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La máquina de fabricar pesadillas: la verdadera influencia rusa en Occidente
La invasión de Ucrania no debe leerse solo como un enfrentamiento internacional. Supone también la reestructuración interna de Rusia y el surgimiento de un nuevo foco ideológico
"Rusia es la máquina de pesadillas de Occidente. A fines del siglo XIX, sus intelectuales soñaban con la revolución. Nosotros la hicimos. De comunismo, ellos solo han hablado. Nosotros lo vivimos durante setenta años. Entonces vino el capitalismo. Y fuimos mucho más lejos que ellos. En los 90 nadie desregulaba, privatizaba y dejaba más espacio a la iniciativa empresarial que nosotros. Aquí se han construido las mayores fortunas, partiendo de la nada, sin reglas y sin límites. Realmente creíamos en ello, pero no funcionó. Ahora comenzamos de nuevo. Su sistema [el occidental] está en peligro porque ya no puede ejercer el poder".
Esta lectura de Rusia como el lugar en el que las pesadillas occidentales se concretan, contenida en ‘Le mage du Kremlin’, de Giuliano da Empoli, tiene mucho de realidad, porque la historia reciente muestra cómo Moscú ha sido un polo político que siempre ha ido un paso más allá. Desde la época de los zares hasta la revolución comunista, y ahora con los regímenes iliberales, la cuestión del poder concentrado ha estado muy presente en la realidad rusa, y vuelve a ponerse de manifiesto con toda la crudeza.
El poder contaminante
Lo que hace falta saber es si la Rusia actual es un regreso al pasado o una influencia para el futuro. Los elementos políticos que ‘Le mage du Kremlin’ describe, con la identidad nacional y la recuperación del orgullo como cohesionadores internos, con un poder político en el que la relación entre el pueblo y el líder no pasa por mediadores reales, en el que la pulsión geopolítica domina y en el que la fortaleza de la nación desea imponerse a un mundo globalizado, están muy presentes ya como tendencia general. Ese es el camino que están siguiendo muchos países. Los EEUU de Trump estaban contaminados de esta visión, pero también Turquía, India o Hungría participan de ella, y el resto de países del grupo de Visegrado y muchas derechas del sur y del norte de Europa van por ese camino, aunque sea desde una perspectiva más matizada.
Cuando el Muro de Berlín cayó, también comenzó a hacerlo el estado de bienestar. Ya no era necesario para ganar la guerra fría
El poder contaminante del otro lado es real. En la época en que la guerra fría estaba vigente, las democracias occidentales adoptaron muchos elementos de justicia social para combatir al enemigo del telón de acero. Cuando este cayó, también comenzó a declinar el estado del bienestar, porque ya no era necesario para ganar la guerra. Los regímenes enfrentados suelen tener vasos comunicantes.
Y con esa baza está jugando Putin, porque, más allá de las ideas de orden y orgullo con las que ha conseguido afianzarse en el Kremlin, su ideología de fondo, la de relegar el dinero a un lugar secundario en la arquitectura del poder, la de regresar a los valores nacionales y la de ofrecer un propósito vital a través de la vinculación con la patria pueden sonar bien a poblaciones, como las de las democracias occidentales, que perciben debilidad en sus sistemas. Y esto es importante en la medida en que nuestras democracias se han polarizado, en que la situación económica de buena parte de la población es declinante y en que esa inestabilidad, máxime cuando tenemos nuestros propios oligarcas, favorece que la unión entre líderes fuertes e identidad nacional tenga recorrido.
"Esta operación militar se utilizará para reestructurar la élite y la sociedad rusas. Se convertirá en más militante y nacionalista"
En este sentido, lo que ocurra a partir de ahora tendrá mucha relevancia, porque recompondrá la política exterior, pero también la interna. Como asegura Serguei Karaganov, presidente del Consejo de Política Exterior y de Defensa ruso, "vimos profundas divisiones y problemas estructurales en las sociedades occidentales. Entonces, el Kremlin decidió atacar primero. Entre otras cosas, esta operación militar se utilizará para reestructurar la élite y la sociedad rusas. Se convertirá en una sociedad más militante, basada en la nacionalidad, expulsando a los elementos no patrióticos de la clase dominante".
La invasión de Ucrania también hay que valorarla en términos internos: es un paso adelante más con el objetivo de alinear a la sociedad rusa y especialmente a sus élites, en torno a la patria, a los intereses nacionales y, claro está, a Putin.
El peligro real
Al mismo tiempo, y como efecto de las sanciones, Rusia tendrá que reconstruirse a partir de su mercado interno y de las nuevas alianzas exteriores que vaya fraguando. Si Putin tiene éxito y su país aguanta la presión, se habrán puesto las bases para una relación más firme con China y el resto de BRICS, lo que supondrá todavía un problema mayor para las democracias occidentales. Una Rusia que mire hacia el interior, que establezca lazos sólidos con la gran potencia emergente y que rompa ideológica y económicamente con Occidente implica una guerra fría en toda regla. En ese instante, las pesadillas se volverán más vivas.
En la medida en que las debilidades de Occidente se solucionen, también se reducirá la fortaleza de Rusia, ya que depende de ellas
Sin embargo, nada de esto debería ser un peligro real para Occidente y para sus sistemas internos. Como bien retrata Empoli, "los occidentales piensan que sus hijos vivirán peor que ellos. Ven cómo China, India y, gracias a Dios, Rusia, están dando pasos de gigante, y no se enteran de nada. Con cada día que pasa, su poder se reduce, la situación está fuera de su control, el futuro ya no es suyo". Ese sustrato lleva a nuestras poblaciones y dirigentes a tomar decisiones absurdas, de las que Putin saca partido. "Nuestro deber es simplemente ayudarlos. Utilizar la fuerza del adversario para volverla contra él. Las reglas del judo". En sentido inverso, en la medida en que esas debilidades se vayan cerrando, también se reducirá la fortaleza de Rusia, ya que depende de ellas.
Los dos caminos
El problema es que arreglar esas grietas exige cambios en nuestro sistema, porque todo lo que se señala en ‘Le mage du Kremlin’ respecto de la falta de futuro que perciben nuestras poblaciones, sobre el dominio de los economistas que explican el mundo a través de un PowerPoint, y sobre el predominio del egoísmo y del dinero tiene mucho de cierto. Y, en este sentido, conviene advertir de cuál es la línea que siguen las sociedades. Cuando un Estado se convierte en una potencia económica, suele gozar de estabilidad interna, ya que el éxito refuerza sus instituciones, lo que le permite cobrar peso político internacional. Pero también ocurre a la inversa: cuando los problemas aparecen en el terreno económico, las sociedades se van deteriorando, lo que provoca el aumento de la polarización y la fragmentación, las instituciones se hacen más frágiles y, fruto de esa debilidad interna, el peso internacional decae. China y Europa son dos ejemplos actuales, cada uno en un sentido.
Occidente tiene que tomar una decisión: apostar por un nuevo consenso social o por una democracia mucho menos liberal
Una forma de coser las sociedades es estabilizarlas en su punto central, el económico. Sin un nivel de vida digno, sin una clase media sólida y amplia y con recursos escasos y divididos, la decadencia comienza a aparecer. Para evitarla, habría que girar en la dirección económica, aumentar el nivel de bienestar general y construir mercados internos más sólidos. La otra solución es persistir en esta sociedad del apaño y colocar por encima, como elemento cohesionador, la unidad nacional y un líder fuerte, como es el caso ruso. Occidente tiene que tomar esa decisión, y apostar por un nuevo consenso social o por una democracia mucho menos liberal. Ese es nuestro dilema.
Un aviso
Una advertencia final, que es la esencia oculta del libro de Giuliano da Empoli. ‘Le mage du Kremlin’ se inicia y finaliza con la referencia al ‘Nosotros’ de Yevgueni Zamiatin, una obra distópica clásica, y lo hace con la intención de señalar el peligro al que nos enfrentamos, en Rusia y en Occidente, ya que los instrumentos tecnológicos precisos para un control masivo de las sociedades ya están aquí. Zamiatin, nos cuenta Empoli, aunque era ingeniero, luchaba con las armas de la literatura, del teatro y la música, porque "entendió que, si el poder aplasta la disonancia, el gulag es solo cuestión de tiempo". El mundo que viene tiende a ser enemigo de las disonancias, de las ideas diferentes, de las posiciones poco complacientes con el poder, y la tecnología facilita que la posibilidad del dominio sea mucho más penetrante. Reivindicar ahora a Zamiatin es una señal de alerta.
"Rusia es la máquina de pesadillas de Occidente. A fines del siglo XIX, sus intelectuales soñaban con la revolución. Nosotros la hicimos. De comunismo, ellos solo han hablado. Nosotros lo vivimos durante setenta años. Entonces vino el capitalismo. Y fuimos mucho más lejos que ellos. En los 90 nadie desregulaba, privatizaba y dejaba más espacio a la iniciativa empresarial que nosotros. Aquí se han construido las mayores fortunas, partiendo de la nada, sin reglas y sin límites. Realmente creíamos en ello, pero no funcionó. Ahora comenzamos de nuevo. Su sistema [el occidental] está en peligro porque ya no puede ejercer el poder".