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Las consecuencias políticas del descontento laboral: en qué gana la derecha
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Esteban Hernández

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Las consecuencias políticas del descontento laboral: en qué gana la derecha

El trabajo sigue siendo un aspecto crucial en la vida cotidiana y el clima social anuncia conflictividad. ¿Los mensajes políticos dirigidos a ese sector generan algún efecto? ¿Para quién?

Foto: Cientos de personas rechazan el cierre de Nissan. (EFE/Alejandro García)
Cientos de personas rechazan el cierre de Nissan. (EFE/Alejandro García)
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La asignación de capital típica de nuestra economía provoca evidentes problemas en el ámbito del trabajo, un terreno esencial para la articulación de la vida social, pero que parece haber perdido peso político en los últimos tiempos. El problema añadido consiste en que, cuando se pone encima de la mesa, y en tiempos como estos no hay más remedio, suele encararse desde visiones reduccionistas que impiden ver el panorama en su conjunto. Desde la izquierda, el trabajo se traduce en la reivindicación de aumentos salariales y en la mejora de las condiciones de realización de las tareas. Desde la derecha, se prefiere señalar que la manera de crear trabajo es flexibilizar el mercado, liberando de trabas a los empresarios para contratar y despedir. Ojalá fuera tan sencillo. En todo caso, esta manera de traducir las aspiraciones laborales suele favorecer, en lo conceptual, a la derecha, porque mientras unos señalan las mejoras necesarias para los trabajadores, otros hablan de la necesidad de crear empleo, y este es un momento en que el paro es elevado. Por así decir, el enfoque de la derecha aparece como más transversal.

Y los temas laborales benefician más a la derecha en la medida en que la izquierda, en particular la activista, parece incómoda con ellos. La última tendencia es lo que se ha llamado 'la gran dimisión', o 'la gran renuncia', un fenómeno principalmente anglosajón, que consiste en abandonar el puesto de trabajo a pesar de no tener otro, que ha sido muy celebrado. Es una visión algo torpe, en la medida que implica el tipo de blandenguería estructural a que la izquierda activista siempre ha sido tan aficionada. Marcharse del trabajo si las condiciones no son buenas puede ser una salida lógica, que no siempre acaba bien, pero se trata de una solución individual a un problema estructural. Quizá fuera más provechoso, si hay tantas personas quemadas, utilizar esa fuerza para cambiar las cosas; también la huelga implica renuncia a trabajar, pero con un propósito colectivo. Eso no significa que esa opción, individualmente considerada, sea mala, sino que es eso, individual. Y tomar la resignación como solución no parece el mejor camino.

Por más que el cuadro macro sea positivo, los números en muchos hogares no van a ser buenos: es natural que la conflictividad regrese

Más allá de las consecuencias políticas de las tensiones en el trabajo, a las que regresaremos después, debe constatarse que este momento va a ser socialmente complejo. Las cifras de empleo mejoran, estamos entrando en la recuperación y aunque el paro sigue siendo muy elevado, comienza a llover menos. Por otra parte, es en épocas de recuperación, en que la economía despega, cuando más reivindicaciones laborales existen. Y dado que los salarios suelen ser escasos, y hemos entrado en una dinámica inflacionaria, sea temporal o no, será lógico que la conflictividad aumente. Así lo han anunciado los sindicatos, y diferentes colectivos del transporte y del campo han mostrado ya su descontento. Y además flota un humor diferente, como no puede ser de otra manera con una pandemia de por medio, que añade una carga de malestar adicional. En resumen, por más que el cuadro macro permita dibujar un buen gráfico, los números en muchos hogares no van a ser buenos, por lo que es natural que la conflictividad regrese.

Foto: El líder del PP, Pablo Casado. (EFE/Fernando Alvarado)

Para que la recuperación sea realmente plena y alcance todos los estratos de la sociedad, tendríamos que poner mucho más foco en el trabajo, porque es la principal fuente de ingresos de una gran mayoría de españoles, porque nuclea nuestro tiempo de vida, por su presencia o por su ausencia, y porque, y suele olvidarse, es la base de la economía productiva, aquella en la que se apoyan todas las apuestas financieras que circulan por encima. Sin embargo, el trabajo es un espacio que resulta difícil de abordar.

1. La batalla entre pymes y trabajadores

Una primera contradicción que aparece en el examen del trabajo, con consecuencias políticas y económicas, es la capacidad para generar conflictos entre estratos que deberían entender que sus intereses son comunes. La huelga de Cádiz es un ejemplo. Recordemos que se trata de un conflicto entre los trabajadores de las empresas auxiliares y estas. Es decir, firmas que dependen de otras de mucho mayor tamaño, que son las que finalmente abonan las tareas. En esa cadena se ha producido una rebaja general de costes, de manera que la empresa mayor presiona a las subcontratadas a la baja, y estas desplazan la misma acción hacia sus empleados, lo que da lugar a peores condiciones y peores salarios, hasta que la situación se vuelve insoportable y estalla el conflicto.

Hay muchos transportistas, comerciantes y agricultores que, más que propietarios, son proletarios que aportan medios de producción

Se trata de una fórmula muy habitual: en sectores como el transporte o en el campo, muchos de los empresarios dependen de su inserción en cadenas que les presionan permanentemente para que afinen los costes. Muchos de ellos, más que propietarios, son proletarios que aportan los medios de producción. Transportistas endeudados por la compra de su vehículo (una preciosa narración al respecto aparece en ‘Sorry, we missed you’, de Ken Loach), agricultores o comerciantes endeudados, que cada vez tienen menos margen. No son ejemplos aislados: ocurre en sectores como la construcción, con elevada externalización, y se ha prolongado en muchos otros. E incluso en aquellas pequeñas empresas que no están insertas en cadenas, viven en la misma dinámica: el bar, el negocio español por excelencia, es un buen ejemplo. De esos modelos y de lo perniciosos que resultan ya hemos hablado aquí y aquí.

Foto: Trabajadores de Airbus Puerto Real. (EFE)

Todas estas empresas, que son las que más trabajo dan en España, resultan especialmente sensibles a las subidas de costes fijos, y ahora es el momento en que esos incrementos se están produciendo, ya sea por el combustible, por las materias primas, por la electricidad o por el transporte. Dado que estas empresas se ven presionadas por arriba y por abajo, es probable que sean las que paguen el coste de la recuperación. De momento, y al contrario que a las grandes, la pandemia les ha dejado con más deuda, y en el mejor de los casos, con pérdida de ingresos. Los pequeños empresarios y los autónomos no lo van a pasar bien en los tiempos que vienen, salvo que las cosas cambien.

La idea dominante a derecha e izquierda es que las pequeñas empresas deben crecer o desaparecer, ya que no son eficientes

La idea general desde la derecha, y la suscribe buena parte del Gobierno, es que resulta necesario un cambio de modelo, que las pequeñas empresas deben crecer o desaparecer, ya que son ineficientes; desde la izquierda, simplemente señalan que están obligadas a subir los salarios. Pero ninguna de ambas propuestas parece una solución, más bien se trata de una condena.

En ese escenario, aparece la presión desde la izquierda para que suban los salarios y aumenten las cotizaciones, y eso explica la tensión en estos sectores respecto del SMI. Es un problema muy difícil de solucionar si se enfoca el asunto desde las partes, porque los trabajadores exigen algo muy razonable y las pequeñas empresas insisten en que no tienen margen, y estructuralmente tienen razón, ya que en esta etapa del capitalismo, y una vez que el factor trabajo fue sofocado mediante deslocalizaciones y externalizaciones, les ha llegado el turno a las pymes, que son las que están siendo presionadas. Solo contemplando el mercado en su totalidad y operando sobre las condiciones estructurales ambas partes podrían encontrar una solución.

Díaz Ayuso consiguió que la votasen los propietarios del bar, los clientes y los camareros

Pero no es así: dado que el cuadro general no suele aparecer, y se examinan solo sus partes, la tensión entre los distintos sectores no encuentra solución, lo que tiene una lectura política evidente. Lo normal sería pensar que la oferta de bajar impuestos y de no subir cotizaciones y salarios que realiza la derecha llevase a su lado a autónomos y pequeñas empresas, máxime cuando se trata de sectores que han simpatizado habitualmente con esas opciones. Por el otro lado, podría pensarse que una opción política que se centrase en los derechos de los trabajadores atraería votos de esos sectores. Pero las cosas no funcionan exactamente así hoy: no sería raro que formaciones de la España Vaciada pudieran conseguir votantes en sectores de las pymes y de los autónomos y tampoco lo es que Vox pueda crecer en ese ámbito, en especial si utiliza argumentos de protección nacional. Y el 4-M es la prueba de que las alianzas interclase pueden darse también por la derecha: Díaz Ayuso consiguió que la votasen los propietarios del bar, los clientes y los camareros, que necesitaban trabajar para llegar a fin de mes.

2. Los profesionales y los excluidos

La segunda contradicción en el ámbito laboral prolonga la primera, en la medida en que se trata de un entorno muy fragmentado, con situaciones muy dispares, donde el hecho de ejercer una profesión determinada no otorga un lugar social ni un nivel económico: un arquitecto o un abogado pueden contar con ingresos muy precarios mientras que otros pertenecen a las clases más altas, y un cocinero cobrar el salario mínimo o uno muy elevado. Las constantes que aparecen son producto de tendencias generales mucho más que de cambios en sectores particulares: las retribuciones elevadas se consiguen habitualmente en los estratos superiores de las grandes firmas, y hay ámbitos, en general en sectores nuevos, en los que la escasa oferta de mano de obra provoca que las retribuciones y las formas de trabajo sean mucho mejores que las de otros profesionales, pero todo ello sucede sobre un estrato muy amplio de trabajo mal pagado y con condiciones deficientes. Y además, los estratos intermedios son cada vez más débiles, en varios sentidos: porque se está prescindiendo de ellos, porque sus salarios van a la baja respecto de tiempos anteriores y porque empleos antes relativamente bien pagados en sectores de la economía del conocimiento ahora lo son mucho menos y exigen jornadas maratonianas. Y eso por no señalar cómo, en muchos ámbitos, los mismos empleos consiguen retribuciones peores por el simple hecho de la edad: por citar un caso, no es infrecuente que en la automoción las generaciones mayores cobren mejores salarios que las posteriores, aun realizando un trabajo similar, cuando no el mismo. Todo este panorama supone que, como efecto de la errónea asignación de capital y del dominio de lo financiero, exista un mercado laboral de dos direcciones, en el que la mayor parte de los empleados sale perdiendo.

La unión de identidad y clase, de nación y trabajo, es algo que la izquierda no ha sabido hacer; a la derecha le resulta mucho más sencillo

Esa divergencia opera también en el ámbito territorial, que es el otro gran efecto de la deslocalización y de la externalización. Las ciudades globales aspiran la gran mayoría de los recursos disponibles, mientras las pequeñas y las intermedias viven momentos de decadencia. En el caso español, nuestra ciudad global por excelencia, Madrid, concentra la mayoría de la actividad, Barcelona y el País Vasco consiguen captar parte de ella, mientras que el resto de las comunidades autónomas van hacia abajo. Salvo algunos focos, y ahora ocurre en Valencia y Málaga, el trabajo que se encuentra en los territorios olvidados está peor retribuido que el empleo similar en las grandes ciudades. El esquema de focos agraciados, entornos que circulan alrededor de él y espacios a la baja y en condiciones peores que se da en la pirámide laboral encuentra una correspondencia clara en el entorno territorial.

Foto: Imagen: Pablo López Learte.

¿Sirve una simple apelación a mejores salarios o a mejores condiciones laborales para que esas situaciones tan ancladas en elementos culturales, ya sea de clase o territoriales, puedan orientar su voto hacia fuerzas políticas concretas? Es poco probable. Y esto perjudica especialmente a la izquierda, ya que salvo en las comunidades donde el nacionalismo está más implantado, la posibilidad de unir identidad y clase es algo que no han sabido hacer, mientras que a la derecha le resulta mucho más sencillo. Quizá por ello han logrado reconstruir su opción política orientándola hacia la burguesía bohemia, lo que les hace ver el trabajo como secundario respecto a las opciones culturales que cultiva su clase, ya que aspiran a una sociedad más ecológica, inclusiva, diversa y con tiempo de ocio; es más importante este que el trabajo, que no genera identidad por sí mismo.

Si la derecha sabe aprovechar sus bazas en un contexto de malestar económico, tanto PP como Vox podrían obtener un gran rédito electoral

Todo este contexto haría difícil que la izquierda se centrase en el trabajo como opción política, que un partido laborista tuviese recorrido, porque podría perder por los dos lados. Los tiempos electorales que vienen serán muy distintos dependiendo de que la recuperación sea sólida o no; en el primer caso, los réditos irían a parar al PSOE, y en el segundo, si la derecha sabe aprovechar sus bazas, tanto el PP como Vox podrían obtener muchos votos. No porque tengan grandes recetas, porque el mismo PP sigue anclado en su programa de hace una década y media, sino porque pueden encontrar una receptividad mayor entre la población. En general, la economía suele ser un terreno favorable a la derecha, y siendo oposición en un momento de crisis, más todavía.

3. Una solución es necesaria

Puede ser que, en este escenario, la izquierda tenga la tentación de olvidarse de plantear la batalla en términos económicos, e insistir en otras variables. Pero sería mala idea para la izquierda no socialista regresar a la época en que el trabajo y las cosas del comer carecían de relevancia, porque en estos tiempos son un asunto de primer orden; y lo sería para los mismos socialistas, que dependen en gran medida de la marcha de la economía para su reelección. Pero es también una idea errónea que la derecha siga insistiendo en reformas del mercado laboral como solución mágica, o que crea que la digitalización es el camino de salida, cuando va a destruir empleos. El trabajo y los recursos van a ser muy importantes en los próximos tiempos, y esta relevancia se manifiesta de continuo en la conflictividad laboral, en las dificultades en las pequeñas empresas y en el malestar de la España Vaciada y de sus ciudades pequeñas e intermedias. En poblaciones que ven el futuro con incertidumbre y el presente con descontento, las soluciones materiales resultan imprescindibles.

Foto: El líder del Partido Popular, Pablo Casado. (EFE/Emilio Naranjo) Opinión

Sería necesario que los partidos comenzasen a tomarse el problema en serio, a afrontarlo de verdad, y que lo hagan saliéndose de los lugares comunes en que se mueven. España necesita una opción económica sólida, precisa más trabajo y mejores salarios, y que empleados, autonómos y pymes tengan un futuro mucho más razonable. Con las soluciones actuales, seguiremos en la misma dinámica decadente. Necesitamos que la política encare el problema material de otra manera, que se vuelque en la economía productiva, y esta época se presta a hacerlo. Pero las posibilidades que abren los tiempos serán analizadas en otro artículo.

La asignación de capital típica de nuestra economía provoca evidentes problemas en el ámbito del trabajo, un terreno esencial para la articulación de la vida social, pero que parece haber perdido peso político en los últimos tiempos. El problema añadido consiste en que, cuando se pone encima de la mesa, y en tiempos como estos no hay más remedio, suele encararse desde visiones reduccionistas que impiden ver el panorama en su conjunto. Desde la izquierda, el trabajo se traduce en la reivindicación de aumentos salariales y en la mejora de las condiciones de realización de las tareas. Desde la derecha, se prefiere señalar que la manera de crear trabajo es flexibilizar el mercado, liberando de trabas a los empresarios para contratar y despedir. Ojalá fuera tan sencillo. En todo caso, esta manera de traducir las aspiraciones laborales suele favorecer, en lo conceptual, a la derecha, porque mientras unos señalan las mejoras necesarias para los trabajadores, otros hablan de la necesidad de crear empleo, y este es un momento en que el paro es elevado. Por así decir, el enfoque de la derecha aparece como más transversal.

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