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Esteban Hernández

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El problema de España con el PNV moderado

Hay figuras en nuestra política y en nuestra economía que gozan de prestigio, pero que nos conducen por caminos erróneos. En un tiempo político diferente, hacen falta otras fórmulas

Foto: El portavoz del PNV, Aitor Esteban, en el Congreso. (EFE/Chema Moya)
El portavoz del PNV, Aitor Esteban, en el Congreso. (EFE/Chema Moya)
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Vienen tiempos nuevos y la pregunta es si estamos preparados para ellos. La respuesta más habitual es un no compartido, la sensación de que España, en su conjunto, funciona suficientemente mal como para afrontar en una posición débil los desafíos que nos esperan. Normalmente, se culpa a los partidos, a la polarización, al declive de las instituciones y demás lugares comunes. Por más que estas críticas tengan algo de realidad, las causas van más allá. Señalemos un par de ellas.

Hay figuras políticas y económicas de la vida española de los últimos años que gozan de prestigio y, en muchos casos, son puestas como ejemplo. El PNV, en general, y Aitor Esteban, portavoz en el Congreso del PNV, como representante principal de sus posiciones, es una de ellas. Utiliza unas formas que son de agradecer y muchos de sus argumentos son razonables, lo que ha llevado a una parte de la sociedad a valorar su tono y a percibir como positivo el pragmatismo que emana de sus decisiones parlamentarias.

El PNV ha sido durante mucho tiempo una suerte de intermediario en la aprobación de leyes que busca una comisión para su territorio

Deben estar las cosas muy mal para que esta sensación haya cuajado: el PNV ha sido durante mucho tiempo una suerte de intermediario en la aprobación de leyes que busca una comisión para su territorio. La última es la ley del cupo vasco negociada para aprobar los presupuestos, de la que han obtenido ventajas, como de costumbre. Es decir, sus participaciones en la vida pública están tejidas desde una pregunta última: qué hay de lo mío. En ocasiones, y hace años fue así, han sabido invertir inteligentemente en el País Vasco lo conseguido; ahora, las cosas son un poco diferentes.

No deja de ser sintomático que, en esta década agitada, haya salido reforzada una derecha que hace pactos a un lado y a otro, que emplea maneras templadas, pero que solo actúa desde sus propios términos y buscando ventajas particulares; que opera como los países no alineados en las relaciones internacionales. Difunde una idea políticamente perjudicial, según la cual los intervinientes en la vida pública deben orientarse a conseguir una buena porción en el reparto en lugar de pensar cómo contribuir a la totalidad. Eso no es pragmatismo, es política pequeña.

1. Subir y bajar a la vez

Esa ausencia de visión de conjunto ocurre también en los espacios empresariales. Y en el de las instituciones públicas. Le ocurre al Banco de España, y a su gobernador, Pablo Hernández de Cos, que goza de un prestigio notable y que, sin embargo, incurre en errores parecidos, aunque desde una perspectiva diferente. En sus acciones y declaraciones, parece más pendiente de supervisar e influir en las acciones políticas que repercuten en las cuentas públicas que de supervisar a los bancos. Además, trata de conducir la vida económica española hacia una ortodoxia un poco fuera de época. Su visión, que es típica de nuestra tecnocracia, la española y la europea, y que será dominante durante un tiempo aún, peca de negarse a asimilar los cambios de época: actúa como si nada estuviera pasando. Es un defecto que excede a la persona concreta y que revela una mirada generalizada, y especialmente perniciosa, entre quienes cuentan con poder de decisión.

Un ejemplo evidente es el diagnóstico que Hernández de Cos emite sobre este momento, así como el camino de salida al que aspira. Según el gobernador del Banco de España, la globalización y la interdependencia han sido muy positivas para mejorar la eficiencia, la productividad y el crecimiento de nuestras economías. La contrapartida es que nos han hecho más vulnerables a un entorno complejo. Por eso el foco ha girado desde la eficiencia a las consideraciones de seguridad y autonomía. Eso plantea nuevos retos: dado que la UE tiene en marcha una agenda para aumentar la independencia estratégica, es necesario buscar la compatibilidad entre esos objetivos y el mantenimiento de las ventajas logradas con la globalización.

La globalización y la independencia estratégica son incompatibles por definición: cuanto más aumente una, más disminuye la otra

Dejando de lado la discusión sobre los efectos de la globalización en las clases medias occidentales, sobre la fractura que ha provocado entre ciudades globales y regiones en decadencia en el interior de cada país, y sobre la manera en que ha permitido y promovido el auge de China (el "rival sistémico", en definición de la UE), convendría poner el acento en la extraña intención expresada por De Cos, que pretende subir y bajar a la vez. La globalización y la independencia estratégica son incompatibles por definición: cuanto más aumente una, más disminuye la otra.

La explicación es sencilla de entender. Nuestro sistema global creyó que era más eficiente producir en lugares lejanos con condiciones dudosas y salarios muy bajos porque abarataba el precio de los bienes. Al mismo tiempo, apostó por incrementar la productividad en los países occidentales y por enfocar las capacidades productivas hacia el exterior: había que comprar fuera los bienes baratos, y producir aquí bienes de valor añadido enfocados hacia la exportación. Eso nos hacía interdependientes, y resultaba positivo que así fuese, según la teoría.

La interdependencia global ha fortalecido a rivales sistémicos y nos ha conducido a los europeos a un lugar del que es complicado salir

Ahora comprobamos en carne propia que no fue buena idea, en general, y que nos ha vuelto mucho más vulnerables en aspectos estratégicos. Las debilidades actuales en energía y alimentación, así como en el suministro de ciertos bienes necesarios, son producto de esa convicción de que la interdependencia era el mejor camino para el futuro y que el comercio nos haría libres. Más al contrario, nos ha vuelto frágiles, ha fortalecido a rivales sistémicos y nos ha conducido, especialmente a los europeos, a un lugar del que es complicado salir.

2. ¿Seguridad contra eficiencia?

En ese escenario, Hernández de Cos propone buscar un camino que haga compatibles la seguridad y la eficiencia, que afirme la fortaleza europea y la continuidad de la globalización. Sin embargo, si se quiere contar a tiempo y con certeza con bienes estratégicos en esta época, en la que la guerra fría entre EEUU y China está ya en marcha, no queda más remedio que desenredar las conexiones globales. Cuanto más se dependa del exterior, menos seguridad existirá.

Deslocalizar ha dejado de ser un mecanismo de generación y provisión de bienes baratos

Sin embargo, y es importante subrayarlo porque se olvida con frecuencia, este dilema entre seguridad y eficiencia también tiene algo de falso. Producir fuera no es eficiente en muchos casos: cuando hay reducción de la producción, y la guerra es una causa, pero hay otras muchas posibles, el precio de los bienes se dispara. El aumento del coste del transporte, fruto de la subida de los combustibles, también eleva los precios. Los intermediarios que especulan hacen su agosto en esas situaciones, lo que encarece las mercancías. Y además, muchos de esos bienes se producen en países no especialmente amistosos, o que pueden volverse hostiles si las condiciones internacionales varían, lo que también termina afectando a los precios. Deslocalizar ha dejado de ser, por sí mismo, un mecanismo de generación y provisión de bienes baratos.

Fruto de todos estos factores, el panorama internacional está cambiando. El proceso de desglobalización ya se ha iniciado, y dirige hacia un nuevo contexto que debería obligarnos a revisar las creencias que han dominado en la era global.

3. 1910 a escala global

La opción preferida en esta época es la que se ha denominado friendshoring, es decir, la relocalización de la fabricación en países aliados. Esta regionalización podría conseguir un doble objetivo, ya que se podría contar con mano de obra más barata que la nacional al mismo tiempo que se garantiza el suministro. Este es el movimiento dominante, junto con la relocalización en el propio territorio de algunos bienes esenciales.

Sin embargo, debemos ser conscientes de hacia dónde nos dirige esa opción. Ya no estaríamos en un mundo global, sino en otro que lleva hacia una configuración semejante a la existente en la época de la I Guerra Mundial: potencias que establecen vínculos con Estados aliados para desarrollar su fortaleza frente a otras potencias. Si Alemania, Francia o Reino Unido, por citar algunos países occidentales, actúan de esta manera, las relaciones internacionales van a ser muy diferentes en unos años. Entre otras cosas, porque países fuera de la esfera occidental, como Turquía, India, Rusia, Arabia Saudí o Sudáfrica, están operando ya así. Es decir, que el mapa de primeros de siglo XX funcionaría ahora a una escala global.

4. La hora de construir

En resumen, estamos en una época que nos plantea desafíos significativos que transformarán de manera clara el mundo en el que vivimos. Hemos de hacerla frente con otras perspectivas, porque en caso contrario perderemos la partida y Europa se convertirá en poco relevante. Y en ese contexto, España se ha peneuvizado: en lugar de pensar cómo impulsar nuestro territorio en un instante crucial, cómo resituarnos, cada facción política intenta obtener porciones mayores del reparto. Ortega y Gasset lo llamaba particularismos, y es difícil definirlo mejor. Y económicamente, como bien subraya Hernández de Cos, seguimos presos de la ortodoxia e insistir en el ajuste de las cuentas públicas como mecanismo prioritario puede sonar bien, pero nos deja fuera del futuro. Esta es la hora de construir, de ayudar a que España tenga unas fortalezas estratégicas que le permitan una mayor y mejor relación con los países de su esfera, en lugar de empujar aún más el país hacia la segunda división.

Para ese objetivo, necesitamos altura de miras y que las diferentes partes de nuestra sociedad abandonen el mundo del pasado: creer que a Euskadi le va a ir bien si a España le va mal, en estos tiempos, es una insensatez; pensar que le puede ir bien a la banca española si España no se refuerza estratégicamente es un sinsentido. En este aspecto, iniciativas como el corredor mediterráneo, que pueden venir bien a ciertas regiones, pero que también pueden fortalecer España, son más interesantes que las habituales peleas por el montante de transferencias a territorios o sectores. Esta es una época de construcción en muchos sentidos, también en el industrial, y deberíamos empezar a pensar desde esta perspectiva. Antes de que sea tarde.

Vienen tiempos nuevos y la pregunta es si estamos preparados para ellos. La respuesta más habitual es un no compartido, la sensación de que España, en su conjunto, funciona suficientemente mal como para afrontar en una posición débil los desafíos que nos esperan. Normalmente, se culpa a los partidos, a la polarización, al declive de las instituciones y demás lugares comunes. Por más que estas críticas tengan algo de realidad, las causas van más allá. Señalemos un par de ellas.

Pablo Hernández de Cos PNV Banco de España
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