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Es el fin de una época: todas las respuestas que no hemos sabido dar a Putin
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Esteban Hernández

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Es el fin de una época: todas las respuestas que no hemos sabido dar a Putin

Ucrania marca un nuevo tiempo. Las consecuencias geopolíticas y económicas serán muy significativas, porque implican la necesidad de transformar de manera sustancial la visión y las estructuras occidentales

Foto: El aeropuerto vacío de Borispol. (Reuters/ Umit Bektas)
El aeropuerto vacío de Borispol. (Reuters/ Umit Bektas)
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Esta guerra supone la constatación del fin de una época y, con ella, de una concepción del mundo. Desanuda el último lazo que nos unía a la globalización feliz y nos traslada al tiempo de la lucha de potencias y de la tensión por el poder y los recursos, algo de lo que Europa no termina de ser consciente.

Cuesta mucho salir de los viejos conceptos y asumir los nuevos, pero Putin nos ha mostrado de una manera altiva y soberbia, como si estuviera dirigiéndose al jefe de la inteligencia rusa, que hemos entrado en otro escenario.

La globalización feliz se construyó desde la idea de que existía una potencia hegemónica, EEUU, a partir de cuyo poder se articulaba una red de relaciones en la que el comercio, el flujo de capitales y los intereses económicos construirían un mundo sin grandes fricciones. La existencia de instituciones internacionales de control de los procesos y de resolución de los conflictos, principalmente económicos, darían solución pacífica y jurídica a las disputas que se fueran produciendo. Así funcionaron las primeras décadas del XXI: existía la convicción de que el desafío al régimen establecido no era posible más que desde posiciones marginales, como la del terrorismo, o en territorios alejados a los que resultaba sencillo debilitar a través de sanciones económicas, cuando no mediante una intervención militar rápida.

El enredo

Sin embargo, también se ignoró el otro lado de la ecuación, ya que poner el foco en el comercio, el flujo de capitales y los intercambios comerciales creaba problemas estratégicos . Esto ha sido muy evidente en el caso chino, que creció hasta convertirse en la potencia que amenaza a la dominante gracias al impulso que le dieron la tecnología, el capital y el 'know how' occidental. Pekín lanzó advertencias durante años de sus intenciones imperiales, pero se menospreciaron precisamente porque desligarse de China creaba serios problemas a quienes, ya fueran empresas o inversores, estaban obteniendo grandes réditos de la fabricación barata y de los lazos comerciales. Ese movimiento creó serias dificultades a las clases medias y trabajadoras occidentales, pero tampoco se consideró un grave inconveniente.

El problema ruso tiene mucho que ver con esa confianza excesiva que nos hizo depender estratégicamente de países no amistosos

Incorporada China a la OMC, el orden liberal a lo Fukuyama tomó cuerpo por entero y tejió interrelaciones frecuentes con toda clase de territorios. La confianza en el orden liberal internacional era máxima y se confiaba en que el comercio disolvería muchas de las habituales tensiones geopolíticas.

La respuesta

El problema ruso, en el que se unen diversos factores, tiene mucho que ver con esta confianza que nos autorizó a depender en aspectos estratégicos de países no siempre amistosos. Su desafío bélico, salvo negociación próxima, para la que no parece existir ninguna puerta abierta, es probable que consiga sus objetivos, en la medida en que ninguna gran potencia parece decidida a intervenir abiertamente en defensa de Ucrania. La respuesta, además de en términos simbólicos como la iluminación de monumentos en Berlín y París con la bandera ucraniana, tendrá lugar principalmente, aunque no solo, en el terreno económico.

Esta es una época de valores, no de intereses, en la que impera la razón de Estado, y Rusia nos ha ofrecido una prueba dolorosa

Pero todo esto parte de una errónea concepción del mundo del siglo XXI, anclada en un heredado pensamiento economicista que no termina de desaparecer. Las negociaciones partieron de una convicción, que las sanciones económicas dañarían tanto a Rusia que forzarían a Putin a evitar la invasión. Lo cierto es que las sanciones supondrán un problema muy grave para Rusia y eso hizo pensar a muchos, entre los que me incluyo, que Putin evitaría la tentación de la guerra. Moscú nos ha demostrado con hechos que hoy operan factores más relevantes que los intereses económicos. Como afirmaría Albert Hirchsman, esta es una época de valores, no de intereses o, por decirlo más expresamente, donde impera la razón de Estado, y Rusia nos ha ofrecido una prueba dolorosa. El escenario contemporáneo tiene que ver con el poder y los recursos y no con ideas bienintencionadas sobre lo bien que nos permite llevarnos comerciar entre todos.

Foto: Una fábrica metalúrgica en la región de Murmansk, en Rusia. (Reuters/Evgenia Novozhenina)

Sanciones que nos hacen daño

Esto es también un problema para Europa, porque si hay una región que no ha sabido jugar el juego del poder en estas décadas, ha sido la nuestra. Y, en segundo lugar, porque no hay manera de sancionar a Rusia sin causar perjuicio en el continente. Las consecuencias económicas de esta desconexión están por definirse del todo, pero todo apunta hacia una época agitada, por el precio de la energía y los alimentos, por los desplazamientos de la cadena de suministro y por una competencia más desatada.

Rusia va a sufrir con las sanciones y es probable que sus tensiones internas vayan en aumento

La invasión no le va a salir gratis a Putin. Un tuit de Borrell, posteriormente borrado, avisaba a las clases dirigentes moscovitas de que se habían acabado las fiestas en Saint Tropez y las compras de ropa de lujo y diamantes en Europa. El tuit, claramente desafortunado, pretendía (o así lo quiero creer) señalar a los oligarcas que la guerra puede tener consecuencias para ellos. Y tiene sentido subrayarlo, porque no todos ellos están satisfechos con la decisión de Putin, que les dañará en sus fortunas y pondrá en peligro sus negocios: incidir en las diferencias internas es lógico. Como lo es la apelación de Zelenski al pueblo ruso, ya que va a salir perjudicado con las consecuencias económicas de esta guerra (además de los fallecidos en el frente) y porque la aceptación del liderazgo de Putin no es tan elevada como en tiempos anteriores. Rusia, en general, va a sufrir con las sanciones, lo que hace más probable que sus tensiones internas aumenten.

Pero incidir en estos hechos es señal de debilidad. Si se tiene que apelar a las diferencias internas de un régimen para frenarle exteriormente es porque no se le puede plantar cara, al menos lo suficiente, como para obligarlo a negociar. La UE no se ha sabido actuar con un país del que había que defenderse, al tiempo que se le necesitaba. En esos casos, lo lógico es disminuir la dependencia para, llegado el momento y si es el caso, desconectarse sin daño, o contar con grandes cantidades de fuerza disuasoria, o hacerle un sitio mediante la negociación. No ha ocurrido nada de esto.

La guerra de fondo

EEUU, por el contrario, está mucho mejor preparado que la Unión Europea para sostenerse en un escenario de enfrentamiento entre potencias. Desde el giro de Obama, más aún con Trump y desde luego con Biden. EEUU ha efectuado un viraje estratégico que le ha posicionado sólidamente para hacer frente a estas eventualidades. La guerra se libra lejos de su territorio, y son una potencia que posee armas y grandes cantidades de energía, además de enorme capital, con lo que su margen de maniobra es mucho mayor que el europeo.

Foto: El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, esta mañana. (Reuters/Yves Herman)

Sin embargo, los EEUU tienen un problema similar con Pekín, con Taiwan y el Mar de China como telón de fondo. Los intereses estadounidenses en China son todavía importantes, lo cual hace pensar que, dada la profundidad de esos vínculos, es poco probable que se desencadene un conflicto realmente serio. Quizá sea así, Putin ha demostrado que existe otra opción.

Lo que Putin haga puede ser relevante, pero sólo lo será de verdad si la UE sigue siendo débil en términos sociales y estratégicos

En todo caso, esta guerra debería conseguir que tomemos consciencia del momento y nos centremos en lo relevante. Si el mundo ha cambiado, no podemos continuar transitando por los caminos del pasado. Si el poder y los recursos son cada vez más relevantes, no deberíamos quedarnos fuera de ese juego. Porque es muy fácil, y suele celebrarse, fijarse en los enemigos y señalar las maldades de Putin, pero el fondo del asunto no va de eso. Va de nosotros. Va de qué vamos a hacer para cambiar las cosas. Va de qué clase de futuro vamos a construir para España y para Europa. ¿Tiene sentido seguir pensando en términos puramente económicos y actuar como si se pudiera conservar la globalización? ¿Tiene sentido seguir evitando lo estratégico o continuar ignorando la importancia de la fuerza? ¿Lo tiene seguir debilitando a las clases medias y a las trabajadoras españolas y europeas y creando así un clima que favorece opciones políticas perjudiciales? Lo que Putin y Rusia hagan puede ser relevante, pero solo lo será de verdad si nosotros seguimos siendo frágiles, en términos sociales y estratégicos. Esas son las preguntas ante las que la invasión de Ucrania nos sitúa, y tenemos que responderlas pronto.

Esta guerra supone la constatación del fin de una época y, con ella, de una concepción del mundo. Desanuda el último lazo que nos unía a la globalización feliz y nos traslada al tiempo de la lucha de potencias y de la tensión por el poder y los recursos, algo de lo que Europa no termina de ser consciente.

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