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"Esto es una fiesta": por qué Vox continúa creciendo electoralmente
Las encuestas siguen ofreciendo un buen resultado al partido de Abascal. ¡Viva 21!, que se inicia hoy, incide en los motivos que les llevan a contar con apoyo social
'¡Viva 21!', el acto programado por Vox para este fin de semana en Madrid, es un acierto estratégico, y quizá lo sea más aún porque no está tejido con esa intención. El PP ha vivido su Convención, el PSOE tendrá su Congreso, ambos con una amplia cobertura mediática, y con un rosario de noticias acerca de quiénes quieren levantar a otros la silla y de las afinidades y rencores que subyacen en las palabras públicas amables que se dedican, y con algo de contenido, un punto marginal, sobre sus programas concretos.
'¡Viva 21!' es otra cosa. Es un acto festivo, con puestos que representan a todas las provincias de España, con un espacio amplio dedicado a los niños, atracciones incluidas, y con un discurso final de Santiago Abascal (que tendrá algunas novedades propositivas) como elemento político del evento. El objetivo es pasarlo bien, que sus simpatizantes y afiliados se conozcan: es una fiesta, no un congreso; se trata de hacer comunidad, no de repartir puestos y organizar programas.
Es otra manera de hacer política. Y es reconocible en nuestro pasado reciente con las fiestas del PCE, que fueron muy populares a finales de los 70 y principios de los 80, actos realmente multitudinarios. Su finalidad, reforzar la comunidad, era parecida, porque los comunistas basaron su recorrido en la pertenencia, en la formación de afinidades y lealtades a ideales y a personas, sin las cuales les habría sido imposible adquirir la fuerza que tuvieron. Esa construcción de un espacio en el que las simpatías ideológicas se reúnen con las personales es el objetivo de '¡Viva 21!'.
Es una lección que Abascal y Espinosa de los Monteros aprendieron durante su paso de la Fundación Denaes, ya que sus socios eran gente de base, comprometidas, y con cierta frecuencia vivían en poblaciones que les hacían sentir en soledad política. Esas eran las que contribuían de verdad, afirman desde Vox, porque "cuando ibas a pedir dinero a las élites no soltaban un euro". Y ese era el tipo de personas a las que debían dirigirse cuando montaron un nuevo partido, eran las fuerzas con las que podían contar. Pero necesitaban algo más, unir la línea de puntos: había que ponerse cara y trazar lazos personales más allá de la pertenencia a un partido en abstracto. '¡Viva 21!' camina en esa dirección.
El enemigo somos nosotros
Lo que más cohesiona una comunidad es la existencia de un enemigo, como bien señalaba Carl Schmitt. En el caso del partido de Abascal, resulta muy evidente: ellos son el enemigo. La percepción entre sus simpatizantes y de sus afiliados de que Vox ejerce una tarea de resistencia constante frente a una sociedad desorientada que les rechaza, les añade un punto cohesivo esencial.
Vox está permanentemente en posición de defensa, jugando a la contra, porque la hostilidad frente a su formación se deja sentir a menudo en los medios de comunicación, algunos de los cuales tienen como objetivo combatir a Vox, pero también en entornos políticos, que insisten en la necesidad de organizar un cordón sanitario. Esa postura viene bien a Vox internamente, por el cierre de filas que supone, pero también por el recorrido electoral que les puede proporcionar.
Un ejemplo, el de su discurso sobre la inmigración, puede clarificar esta doble dirección. Vox señala insistentemente dos cosas. La primera, que está contra la inmigración ilegal, algo que, así enunciado, es compartido por buena parte de los españoles. Y también por los partidos políticos: Cuca Gamarra lo señaló hace poco tiempo, y es claro que desde el gobierno no van a afirmar que están a favor de ella. Sin embargo, cuando Vox realiza declaraciones en ese sentido, las acusaciones de xenofobia son frecuentes. Punto para Vox.
Arrinconar al contrario con descalificaciones puede funcionar, pero también volverse en contra. A Vox, hoy por hoy, le favorece
La segunda afirmación que realizan gira alrededor de los menas y de las bandas latinas. Los menores no acompañados son señalados como una prueba de los peligros que esa clase de inmigración pueden causar a nuestro país; operan como símbolo más que como categoría. Cuando Vox insiste en ellos, o señala a las bandas, se les tilda de fascistas y racistas. Dado que no se argumenta sobre los temas, sino que se descalifica a los enunciantes, cualquier hecho real que encaje en la tesis de Vox, vendrá a reforzar al partido de Abascal. De este modo, si un menor no acompañado comete un delito, o si un grupo de jóvenes inmigrantes causa disturbios, o si una banda atraca a otros jóvenes, Vox puede señalar que son casos que se están tapando claramente, que son los únicos que se atreven a decir la verdad, y vuelven a ganar la partida.
La política se ha convertido en la descalificación agria del contrario en lugar de en un espacio en el que se tratan temas concretos a partir de argumentos racionales (y sucede a izquierda y derecha), y esa es una apuesta de doble dirección: arrinconar al contrario mediante descalificaciones puede funcionar, pero también puede volverse en contra. A Vox, hoy por hoy, le favorece.
La pelea con el PP
En especial, este arrinconamiento le viene bien con el PP, su rival en el espacio político de la derecha. En muchas ocasiones, los planteamientos del partido de Casado y del de Abascal son coincidentes, pero su recepción es distinta: cuando el PP tiene una postura dura lo hace para defender las instituciones, pero si Vox señala lo mismo se les tilda de extrema derecha. El mismo discurso de Casado en la Convención ahonda en esa brecha. Desde el partido de Abascal entienden que si los populares adoptan sus discursos, los están legitimando. Y si luego dan marcha atrás, les regalan el campo. A menudo, Vox obliga a los populares a seguirles: cuando el TC dictamina que el cierre del Congreso durante la pandemia fue inconstitucional, en resolución a un recurso de Vox, el PP lo utiliza para atacar al Gobierno, pero no puede borrar el hecho de que esa decisión que ahora les parece tan pertinente no fue llevada a los Tribunales por su partido. Los de Abascal pueden señalar que a los de Casado les faltó arrojo, mientras que ellos fueron mucho más decididos.
El éxito de Ayuso lo perciben positivo, en la medida en que les riega el campo: Vox recoge en España lo que Ayuso siembra en Madrid
Y este es un reproche siempre de fondo en la pugna entre ambas formaciones. Los de Abascal creen que el éxito de Madrid se debió a que la gente votó a Ayuso, no al PP, que Casado sufre una clara crisis de liderazgo (no hay fans de Casado, pero sí de Feijóo o de Ayuso), y que a pesar del efecto obvio del voto útil y de la identificación de los populares como partido de gestión, que les da fortaleza, el espacio de Vox para crecer es todavía amplio. Desde su perspectiva, crecen entre los jóvenes y entre los electores que van perdiendo los miedos y los complejos. Y un líder débil, como Casado, ayuda a que ese impulso siga vivo.
El mismo éxito de Ayuso lo perciben como positivo, en la medida en que les riega el campo a nivel nacional. Rocío Monasterio es la damnificada, pero a cambio su formación recoge en España lo que la presidenta de la Comunidad siembra en Madrid. De modo que el PP les puede señalar como antisistema y derecha populista, pero ese mismo hecho les abre la puerta para seguir creciendo, porque ellos siempre son más sinceros y más honestos que un partido que está pensando únicamente en alcanzar el poder. En Vox está presente la idea de que "un diputado del PP se parece más a uno del PSOE que a un votante del PP".
El asentamiento
Construir un partido desde la comunidad, como está haciendo Abascal, posee ventajas e inconvenientes. No promete grandes éxitos a corto plazo, pero permite asentarse, ir limando punto por punto a sus rivales, y tener un espacio propio, que les da fortaleza en los malos momentos porque les ofrece un suelo.
El 4M demostró que pueden resistir bien. El triunfo de Ayuso y la convicción de que Sánchez estaba débil impulsaron una subida en la intención de voto que hicieron creer a los populares que su momento había llegado. Sin embargo, ese crecimiento no provocó el efecto lateral previsible, la caída de Vox. En el instante en que el partido mayoritario de un espectro ideológico crece, lo natural es que se produzca un trasvase de voto desde el pequeño al grande por el impulso del voto útil. Esto no ha sucedido de momento con los de Abascal, que incluso están creciendo.
Es un fenómeno llamativo en estos tiempos veloces, porque los partidos nuevos han vivido su época de efervescencia, han llegado a su punto álgido, y a partir de ahí han iniciado su declive; a veces paulatino, como le sucedió a Podemos, a veces de golpe, como ocurrió con Ciudadanos. Vox parece asentado, y si consolida esa comunidad de fieles, no solo podrá resistir las tentaciones del voto útil y se convertirá en una fuerza necesaria para gobernar, y por tanto influyente en España, sino que puede vivir agazapado a la espera de los errores de su competidor. Para, en ese momento, morder electoralmente de verdad.
'¡Viva 21!', el acto programado por Vox para este fin de semana en Madrid, es un acierto estratégico, y quizá lo sea más aún porque no está tejido con esa intención. El PP ha vivido su Convención, el PSOE tendrá su Congreso, ambos con una amplia cobertura mediática, y con un rosario de noticias acerca de quiénes quieren levantar a otros la silla y de las afinidades y rencores que subyacen en las palabras públicas amables que se dedican, y con algo de contenido, un punto marginal, sobre sus programas concretos.