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Nos suben los precios porque somos tontos
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Esteban Hernández

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Nos suben los precios porque somos tontos

El principal motivo de la inflación actual no es otro que la estupidez europea. El orden comercial que se ha conformado hace que lo barato termine saliendo muy caro

Foto: Mercamadrid. (EFE/Víctor Lerena)
Mercamadrid. (EFE/Víctor Lerena)

Hay varios motivos que explican la inflación presente, pero el principal es la imbecilidad occidental. Todos los demás están subordinados a ese, que se forja en una manera ilusa de pensar y que se ve ratificada en una visión de la economía que se desenvuelve en jardines angelicales de productividad, masa monetaria, mercados de trabajo adaptados y demás, pero que olvida que la economía es también una cuestión de poder.

La explicación es sencilla, y en su mismo enunciado deja entrever las debilidades a las que esa estructura aboca: cuando una gran mayoría de bienes se producen en muy pocos lugares, muy alejados de sus mercados finales, y en un momento de concentración del mercado, es evidente que las cosas saldrán mal en algún momento. Los cuellos de botella en la cadena pasarán factura. Si además, producto de la obsesión con el 'just-in-time', no se han almacenado suministros para las eventualidades, ya que parte del modelo de negocio se basa en recortar costes, y el almacenaje cuesta, es fácil comprender que, cuando se produce escasez por algún motivo, los precios aumentan mucho más de lo que debieran.

La falacia

La pregunta es por qué se decidió que Europa (Occidente en general) adoptase esta forma de operar, que parecía una mala idea, y que, por tanto, había sido habitualmente evitada. Los motivos, no obstante, eran evidentes: ese modo permitía que las grandes empresas redujeran notablemente sus costes, y así depredaran a las pequeñas y medianas firmas de su sector y abarataran de manera sustancial el coste del factor trabajo. Actuar así permitía, por tanto, generar más recursos para los accionistas y precios más bajos para el consumidor. Es cierto que este, deslocalizada la producción y presionada la pequeña y mediana empresa, perdía poder adquisitivo, porque desaparecían muchas firmas y muchos puestos de trabajo, y los existentes estaban peor remunerados, con lo que ganaba por un lado y perdía más por otro. Pero daba lo mismo, porque se apeló con éxito a la eficiencia, a la innovación y a la falacia de los precios baratos.

Esta arquitectura económica provoca que lo barato salga caro; cuando vienen mal dadas, los precios se disparan muy por encima de lo que deberían

Para dar ese giro se tuvieron en cuenta factores económicos, pero no de economía política. Conformar las cadenas de suministro de esta manera permitía que algunos de los participantes cobrasen un peso excesivo y, de esta manera, condicionaran las acciones de todos los demás, incluidos a los compradores. No es banal, porque el poder económico en las últimas décadas se ha construido de esta manera, mediante concentraciones en la cadena que conseguían crear cuellos de botella por los que había que pasar irremediablemente. La conformación de nuevos monopolios y oligopolios, cuya casuística es amplia, ha tenido lugar mediante este tipo de operaciones, algo que se ha subrayado en diferentes ocasiones, y que ha dado lugar a una economía completamente distinta.

Las fallas estratégicas

La fragilidad de esta organización de la cadena supone, en lo económico, que lo barato sale caro, porque cuando vienen mal dadas, los precios se disparan muy por encima de lo que deberían. Cuando se otorga demasiado poder a una parte de la cadena, hasta hacerse dependiente de ella, se puede tirar de la cuerda al máximo, porque no hay alternativas. Y eso ha ocurrido también con el transporte: el precio del contenedor se ha multiplicado por 10 o 12.

Esta concentración de la producción no solo concede demasiado poder a una serie de empresas; también a países como China

Pero esta arquitectura demuestra también muestra fallas estratégicas, vale decir geopolíticas, porque configurar así el mercado significa hacerte dependiente, y cuando eso ocurre, te pueden apretar por todas partes. Esta concentración no solo concede demasiado poder a una serie de empresas (y a sus inversores), envueltas en la bandera del máximo beneficio lo más rápido posible, sino a una serie de países.

Es llamativo que, en esta tesitura, haya quienes señalen a China como responsable de la escasez en algunas áreas y del aumento de precios: si así fuera, y si resultase intencionado, China no estaría más que ejerciendo el poder que se le ha otorgado: nadie nos mandó llevar toda la producción a Asia; si no quieres que disparen, no les regales fusiles.

Así las cosas, en lugar de pensar los males que está causando para Occidente, internos y estratégicos, esta distribución del poder y de sus consecuencias estratégicas, cerramos los ojos esperando que todo siga igual. Ya se escuchan peticiones para subir los tipos de interés, lo que nos llevará todavía hacia peores escenarios, en lugar de encarar el problema de frente. En fin.

Hay varios motivos que explican la inflación presente, pero el principal es la imbecilidad occidental. Todos los demás están subordinados a ese, que se forja en una manera ilusa de pensar y que se ve ratificada en una visión de la economía que se desenvuelve en jardines angelicales de productividad, masa monetaria, mercados de trabajo adaptados y demás, pero que olvida que la economía es también una cuestión de poder.

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