a la inversión en El Prat. Precisa de un modelo que empuje en otra dirección, de modo que la actividad y los puestos de trabajo que se perderían por dejar de invertir en infraestructuras se recuperen en otro lado. Significa señalar modelos de crecimiento y de pujanza económica que pasen por otros caminos, en los que todo ese capital estaría mejor invertido.

Existe la tentación habitual de señalar que este es el momento del decrecimiento, algo a lo que Colau, parte de Cataluña y alguna izquierda española ha sido muy aficionada, lo que no deja de ser una forma de aceptación altiva del decaimiento. Un camino de salida, el más habitual, es el de subrayar que el futuro es verde y digital, y que en ese terreno deberían producirse todas nuestras apuestas, pero lo cierto es que, hasta la fecha, las inversiones en ese plano no parecen estar favoreciendo a la población.

Las actitudes de oposición parecen tener bastante fuerza, pero a cambio de pagar el precio de borrar las propuestas positivas

De modo que habrá que contestar a la pregunta de fondo: si no se quiere el modelo de El Prat, lo que es plenamente aceptable, ¿qué? Y ni unos partidos ni otros han sabido dar respuesta a esa pregunta acerca de qué modelo de país y qué modelo de actividad económica podría llevarse a cabo de manera realista para activar una España, empezando por Cataluña, que necesita mucho más de lo que tiene, y que no deja de estar en crisis, por más que las cifras comiencen a acompañar.

Se están construyendo en nuestro país tres Españas. Una, la que se podría llamar rica (con todas las prevenciones que se quiera), que se nuclea en torno a las grandes ciudades, Madrid y Barcelona, a las que se añade el País Vasco. La segunda es la España vacía, esa parte territorial que vive en una espiral descendente a la que no se sabe cómo poner remedio, más allá de meter fibra óptica en los pueblos; y la tercera, la España poblada, que incluye territorios como la Comunidad Valenciana y parte de Andalucía, que cuenta con algunos proyectos interesantes de desarrollo. Pero lo cierto es que la España con más recursos vive en el ensimismamiento, y trabaja permanentemente en términos egoístas, la España vacía no puede tirar del carro, y la España poblada no se ha movilizado más que para obtener mejor financiación y optar conjuntamente a fondos europeos. Para salir de esta hace falta algo más que mirarse al ombligo, hace falta una visión conjunta que articule territorios desde lo económico, que dé una dimensión mayor a España: hace falta pensar la economía de España de otra manera. El Prat es una señal de que no se nos ocurre más que utilizar fórmulas conocidas y que, también en esos casos, las tensiones políticas impiden dar pasos adelante.

La ampliación de El Prat es más que la reforma de un aeropuerto, y el hecho de que se haya torcido, por diferentes motivos, denota una lectura claramente partidista de un asunto que no debería serlo, y menos de una manera tan acentuada. En el fondo, no es más que la expresión de las dos fracturas en las que España vive, la territorial y la económica.

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