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El agujero español: Martin Wolf, las élites anglosajonas y las nacionales
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Esteban Hernández

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El agujero español: Martin Wolf, las élites anglosajonas y las nacionales

El capitalismo democrático está en riesgo en Occidente, y más en una época de desglobalización. El ámbito liberal afirma que hay salida. En España, ni siquiera nos hemos planteado las preguntas correctas

Foto: La City de Londres. (Reuters/Maja Smiejkowska)
La City de Londres. (Reuters/Maja Smiejkowska)
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Qué hacer en un instante de cambios en el poder internacional, con tensiones desglobalizadoras, desigualdades en aumento y democracias fragilizadas, con países fracturados políticamente y muchos de ellos endeudados, es una pregunta que ha empezado a circular en los entornos internacionales de mayor influencia.

Es muy pertinente que así sea, porque el sistema muestra muchas grietas, que la realidad nos subraya de manera continua, por lo que una reacción se hace necesaria. Hasta ahora, el liberalismo occidental había vivido en una suerte de ensueño que permitía, cuando las disfunciones se manifestaban, que fuesen negadas como simples dificultades ocasionales. Sí, el Brexit se ha producido, pero Reino Unido va a sufrir; sí, Trump ha ganado, pero después perdió; sí, la desigualdad aumenta, pero el sistema es mucho mejor que en cualquier otra época de la historia; sí, aumentan los autoritarismos en el mundo, pero últimamente les va mal. Con cada negación, el sistema occidental aparece más deteriorado: las tensiones políticas son muy serias, la influencia de Europa en el mundo va regulín, nuestra cohesión social es cada vez más endeble.

1. Los riesgos del capitalismo democrático

"En defensa del capitalismo democrático", un reciente texto de Martin Wolf, chief economist commentator de Financial Times, el diario económico más prestigioso del mundo, constata que las dificultades de las democracias liberales son lo suficientemente acuciantes como para tomárselas en serio. Wolf, un experto que forma parte de la élite intelectual anglosajona, desea que Occidente persista en el marco político que él siempre ha defendido, el de la interrelación económica global mediante el comercio, la defensa de la democracia liberal y el capitalismo abierto. Dado que el mundo está tomando otros caminos, cree que ha llegado la hora de introducir reformas que estabilicen el sistema, lo defiendan de sus diferentes enemigos y permitan su permanencia. Hay que afrontar la realidad.

La formulación de Wolf, que anticipa las tesis de un libro de próxima aparición, es interesante porque se atreve a volver la mirada hacia el interior. Hasta ahora, cuando se analizaban los problemas de las democracias de mercado occidentales, se señalaban dos causantes principales. El populismo ha sido el más habitual, ya que resultaba cómodo: eran actores irracionales y mentirosos que engañaban a la gente. Dice poco de la consideración que se tiene de las poblaciones occidentales, pero ha sido una explicación muy común. La segunda, de menor recorrido, fue señalar la globalización como responsable, y se abogaba por un desenredo que fortaleciese las naciones. Ambos factores perturbadores, además, solían fusionarse y se convertían en el mismo.

La contradicción fundamental radica en que la democracia consiste en un ciudadano, un voto, y el capitalismo, en un euro, un voto

Wolf también insiste en esos extremos, pero no deja de subrayar aspectos esenciales que no aparecen en el debate. El más relevante es la dificultad constitutiva de la democracia liberal, la de cómo hacer compatibles capitalismo y democracia, un problema que estuvo presente de manera constante en la Europa del XIX y parte del XX, y que encontró un acuerdo de convivencia razonable tras la II Guerra Mundial. Wolf define así la contradicción: la democracia consiste en un ciudadano, un voto, y el capitalismo en un euro, un voto. Con excesiva frecuencia, y nuestra época es un claro reflejo, los billetes cuentan más que los votos.

Desde el punto de vista de Wolf, "es imposible sostener una democracia de sufragio universal con una economía de mercado si la primera no parece abierta a la influencia y la segunda no sirve a los intereses del pueblo en general. Esto, a su vez, exige una respuesta política arraigada no en la política destructiva de la identidad, sino en el bienestar de todos los ciudadanos, es decir, un compromiso con las oportunidades económicas y la seguridad básica para todos". Una tesis de esta clase genera un consenso amplio en la sociedad occidental, al menos conceptualmente, porque la traslación a la práctica es otra cosa.

2. Hacerse digno de confianza

Sin embargo, lo más llamativo, por su honestidad, es el lugar político desde el que se realiza esta afirmación. Wolf examina la política desde una perspectiva maquiavelista, por citar el término empleado por James Burnham, en que se situarían, además del florentino, Pareto, Mosca o Michels: la política consiste en un espacio de relación entre las élites y el pueblo. Se pueden aportar referencias históricas en apoyo de esta tesis u obviarlas, pero sí debería constatarse que, en esta época, funciona de esta manera, con el añadido de que las personas con más poder e influencia en la sociedad se han separado de ese teórico lugar de encuentro. Por eso Wolf no solo señala el potencial de quiebra de las democracias desde el populismo, sino desde los depredadores interiores; proviene tanto de los demagogos como de los autócratas, y el capitalismo rentista y financiarizado inclina la balanza hacia los segundos.

"En gran medida, el éxito depende de la probidad y sabiduría de las élites"

Para arreglar ese desequilibrio, Wolf propone otra actitud. Por una parte, "los políticos comprometidos con la democracia liberal deben responder a la desconfianza generalizada de las élites no rindiéndose ante ellas, sino haciéndose dignos de confianza, una vez más". Por otra, señala que, "en gran parte, el éxito depende de la probidad y sabiduría de sus élites. Solo si se revive la confianza se protegerá la legitimidad del sistema contra sus depredadores, que no solo están fuera, sino también, por desgracia, dentro".

En este sentido, Franklin Delano Roosevelt sale a relucir varias veces en el texto como ejemplo de líder que reunió intereses de la élite y del pueblo. A eso lo llamaron New Deal y fue el punto de partida del estado de bienestar europeo de la posguerra, algo de lo que estamos muy lejos hoy. Porque Roosevelt, para compaginar ambas cosas, defender la democracia y protegerla del fascismo y de las tentaciones comunistas, tuvo que doblar el brazo a parte de las élites, que batallaron incesantemente contra él. Roosevelt salió ganador, y el resto forma parte de nuestra historia.

Para salir bien de esta época, hay que generar una transformación del sistema económico y del poder político a la que las élites se resisten

Ahora, para Wolf, las amenazas no son el fascismo o el comunismo, sino el iliberalismo, el despotismo institucionalizado chino, el declive del libre mercado y la tentación de virar hacia el decrecimiento en lugar de impulsar el consumo. Sin embargo, en esencia, la forma de salir del atolladero es la misma que en aquella época. El problema de fondo es que habría que repetir la operación, y generar una transformación del sistema económico y del poder político a la que las élites se resisten enérgicamente, en particular las económicas, incluso hoy.

Esa es la parte que no aborda Wolf, pero en todo caso su examen trae a escena elementos inusuales para el estrato social desde el que escribe: la certeza de que el capitalismo y la democracia, para interrelacionarse sin demasiadas fricciones, deben contar con elementos compensatorios, ha sido muy inusual últimamente entre el ámbito liberal, como lo es la constatación de que el aumento de poder económico genera perturbaciones enormes en las instituciones políticas.

Esta es la esencia de la desinstitucionalización, porque es el núcleo que la hace posible. Hasta ahora, los problemas han sido considerados desde la perspectiva puramente política, como si los cambios electorales de los últimos tiempos fueran una obra ajena a los desequilibrios profundos que la economía ha generado.

3. Sánchez y las élites

El caso español repite esa perspectiva errónea, y más aún en los tiempos de la desglobalización, e impide que se planteen las preguntas correctas. En nuestro país, nos hemos quedado anclados en el marco cómodo: los males provienen fundamentalmente de la política y de la nefasta gestión de los asuntos y recursos públicos por parte de los representantes electos, como si el problema fuera la democracia en sí, o su perturbación por los populistas. Ese tipo de salida, tan fácil como irreal, permite la comodidad intelectual: todo el mundo sabe que el problema de España es Sánchez, y que si este desaparece los males se acaban; o un PP echado al monte que se refugia en los brazos de Vox; o unos nacionalismos irredentos. Son respuestas sencillas a problemas bastante más complejos, lo que suena, esto sí, a populismo.

Hemos de constatar que es hora de plantearnos qué hacer como Estado en un contexto de deterioro global, de transformaciones en el sistema, de tensiones políticas generalizadas, de pérdida de peso español en el mundo, pero también del entorno del que formamos parte, la UE. En lugar de eso, se prefiere insistir en nombres propios de la política. Aseguraba en El rencor de clase media alta y el fin de una era (Ed. Akal) que "los políticos no constituyen un corte con el resto de la sociedad; no son una parte corrupta que, convenientemente amputada, permitiría que la vida pública funcionase correctamente". Y traía al Ortega y Gasset de España invertebrada en refuerzo de esa tesis: "Diríase que los políticos son los únicos españoles que no cumplen con su deber ni gozan de las cualidades para su menester imprescindibles. Diríase que nuestra aristocracia, nuestra Universidad, nuestra industria, nuestro Ejército, nuestra ingeniería, son gremios maravillosamente bien dotados y que encuentran siempre anuladas sus virtudes y talentos por la intervención fatal de los políticos. Si esto fuera verdad, ¿cómo se explica que España, pueblo de tan perfectos electores, se obstine en no sustituir a esos perversos elegidos? Hay aquí una insinceridad, una hipocresía".

La voz de alarma ha sido dada, y una vez que 'Anglosajonia' ofrece su beneplácito, nuestras élites ya pueden hablar del tema

Ortega señaló de una manera clara cómo los particularismos, el hecho de que cada grupo social y cada facción de la élite pensara únicamente en arreglar sus propios intereses en lugar de en el conjunto del país, habían deteriorado profundamente España desde hace siglos. Es una tendencia que opera, y de una manera radical en nuestra época: los políticos son simplemente la cabeza de turco.

Sería conveniente que más allá de los lugares comunes en que nos movemos política y económicamente, comenzáramos a plantearnos las preguntas que a esta época le corresponden. Lo interesante del texto de Wolf es que forma parte de una tendencia generalizada en los medios internacionales de prestigio, que suele ser la señal de que el debate ya es pertinente. La voz de alarma ha sido dada, y una vez que Anglosajonia ofrece su beneplácito, nuestras élites ya pueden hablar de esto.

Sería idóneo que las clases con más poder en la sociedad española tomasen buena nota y estuvieran a la altura del momento

Las cosas funcionan así: cuando los espacios prestigiosos internacionales se ocupan de un asunto, las élites locales acuden al calor del foco. El ejemplo de la desigualdad fue significativo, porque numerosos expertos y ciudadanos de a pie habían señalado los problemas que estaba causando en las sociedades occidentales, pero el asunto no se tomaba en serio. Cuando Piketty publicó su libro en inglés y fue avalado por Krugman y Stiglitz en Nueva York, el tema se convirtió en común: cuando la élite anglosajona lo sancionó, las provincias comenzaron a repetir el mantra.

De modo que la voz de alarma sobre la perdurabilidad del capitalismo democrático ya está encima de la mesa, ligada a los movimientos tectónicos geopolíticos, y ya podemos ponernos con ello. Además, Wolf ha señalado en su artículo aspectos esenciales y ha ofrecido una dirección que, con los matices que se deseen, puede considerarse pertinente.

Sería idóneo que nuestras élites, y no solo las políticas, tomasen buena nota y estuvieran a la altura del momento, porque la reacción se está produciendo en todas partes, desde Turquía hasta Francia, desde Arabia Saudí hasta Australia, desde India hasta Alemania, salvo en España. El momento es crucial, y de la calidad de nuestra reacción depende el futuro español.

Qué hacer en un instante de cambios en el poder internacional, con tensiones desglobalizadoras, desigualdades en aumento y democracias fragilizadas, con países fracturados políticamente y muchos de ellos endeudados, es una pregunta que ha empezado a circular en los entornos internacionales de mayor influencia.

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