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En qué somos mejores que China y Rusia (y en qué estamos fallando)
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Esteban Hernández

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En qué somos mejores que China y Rusia (y en qué estamos fallando)

Algunas de las ideas sobre la fortaleza de nuestros sistemas deben ser sometidas a discusión, ya que hay intangibles que hacen pensar que las ventajas occidentales son menores de lo que parece

Foto: Xi Jinping y Vladímir Putin. (Evgenia Novozhenina/Reuters)
Xi Jinping y Vladímir Putin. (Evgenia Novozhenina/Reuters)
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Las democracias son superiores a los regímenes autoritarios porque permiten un nivel de crítica, que las hace más eficientes. A corto plazo los sistemas verticales funcionan mejor, porque todos están alineados en la misma dirección y cuando una decisión se toma, se ejecuta más rápido y más eficazmente. Las democracias son lentas, tardan en reaccionar, hay que generar acuerdos, las discusiones se prolongan, y cuando las órdenes se ponen en marcha parecen llegar a destiempo.

Esa es, al menos, la percepción que se ha instalado en nuestras sociedades, que entiende que el éxito de países como China tiene que ver con su capacidad de ejecución veloz, mientras que nosotros tardamos en arrancar, lo que tiene un coste.

Foto: Vladimir Putin, presidente de Rusia. (Reuters)

Sin embargo, a medio plazo, esa clase de regímenes se corrompe, ya que las decisiones de sus líderes no se ponen en discusión y la obediencia impera, lo que impide que los errores se corrijan. En la medida en que todo el mundo se acostumbra a ejecutar órdenes, no hay capacidad de pensamiento diferente ni innovador, y todo se anquilosa. Al no tolerarse la crítica, la evolución no es posible, por lo que se cae en la ineficiencia de modo irremediable. Las democracias son más resistentes, ya que poseen una capacidad de cuestionarse a sí mismas que las hace más fuertes.

Las instituciones democráticas permiten regímenes más estables y, por lo tanto, más sólidos, puesto que permiten disentir. Unas instituciones que no tolerasen voces diferentes no serían más que la coagulación del sistema, porque se convertirían en una mera transmisión vertical de órdenes bajo la apariencia de una democracia. Los regímenes iliberales son exactamente esto. Por suerte, ese no es nuestro sistema. Es muy diferente: la libertad impera, la crítica es posible, las ideas diferentes tienen su espacio.

Las ideas de los tuyos

Claro que, si miramos más de cerca, quizá esa fortaleza de nuestro sistema no sea tan sólida como parece. Disentir implica la posibilidad de explicar razonadamente una posición, no la simple negación de una afirmación ajena. Supone la posibilidad de ser escuchado, y de no ser atacado personalmente por mantener una postura determinada: en la medida en que se utilizan términos racionales en la expresión, la refutación de la refutación debe utilizar esos mismos cauces. Las ideas diferentes necesitan de la capacidad de transmisión, de forma que la crítica sea recibida; actuar de otro modo es 'ghosting' político. Tienen que ver también con la capacidad de modificar las ideas establecidas, en tanto en cuanto las objeciones racionales se prueben sensatas o útiles. Presuponen un sistema que sea lo suficientemente maduro como para modificar sus posiciones cuando sea preciso. Eso es la democracia, tanto como la existencia de un Parlamento elegido por sufragio universal, la separación de poderes o la libertad de prensa.

Puedes ser woke o antiwoke, proimpuestos o antiimpuestos, pero no introducir matices, ambivalencias o reflexiones diferentes

Sin embargo, poco de esto está presente en nuestra época. No porque no se puedan expresar opiniones diferentes, sino porque la diferencia se ha hecho muy rígida. Se pueden expresar ideas distintas, pero siempre que encajen en tu grupo de referencia. Se puede estar a favor o en contra, pero no introducir matices. Se puede ser de izquierdas o de derechas, pero con la condición de ser enormemente hostiles entre sí.

Puedes ser woke o antiwoke, proimpuestos o antiimpuestos, pro-EEUU o anti-EEUU, pero no introducir términos medios, ambivalencias o reflexiones diferentes. Si se toma partido decididamente por una opción, el grupo de referencia lo jaleará y el contrario lo atacará, pero si se prefiere razonar y matizar unas posturas u otras, ambos lados atizarán al insensato. Se pueden tener opiniones diferentes, siempre que encajen dentro de sus respectivas ortodoxias, pero no se puede ser heterodoxo.

Los enemigos de la razón

Esta división entre facciones enfrentadas, que atacan a quienes no aceptan de manera decidida y firme sus argumentarios, aunque sean de los suyos, es un problema enorme de Occidente, que será cada vez mayor. Se conforma una esfera pública dividida en posturas irracionales, en un mundo en blanco y negro, en un enfrentamiento entre estupideces de distinto signo.

Llamamos libertad de expresión a la posibilidad de expresar posturas ortodoxas contrapuestas, pero prohibimos la heterodoxia

Es una pelea entre enemigos de la razón. Pero eso devalúa las democracias, porque lo que se proscribe es justo aquello que da fortaleza al sistema, la capacidad de pensar, de analizar, de ser críticos, incluso con quienes se coincide. Esta tendencia recibe el nombre de polarización, pero es mucho peor, son proyectos antiilustrados que pelean por hacerse con la hegemonía. Quizá EEUU sea el ejemplo más evidente, con el país dividido en dos, pero en España no nos quedamos atrás, como en buena parte de Europa.

Deberíamos tomarnos en serio este problema, porque nos jugamos el futuro. Nos hemos acostumbrado a llamar libertad de expresión a la posibilidad de expresar posturas ortodoxas contrapuestas, pero eso es como llamar libertad religiosa la posibilidad de que en un país discutan radicalismos religiosos de distinto signo.

Foto: Foto: Reuters.

En la medida en que las posturas racionales, es decir, las expresadas mediante argumentos, cuyo propósito es analizar y entender las situaciones, las que plantean preguntas, que introducen dudas y matices, que proponen cosas diferentes, se quedan sin espacio, la democracia comienza a ser mucho más ineficaz. Sin esta capacidad crítica, Occidente perderá la partida, porque se convertirá en mucho más débil. Las armas, el dinero y la cohesión social son factores esenciales, pero siempre que se sepan utilizar: en caso contrario, servirán para dispararse en el pie. Y esa es la esencia de un sistema fuerte. Si seguimos cayendo en el pozo de la ineficiencia mediante la expulsión de la razón, abriremos aún más la puerta a la decadencia en un momento de grandes dificultades. Si empezamos por corregir este factor, las soluciones irán apareciendo mucho más fácilmente.

Las democracias son superiores a los regímenes autoritarios porque permiten un nivel de crítica, que las hace más eficientes. A corto plazo los sistemas verticales funcionan mejor, porque todos están alineados en la misma dirección y cuando una decisión se toma, se ejecuta más rápido y más eficazmente. Las democracias son lentas, tardan en reaccionar, hay que generar acuerdos, las discusiones se prolongan, y cuando las órdenes se ponen en marcha parecen llegar a destiempo.

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