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Guerra de desgaste: la visión de Macron para la Europa que viene
El presidente francés explicó a sus compatriotas que estamos ante un cambio de época que exige nuevas perspectivas. Y una de ellas resulta especialmente significativa, porque es en la que nos jugamos el futuro
El discurso televisivo de Emmanuel Macron del pasado miércoles fue de notable profundidad. Analizó de manera solemne el conjunto de desafíos que afrontan Francia y Europa, aunque fue Europa la que ocupó el centro de su exposición, y lo hizo con una perspectiva inteligente. Fue un discurso de estadista, en el que demostró que es el único líder continental que quiere tomar las riendas de manera decidida. Quizás este sea el momento, forzado por Putin, en que Macron comience a convertir en realidad sus palabras. El presidente francés ha sido el político más inteligente de todos los que han cruzado por la vida europea de los últimos años y el que mostraba una mayor capacidad analítica, pero siempre ha adolecido de un defecto, la diferencia entre la profundidad y claridad de sus palabras y la realidad insuficiente de sus hechos. Puede que haya llegado la hora de que ambos vayan a la par: es muy difícil que en estas circunstancias ningún candidato le pueda hacer frente en las presidenciales, y dado el viraje continental y la debilidad alemana, Francia debería cobrar mayor peso en el mapa europeo. Macron afirmó que la invasión de Ucrania marca un cambio de época y, si es así, se debería actuar en consecuencia.
En el discurso, que abundó en elementos más o menos conocidos y reiterados por otros gobernantes, también contó con un par de aspectos diferentes. En el primero, referido a Ucrania, subrayó que la negociación estaba abierta, y que esto no era una guerra contra Rusia. En el segundo, advirtió de las consecuencias económicas a que abocaba la invasión rusa, pero desde una perspectiva distinta: Europa debe invertir cada vez más para depender menos de otros continentes, y no solo en energía, también en asuntos esenciales como los alimentos o las finanzas. Es el instante de poner en marcha “un nuevo modelo económico basado en la independencia y en el progreso”.
La guerra de desgaste
Hace bien Macron en colocar el acento sobre lo económico, porque en esta guerra ese componente está más acentuado que en otras. Salvo que la escalada lleve a un momento de locura colectiva y se dispare una confrontación bélica catastrófica, el terreno de juego principal entre EEUU-UE y Moscú va a estar en la economía. Las sanciones a Rusia quieren convertirla en paria, aislada y empobrecida, eliminando así toda tentación de las aventuras belicistas por la vía del estrangulamiento de los recursos, generar el malestar interno suficiente para presionar al Gobierno de Putin y, además, abrir brechas profundas en el Gobierno por las tensiones con los oligarcas. Está por ver cuál será su efectividad real, qué apoyo presta China y en qué condiciones, así como las vías de salida que haya previsto Putin, pero estamos ante una contienda que se va a librar en términos de desgaste, de empobrecimiento, de resistencia interior. Va a ser complicado para los rusos, porque su sociedad no goza de un buen nivel económico, cuenta con elevadas desigualdades y la escasez y las dificultades pueden provocar un descontento grande que empuje en la dirección de cambios necesarios.
La desconexión que Occidente no quiso hacer antes, presa de un sistema idealista, la tendrá que realizar ahora de forma traumática
El problema es que, como en todas las guerras, va a haber bajas en ambos lados. La desconexión que Occidente no quiso hacer antes, presa de un sistema idealista y rentable solo para parte de la sociedad, la tendrá que realizar ahora de forma rápida y traumática. Establecer cortafuegos con Rusia funciona en las dos direcciones, y en la nuestra, como bien avisaba Macron, tendrá consecuencias serias. No es casualidad que en el discurso del estado de la nación, Biden desgranase durante un rato largo las medidas que va a tomar para ayudar a los estadounidenses, e insistiera en los planes que ya había diseñado con motivo de la pandemia (escasamente realizados, por cierto).
Este elemento bélico es esencial, y no termina de estar claro para algunas capas de las sociedades anglosajonas y europeas. Insistir a estas alturas en la perspectiva económica que nos ha traído hasta aquí y volver a poner el énfasis en los déficits públicos y la inflación, como todavía continúa haciéndose, es profundamente perturbador. De actuar así, no tendríamos solo una guerra en suelo europeo, sino que le añadiríamos una catástrofe.
Es la energía, pero no solo
Es probable que esta insensatez no sea tomada en cuenta, y que las medidas que adopte el Banco Central Europeo sean muy distintas de las que se habían previsto: en tiempos de guerra, la visión económica cambia. Sin embargo, es difícil que los expertos que nos han metido en este lío cuenten con la perspectiva adecuada para comprender del todo las necesidades económicas, estratégicas y sistémicas europeas. No se trata solo de subir o bajar tipos, ni de aflojar las reglas fiscales ocasionalmente, y ni siquiera de la inversión en armamento que se ha prometido realizar. Desde luego, el sistema marginalista de fijación de precios de la electricidad debe cambiarse radicalmente si no queremos vernos expuestos a una debacle, y seguro que habrá sectores concretos que sufrirán, fruto del aumento del precio de la energía, con lo que esperarán ayudas del Estado para paliar los malos momentos.
Los problemas con Rusia pueden repetirse con China, agravados, dado que los vínculos con Pekín son todavía más profundos
Pero quedarse ahí sería malentender el lugar en que estamos; hay que ser conscientes de los costes de actuar de manera errónea por anclarse en un pasado huido. La recomposición de nuestra economía es esencial desde el punto de vista estratégico, toda vez que ha sido esa continua ligazón con Estados poco amistosos, cuando no la dependencia directa, la que obliga ahora a pagar un precio difícil de digerir. Y los problemas con Rusia pueden repetirse agravados con China, dado que los vínculos con Pekín son todavía más profundos, desde el lado estadounidense y desde el europeo.
El desacople que Francia entiende
Ese desacople, que se va a producir por una lógica geopolítica —y esta guerra no es más que el comienzo—, hace necesario que Europa se prepare: hay que regresar al mercado interno, hay que potenciar la industria europea, desarrollar áreas cruciales en las que vamos con retraso, contar con fuentes energéticas propias y atender especialmente a la creación de empleo y al nivel de vida de los ciudadanos. Francia es el país que mejor entiende esta necesidad, ampliamente extendida entre su población, por lo que Macron está en una posición perfecta para hacerse cargo de los deseos de su sociedad y extenderlos a las necesidades históricas europeas.
Un movimiento de esas características supone inversión, esfuerzo y una mentalidad correcta, y todos esos factores pueden estar en nuestra mano. Si a partir de ahora las consideraciones de política exterior van a guiar la política económica, también tendrá que ser así, como correlato necesario, en la economía interna. Ya lo hicimos antes, en alianza estrecha con los estadounidenses, durante la Guerra Fría, y debería volver a ocurrir en esta nueva época.
En el fragor bélico, es fácil generar consensos. Pero dentro de unos meses o de un año, la situación será otra, y con un equilibrio político complicado
Este movimiento es doblemente importante en lo estratégico en la medida en que el pulso opera en los dos lados. Es fácil de imaginar el malestar ruso si, en un país empobrecido, los oligarcas continúan viviendo con grandes lujos mientras la población sufre dificultades, pero también lo será en Occidente si, a consecuencia de este desacople, los ciudadanos tienen que pagar una factura muy elevada mientras las clases acomodadas mejoran su nivel de vida. No es una advertencia menor, ya que ahora, en el fragor bélico, es fácil generar consensos. Pero dentro de unos meses o de un año, las circunstancias serán distintas, porque la fuerza cohesionadora del enemigo ruso será mucho menor, y las costuras pueden comenzar a deshilacharse. Un ejemplo obvio: ¿es extraño pensar en un regreso de Trump, o de uno de los suyos, a la Casa Blanca si en dos años largos la economía estadounidense no va bien y parte de su población se empobrece más? ¿Sería raro que en Europa, si estalla una crisis profunda, las opciones políticas extrasistémicas, ahora frenadas, regresen con fuerza? Defender la democracia es también defender las bases que la hacen posible, y un nivel de vida digno lo es.
El discurso televisivo de Emmanuel Macron del pasado miércoles fue de notable profundidad. Analizó de manera solemne el conjunto de desafíos que afrontan Francia y Europa, aunque fue Europa la que ocupó el centro de su exposición, y lo hizo con una perspectiva inteligente. Fue un discurso de estadista, en el que demostró que es el único líder continental que quiere tomar las riendas de manera decidida. Quizás este sea el momento, forzado por Putin, en que Macron comience a convertir en realidad sus palabras. El presidente francés ha sido el político más inteligente de todos los que han cruzado por la vida europea de los últimos años y el que mostraba una mayor capacidad analítica, pero siempre ha adolecido de un defecto, la diferencia entre la profundidad y claridad de sus palabras y la realidad insuficiente de sus hechos. Puede que haya llegado la hora de que ambos vayan a la par: es muy difícil que en estas circunstancias ningún candidato le pueda hacer frente en las presidenciales, y dado el viraje continental y la debilidad alemana, Francia debería cobrar mayor peso en el mapa europeo. Macron afirmó que la invasión de Ucrania marca un cambio de época y, si es así, se debería actuar en consecuencia.