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El problema es que no sabemos qué hacer con el dinero, y ese es el fondo del asunto
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Esteban Hernández

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El problema es que no sabemos qué hacer con el dinero, y ese es el fondo del asunto

Llevamos mucho tiempo equivocándonos con la forma en que utilizamos el capital, y seguimos en la misma senda. El reparto de los fondos puede prolongar esa tendencia

Foto: La Bolsa de Madrid. (EFE/Altea Tejido)
La Bolsa de Madrid. (EFE/Altea Tejido)
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Las condiciones de posibilidad de un partido vinculado al trabajo es un debate que, en ámbitos de la izquierda, se ha dado en los últimos días, ligado al hecho de que el (siempre anunciado y nunca concretado) proyecto de país de Yolanda Díaz podría acogerse a esa bandera. Pero insistir en el trabajo como mera apuesta de una formación en concreto sería reducir la discusión a un ámbito menor. Es probable que los tiempos que nos esperan vayan a ser económicamente difíciles para buena parte de la población, que todo se oriente hacia una recuperación bifurcada, y que políticamente resulten bastante duros. Los cauces del debate público están lejos de tranquilizarse y nada hace prever que en los próximos meses el diálogo sosegado vaya a ser la norma.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Precisamente por ello, hace falta prestar atención al trabajo, a la economía real, a problemas esenciales de nuestra vida cotidiana. Y los recursos que conseguimos es sin duda uno de los principales. Pero no se trata de regresar al trabajo desde una intención ideológica, sino de subrayar algo muy relevante en estos instantes, como es la que la economía real es el terreno de juego en el que las democracias liberales librarán su suerte en los próximos tiempos. Será crucial en muchos sentidos: en el económico, en el político y en el geopolítico; para España y para la Unión Europea. Pero para entender de qué hablamos cuando hablamos de trabajo en este momento de la historia, se ha de comenzar, a la vieja usanza, por otra parte: por el destino que le damos al capital.

Pide prestado e invierte

Sirva una anécdota, de esas que quizá no se puedan elevar a categoría, para ilustrar la afirmación. Una persona conocida recibió la pasada semana la llamada de tres bancos que le ofrecían un crédito ICO para su negocio. La conversación transcurrió más o menos así:

—Te podemos ofrecer 100.000 euros a un precio muy barato.

—Te lo agradezco, pero no es necesario. No me hace falta ahora, el negocio va bien.

—Da igual, cógelo. A ese precio vale la pena, lo coges y lo inviertes, en bolsa o donde quieras, que seguro que sacarás rentabilidad en este momento.

Quizá sea un caso aislado, pero revela una escasísima comprensión del momento. No solo porque el destino de los créditos ICO deba de ser otro, sino por todo lo que señala. Suena muy mal por la forma tan explícita en que subraya lo poco que se ha aprendido. Pedir prestado, coger el dinero y jugárselo no parece buena idea; en general, pero ahora aún menos, tras las experiencias vividas. Porque es exactamente eso lo que nos condujo a la crisis de 2008.

El enorme capital que el BCE ha introducido en la economía a un precio muy barato se ha utilizado de una manera absurda

Lo malo es que ese hecho no es un mero síntoma, es una constante. Y no porque los bancos hayan institucionalizado la práctica de ofrecer créditos ICO a clientes solventes que no los precisan, sino porque la fórmula con la que se intentó salir de la crisis, el Quantitative Easing, tuvo ese mismo destino. El capital enorme que el BCE, como otros bancos centrales, ha introducido en la economía a un precio muy barato, se ha utilizado de una manera absurda.

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No ha ido a parar a la economía productiva, a activar nuevas empresas o a apoyar a las ya existentes, sino que, en su mayor parte, ha sido puesto en circulación a través de las habituales operaciones apalancadas, ha servido para instigar fusiones y adquisiciones, para inflar las apuestas financieras, para favorecer la consolidación de sectores. Por eso, cuando el covid hizo acto de aparición, se volvió a meter más dinero en la economía: había que seguir asegurando el precio de los activos.

Una desventaja considerable

Entendamos esto en su medida real: existiendo dinero, porque se ha introducido a espuertas en la economía mundial, no se ha destinado a la creación de las empresas reales, ni a ayudar a las existentes, ni a crear oportunidades en sectores en los que España y Europa podrían tener desarrollo. Incluso la pequeña parte de capital que ha ido a parar a las empresas que dan empleo, las pymes, resultaba especialmente gravoso: “En términos relativos, el coste de los préstamos para las empresas más pequeñas ha sido considerablemente más alto que para las demás, lo que las coloca en una desventaja considerable”, según afirman Joseph Baines, del King’s College, y Sandy Brian Hager, de la Universidad de Londres, en el ‘paper’ ‘The Great Debt Divergence and its Implications for the Covid-19 Crisis: Mapping Corporate Leverage as Power’. De modo que el capital no se ha destinado a generar la actividad suficiente como para que los salarios aumenten, ni para que el nivel de vida de los trabajadores sea mejor, ni para que las pymes subsistan, ni para que existan más puestos de trabajo.

El dinero ha ido a parar a un lugar rentable para muy pocos, negativo para la mayoría y pernicioso para la sociedad y los Estados

¿Tiene sentido introducir tanto dinero para que las personas que operan en la economía real no hayan salido beneficiadas, sino más al contrario? No lo tiene, porque crea el tipo de economía en el que las pymes se crean y desaparecen rápido, en el que el elevado endeudamiento es la norma, en la que subsisten muchos autónomos pauperizados, en la que muchos empleos distan de las condiciones salariales suficientes. Y todos estos males tienen una causa, la de haber destinado el capital hacia un lugar erróneo, muy rentable para pocos, muy negativo para muchos, y pernicioso para la sociedad y para los Estados.

Qué hacemos con el dinero

Los fondos para la recuperación concedidos por la Unión Europea son una oportunidad para cambiar esa dinámica. Suponen una opción para revertir esa marcha tan negativa, para impulsar el crecimiento y resituar el capital en entornos productivos. En el caso español, las quejas se centran en el escaso aprovechamiento que el gobierno está haciendo de ellos, así como en el retraso en su aplicación.

Foto: La manifestación de la España vaciada en Madrid de marzo de 2019. (EFE)

Pero es aquí donde deberíamos recordar la base del problema, porque la tardanza no es más que un elemento añadido. En realidad, se trata de para qué se introduce el dinero en la economía, con qué propósito y con qué efectos. ¿Se va a destinar a la economía productiva, a apoyar a las pymes, a generar empleo, a que exista actividad económica suficiente como para impulsar la recuperación y situarnos en otra senda? ¿Se pueden abrir con él frentes para que España tenga algo de industria? ¿Va a servir para que el tipo de trabajo que se cree sea duradero? ¿Puede impulsar sectores en los que somos deficitarios? ¿Servirá para que la España Vaciada recupere por fin algo de vigor? Porque no parece que así sea. Tal y como ha sido diseñado, es más probable que se destine a ayudar a que grandes empresas realicen una transformación interna que les permita asegurar la cuenta de resultados que sus principales accionistas exigen. Incluso en el caso de que esa acción fuera necesaria, ¿qué parte de ese dinero va a ser útil para las pymes, para las nuevas industrias, para la España interior, para los trabajadores y para los autónomos?

Hay que hacer ahora lo que llevamos décadas sin hacer. Y en esa ceguera residen parte de las perturbaciones sociales que estamos viviendo

Si estas partes de la sociedad no reciben el mayor beneficio de los fondos, estaremos ante otro plan E, ante una nueva expresión del Efecto Mateo. Si finalmente lo que se hace es seguir por otro camino el viejo modelo de infraestructuras, ese en el que una firma se hace con la contrata, externaliza la realización de las obras para abaratar costes, genera trabajo mal pagado y empresas mediadoras efímeras, los resultados serán los mismos. Cuando las obras se terminen, irán todos los trabajadores al paro, la infraestructura será infrautilizada y habrá que pagar la deuda.

Es el momento de otra cosa, de utilizar el capital con inteligencia económica, de potenciar y de crear opciones, de poner en pie iniciativas que puedan perdurar, que generen un buen número de empleos y que desarrollen el país. Justo eso que llevamos años, décadas, sin hacer. No es un problema español, lo es europeo, e incluso occidental, y en esa ceguera residen buena parte de las perturbaciones sociales que estamos viviendo. Cualquier acción política que quiera mejorar el nivel de la vida de la población española y europea tiene que empezar por aquí. Para hablar de trabajo, hay que comenzar por el capital.

Las condiciones de posibilidad de un partido vinculado al trabajo es un debate que, en ámbitos de la izquierda, se ha dado en los últimos días, ligado al hecho de que el (siempre anunciado y nunca concretado) proyecto de país de Yolanda Díaz podría acogerse a esa bandera. Pero insistir en el trabajo como mera apuesta de una formación en concreto sería reducir la discusión a un ámbito menor. Es probable que los tiempos que nos esperan vayan a ser económicamente difíciles para buena parte de la población, que todo se oriente hacia una recuperación bifurcada, y que políticamente resulten bastante duros. Los cauces del debate público están lejos de tranquilizarse y nada hace prever que en los próximos meses el diálogo sosegado vaya a ser la norma.

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