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El verdadero peligro de China. Y asusta
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Esteban Hernández

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El verdadero peligro de China. Y asusta

Las continuas advertencias acerca de la amenaza sistémica que suponen las aspiraciones chinas para Occidente nos dejan una moraleja realmente preocupante

Foto: Trabajadores de Shanghái, atentos al discurso de Xi Jinping. (Reuters/Andrew Galbraith)
Trabajadores de Shanghái, atentos al discurso de Xi Jinping. (Reuters/Andrew Galbraith)

Es irónica la animadversión hacia China que últimamente ha penetrado en el debate público, y lo es porque sus más firmes opositores son aquellos que propiciaron su enorme ascenso. Se insiste en el carácter autoritario del régimen de Pekín, en el control férreo y excesivo sobre sus ciudadanos, en la ausencia de libertades democráticas, pero fueron justo esas características las que convencieron a nuestros dirigentes políticos y económicos de la idoneidad de trasladar la fabricación occidental a China. Era un país rígido, con poblaciones acostumbradas a seguir órdenes y con mano de obra muy barata, de modo que allí no habría resistencias a la hora de entregar lo acordado en el plazo previsto y con los precios adecuados. Ahora, sin embargo, a esas mismas personas les parece que esas características políticas son una amenaza. Cabe preguntarse qué es lo que no habían entendido.

Foto: Una pantalla en Pekín retransmite un discurso de Xi sobre el G-20. (Reuters/Thomas Peter)

Nos dicen que China es un rival sistémico, que supone una amenaza evidente, que esto es una guerra fría en la que hay que defenderse de sus aspiraciones hegemónicas, que quieren entrar en nuestras empresas, que pueden acabar comprando el mundo. Quizás esas amenazas sean ciertas, pero cabe entender que los primeros en no tomárselas en serio son quienes las emiten. Si de verdad las creyeran, estarían retirando todos sus centros de producción del país asiático y todo su capital, y sin embargo muchas firmas estadounidenses y occidentales continúan allí implantadas, algunas han afianzado los lazos y BlackRock ha anunciado planes de inversión enormes. No parece un país tan terrible cuando se examina desde esa perspectiva, porque si lo fuera, no se le seguiría alimentando.

Las ilusiones y las excusas

Nos dicen, además, que China es el país más contaminante del mundo, y que genera un perjuicio grande al planeta. Pero es lógico que ocupe ese lugar, porque es la fábrica del mundo. Si se quiere que China no contamine, es fácil, se trae la producción de vuelta y se desarrolla aquí de un modo mucho menos contaminante. No hay gran problema.

China se ha consolidado como potencia, y si eso es un peligro, habría que comenzar por pedir cuentas a los responsables

Suena a broma sin gracia, visto desde la perspectiva actual, que cada vez que China ofrecía señales de estar pensando en sus propios términos, ignorando incluso las reglas del comercio global, se despreciasen sus acciones argumentando que tarde o temprano el régimen explotaría: las emergentes clases medias chinas causarían problemas al Partido Comunista porque exigirían más libertades, el liberalismo se abriría paso gracias a una nueva mentalidad, acabarían abriendo su mercado a las empresas internacionales, y tantas otras excusas que cerraban los ojos ante una realidad evidente: China estaba construyendo el futuro, y era uno que le resultaba muy favorable. Claro que actuar en ese momento suponía dar marcha atrás en la arquitectura comercial y financiera mundial, y eso significaba menos ingresos para los accionistas. Ahora China está ahí, y si es un peligro, habría que pedir cuentas a los responsables y alejarlos de las posiciones de poder.

Foto: China apuesta por convertirse en los lideres mundiales de la inteligencia artificial. (Reuters)

El autoritarismo como ventaja

Otro de los argumentos habituales alude a la ventaja que, en esta carrera por el futuro, poseen los países autoritarios: China nos va a ganar porque cuenta con un régimen dictatorial que asegura que haya el orden suficiente como para llevar a cabo las acciones que el líder decide. Pero este tipo de visión suena extraño, dado que hemos pasado décadas escuchando justamente lo contrario: si el capitalismo triunfó sobre el comunismo soviético fue a causa de que las sociedades occidentales, al ser más libres, eran más innovadoras, más eficientes y más trabajadoras, lo que conducía irremisiblemente a tomar mejores decisiones. Sería interesante saber en qué momento se ha empezado a pensar de manera contraria. Y es preocupante, porque crece entre las élites occidentales la sensación de que para triunfar en el futuro el autoritarismo sería necesario. Una abdicación llamativa.

Atacar a China sin cambiar nada en Europa y en EEUU es una curiosa forma de nuestras élites de criticarse a sí mismas

China, en realidad, no ha hecho más que lo que le competía, utilizar todo aquello que le vino dado (capital, puestos de trabajo, tecnología, conocimiento) en su propio beneficio, desarrollándose como potencia. Y lo ha realizado de una manera inteligente, mediante una mirada a medio plazo, el asentamiento de sus capacidades estratégicas y con una notable planificación.

China como espejo

En este punto suele haber malos entendidos, ya que la planificación se entiende como una simple caída en las redes comunistas, como una trampa que nos dirige hacia sociedades autoritarias. Pero esta visión olvida dos aspectos. Uno es bastante obvio, ya que la economía capitalista tras la Segunda Guerra Mundial se organizó del mismo modo, y se podría afirmar que de manera bastante eficiente, porque sirvió para impulsar el desarrollo europeo, para construir crecimiento económico y para crear bienestar entre sus poblaciones. En última instancia, fue esa forma de actuar lo que llevó a vencer en la Guerra Fría con la URSS, de modo que tan mala idea no sería. Pero, además, cuando se cae en la simplicidad de equiparar planificación y autoritarismo, se pasa por alto que el Estado siempre planifica: el desarrollo de un mercado neoliberal, por ejemplo, no se puede llevar a cabo sin esa acción estatal. No se trata de que intervenga o no, sino de en qué sentido lo hará.

Foto: Foto: Reuters. Opinión
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En definitiva, todas estas advertencias sobre China como amenaza deberían tomarse como un espejo en el que vernos reflejados. Lo que nos devuelve esa imagen es que el gran peligro chino es la incapacidad de nuestras élites para dirigir nuestras sociedades; que los males actuales, incluidos los políticos, no son más que un cúmulo de errores occidentales, de decisiones nefastas. De modo que cuanto más se ataque a China sin cambiar nada en Europa, más se está atacando a quienes detentan el poder en Occidente; o dicho de otro modo, es una curiosa forma de nuestras élites de criticarse a sí mismas. Lo que revela China no es más que la importancia del frente interior.

Es irónica la animadversión hacia China que últimamente ha penetrado en el debate público, y lo es porque sus más firmes opositores son aquellos que propiciaron su enorme ascenso. Se insiste en el carácter autoritario del régimen de Pekín, en el control férreo y excesivo sobre sus ciudadanos, en la ausencia de libertades democráticas, pero fueron justo esas características las que convencieron a nuestros dirigentes políticos y económicos de la idoneidad de trasladar la fabricación occidental a China. Era un país rígido, con poblaciones acostumbradas a seguir órdenes y con mano de obra muy barata, de modo que allí no habría resistencias a la hora de entregar lo acordado en el plazo previsto y con los precios adecuados. Ahora, sin embargo, a esas mismas personas les parece que esas características políticas son una amenaza. Cabe preguntarse qué es lo que no habían entendido.

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